¿La pandemia de hoy o el capitalismo de siempre?
Rebeli
29/06/2021
Fuentes: Tierra
viva
Nuevo libro: «Geografías del conflicto». Compilado por Daiana Melón y
Mariana Relli Ugartamendía, aborda desde la pandemia al modelo agropecuario, de
los humedales a la crisis habitacional, la crisis civilizatoria y las
construcciones de alternativas populares. Material de libre descarga,
compartimos uno de los quince capítulos.
“En esta
confluencia de crisis sociales y ecológicas, ya no podemos permitirnos ser poco
imaginativos; no podemos permitirnos soslayar el pensamiento utópico. Estas
crisis son demasiado serias y las posibilidades demasiado avasallantes como
para ser resueltas con las formas tradicionales de pensamiento, que son
justamente las productoras de estas crisis”, escribía Murray Bookchin en 1972,
sin haber vivido la actual crisis sanitaria desatada por el virus Covid-19.
Quizás no imaginó específicamente esta pandemia, pero sí previó, como otras y
otros ecologistas, las brutales consecuencias de un accionar cada vez más
avasallante y destructor que como sociedad estamos teniendo sobre la
naturaleza.
El 2020 ha
sido, hasta ahora, aunque con diferencias dependiendo el lugar, un año trágico
para la humanidad entera: colapsos de los sistemas de salud, muertes, encierro
y la consecuente pérdida de socialización para personas adultas y jóvenes, una
crisis económica mundial sólo comparable con la crisis del treinta, con sus
correlatos de mayor desigualdad, desocupación y pobreza, por mencionar sólo
algunas de las consecuencias más inmediatas de esta pandemia.
Según la propia
Vicesecretaria General de las Naciones Unidas, Amina J. Mohammed, “entre 70 y
100 millones de personas podrían verse empujadas a la pobreza extrema; 265
millones de personas más podrían enfrentar una grave escasez de alimentos a fines
de este año, y se estima que se han perdido 400 millones de puestos de trabajo,
por supuesto, afectando de manera desproporcionada a las mujeres” [1].
A pesar de los
diferentes análisis que pueden encontrarse sobre el origen y desarrollo de la
pandemia del coronavirus, gran parte de los científicos y las científicas,
incluso los de la “ciencia hegemónica”, coinciden en que es innegable
la relación causal entre esta pandemia y los problemas causados por la
destrucción de la biodiversidad [2]. Y esta destrucción de la
biodiversidad existe gracias a una forma particular que cobra la escisión entre
la sociedad y la naturaleza en el sistema capitalista. La sociedad capitalista
no solo reproduce una objetivación de la naturaleza previa a este sistema, sino
que además la mercantiliza, es decir, la convierte en recurso económico,
elegantemente denominado como “recurso natural”.
Hoy más que
nunca, debido a las visibles consecuencias de la actual pandemia, debemos
cuestionar esta conversión de la naturaleza en recurso económico, como lo
viene haciendo el movimiento socioambiental en las luchas en defensa de los
bienes comunes. Pero esta mercantilización de la naturaleza, sin embargo, no es
un hecho aislado, sino que es parte de la maquinaria irracional de producir,
vender y consumir que en este sistema tiene como fin principal la generación de
la rentabilidad capitalista.
Como parte de
esta maquinaria irracional, por un lado, los gobiernos, los grandes
laboratorios y las universidades vienen persiguiendo, desesperadamente, la
vacuna contra esta enfermedad. Aunque, “si este tipo de pandemias echa raíces
en las tramas de la producción capitalista, ¿cómo puede una vacuna ser la
solución que todos esperamos?”, se pregunta Rob Wallace, investigador en la
Universidad de Minnesotta [3].
