¿Hubo una fuga del laboratorio
de Wuhan? Por qué una investigación no revelará la verdad
VIENTOSUR
10 JUNIO 2021
¿Por qué hemos de creernos que los estamentos
político, mediático y científico tienen ahora interés en contarnos la verdad, o
en asegurarnos el bienestar, después de haberse demostrado que han mentido
repetidamente o guardado silencio en relación con asuntos todavía más graves y
durante periodos mucho más largos, como por ejemplo con las diversas
catástrofes ecológicas que han estado acechando desde la década de 1950?
Hace un año, la idea de que la covid-19 se produjo a raíz
de una fuga del Instituto de Virología de Wuhan –que se halla cerca del mercado
de mariscos de esa ciudad, donde suele situarse el origen del virus– se
consideraba descabellada, propia de los Donald Trump, QAnon y demás halcones de
la derecha que pretendían escalar peligrosamente las tensiones con China.
Ahora, después de lo que ha sido efectivamente un año
de apagón de la teoría de la fuga del virus en los grandes medios de
comunicación y por parte del estamento científico, el presidente Joe Biden ha anunciado
una investigación con vistas a evaluar su credibilidad. A raíz de ello, lo que
hasta hace unas pocas semanas se tachaba de desquiciada conspiración de
derechas, de pronto se airea a los cuatro vientos y se sopesa seriamente en
círculos progresistas. Todos los medios publican reportajes destacados, en los
que se preguntan si una pandemia que ha matado a tanta gente y destruido la
vida de tantas personas puede atribuirse a la soberbia humana y la manipulación
biológica en vez de a una causa natural.
Durante muchos años, científicos que trabajan en
laboratorios como el de Wuhan han llevado a cabo experimentos de tipo
Frankenstein con virus. Han modificado agentes infecciosos presentes en la
naturaleza –que a menudo se hallan en animales como los murciélagos– para
tratar de prever qué podría ocurrir en caso de que los virus, y especialmente
los coronavirus, mutaran a la peor variante hipotética imaginable. La finalidad
declarada de esta práctica es asegurar que la humanidad parta con ventaja
frente a cualquier nueva pandemia, preparando estrategias y vacunas por
adelantado para hacerle frente. Es sabido que en el pasado ha habido muchas
fugas de virus de laboratorios como el de Wuhan. Y ahora han aparecido
informaciones, desmentidas por China, de que varios miembros del personal del
laboratorio de Wuhan enfermaron a finales de 2019, poco antes de que la
covid-19 comenzara a expandirse a escala mundial. ¿Escapó del laboratorio un
coronavirus novedoso, manipulado por humanos, y se propagó por el mundo?
La verdad no interesa
Aquí entramos en arenas movedizas. Porque nadie que
está en condiciones de responder a esta pregunta parece tener interés alguno en
hallar la verdad, o al menos en que el resto del mundo sepa la verdad. Ni
China, ni la clase política estadounidense, ni la Organización Mundial de la
Salud, ni tampoco los grandes medios de comunicación. Lo único que podemos
afirmar con certeza es esto: nuestro conocimiento de los orígenes de la
covid-19 ha sido manipulado narrativamente a lo largo de los últimos 15 meses y
sigue siendo manipulado narrativamente en la actualidad. Nos cuentan únicamente
lo que conviene a poderosos intereses políticos, científicos y comerciales.
Hoy sabemos que hace un año nos engañaron para
hacernos creer que lo de la fuga del laboratorio era un despropósito fantasioso
o una prueba de sinofobia, cuando a todas luces no era ni lo uno, ni lo otro. Y
ahora deberíamos comprender que, aunque la nueva versión suponga un giro de 180
grados, siguen engañándonos. No podemos confiar en nada de los que nos hayan
contado o nos cuenten ahora el gobierno de EE UU o los grandes medios de
comunicación sobre el origen del virus. Nadie en el poder desea realmente
llegar al fondo de esta cuestión.
De hecho, más bien sucede lo contrario. Si llegamos a
comprender realmente sus implicaciones, esta historia podría acarrear la
posibilidad no solo de desacreditar profundamente a las elites políticas,
mediáticas y científicas occidentales, sino de cuestionar incluso toda la base
ideológica sobre la que descansa su poder. De ahí que lo que vemos ahora no es
un intento de buscar la verdad del año transcurrido, sino un esfuerzo
desesperado de esas mismas elites por seguir controlando nuestra comprensión de
la misma. Las opiniones públicas occidentales están siendo objeto de una
continua guerra psicológica a manos de sus propios gobernantes.
