Razones
para no participar en la guerra de OTAN
Por José Luis
Carretero Miramar / kaosenlared
Hoy el mundo se
estremece por la posibilidad de un enfrentamiento armado entre Rusia y la OTAN.
Putin ha desplegado gran parte de su ejército en sus fronteras con Ucrania, y
los países occidentales amenazan con sanciones y envían instructores militares
y armamento al gobierno ucraniano.
El origen de esta
situación es bastante simple: tras el desastre de la retirada de Afganistán, la
capacidad de disuasión militar del Imperio norteamericano ha quedado en
entredicho, lo que puede acabar generando un progresivo cambio de alianzas
entre los países del Sur global y una creciente oleada de desobediencia por
parte de los Estados que se oponen al imperialismo. Además, esto sucede en un
contexto de conflicto por la hegemonía global entre los Estados Unidos y la nueva
potencia emergente, la República Popular China, que se ha expresado hasta el
momento en guerras comerciales y vetos impuestos a las tecnológicas del país
asiático, pero que puede adoptar formas más “calientes” en el futuro, ante la
pretensión de independencia de la isla de Taiwán y ante las reclamaciones
territoriales en el mar del Sur de China, un espacio estratégico para las
nuevas vías comerciales que pretende utilizar la República Popular para sus
exportaciones.
En este escenario,
Rusia es un actor importante. La pretensión norteamericana de aislar y
encajonar a Rusia, armando e introduciendo en la OTAN a sus vecinos, nace de la
imposibilidad del Imperio de controlar al gobierno ruso, ocupado por una
facción política nacionalista y tremendamente pragmática, capaz de buscar todas
las alianzas que sean necesarias para mantener su independencia. Tras la década
de brutal colapso inducido por la caída de la URSS y la apertura a los fondos
globales de capitales (en la que la esperanza de vida de los ciudadanos rusos
se desplomó en más de una década), la alianza política construida entorno a
Vladimir Putin ha conseguido reconstruir la economía nacional y una trama de
servicios públicos lo suficientemente eficiente para se pudiese reiniciar la
vida cotidiana de los ciudadanos. Además, ha afirmado la soberanía nacional y
ha actuado con una agenda internacional independiente que le aproxima cada vez
más a China. Se trata de una clase dirigente profundamente conservadora, e
inequívocamente capitalista, pero que no está dispuesta a subordinarse a un
poder imperial que ha demostrado, una y otra vez, que no pretende otra cosa que
la aniquilación de Rusia como nación y su desmembramiento en una miríada
impotente de repúblicas tercermundistas.
La clase dirigente
norteamericana, por otra parte, está utilizando esta crisis para tratar de
solventar algunas de sus más agudas contradicciones internas. En primer lugar,
ya lo hemos dicho, Estados Unidos pretende dar la imagen de “un golpe en la
mesa”, para acallar la inquietud provocada por su incapacidad manifiesta para
solucionar militarmente las guerras en las que se ha metido en las últimas
décadas (Libia, Siria, Afganistán). Tras el inicio de su declive económico, los
norteamericanos han dedicado las últimas décadas a presentarse como “el
gendarme del mundo”, la única fuerza capaz de mantener el orden liberal y la
seguridad de las infraestructuras necesarias para la globalización. El cuerpo
de marines, de hecho, es lo único que garantiza la preeminencia del dólar en la
economía mundial, y la razón principal por la que Estados Unidos se puede
permitir tener la deuda pública más abultada del globo. Si el cuerpo de marines
deja de dar miedo, el Imperio entero estaría en cuestión.
A eso debemos sumarle
cuestiones internas norteamericanas más prosaicas: Biden no ha podido poner en
marcha sus planes neokeynesianos de gasto público social, por su debilidad en
las cámaras parlamentarias y, por tanto, poco tiene que ofrecer al pueblo para
una reelección futura. Su popularidad se ha desplomado en los últimos meses,
mientras avanza la posibilidad de una vuelta de Trump al calor de una derrota
de los demócratas en las próximas elecciones de medio mandato. Estados Unidos
necesita dar un golpe en la mesa. Biden necesita dar un golpe en la mesa. ¿Qué
mejor manera de dar un golpe en la mesa que conseguir “obligar” públicamente a
Rusia a no hacer algo que, en todo caso, probablemente inicialmente ni siquiera
tenía la intención de hacer?
En este escenario
complejo e inestable, que certifica el final de una época en el ámbito de las
relaciones internacionales, hay cuatro grandes arcos de razones para oponerse a
la intervención española en una hipotética guerra con Rusia:
Primero: la razón
nacional y patriótica. Intervenir en esta guerra va contra nuestros intereses
como Nación. No tenemos nada que ganar en Ucrania. Entrar en guerra nos hace
más dependientes de la OTAN y del amo imperial. Implica renunciar a todo
proyecto de autonomía y soberanía estratégica, tanto para España, como para la
Unión Europea. Implica una crisis absoluta de nuestra economía, basada en el
turismo, y por tanto en la paz. Implica una brutal subida de los precios de la
energía, ya que compramos casi el 10 % del gas natural de uso en nuestro país a
Rusia. Y todo ello, al tiempo que la OTAN no protege Ceuta y Melilla. La
posibilidad de una Unión Europea viable como potencia global en el mundo de las
próximas décadas, corre pareja con la afirmación de su independencia y su
capacidad de conseguir una voz propia, acompañada de las necesarias estructuras
para que esa voz sea escuchada con respeto. El seguidismo del Imperio lleva a
la guerra en Europa, y a la subordinación sin remedio de los intereses
nacionales y europeos a la cadena de mando militar de la Alianza Atlántica,
firmemente hegemonizada por una potencia no europea.
Segundo: la razón
proletaria. Debemos recordar que la guerra responde siempre a los intereses de
las clases dominantes. Miles de jóvenes obreros, de uno y otro lado, serán
enviados al matadero para defender los negocios de las transnacionales y los
oligarcas, de uno y otro lado. A eso sólo se puede responder con el
internacionalismo proletario. Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases.
Tercero: la razón del
humanismo liberal. El liberalismo nació para defender el ideal de la Paz
Perpetua. La razón ilustrada sabe que el Derecho y la Democracia son lo primero
que se abandona en las guerras. Ya empezamos a ver en los medios de
comunicación mainstream como los discursos se unifican y los disensos se
silencian, luego llegarán los estados de excepción y los límites a la protesta.
Un estado de guerra es un estado de no-Derecho. Los Derechos Humanos son hijos
del diálogo. La guerra es el crimen fundamental contra la Humanidad.
Cuarto: la razón
religiosa. Las principales religiones coinciden en una cosa: la guerra es un
pecado contra la obra de Dios. La marca de Caín es la marca del dolor. La
salvación parte de comprender que los seres humanos somos hermanos. y debemos
amarnos mutuamente. El fratricidio y el odio entre hermanos es uno de los
errores fundamentales que impiden que la bienaventuranza nos ilumine. No hay
excusas para una matanza.
Contra este arco de
razones, sólo hay dos que fundamenten, en los corazones de las clases
dominantes, la guerra en ciernes:
DINERO Y PODER
Sólo nos resta decir
una cosa: resulta cuando menos sorprendente el silencio atronador de nuestro
pueblo sobre este asunto. Putin no es más autocrático que Sadam Hussein. Biden
no es menos “halcón”, en política exterior, que Bush. El hecho de que el pueblo
español no se ha lanzado a la calle, como en tiempos de la guerra de Irak,
hasta la fecha, contra la guerra, pone manifiesto hasta que punto ha cambiado
la izquierda española. Hasta que punto se ha desarmado ideológica y
organizativamente. Pone manifiesto la profundidad de la crisis de la izquierda,
que ya hemos analizado en otros escritos.
El PSOE no le va a
ahorrar a Unidas Podemos ninguna humillación, ningún mal trago: el gobierno
será el gobierno de la guerra, si es necesario, el gobierno que mantenga lo
esencial de la reforma laboral de 2012, el gobierno que apruebe un Ingreso
Mínimo Vital inaplicable…El precio de ser gobierno con el PSOE es desmantelar
todo lo que haya sobrevivido a su izquierda.
La clase obrera no
tiene nada que ganar con esta guerra. Pero sí mucho que perder. Oponerse a la
guerra de la OTAN es oponerse a la barbarie.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario