Toda una vida “en guerra”
Estados Unidos: ¿Guerra hasta
el fin de los tiempos?
Por Tom Engelhardt
Rebelion
14/08/2021
Fuentes: TomDispatch
- Foto: Vehículo blindado del ejército de EE.UU. en Afganistán (CC BY-NC-ND
2.0)
Traducido para
Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Les contaré
algo peculiar en un mundo cada vez más peculiar: Nací en julio de 1944 en medio
de una guerra mundial devastadora. Esa guerra acabó en agosto de 1945 con la
eliminación física de dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, producida
por las dos bombas más devastadoras de la historia hasta ese momento, cuyos nombres
en código eran “Little Boy” (Muchachito) y “Fat Man” (Hombre gordo).
Entonces yo era
muy pequeño. Ya han pasado más de tres cuartos de siglo desde que, el 2 de
septiembre de 1945, el ministro de asuntos exteriores japonés Mamoru Shigemitsu
y el general Yoshijiro Unezu firmaron el acta de rendición sobre la cubierta
del USS Missouri en la bahía de Tokio, que ponía fin oficialmente a la Segunda
Guerra Mundial. En Estados Unidos se conoce a ese día como V-J (el día de la
victoria sobre Japón) pero, en cierto sentido, para mí, para mi generación y
para Estados Unidos, lo cierto es que la guerra nunca ha terminado realmente.
Estados Unidos
ha estado en guerra, o al menos en conflictos armados (a menudo en tierras
lejanas), durante toda mi vida. Es cierto que, durante algunos de esos años, la
guerra era “fría” (lo que suele significar que esa carnicería, patrocinada con
frecuencia por la CIA, ocurría en su mayor parte fuera de la pantalla, fuera de
la vista), pero la guerra como forma de vida, no ha terminado nunca, no hasta
este momento.
De hecho, a
medida que se sucedían las décadas, la guerra pasaría a ser la
“infraestructura” en la que se invertía cada vez más el dinero de los
impuestos, en portaaviones, cazabombarderos de billones de
dólares, drones armados con misiles Hellfire y en la creación y
mantenimiento de cientos de guarniciones militares por todo el planeta, dinero
que dejaba de invertirse en carreteras, puentes o líneas de ferrocarril (o en
su versión de alta velocidad) en nuestro propio país. Durante esos mismos años,
el presupuesto del Pentágono se ha ido apoderando de un porcentaje cada vez
mayor del gasto federal discrecional, y la inversión anual a gran escala en lo
que se conoce como el Estado de seguridad nacional ha aumentado hasta alcanzar
la escalofriante cifra de 1,2 billones de dólares o más.
En cierto
sentido, es inconcebible pensar en futuros días V-J. No ha vuelto a haber
momentos, ni siquiera cuando las guerras terminaban, en los que surgiera alguna
versión de la paz y los enormes contingentes militares de EE.UU pudieran, como
al final de la Segunda Guerra Mundial, regresar a casa desmovilizados. El
momento más cercano a esta situación fue sin duda cuando la Unión Soviética se
desmoronó en 1991, la Guerra Fría terminó oficialmente, y el establishment de
Washington declaró su triunfo sobre el mundo. Pero, por supuesto, el prometido
“dividendo de paz” nunca llegó, ya que la primera Guerra del Golfo contra Irak
empezó ese mismo año y la reducción del ejército estadounidense (y de la CIA)
nunca se produjo.
La guerra interminable
Como muestra,
consideremos que cuando el presidente Biden anunció recientemente el final
oficial de los casi 20 años de conflicto en Afganistán, con la retirada de las
últimas tropas de EE.UU. de ese país para el 9 de septiembre de 2021, el
Pentágono informaba al mismo tiempo de un nuevo aumento de su presupuesto, superior
al récord registrado en los años de Trump. Como dijo recientemente el teniente
coronel retirado de las fuerzas aéreas e historiador William Astore: “Solo en
Estados Unidos aunque las guerras terminen los presupuestos bélicos aumentan”.
Claro está que incluso
el final de la interminable guerra afgana puede ser una exageración. Por un
momento consideremos Afganistán como algo aparte del historial de guerras de
este país. Al fin y al cabo, si en 1978 hubiera afirmado que 30 de los próximos
42 años Estados Unidos estaría en guerra contra un solo país y hubiera pedido
que lo identificarais, os aseguro que no habríais pensado en Afganistán. Y, sin
embargo, así ha sido. Desde 1979 hasta 1989 tuvo lugar en aquel país la guerra
de los extremistas islamistas, con el respaldo de la CIA (con miles y miles de
millones de dólares) contra Rusia. Sin embargo es evidente que las lecciones
obvias que los rusos aprendieron de aquella aventura, cuando sus militares
regresaron derrotados y maltrechos a casa y la Unión Soviética se derrumbó poco
después –que Afganistán es realmente el “cementerio de los imperios”– no
tuvieron ningún impacto en Washington.
¿Cómo explicar
si no los más de 19 años de guerra que siguieron a los atentados del 11-S,
cometidos en realidad por un pequeño grupo de islamistas, al-Qaeda, surgido
como aliado de Washington en aquella primera guerra afgana? Hace poco el
inestimable proyecto Costes de la Guerra estimaba que la segunda guerra afgana
de EE.UU. ha costado a este país 2.300 billones de dólares (sin incluir el
precio de los cuidados a los veteranos por el resto de su vida) y ha provocado
la muerte de al menos a 241.000 personas, incluyendo 2.442 miembros del
ejército estadounidense. Si en 1978, tras el desastre de la Guerra de Vietnam,
os hubiera dicho que nuestro futuro estaría lleno de fracasos bélicos, no me
cabe duda de que os habríais reído en mi cara.
No obstante,
treinta años después, el alto mando del ejército de EE.UU. no parece haber
captado la lección que “enseñamos” a los rusos y luego experimentamos nosotros
mismos. Como resultado, según informes recientes, el alto mando se ha opuesto
uniformemente a la decisión del presidente Biden de retirar todas las tropas de
aquel país para el vigésimo aniversario del 11-S. En realidad, no está nada
claro que para esa fecha, si la propuesta del presidente sigue los planes
acordados, esa guerra haya acabado realmente. Al fin y al cabo los mismos
comandantes y jefes de inteligencia parecen estar intentando organizar
versiones a larga distancia de ese conflicto o, como lo ha expresado el New
York Times, siguen dispuestos a “combatir desde lejos” allí mismo. Incluso
están considerando establecer
nuevas bases en territorios vecinos para hacerlo.
Las “guerras
eternas” de Estados Unidos –lo que se conoció como Guerra Global contra el
Terror y que incluía a 60
países cuando el presidente George W. Bush la proclamó– parecen
estar poco a poco desinflándose. Desgraciadamente, otro tipo de guerras
potenciales, especialmente las nuevas guerras frías con China y Rusia (con el
uso de nuevos tipos
de armamento de alta tecnología) parecen estar en preparación.
La guerra de nuestro tiempo
Una clave para
entender todo esto es que, en estos años, cuando la guerra de Vietnam iba
llegando a su fin en 1973, se eliminó el servicio militar obligatorio y la
propia guerra se convirtió en una actividad “voluntaria” para los
estadounidenses. Es decir, fue más fácil que nunca no solo no protestar por
tener que ir a la guerra, sino no prestarle atención a la propia guerra o a los
militares que iban a ella. Y al hecho de que el ejército estaba cambiando y
creciendo de manera notable.
En los
siguientes años, por ejemplo, el cuerpo de élite de las Boinas Verdes de la era
Vietnam fue incorporado a un conjunto más amplio de fuerzas de Operaciones
Especiales, que llegó a incluir hasta 70.000
efectivos (es decir, un número mayor que el de las fuerzas
armadas de muchos países). Esos cuerpos de operaciones especiales se
convertirían funcionalmente en un segundo ejército, más hermético, integrado
dentro del propio ejército y mayormente libre de cualquier tipo de supervisión
ciudadana. En 2020, según informa Nick Turse, estarían emplazados nada menos
que en 154 países de
todo el planeta, a menudo participando en conflictos “en la sombra” a los que
los estadounidenses apenas prestan atención.
Desde la Guerra
de Vietnam (que tanto enojó a los políticos de esta nación y fue protestada en
las calles por un movimiento pacifista del que formaban parte un número
significativo de soldados en activo y veteranos de guerra) la guerra cada vez
ha tenido un papel menos determinante en la vida de los estadounidenses. Es
cierto que ha habido una serie de actos de reconocimiento a “las tropas” por
parte de ciudadanos y empresas. Pero hasta ahí llega la atención, mientras que
ambos partidos políticos, año tras año, siguen apoyando firmemente el aumento
del presupuesto del Pentágono y el lado industrial (es decir, la fabricación de
armamento) del complejo militar-industrial. La guerra “al estilo americano”
puede ser eterna pero –a pesar, por ejemplo, de la militarización de las
políticas de este país y del modo en que esas guerras llegaron a casa, hasta el
Capitolio, el pasado 6 de enero– sigue siendo una realidad sorprendentemente
distante para la mayor parte de los estadounidenses.
Una posible
explicación es la siguiente: aunque, como he dicho, Estados Unidos ha estado
funcionalmente en guerra desde 1941, el país solo sintió sus consecuencias
directas en dos ocasiones, el 7 de diciembre de 1941, cuando Japón atacó Pearl
Harbor, y el 11 de septiembre de 2001, cuando 19 secuestradores (en su mayoría
saudíes) estrellaron aviones comerciales contra el World Trade Center de Nueva
York y el Pentágono.
Y, no obstante,
en otro sentido, la guerra ha estado y sigue estando en nosotros. Consideremos
por un momento algunas de esas guerras. Los que tenemos cierta edad podemos
recordar las más grandes: Corea (1950-1953), Vietnam (1954-1975) –sin olvidar
el brutal baño de sangre en los países vecinos, Laos y Camboya–, la primera
Guerra del Golfo de 1991 y la desastrosa segunda, la invasión de Irak en 2003.
Luego, claro está, vino la Guerra Global contra el Terror que comenzó pocos
después de aquel 11-S de 2001, con la invasión de Afganistán, para extenderse
luego al resto de Oriente Próximo y a significativas partes de África. En marzo
pasado, por ejemplo, llegaron a un asediado Mozambique los primeros 12
instructores de fuerzas especiales, apenas una pequeña nueva ampliación del
despliegue del terrorismo estadounidense anti-islamista (que está fracasando)
por gran parte de ese continente.
Y, además de
todo lo anterior, por supuesto, están los pequeños conflictos (aunque no sean
necesariamente pequeños para quienes viven en esos países) que por lo general
ya hemos olvidado, aquellos que tuve que rebuscar en mi debilitado cerebro para
poder recordar. Quiero decir, ¿quién se acuerda hoy día del desastre del
presidente Kennedy y de la CIA en Bahía de Cochinos en 1961? O del envío por
parte del presidente Lyndon Johnson de 22.000 soldados a la República Dominicana
en 1965 para “restaurar el orden”. O de la versión de “autodefensa agresiva” de
los marines enviados por el presidente Reagan al Líbano que, en octubre de
1983, sufrieron un atentado suicida en sus cuarteles que acabó con la vida de
241 de ellos. O de la invasión anticubana de la pequeña isla caribeña de
Granada ese mismo mes, en el que murieron 19 estadounidenses y 116 fueron
heridos.
Y además,
llámelos cada uno como prefiera, están los interminables intentos de la CIA (a
veces con ayuda del ejército estadounidense) de intervenir en los asuntos de
otros países, actuaciones que van desde el apoyo a los nacionalistas contra las
fuerzas comunistas de Mao Tse-Tung en China de 1945 a 1949, hasta atizar el
fuego de un pequeño conflicto aún activo en Tíbet en los años 50 y principios
de los 60, y el derrocamiento de los gobiernos de Guatemala e Irán, entre otros
lugares. Se estima que desde 1947 a 1989 se produjeron 72
intervenciones de ese estilo, muchas de ellas de carácter
bélico. Tenemos, por ejemplo, las guerras por delegación en América Central,
primero en Nicaragua contra los sandinistas y luego en El Salvador,
acontecimientos sangrientos aunque pocos soldados o agentes estadounidenses de
la CIA murieran en ellos. No puede decirse que estas fueran “guerras” en el
sentido tradicional de la palabra, no todas ellas, aunque en ocasiones tuvieran
lugar golpes de Estado militares y similares, pero por lo general se produjeron
matanzas en todos esos países. Y esto es solo para dar una idea del tipo de
intervenciones militarizadas de EE.UU en la era posterior a 1945, como explica
claramente el periodista William Blum en “A Brief
History of Interventions”.
Dondequiera que
intentemos encontrar el equivalente a un breve tiempo sin guerras
estadounidenses tropezamos con la realidad. Por ejemplo, quizá tengáis en mente
el breve periodo comprendido entre la derrota del Ejército Rojo en Afganistán
en 1989 y la implosión de la Unión Soviética en 1991, ese momento en que los
políticos de Washington, inicialmente conmocionados por el fin inesperado de la
Guerra Fría, declararon su triunfo en el planeta Tierra. Ese breve periodo casi
podría haber pasado por un periodo de “paz”, al estilo americano, si al
ejército de EE.UU. bajo la presidencia de George Bush padre no le hubiera dado
por invadir
Panamá (“Operación Causa Justa”) a finales de 1989 para
deshacerse de su líder autocrático Manuel Noriega (un antiguo agente de la CIA,
por cierto). En esa operación murieron unos 3.000 panameños, muchos de ellos
civiles, y 23 soldados estadounidenses.
Y luego, en
enero de 1991, empezó la Primera Guerra del Golfo. Tuvo como resultado la
muerte de entre 8.000 y 10.000 iraquíes y “solo” un pequeño número de bajas
entre las fuerzas de la coalición de fuerzas liderada por EE.UU. Los siguientes
años se produjeron una serie de ataques aéreos contra Irak. Y no olvidemos que
ni siquiera Europa quedo exenta de la intervención estadounidense puesto que,
en 1999, durante la presidencia de Bill Clinton, las fuerzas aéreas de EE.UU. lanzaron
una destructiva campaña de bombardeos contra los serbios en la antigua
Yugoslavia que duró 10 semanas.
Todo esto no es
más que una lista incompleta, especialmente en este siglo, con unos 200.000
soldados estadounidenses desplegados en un asombroso número de
países, al tiempo que los drones de EE.UU. lanzaban regularmente ataques contra
“terroristas” en una y otra nación y los presidentes de este país se convertían
literalmente en “asesinos en
jefe”. Hasta el día de hoy, lo que el académico y exasesor de la CIA
Chalmers Johnson denomina “el imperio de las bases militares” (alrededor de 800
en todo el mundo, todo un récord histórico) sigue inmutable, y en cualquier
momento podría aumentar, pues el presupuesto militar del país es equivalente al
del conjunto de los 10 países que le siguen en la lista (¡sí, al de todos
juntos!), incluyendo a China y Rusia.
Cronología de matanzas
Las últimas
tres cuartas partes de este siglo estadounidense posterior a la Segunda Guerra
Mundial han sido, en efecto, una cronología de matanzas, aunque pocos
ciudadanos de este país sean conscientes de ello o lo reconozcan. Al fin y al
cabo, desde 1945 los estadounidenses solo han sentido una vez la guerra en
casa, cuando casi 3.000 civiles murieron en un atentado que pretendía ser una
provocación y que dio lugar a la guerra contra el terror, que se convirtió en
una guerra de terror y extendió los movimientos terroristas por todo nuestro
mundo.
Tal y como ha
expresado recientemente el periodista William Arkin, Estados Unidos ha creado
un estado de guerra permanente con el objetivo de facilitar una “guerra
interminable”. Como afirma dicho autor, en este mismo momento nuestra nación
“puede estar matando o bombardeando en 10 países diferentes”, posiblemente en
más, y eso no es algo realmente extraordinario en nuestro pasado reciente.
La pregunta que
los estadounidenses raramente se plantean es esta: ¿Qué pasaría si EE.UU.
comenzara a desmantelar su imperio de bases militares, cambiara la asignación
de esos dólares captados por los impuestos y destinados al ejército y los
utilizara para cubrir nuestras necesidades internas, abandonara su foco en la
guerra permanente y dejara de considerar al Pentágono como nuestra santa
iglesia? ¿Qué ocurriría si se detuvieran, aunque fuera brevemente, las guerras,
los conflictos, las conspiraciones, los asesinatos y los atentados con drones?
¿Cómo sería
nuestro mundo si simplemente declararan la paz y volvieran a casa?
Tom Engelhardt es el creador y editor de la web TomDispatch.com y
cofundador del American Empire Project, así como autor de una elogiada historia
del triunfalismo estadounidense en la Guerra Fría, The End of Victory Culture.
Fuente: https://tomdispatch.com/american-style-war-til-the-end-of-time/
El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete
su integridad y se nombre a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente
del mismo
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