sábado, 29 de enero de 2022

Razones para no participar en la guerra de OTAN. [Ahora bien, que no somos nosotros nadie para quitarle el gusto por la guerra a nadie. Si por un casual de estos que tiene la vida, al grito ardoroso del guerrero macizo como Dios manda de: ¡Que estamos aquí y que hemos venido a escupite, a jodete y a matate!, las 1.400 familias españolas que representan el 0,0035% de la población, mismamente española, que controlan más de 80% de toda la riqueza nacional, en formación bandidesca, bandidamente hablando, como requiere el caso, quieren ir a la guerra a emprendela (que no es a emprenderla, que es a emprendela) con sus pares de la parte enemiga que sean bien idos. Pero eso sí, oiga, que la vida está muy cara, siempre y cuando los gastos del guerreo, banderolas y hostias benditas (porque a mi que no me jodan, que un cura bendiciendo esto no puede faltar) corran por su cuenta y, por supuesto, con la poliza de seguros correspondiente para cubrir los daños materiales (propios y ajenos) que pueda causar]

 


Razones para no participar en la guerra de OTAN

 

Por José Luis Carretero Miramar / kaosenlared

Hoy el mundo se estremece por la posibilidad de un enfrentamiento armado entre Rusia y la OTAN. Putin ha desplegado gran parte de su ejército en sus fronteras con Ucrania, y los países occidentales amenazan con sanciones y envían instructores militares y armamento al gobierno ucraniano.

El origen de esta situación es bastante simple: tras el desastre de la retirada de Afganistán, la capacidad de disuasión militar del Imperio norteamericano ha quedado en entredicho, lo que puede acabar generando un progresivo cambio de alianzas entre los países del Sur global y una creciente oleada de desobediencia por parte de los Estados que se oponen al imperialismo. Además, esto sucede en un contexto de conflicto por la hegemonía global entre los Estados Unidos y la nueva potencia emergente, la República Popular China, que se ha expresado hasta el momento en guerras comerciales y vetos impuestos a las tecnológicas del país asiático, pero que puede adoptar formas más “calientes” en el futuro, ante la pretensión de independencia de la isla de Taiwán y ante las reclamaciones territoriales en el mar del Sur de China, un espacio estratégico para las nuevas vías comerciales que pretende utilizar la República Popular para sus exportaciones.

En este escenario, Rusia es un actor importante. La pretensión norteamericana de aislar y encajonar a Rusia, armando e introduciendo en la OTAN a sus vecinos, nace de la imposibilidad del Imperio de controlar al gobierno ruso, ocupado por una facción política nacionalista y tremendamente pragmática, capaz de buscar todas las alianzas que sean necesarias para mantener su independencia. Tras la década de brutal colapso inducido por la caída de la URSS y la apertura a los fondos globales de capitales (en la que la esperanza de vida de los ciudadanos rusos se desplomó en más de una década), la alianza política construida entorno a Vladimir Putin ha conseguido reconstruir la economía nacional y una trama de servicios públicos lo suficientemente eficiente para se pudiese reiniciar la vida cotidiana de los ciudadanos. Además, ha afirmado la soberanía nacional y ha actuado con una agenda internacional independiente que le aproxima cada vez más a China. Se trata de una clase dirigente profundamente conservadora, e inequívocamente capitalista, pero que no está dispuesta a subordinarse a un poder imperial que ha demostrado, una y otra vez, que no pretende otra cosa que la aniquilación de Rusia como nación y su desmembramiento en una miríada impotente de repúblicas tercermundistas.

La clase dirigente norteamericana, por otra parte, está utilizando esta crisis para tratar de solventar algunas de sus más agudas contradicciones internas. En primer lugar, ya lo hemos dicho, Estados Unidos pretende dar la imagen de “un golpe en la mesa”, para acallar la inquietud provocada por su incapacidad manifiesta para solucionar militarmente las guerras en las que se ha metido en las últimas décadas (Libia, Siria, Afganistán). Tras el inicio de su declive económico, los norteamericanos han dedicado las últimas décadas a presentarse como “el gendarme del mundo”, la única fuerza capaz de mantener el orden liberal y la seguridad de las infraestructuras necesarias para la globalización. El cuerpo de marines, de hecho, es lo único que garantiza la preeminencia del dólar en la economía mundial, y la razón principal por la que Estados Unidos se puede permitir tener la deuda pública más abultada del globo. Si el cuerpo de marines deja de dar miedo, el Imperio entero estaría en cuestión.