Experimentos con virus
El año pasado, la versión más segura por los
estamentos político y científico occidentales era la idea de que un animal
salvaje, como un murciélago, introdujo el virus de la covid-19 entre la
población humana. En otras palabras, nadie tenía la culpa. La alternativa era
responsabilizar a China de una fuga del laboratorio, como intentó hacer Trump,
pero había una buena razón para que la mayoría de la clase política
estadounidense no quisiera avanzar por esta vía. Una razón que tenía poco que
ver con la preocupación por no caer en teorías conspiranoicas o por evitar la
provocación de tensiones innecesarias con una China provista de armamento
nuclear.
Nicholas Wade,
experiodista científico del New York Times, expuso en mayo, después
de investigar a fondo, por qué la idea de una fuga del laboratorio era
científicamente sólida, citando a algunos de los virólogos más destacados del
mundo. Pero Wade también sacó a relucir un problema mucho más grave para las
elites estadounidenses: poco antes de producirse el brote de la covid-19, el
laboratorio de Wuhan estaba cooperando por lo visto con científicos de
EE UU y funcionarios de la OMS en la experimentación con virus, en lo que
en lenguaje científico se denomina una investigación de ampliación de
funciones (gain-of-function).
Los experimentos de ampliación de funciones habían
quedado suspendidos durante el segundo mandato de Barack Obama, precisamente
debido a la preocupación por el peligro de que una mutación de un virus
producida por la intervención humana escape del laboratorio y cause una
pandemia. Sin embargo, bajo la presidencia de Trump, EE UU reanudó el
programa y, según se informa, financió los trabajos del laboratorio de Wuhan a
través de una organización médica estadounidense llamada EcoHealth Alliance.
El funcionario estadounidense a quien se atribuye el
impulso más decidido por reemprender esta actividad es el doctor Anthony Fauci:
sí, el asesor médico jefe del presidente de EE UU y el alto cargo ampliamente
conocido por frenar la respuesta temeraria de Trump a la pandemia. Si la teoría
de la fuga del laboratorio es correcta, la persona que supuestamente salvó a EE
UU de los peores efectos de la pandemia podría haber sido en realidad uno de
sus principales instigadores. Y para más inri, también han estado implicados en
el asunto altos cargos de la OMS, al estar estrechamente relacionados con la
investigación de ampliación de funciones a través de grupos como
EcoHealth Alliance.
Colusión en el engaño
Esta fue al parecer la verdadera razón por la que la
teoría de la fuga del laboratorio fue descartada de modo tan terminante, el año
pasado, por las elites políticas, médicas y mediáticas occidentales, sin que se
hiciera esfuerzo alguno por evaluar seriamente esta posibilidad o iniciar una
investigación. No obedeció a ningún sentido de fidelidad a la verdad o a la
preocupación por evitar toda incitación racista contra los chinos, sino al puro
interés egoísta.
Si alguien lo duda, piense que la OMS nombró a Peter
Daszak, presidente de EcoHealth Alliance, el mismo grupo que supuestamente
financió la investigación de ampliación de funciones en Wuhan en nombre de
EE UU, para que investigara la teoría de la fuga del laboratorio y fuera
de hecho el portavoz de la OMS en esta cuestión. Decir que Daszak tenía un
conflicto de intereses sería minimizar totalmente el problema. Este señor, por
supuesto, ha descartado claramente cualquier posibilidad de una fuga y –cosa
que tal vez no sorprenda– sigue dirigiendo la atención de los medios al mercado
de mariscos de Wuhan.
Este artículo publicado
por la BBC el fin de semana ilustra hasta qué punto los principales medios no
solo muestran negligencia a la hora de informar de este asunto de manera
mínimamente seria, sino que también siguen engañando activamente a su público y
ocultando estos indignantes conflictos de intereses debajo de la alfombra. La
BBC sopesa abiertamente las dos posibles narrativas sobre el origen de la
covid-19, pero no menciona ninguno de los explosivos hallazgos de Wade,
incluido el posible papel de EE UU en la financiación de la investigación
de ampliación de funciones en Wuhan. Cita tanto a Fauci como a Daszak como
comentaristas fiables e imparciales y no como personajes que tienen mucho que
perder en caso de una investigación a fondo sobre lo que ocurrió en el
laboratorio de Wuhan.
Dado este contexto, los hechos de los últimos 15 meses
se parecen mucho más a un encubrimiento preventivo: al deseo de impedir que
emerja la verdad porque, si ocurrió una fuga del laboratorio, quedaría en
entredicho la credibilidad de las estructuras de autoridad sobre las que
descansa el poder de las elites occidentales.
