Mientras el juego geopolítico continúa, la crisis de
microchips sigue extendiéndose y agudizándose. El conflicto de poder entre los
Estados Unidos y China seguirá afectando el día a día de los ciudadanos de a
pie.
Quien controle los microchips controlará el mundo
El Viejo Topo
10 noviembre, 2021
Si alguien ha
intentado adquirir un vehículo, un Play Station, un Xbox, un televisor o
cualquier otro aparato tecnológico en los últimos días, posiblemente haya
notado que la escasez de muchos de estos modelos es latente. La respuesta de
los vendedores es la misma: “las entregas están demoradas por la crisis de
semiconductores”. Esta situación ha llevado a que, por ejemplo, el
sector automovilístico haya tenido que paralizar fábricas a lo largo y ancho
del planeta o haya disminuido el ritmo de producción despidiendo a miles de
trabajadores, afectando a los consumidores, pero, sobre todo, impactando en la
economía.
Uno de esos
ejemplos fue la planta de Gravatai en Brasil, la más grande de General Motors en América
del Sur, la cual paró su producción por casi medio año. Por el lado de los
productos electrónicos cotidianos el resultado no ha sido muy distinto:
incremento en los precios y dificultad en muchos países de poder adquirir las
versiones más recientes. ¿Qué tiene que ver esta escasez con la llamada “guerra
comercial” entre Estados Unidos y China, con la formación del AUKUS (alianza de Estados Unidos, Australia y Reino
Unidos), con el aumento de tensiones entre China y Taiwán, con el discurso de
la “economía del conocimiento” de la Unión Europea y con los efectos del cambio
climático? Como se verá a lo largo de este artículo, la respuesta es la
geopolítica, ya que estos temas están estrechamente relacionados y son
interdependientes entre sí.
Así, es sabido
que hasta la Primera Guerra Mundial el poderío internacional se lograba gracias
al control directo sobre el territorio y durante gran parte del siglo XX por el
control indirecto sobre la materia prima estratégica como el petróleo. No
obstante, en el siglo XXI el poderío de una potencia depende principalmente del
control que se ejerza sobre la tecnología y, en especial, sobre los microchips.
Por esa razón, los centros neurálgicos de la geopolítica y las relaciones
internacionales se han desplazado desde Medio Oriente, el Cáucaso y el delta
del Orinoco hacia el Mar Amarillo, más exactamente Taiwán y la península de
Corea.
El microchip no
es más que un circuito electrónico integrado de transistores en una lámina
diminuta de silicio con propiedades semiconductoras. Tal invento se logró en el
año 1958 como parte del desarrollo militar estadounidense para el lanzamiento
de misiles balísticos intercontinentales y en pocos años llegó a ser, después
de la rueda y la escritura, el invento más importante de la historia.
Gracias a este invento el desarrollo tecnológico ha crecido de forma
exponencial y se ha hecho accesible a millones de seres humanos. Gracias a las
ventajas que adquirió Estados Unidos con esta invención logró a la larga ganar
la Guerra Fría, no porque los haya empleado para bombardear las bases militares
de la Unión Soviética sino porque las ventajas tecnológicas que logró en los
siguientes años repercutieron directamente en ventajas económicas y políticas
que, sumado a factores internos, terminaron por implosionar a la patria de
Lenin. Hoy los microchips son omnipresentes en la vida diaria. Se calcula que,
cada año, por cada ser humano que hay en el planeta se fabrican 128 chips. Un
automóvil en promedio requiere más de 3500 chips, y desde neveras, lavadoras,
celulares, computadores, hasta equipos médicos, tecnología militar y
fabricación de aviones o misiles los emplean para que puedan ser operativos.
La importancia
del microchip no solo deriva de la omnipresencia en prácticamente todas las
facetas de nuestras vidas, sino, sobre todo, en el monopolio que existe en el
mundo para su fabricación. Aunque hasta hace unos años muchos países los
diseñaban y fabricaban, a medida que pasa el tiempo el mercado cada vez se
concentra en un número menor de compañías capaces de diseñarlos o fabricarlos.