Por otro lado,
en simultáneo, los gobiernos buscan una solución inmediata que revierta la
crisis económica que estamos atravesando, como la desesperada búsqueda de
inversiones por las cuales los Estados capitalistas compiten, promocionando actividades
rentables para las grandes empresas del mundo. Entre estas actividades se
encuentran las causantes de un cambio ambiental global, es decir, las
responsables de estas pandemias. Y, además, son causantes del cambio climático
que ya está generando tantos o más desastres que el propio coronavirus, con
sequías, deforestación e inundaciones, por mencionar sólo algunos de sus
efectos.
Por lo
tanto, cualquier salida que busquemos para terminar con las pandemias,
deberá generar cambios profundos en la forma de producción, y, a su
vez, debemos discutir quién decide qué y para qué producimos como
sociedad. Tendremos que cuestionar si lo define la rentabilidad capitalista
o las necesidades de las poblaciones. Pero, además, deberemos reflexionar sobre
cuáles son las necesidades de la población, porque en el capitalismo no solo
las cosas se fetichizan, sino también nuestras necesidades. Éstas, digamos,
adquieren vida propia. Así, por ejemplo, se naturaliza la necesidad de producir
por producir y consumir por consumir, transformando a “crecer o morir” o a
“comprar o morir” en máximas de la sociedad actual, tal como decía Bookchin
(1972).
Para terminar con este mundo de pandemias, entonces, no basta pensar cómo
haremos para abastecer todas nuestras necesidades, sino que también debemos
cuestionarnos acerca de nuestras propias necesidades.
Sin embargo,
sólo podrán impulsar un cuestionamiento de este tipo sujetos libres para elegir
sus necesidades, no para elegir ofertas en tiendas de supermercado; sujetos
libres para modificar una forma de producción generadora de pandemias y, antes
que nada, para modificar la finalidad de esa producción.
Pero lejos de
una búsqueda de soluciones profundas, se nos presentan cotidianamente
propuestas de salidas falsas a este problema, sean mágicas o simplemente
superficiales, como lo son las que impulsan bonos verdes, energías limpias,
explotación de la naturaleza en manos de empresas estatales, entre otras.
Una solución
profunda no puede reducirse a una discusión de quiénes y cuánto tienen que
pagar por destruir la naturaleza, desforestar, verter líquidos contaminantes o
agrotóxicos en ríos. Es decir, esta solución no puede limitarse a impulsar
políticas que busquen que los precios incorporen el costo de las
“externalidades”.
En otras palabras,
no se trata de plantear impuestos, propuesta histórica neoliberal, aunque ahora
se vista con camisas progresistas. Su ya vieja y conocida proclama de “el que
contamina paga” significa determinar un precio para la destrucción de la
naturaleza y de nuestros cuerpos. De todos modos, incluso introduciéndonos en
la lógica de los profetas de los impuestos verdes y sus amigos desarrollistas,
surge el interrogante de cómo calcularían, a la luz de la situación actual, es
decir, de una crisis económica y social sin precedentes, los “costos” en
cuestión.
Tampoco puede
restringirse la solución a una propuesta de “energías más limpias” llevadas
adelante por una sociedad irracional, que las transformará en nuevos mercados
para el capital. Las propuestas mágicas de un “capitalismo verde” no
pueden ser la consigna de quienes busquen una solución real a este mundo de
pandemias. Porque aquella irracionalidad, así como la objetivación de
la naturaleza y del trabajo humano en tanto recursos para la rentabilidad, son
inseparables de la esencia del sistema capitalista en el que vivimos.
Mucho menos
puede reducirse a una discusión sobre si la explotación y destrucción de la
naturaleza debería hacerse de forma privada –sea ésta con capitales nacionales
o extranjeros–, estatal o mixta. Es decir, no importa quién destruye la
biodiversidad, sino la destrucción misma. Así como no importa si quien
explota a las trabajadoras es un capitalista bueno o malo, si nació en la
Patagonia o en Alemania. La destrucción de la naturaleza y la explotación
del trabajo humano no saben de banderas.
Por último,
sobre todo no encontraremos la solución cuestionando el mal -o sub-desarrollo-
que padecemos, ilusionándonos con un mejor o mayor desarrollo. Una ecología
crítica no puede someterse a la promoción de un desarrollo sin más, sino que
debe desnaturalizar la necesidad de ser una sociedad más y más productiva, es
decir, desfetichizar la necesidad de producir de forma eficiente como objetivo
en sí mismo, porque la “productividad” así como las “necesidades
humanas” no pueden desprenderse del contexto social en el que surgen.
La
productividad -o eficiencia- en el capitalismo se nos impone como imperativo,
como meta para alcanzar un desarrollo que la sociedad ya no se cuestiona. Y la
productividad en el sistema actual implica, en un país como Argentina, la
necesidad de producir más commodities para exportar o para atraer inversiones
extranjeras. Y, entonces, por ejemplo, para que la minería tenga una producción
eficiente, sea más productiva y, por lo tanto, genere más divisas, tendrá que
dinamitar montañas y utilizar grandes cantidades de agua y energía, contaminar
ríos, es decir, generar “externalidades”, o sea, destruir la naturaleza [4].
Tampoco la
agroindustria podría ser más productiva en este mundo dominado por la
competencia y la rentabilidad capitalista dejando de utilizar agrotóxicos que
generan, entre otras consecuencias, contaminación en los suelos y en los
cuerpos de las personas, es decir, otras “externalidades” [5]. Por lo
tanto, la búsqueda de una mayor productividad en este mundo gobernado
por la rentabilidad capitalista, solo puede traducirse en más despojo y
destrucción de la naturaleza. Pero no necesariamente porque todos los
empresarios o los gobiernos estén ansiosos por contaminarnos, sino porque esta
es la manera de hacerlo en un mundo irracional gobernado por la rentabilidad.
Por lo tanto,
en lugar de ilusionarnos con regresar a esa “normalidad” que causó esta
pandemia mundial, deberíamos detenernos a observar que cuando la máquina de producir,
comprar y consumir se frenó como resultado de la cuarentena, se produjo una
caída sin precedentes de la emisión de dióxido de carbono (CO2), una de las
principales causantes del cambio climático. Por un momento, la naturaleza
respiró, vimos más pájaros y más estrellas. Pero solo por un momento.
Porque nuestros gobiernos no están frenando la maquinaria para pensar
si podemos como humanidad producir de otra manera, para repensar nuestras
necesidades reales y para que pensemos en cómo usar esa capacidad de enfrentar,
dominar y destruir a la naturaleza, en reconstruir creativamente una nueva
forma de reconciliarnos con ella.
Pero no hay
tiempo para estas reflexiones, porque tenemos que pagar la deuda, salir de la
crisis, buscar inversores, exportar, destruir montañas, contaminar aguas,
incendiar bosques, destruir humedales para producir soja, impulsar proyectos de
criaderos industriales de cerdos a gran escala, aunque puedan generar nuevas
zoonosis y más. Eso nos dicen los gobiernos y eso es lo que están haciendo para
buscar una “reactivación económica”. Es decir, volver a una, y quizás más
fuerte, “normalidad” a la cual, como decía una pared de Hong Kong, no podemos
retornar porque la normalidad era precisamente el problema.
Pero mientras
empresarios y gobiernos buscan nuevos negocios pandémicos, en nuestra
contradictoria sociedad se generan voces críticas, etiquetadas por los de
arriba como “antidesarrollistas” o incluso “ecoterroristas”. Voces algunas
sueltas y otras organizadas en asambleas, que se atreven a cuestionar los
“bellos” discursos desarrollistas; que comenzaron a defender lo que quizás aún
no identificaban como “bien común”, porque éstos eran sólo “el bosque”, “el
cielo”, “el río”, “el agua”; y hubieran seguido existiendo como tales si una
empresa o el Estado no hubieran dicho “¡esto es mío, lo voy a destruir para
hacer dinero!”.
Sólo a partir
de ese momento, aquello que era parte de un “entorno natural”, esas montañas,
esos ríos, esos bosques, ese cielo y esa agua, empiezan a transformarse en un
proceso de defender lo común.
La idea de “bienes comunes” se opone entonces a la de “recursos naturales”,
en tanto representación de la mercantilización de la naturaleza.
Pero no debe
enfrentarse para generar una nueva objetivación de la naturaleza, es decir, en
tanto lista de “objetos naturales, pero ahora comunes” como algo preexistente a
las luchas socioambientales, sino, justamente, para desfetichizar esa
objetivación de la relación de dominación, para ir destruyendo aquella relación
de dominación como modo predominante de relacionarnos con la naturaleza.
En sus
proclamas “contra el saqueo y la contaminación”, esas voces que se multiplican
buscan discutir la necesidad de más desarrollo capitalista y defender su
derecho a la autodeterminación, porque para solucionar los problemas de raíz,
esas voces saben que debemos construir relaciones diferentes, tanto entre seres
humanos como con la naturaleza.
Cuestionar la
relación de dominación de la humanidad sobre la naturaleza se va aunando así
con una lucha contra la propia dominación de una parte de la humanidad por
otra. Dominación que, como la maquinaria de necesitar, producir, consumir y
comprar, no nos es impuesta desde afuera, sino que la hacemos funcionar a
diario como sociedad.
Por ello, no es
casualidad que estas voces busquen el modo asambleario como otra forma
de hacer política no jerárquica, como otro modo de tomar decisiones, aunque
no sin contradicciones, no sin frustraciones, no sin tropiezos, no sin vicios
propios “heredados” de una sociedad capitalista, por lo tanto, irracional,
patriarcal y jerárquica. Ninguna forma asamblearia, ni defensa ecologista en
este mundo puede desprenderse del todo, como las necesidades sociales, del
mundo en el que nacen. Pero, ahora, la búsqueda de una sociedad
verdaderamente libre, no jerárquica y racional, que pueda definir sus
necesidades, se hace sumamente imprescindible. Porque sabemos las y los
ecologistas críticos que, si la sociedad actual continúa con este proceso de
destrucción de la biodiversidad, es muy probable que, lejos de dominar
completamente a la naturaleza como pretendería la soberbia humana, ésta sea
incapaz de sustentarnos como especie.
**Link para descargar el
libro.
Referencias bibliográficas
Álvarez
Huwiler, L. (2017). Minería, dinamismo y despojo. RELACSO, 10.
Bookchin, M.
[1999, (1972)]. La ecología de la libertad. Madrid: Nossa y Jara
Editores.
Schmidt, M. y
Toledo López, V. (2018). Agronegocio, impactos ambientales y conflictos por el
uso de agroquímicos en el norte argentino. Revista Kavilando, 10
(1), 162-179.
Notas
[1] Noticias
ONU, “La recuperación de la crisis económica debida al Covid-19, a debate en la
ONU”, 8/9/2020.
[2] Puede
leerse en el informe elaborado por 22 especialistas en el tema, convocados por
la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad
Biológica y Servicios de los Ecosistemas. https://ipbes.net/pandemics, 2020.
[3] El Salto,
“Rob Wallace: Las vacunas pueden ayudar, pero hay que intervenir para que la
Covid-19 no sea seguida de la Covid-20, Covid-21, etc.”, 16/11/2020.
[4] Para más
información sobre las características que asumió la nueva forma de
producción
minera a gran escala, puede leerse Álvarez Huwiler (2017).
[5] Para más
información sobre las características del agronegocio y sus consecuencias
ambientales y en la salud de la población, véase Schmidt, M., y Toledo López,
V. (2018).
Laura Álvarez Huwiler. Investigadora del Centro de
Investigación en Economía y Sociedad de la Argentina Contemporánea (UNQ) y
Profesora en la UNAJ. Correo electrónico: lauralvhu@gmail.com
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/la-pandemia-de-hoy-o-el-capitalismo-de-siempre/
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