Apagón informativo
Entonces, ¿por qué,
después del apagón tan afanosamente impuesto durante el año transcurrido, de
pronto el presidente Biden, los medios de comunicación dominantes y el
estamento científico hablan ahora públicamente de la posibilidad de una fuga
del laboratorio chino? La respuesta parece clara: porque el artículo de
Nicholas Wade, en particular, abrió de par en par las puertas de la hipótesis
de la fuga del laboratorio que se habían mantenido cerradas herméticamente.
Científicos que anteriormente temieron verse asociados con Trump o alguna teoría
de la conspiración, dicen ahora lo que piensan. Se ha destapado el pastel.
O bien, tal como
informó el Financial Times sobre la nueva narrativa oficial,
“el factor impulsor ha sido un cambio de actitud de algunos científicos que no
quisieron ayudar a Trump antes de las elecciones o irritar a otros científicos
influyentes que habían desechado la teoría”. Recientemente, la revista Science ha
doblado la apuesta al publicar una carta de 18 destacados científicos, en la que
declaran que las teorías de la fuga del laboratorio y del origen animal del
virus eran igualmente “viables” y que la investigación anterior de la OMS no
había dado un “trato equitativo” a ambas, una manera galante de decir que la
investigación de la OMS había sido un parche.
De modo que ahora el
gobierno de Biden nos aplica el plan B: limitación de daños. El presidente de
EE UU, la clase médica y los grandes medios plantean la posibilidad de una
fuga del laboratorio de Wuhan, pero no mencionan todas las pruebas reveladas
por Wade y otros, que implicarían a Fauci y a la elite política estadounidense
en dicha fuga, si ocurrió realmente. (Mientras, Fauci y sus acólitos se dedican
a enturbiar las aguas tratando de redefinir el concepto de ampliación
de funciones.)
El creciente ruido en las redes sociales, en gran
parte provocado por la investigación de Wade, es una de las principales razones
por las que Biden y los medios se ven obligados a abordar la teoría de la fuga
del laboratorio, que anteriormente habían descartado. Sin embargo, casi la
totalidad de los medios pasan de puntillas sobre las revelaciones de Wade
relativas a la implicación de EE UU y la OMS en la investigación de
ampliación de funciones y a su posible complicidad en una fuga del laboratorio
y su posterior encubrimiento.
Táctica evasiva
La supuesta investigación encargada por Biden obedece
cínicamente a una táctica evasiva. Hace que el gobierno estadounidense parezca
decidido a conocer la verdad cuando no se trata para nada de eso. Alivia la
presión sobre los grandes medios que de lo contrario se sentirían obligados a
buscar la verdad por su propia cuenta. El hecho de centrar la investigación
estrictamente en la teoría de la fuga deja fuera del campo visual la cuestión
más amplia de la posible complicidad de EE UU y de la OMS en esa fuga y
eclipsa los esfuerzos de círculos críticos ajenos por esclarecer precisamente
esta cuestión. Y el retraso inevitable que implica la realización de la
investigación aprovecha la fatiga ante las noticias relativas a la covid-19
cuando las sociedades occidentales comienzan a asomar la cabeza de detrás de
las sombras pandémicas.
El gobierno de Biden esperará que el interés del
público por esta cuestión se desvanezca rápidamente, de manera que los medios
de comunicación puedan dejarla fuera de sus radares. En cualquier caso, lo más
probable es que los hallazgos de la investigación no sean concluyentes, para
evitar una guerra de narrativas contrapuestas con China. Pero incluso si la
investigación obliga a señalar con el dedo a los chinos, el gobierno de Biden
sabe que los grandes medios occidentales informarán lealmente sobre sus
acusaciones contra China como un hecho, del mismo modo que ocultaron lealmente
toda información sobre una posible fuga del laboratorio hasta que se vieron
forzados a sacarla a la luz en los últimos días.
La ilusión de que nos
cuentan la verdad
El asunto de Wuhan nos brinda la oportunidad de
comprender más profundamente cómo las elites arrojan su poder narrativo sobre
el público, para controlar lo que pensamos o siquiera somos capaces de pensar.
Pueden torcer cualquier narrativa en ventaja suya. En los cálculos de las
elites occidentales, la verdad es en gran parte irrelevante. Lo que importa
sobre todo es alimentar la ilusión de que nos cuentan la verdad. Es vital que sigamos
creyendo que nuestros líderes gobiernan velando por nuestros intereses; que el
sistema occidental –a pesar de todos sus defectos– es el mejor posible para
organizar nuestra vida política y económica; y que avanzamos sin parar por el
camino del progreso, aunque a veces resulte pedregoso.
La tarea de mantener la ilusión de la verdad incumbe
al poder mediático. Su función consistirá ahora en exponernos a un debate tal
vez prolongado, pero sin duda vivo –si bien cuidadosamente circunscrito y al
final no concluyente– sobre si el virus de la covid-19 apareció de forma
natural o escapó del laboratorio de Wuhan. Se trata de gestionar sin
sobresaltos la transición de la certeza incuestionable del año pasado –que la
pandemia tenía su origen en un animal– a un cuadro más difuso y confuso que
incluye la posibilidad de una intervención humana –eso sí, muy china– en el
surgimiento del virus. Hay que procurar que no notemos ninguna disonancia
cognitiva cuando una teoría que hace tan solo unas semanas los expertos aseguraban
que era imposible pasa de pronto a ser muy posible, por mucho que en el
entretiempo no haya cambiado nada sustancialmente.
Lo esencial para los estamentos político, mediático y
científico es que no nos planteemos cuestiones más profundas:
* ¿Cómo es posible que medios supuestamente
escépticos, combativos e indómitos volvieran a hablar en su mayoría con una
única voz acrítica sobre un asunto de vital importancia, en este caso, durante
más de un año, sobre el origen de la covid-19?
* ¿Por qué este consenso mediático no lo quebró algún
medio poderoso y bien dotado de recursos, sino un antiguo redactor científico
en solitario, que trabaja como independiente y publica en una revista
científica poco conocida?
* ¿Por qué los numerosos científicos de postín que
ahora están dispuestos a poner en tela de juicio la narrativa impuesta del
origen animal del virus de la covid-19 han guardado silencio durante tanto
tiempo sobre la hipótesis por lo visto igualmente creíble de una fuga del
laboratorio?
* Y sobre todo, ¿por qué hemos de creernos que los
estamentos político, mediático y científico tienen ahora interés en contarnos
la verdad, o en asegurarnos el bienestar, después de haberse demostrado que han
mentido repetidamente o guardado silencio en relación con asuntos todavía más
graves y durante periodos mucho más largos, como por ejemplo con las diversas
catástrofes ecológicas que han estado acechando desde la década de 1950?
Intereses de clase
Estas preguntas, y con mayor razón las respuestas, las
evitará cualquiera que necesite creer que nuestros gobernantes son gente
competente y honesta y que buscan el bien público por encima de sus propios
intereses personales, estrechos y egoístas, o de los de su clase o categoría
profesional. El personal científico se somete servilmente al estamento
científico, pues ese mismo estamento controla un sistema en el que los
científicos individuales obtienen financiación para la investigación y
oportunidades de empleo y de promoción. Y los científicos no se sienten muy
motivados para poner en tela de juicio los fallos de su comunidad profesional o
alimentar el escepticismo del público ante la ciencia y la profesión
científica.
Asimismo, los y las
periodistas trabajan para un puñado de empresas mediáticas que son propiedad de
multimillonarios y que desean mantener la fe del público en la benevolencia de
las estructuras de poder que premian a los multimillonarios por su supuesto
ingenio y su capacidad para mejorar la vida del resto de la humanidad. Los
grandes medios no tienen interés alguno en animar al público a preguntarse si
son capaces de operar realmente como entidades neutrales que transmiten
información a la gente común o si más bien mantienen el statu quo que
beneficia a una diminuta elite de gente rica. Y los políticos tienen todos los
motivos del mundo para seguir convenciéndonos de que representan nuestros
intereses y no los de los donantes multimillonarios cuyas empresas y medios de
comunicación pueden destruir fácilmente sus carreras.
En esto nos las tenemos que ver con una serie de
categorías profesionales que hacen todo lo que está en su mano para preservar
sus propios intereses y los del sistema que les sostiene. Y esto requiere
muchos esfuerzos por su parte para asegurar que no comprendamos que la política
no se guía principalmente por la codicia y el ansia de prestigio social, sino
por el bien común o por el afán de sinceridad y transparencia. De ahí que no
extraeremos ninguna lección significativa de lo que realmente ocurrió en Wuhan.
El deseo de mantener la ilusión de que se nos dice la verdad prevalecerá sobre
el deber de exponerla. Y por esta razón estamos condenados a cometer las mismas
cagadas. Como sin duda demostrará la próxima pandemia.
02/06/2021
Traducción: viento sur
Jonathan Cook es escritor y periodista. Sus libros más recientes son Israel and the
Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto
Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (Zed
Books). Su página web es http://www.jonathan-cook.net/
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