A eso debemos sumarle cuestiones internas norteamericanas más prosaicas: Biden no ha podido poner en marcha sus planes neokeynesianos de gasto público social, por su debilidad en las cámaras parlamentarias y, por tanto, poco tiene que ofrecer al pueblo para una reelección futura. Su popularidad se ha desplomado en los últimos meses, mientras avanza la posibilidad de una vuelta de Trump al calor de una derrota de los demócratas en las próximas elecciones de medio mandato. Estados Unidos necesita dar un golpe en la mesa. Biden necesita dar un golpe en la mesa. ¿Qué mejor manera de dar un golpe en la mesa que conseguir “obligar” públicamente a Rusia a no hacer algo que, en todo caso, probablemente inicialmente ni siquiera tenía la intención de hacer?

En este escenario complejo e inestable, que certifica el final de una época en el ámbito de las relaciones internacionales, hay cuatro grandes arcos de razones para oponerse a la intervención española en una hipotética guerra con Rusia:

Primero: la razón nacional y patriótica. Intervenir en esta guerra va contra nuestros intereses como Nación. No tenemos nada que ganar en Ucrania. Entrar en guerra nos hace más dependientes de la OTAN y del amo imperial. Implica renunciar a todo proyecto de autonomía y soberanía estratégica, tanto para España, como para la Unión Europea. Implica una crisis absoluta de nuestra economía, basada en el turismo, y por tanto en la paz. Implica una brutal subida de los precios de la energía, ya que compramos casi el 10 % del gas natural de uso en nuestro país a Rusia. Y todo ello, al tiempo que la OTAN no protege Ceuta y Melilla. La posibilidad de una Unión Europea viable como potencia global en el mundo de las próximas décadas, corre pareja con la afirmación de su independencia y su capacidad de conseguir una voz propia, acompañada de las necesarias estructuras para que esa voz sea escuchada con respeto. El seguidismo del Imperio lleva a la guerra en Europa, y a la subordinación sin remedio de los intereses nacionales y europeos a la cadena de mando militar de la Alianza Atlántica, firmemente hegemonizada por una potencia no europea.

Segundo: la razón proletaria. Debemos recordar que la guerra responde siempre a los intereses de las clases dominantes. Miles de jóvenes obreros, de uno y otro lado, serán enviados al matadero para defender los negocios de las transnacionales y los oligarcas, de uno y otro lado. A eso sólo se puede responder con el internacionalismo proletario. Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases.

Tercero: la razón del humanismo liberal. El liberalismo nació para defender el ideal de la Paz Perpetua. La razón ilustrada sabe que el Derecho y la Democracia son lo primero que se abandona en las guerras. Ya empezamos a ver en los medios de comunicación mainstream como los discursos se unifican y los disensos se silencian, luego llegarán los estados de excepción y los límites a la protesta. Un estado de guerra es un estado de no-Derecho. Los Derechos Humanos son hijos del diálogo. La guerra es el crimen fundamental contra la Humanidad.

Cuarto: la razón religiosa. Las principales religiones coinciden en una cosa: la guerra es un pecado contra la obra de Dios. La marca de Caín es la marca del dolor. La salvación parte de comprender que los seres humanos somos hermanos. y debemos amarnos mutuamente. El fratricidio y el odio entre hermanos es uno de los errores fundamentales que impiden que la bienaventuranza nos ilumine. No hay excusas para una matanza.

Contra este arco de razones, sólo hay dos que fundamenten, en los corazones de las clases dominantes, la guerra en ciernes:

DINERO Y PODER

Sólo nos resta decir una cosa: resulta cuando menos sorprendente el silencio atronador de nuestro pueblo sobre este asunto. Putin no es más autocrático que Sadam Hussein. Biden no es menos “halcón”, en política exterior, que Bush. El hecho de que el pueblo español no se ha lanzado a la calle, como en tiempos de la guerra de Irak, hasta la fecha, contra la guerra, pone manifiesto hasta que punto ha cambiado la izquierda española. Hasta que punto se ha desarmado ideológica y organizativamente. Pone manifiesto la profundidad de la crisis de la izquierda, que ya hemos analizado en otros escritos.

El PSOE no le va a ahorrar a Unidas Podemos ninguna humillación, ningún mal trago: el gobierno será el gobierno de la guerra, si es necesario, el gobierno que mantenga lo esencial de la reforma laboral de 2012, el gobierno que apruebe un Ingreso Mínimo Vital inaplicable…El precio de ser gobierno con el PSOE es desmantelar todo lo que haya sobrevivido a su izquierda.

La clase obrera no tiene nada que ganar con esta guerra. Pero sí mucho que perder. Oponerse a la guerra de la OTAN es oponerse a la barbarie.

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