Guía
para rebatir las teorías conspirativas en las cenas navideñas
Las teorías conspirativas
y los bulos son ya parte de las costumbres navideñas y, aunque
las reuniones familiares serán diferentes este año, es posible que queramos
rebatirlos si vuelven a aparecer en nuestras cenas,
algo que podemos hacer con las claves que nos da la ciencia.
Los bulos ya son parte de
las costumbres navideñas. / EFE
Antes de saltar como un
resorte en algún momento entre los langostinos y el cordero asado, cuando una
frase nos parezca demasiado grave como para que se quede sin respuesta, puede
ser útil saber cómo piensan aquellos que creen en hipótesis sin
ninguna base científica y sienten una especial necesidad de difundirlas.
En un área del
conocimiento en el que queda mucho por explorar, algunas investigaciones
apuntan a que el cerebro humano tiene una inclinación natural a creer en esas
teorías y que las personas reforzamos nuestras ideas previas cuando nos
contradicen.
En el caso de que uno
quiera entrar a debatir, conviene tener en cuenta que los argumentos
racionales son menos eficaces que los emocionales y
que la retórica y la educación son importantes, no solo para preservar la paz
antes de los polvorones, sino también en la consecución del difícil objetivo de
convencer al otro.
¿Por qué creeemos en teorías
conspirativas?
El cerebro humano tiende a
crear relaciones causales entre elementos aunque estas no
existan, para lo que puede establecer conexiones de hechos aislados.
«Una de las causas por la
que las teorías de la conspiración surgen periódicamente es nuestro deseo de
imponer una estructura al mundo y nuestra increíble capacidad para reconocer
pautas», explica el investigador Mark Lorch en un artículo
publicado en 2017 en The Conversation y
reproducido en España por El País.
Este catedrático de
Química y Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Hull (Reino Unido)
cree que la responsabilidad es de «unos mecanismos neurológicos evolutivos no
demasiado avanzados» que nos llevan a ver «relaciones causa efecto inexistentes
-teorías de la conspiración- por todas partes».
Además, sentimos
propensión a mantener posturas que son mayoritarias en nuestro grupo social,
como demuestran diversos estudios desde los años 50, por lo que existe una
probabilidad creciente de que aceptemos una hipótesis como verdadera cuanta más
gente a nuestro alrededor crea en ella.
«La desinformación mata»
Iniciar un debate con
alguien que defiende un mito sustentado en falsedades es una decisión personal
que depende de muchos factores.
Entre esas circunstancias se encuentra el hecho de que, como insisten
instituciones y científicos, la desinformación es peligrosa
porque afecta a las decisiones que adoptamos en cuestiones tan sensibles como
la salud, algo que se ha puesto de manifiesto durante la pandemia.
«La ciencia es
importante», señalaba el secretario general de la ONU, Antonio Guterres,
en un mensaje de vídeo difundido el 29 de septiembre después de que se
alcanzara el millón de muertos por la covid-19 en todo el mundo y en el que
también sentenciaba: «La desinformación mata».
La Organización
Mundial de la Salud (OMS) explica que el estudio «fraudulento» que en
1998 planteó la posible relación entre la vacuna triple vírica (sarampión,
paperas y rubéola) y el autismo «creó un estado de pánico que produjo una
disminución de las tasas de inmunización y posteriores brotes de esas
enfermedades».
¿Se puede convencer a un
negacionista?
La dificultad de entablar
un debate racional con un defensor de las teorías de la conspiración estriba en
las pocas posibilidades de éxito que hay de que modifique sus
posturas.
Las investigaciones
científicas siguen profundizando en el conocimiento de cómo procesa el cerebro
la información que recibe y los motivos que llevan a los seres humanos a
establecer sus sistemas de creencias.
Un estudio publicado en
septiembre de 2019 en la revista Nature Human Behaviour por
los psicólogos Philipp Schmid y Cornelia Betsch, de la Universidad de Erfurt
(Alemania), cuestiona la influencia del llamado efecto bumerán o «backfire».
Esa denominación describe
un sesgo cognitivo observado en las personas según el cual quien recibe argumentos
contrarios a sus opiniones acaba reforzando sus creencias.
Tras la publicación de ese
trabajo, la ciencia reflexiona sobre la importancia de ese efecto bumerán, dado
hasta ahora por seguro.
No obstante, hay una amplia consideración de que esgrimir argumentos racionales
basados en datos y hechos contrastados es menos eficaz que utilizar mensajes
que apelen a las emociones.
Consejos para debatir con un
teórico de la conspiración
1.-
Dirigirse con respeto al interlocutor
Dirigirse con educación y
respeto al interlocutor con el que se debate no es solo una buena técnica para
no generar un rechazo entre los asistentes a la discusión, sino que también
puede ayudar en el objetivo de persuadirle de que cambie de opinión.
2.-
Empezar por un punto de acuerdo
Dentro de la estrategia de
evitar el efecto bumerán, varios expertos, entre los que se encuentra Mark
Lorch, proponen empezar con un punto de acuerdo y a partir de él intentar
moderar los juicios del contrincante.
Basado en este principio,
un estudio firmado por un equipo encabezado por Matthew Hornsey, de la
Universidad de Queensland, en Australia, plantea la necesidad de alinearse con
las creencias previas de los defensores de postulados anticientíficos para
conseguir cambios más eficientes que con la confrontación.
Los autores de la
investigación han llamado a esa técnica «persuasión jiu-jitsu», en una
identificación con el arte marcial que utiliza la fuerza del adversario en su
contra.
3.-
Dejar que el oponente caiga en sus propias contradicciones
Otra propuesta planteada
por los expertos es pedir explicaciones sobre el proceso lógico que ha llevado
a las conclusiones que se rebaten, propiciando que quien las defiende caiga en
sus propias contradicciones y deje en evidencia la debilidad de su discurso, lo
que acaba conduciendo a posiciones más moderadas.
Esta técnica se basa en la
teoría de «la ilusión de entendimiento», que formulada en un contexto de opinión
política por un grupo liderado por Philip Fernbach, de la Universidad de
Colorado Boulder (Estados Unidos), sostiene que la gente sabe menos de lo que
cree acerca de las causas que sustentan sus juicios más polarizados.
4.-
Poner de manifiesto las trampas en el discurso negacionista
Aunque el trabajo de
Schmid y Betsch se centra en las estrategias para rebatir a los negacionistas
en debates públicos, algunas de sus conclusiones pueden aplicarse en el ámbito
familiar.
Así, el estudio subraya
que es «eficaz» poner de manifiesto las técnicas retóricas que siempre utilizan
los negacionistas -como son, entre otras, recurrir a falsos expertos o la
selección interesada de los datos- para convencer a quien escucha del engaño
que suponen.
Fuente: SINC / EFE
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