Hace un cuarto
de siglo, 24 empresas podrían diseñar y fabricar los chips que para la época
eran los más avanzados. Hoy, solo hay tres con capacidad de fabricar aquellos
que no son obsoletos: Intel de Estados Unidos, Samsung de Corea del Sur y TSMC
de Taiwán. El monopolio es aún más evidente si se tiene en cuenta que la
fabricación de chips de menos de 7 nanómetros, es decir, los más desarrollados,
son producidos en un 92% por la empresa taiwanesa. Claro está, dicha compañía
se dedica principalmente a la fabricación, sin perjuicio de que, en lo
relacionado al diseño, aún sea Intel quien ocupa el primer lugar. Debido al
cambio climático, durante el primer semestre de 2021 bastó una fuerte sequía en
Taiwán para que la isla se viera obligada a racionalizar agua, lo que trajo
como consecuencia una crisis mundial, debido a que el agua es empleada en
grandes cantidades en la fabricación de chips. Con la sequía paró el
abastecimiento a las fábricas y como resultado, se rebosó una copa que por
factores geopolíticos se venía llenando, produciendo todos los problemas de
escasez ya mencionados.
Cabe señalar
que la sequía en Taiwán fue tan solo una gota en un jarro en el que confluyen
muchos factores geopolíticos. La escasez de chips era algo que se veía venir
desde hace varios años. Detrás de esta se esconde una verdadera lucha entre
superpotencias. Para entenderlo hay dos fechas claves: 1964 y 1984. En la
primera, el científico estadounidense Gordon Moore, por entonces un alto
ejecutivo de INTEL, formula una hipótesis según la cual “el número de
transistores por unidad de superficie en circuitos integrado se duplicaría cada
año”. En pocas palabras, el desarrollo tecnológico llevaría a que éstos fuesen
cada vez más pequeños y con ello dejarían obsoletos a los fabricados con
anterioridad. La siguiente fecha, 1984, es clave dado que en dicho año la
holandesa Philips forma una empresa de la que poco se habla pero que hoy juega
un papel importante en el juego geopolítico que originó la actual crisis:
Advanced Semiconductor Materials Lithography,mejor conocida como ASML.
ASML es
importante debido a que se enfoca en investigar el uso de la luz ultravioleta
en la fabricación de máquinas que hacen microchips, marcando una diferencia con
otras compañías similares de la época que también lo hicieron, pero con el
tiempo desistieron. La empresa holandesa, en cambio, se mantuvo en esa línea.
Con el tiempo, solo otras dos empresas continuaron fabricando maquinas capaces
a su vez de fabricar microchips: Canon y Nikon, estas últimas de Japón.
No obstante, por la llamada hipótesis de Moore, al tener cada vez más transistores
cada chip o ser éste cada vez más pequeño, la tecnología empleada por Canon y
Nikon no es la mejor, por lo cual, quien hoy quiera fabricar un chip deberá
pagarle miles de millones de dólares a la holandesa ASML para que le venda las
máquinas de litografía que sirvan a ese propósito.
Esto fue
precisamente lo que quiso hacer el gobierno de Pekín a partir del año 2015 como
parte del plan “Hecho en China 2025”: invertir miles de millones de dólares
para hacerse a las máquinas que le permitiesen autonomía en la fabricación de
chips y así dejar de depender de Taiwán, su provincia rebelde y enemigo
político tradicional con quien, a pesar de la rivalidad histórica, mantiene
estrechas relaciones comerciales. Cuando eso ocurrió, el gobierno de Donald
Trump de inmediato inició la ola de sanciones comerciales que son por todos
conocidas. De esas, quizá las que más afectaron al gigante asiático fue la
orden ejecutiva que le prohibió a ASML venderle a China los equipos de
litografía necesarios para la producción de chips. Dicha prohibición se hizo
bajo amenazas de dejar de suministrar insumos necesarios que emplea ASML, como
el uso de láser y otros dispositivos, los cuales usan tecnología
norteamericana.
Tales ordenes
ejecutivas de Washington a corto plazo han afectado a China quien continúa
dependiendo de la taiwanesa TSMC. Aunque desde 2011 Taiwan tiene una planta en
territorio chino, lo allí fabricado va algunas generaciones detrás de los
productos que se hacen en territorio insular, con la diferencia que éstos en
gran media son vendidos a las compañías norteamericanas. Igualmente, TSMC tiene
restricciones para venderle sus chips a China si hay sospecha de que puedan ser
usados en el sector de defensa o en empresas que nada tienen que ver con dicho
campo, pero que Estados Unidos acusa de trabajar para éste. Con esta excusa son
sancionadas las compañías chinas que pueden hacerle sombra a las
norteamericanas, como es el caso de Huawei, que empezó a desbancar a Apple en
el mercado de tecnologías.
A pesar de
esto, seguramente a largo plazo, muy seguramente quien logre salir victoriosa
sea China, ya que tales restricciones, más que un factor disuasorio, han sido
un incentivo para que redoble sus esfuerzos investigativos para lograr la
suficiencia en la tan complicada cadena de producción de chips. Sin embargo,
esto tardará varios años en lograrse.
La respuesta de
China a las sanciones de Estados Unidos se ha dado en varios frentes. En lo
inmediato, trató de adquirir todos aquellos modelos posibles frente a los
cuales no había sanciones. Para ello, un equivalente al PIB de Colombia fue
dedicado en el 2020 por Pekín para importar aquellos chips que no estaban
comprendidos en la lista de sanciones. Como resultado, esa sobreacumulación ha
sido uno de los principales factores para que actualmente haya escasez.
Por otra parte, como estrategia a mediano plazo, China trata de ejercer presión
política y militar sobre Taiwán para recordarle a Estados Unidos que las
fábricas están en su territorio, un territorio rebelde, pero al fin y al cabo
propio. Sus acciones se enfocan en mostrar que, si las sanciones continúan o se
amplían, podría tomar dicha isla por la fuerza y así privar a Occidente de
acceder a las fábricas de chips. En cuanto a estrategia a largo plazo, China no
escatima esfuerzos en invertir en investigación y desarrollos tecnológicos.
Busca ser autosuficiente en la cadena de producción de microchips.
En cuanto a
Estados Unidos, aparte de las amenazas y las sanciones, a nivel interno también
decidió volver a sus viejas estrategias proteccionistas e inyectarle miles de
millones de dólares al sector tecnología, en un asunto que ha sido catalogado
como “seguridad nacional”. Al respecto, ese supuesto discurso de la no
intervención del Estado en la economía que tanto se exige a los países
subdesarrollados, fue dejado de lado. Del dinero que todos los estadounidenses
pagan en impuestos, se le dará a la privada INTEL una cifra no menor a 50.000
millones de dólares. Con ello se busca que esta empresa construya una serie de
plantas en Nuevo México para la fabricación de los chips. Este sector había
sido dejado de lado ya que tales procesos implican el uso de materiales
altamente tóxicos, por lo que se había optado por dislocar la producción hacia
territorio taiwanés.
Nada nuevo, es
lo mismo que se hace en otros renglones tecnológicos como la fabricación de
ordenadores o teléfonos celulares, donde Apple contrata con Foxconn para que
los haga de acuerdo con las especificaciones que se le dan, sin importar que
esa misma empresa sea quien también hace los productos de Huawei.
Por otra parte,
los norteamericanos saben que la construcción de plantas en territorio nacional
tardará varios años y mientras tanto, temen que una recuperación de Taiwán por
parte de China por la vía militar los deje sin quien les fabrique los insumos
vitales para sus empresas tecnológicas y, sobre todo, para su sector de
defensa. Por ello, trata por todos los medios de poner presión política a China
para disuadirla de esa opción. Como se explicó en artículos anteriores, esto guarda relación directa tanto con
la retirada de tropas de Afganistán como con la formación de la alianza llamada
AKUS, con Reino Unido y Australia. Finalmente, los norteamericanos saben que
quizá llevaron las sanciones a su máximo límite, y si avanzan más pueden
ahondar la crisis, no solo por el hecho de que China sea el “taller del mundo”
sino porque también es el primer productor mundial de arenas de silicio, la
materia prima esencial con la cual se fabrican los microchips.
En cuanto a la
Unión Europea, si bien ellos tienen a ASML -la única que puede fabricar las
máquinas con capacidad para fabricar chips de última tecnología- las recientes
prohibiciones de Estados Unidos de hacer multimillonarios negocios con los
chinos les recuerdan que dicha tecnología en gran medida es “prestada”. En el
año 2000, durante la Cumbre de Lisboa uno de los objetivos que se fijaron fue el
de la Economía del Conocimiento y dentro de los cinco objetivos para 2020
estaba el de Investigación y Conocimiento. Para nadie es un secreto que el
rezago tecnológico de Europa es cada día mayor. Hoy producen un 10% de chips,
frente a un 12% de Estados Unidos y un 20% de Taiwán que tiene el monopolio
casi absoluto en la fabricación de los más avanzados. La actual escasez llevó a
que Bruselas anunciara a mediados de septiembre que presentará una ley
(entiéndase, una directiva o un reglamento) para fomentar la producción de
semiconductores en territorio comunitario, de manera que ese 10% pase a ser un
20% en 2030. Para ello, países como Italia han anunciado que invertirá cuatro
mil millones de euros en la construcción de una planta fabricadora de microchips,
en tanto que Alemania tiene planes similares.
Mientras el
juego geopolítico continúa, la crisis de microchips sigue extendiéndose y
agudizándose. El juego de poder entre las grandes potencias seguirá afectando
el día a día de los ciudadanos de a pie.
Texto publicado originalmente en El Comején.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario