Capitalismo
y pandemia
COVID-19 y
los circuitos del capital
Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando
Chaves y Rodrick Wallace
VIENTO SUR
09.04.2020
COVID-19, la enfermedad provocada por el coronavirus
SARS-CoV-2, el segundo virus causante del síndrome agudo respiratorio severo
desde 2002, ya es oficialmente una pandemia. A finales de marzo, ciudades
enteras están confinadas y los hospitales, uno tras otro, se colapsan debido a
la avalancha de pacientes.
China, con su brote inicial en fase descendente,
respira ahora con alivio.1 Corea del Sur y Singapur también. Europa,
especialmente Italia y España, pero cada vez más países, ya sienten el peso de
las muertes en esta fase temprana del brote. América Latina y África comienzan
ahora a acumular contagios, y algunos países se preparan mejor que otros. En EE
UU, un país líder aunque solo sea por ser el más rico de la historia universal,
el futuro próximo se ve desolador. No se prevé que el brote alcance su pico en
EE UU hasta mayo y el personal médico y auxiliar ya pugna por el acceso a los
escasos suministros de equipos de protección personal.2 Las
enfermeras, a las que los Centros para el Control y Protección de Enfermedades
(CDC) recomendaron de manera indignante usar pañuelos y bufandas como
mascarillas, ya han declarado que “el sistema está condenado”.3
Mientras, el gobierno de EE UU continúa pujando frente
a los Estados de la Unión que tratan de adquirir a título individual equipos
médicos básicos, que el gobierno se había negado a comprar para ellos.
Asimismo, ha anunciado mano dura en la frontera como medida de salud pública,
mientras que el virus se propaga a sus anchas dentro del país.4
Un equipo de epidemiología del Imperial College hizo
una proyección en la que la mejor campaña de mitigación –aplanando la curva de
contagios que se acumulan al poner en cuarentena los casos detectados y al
distanciar socialmente a los mayores–causaría en EE UU 1.100.000 muertos y un
número de contagios ocho veces mayor que el total de camas de cuidados
intensivos que hay en el país.5 La supresión de la enfermedad, con
el fin de erradicar el brote, implicaría una cuarentena y distanciamiento de
comunidades enteras (y de cada familia) al estilo chino, incluido el cierre de
instituciones. Eso permitiría que en EE UU se redujera el número de muertos a
unos 200.000.
El equipo del Imperial College calcula que una campaña
de supresión efectiva debería durar al menos 18 meses, con el sobrecoste que
supondría de contracción económica y el declive de los servicios sociales. Ha
propuesto equilibrar las exigencias del control de la epidemia y la economía
alternando la cuarentena y el abandono de la misma, en función de un nivel
determinado de ocupación de las camas de cuidados intensivos.
Otros expertos han refutado. Un grupo liderado por Nassim
Taleb, autor de la teoría del cisne negro, declara que al modelo del Imperial
College le falta incluir el rastreo de los contactos y el seguimiento puerta
por puerta.6 No tiene en cuenta que el brote ha quebrado la voluntad
de muchos gobiernos de evitar este tipo de cordones sanitarios. Cuando el brote
comience su declive, muchos países considerarán apropiadas tales medidas,
esperemos que con una demostración funcional y precisa. Como ha dicho un
gracioso: “El Coronavirus es demasiado radical. América necesita un virus más
moderado, al que podamos responder gradualmente.”7
El grupo de Taleb señala la renuncia del equipo del
Imperial College a investigar en qué condiciones puede lograrse la extinción
del virus. Esta extirpación no significa que no haya contagios, sino que estos
estén suficientemente aislados para que las personas infectadas no causen
nuevas cadenas epidémicas. Solo el 5 % de las personas susceptibles que
estuvieron en contacto con un infectado en China enfermaron después. En efecto,
el equipo de Taleb defiende el programa de supresión de China, que resulta
suficientemente rápido para eliminar el brote evitando enredarse en una
continua alternancia entre el control de la enfermedad y asegurar que la
economía no se quede sin mano de obra. En otras palabras, el enfoque estricto
(e intensivo en recursos) de China libera a su población del secuestro de meses
–o incluso años– que el grupo del Imperial College recomienda realizar en otros
países.
El epidemiólogo matemático Rodrick Wallace, uno de nosotros,
revierte completamente el método de los modelos matemáticos. El modelado de
emergencias, aunque sea necesario, pasa por alto cuándo y dónde comenzar. Las
causas estructurales también forman parte de la emergencia. Incluirlas nos
ayuda a averiguar cómo responder mejor, más allá de limitarnos a relanzar la
economía que ha producido el mal. Escribe Wallace:
Si a los bomberos se les dota de recursos suficientes
en condiciones normales, la mayoría de los incendios podrán contenerse con un
mínimo de víctimas y destrucción de bienes. Sin embargo, esa contención depende
críticamente de otra tarea menos romántica, pero no menos heroica: los
persistentes y continuos esfuerzos de regulación que limitan el peligro en la
construcción mediante la elaboración y aplicación de normas, y esto también
asegura que los recursos para los bomberos, el saneamiento y la preservación de
los edificios estén garantizados en todos los niveles que se precisen… El
contexto cuenta en las infecciones pandémicas, y las estructuras políticas
actuales, que permiten que empresas multinacionales agrarias privaticen las
ganancias mientras externalizan y socializan los costes, deben ser objeto de
una regulación que reinternalice dichos costes si queremos evitar
verdaderas enfermedades pandémicas masivas en un futuro próximo.8
La falta de preparación y de respuesta al brote no
empezó en diciembre, cuando los países de todo el mundo no respondieron a la
COVID-19 cuando esta salió de Wuhan. En EE UU, por ejemplo, no comenzó cuando
Donald Trump desmanteló el equipo de preparación para pandemias de su consejo
de seguridad nacional o dejó sin dotar 700 puestos de trabajo en el CDC.9
Tampoco comenzó cuando las autoridades federales no actuaron después de conocer
los resultados de una simulación de pandemia en 2017 que mostraba que el país
no estaba preparado.10 Ni cuando, como señala un titular de Reuters,
EE UU “eliminó el trabajo de expertos del CDC en China meses antes de la
aparición del virus”, aunque el hecho de no tener un contacto temprano directo
con un estadounidense experto en el tema en China sin duda debilitó la
respuesta de EE UU. Tampoco comenzó con la desafortunada decisión de no usar
los kits de prueba disponibles y provistos por la Organización Mundial de la
Salud (OMS). En conjunto, los retrasos de la información temprana y la falta
total de pruebas serán indudablemente responsables de muchas, probablemente
miles, de vidas perdidas.11
En realidad, estos fallos venían programados desde
hace décadas, cuando se descuidaron y mercantilizaron simultáneamente los
bienes comunes de la sanidad pública.12 Un país prisionero de un
régimen epidemiológico individualizado y acostumbrado a responder a necesidades
puntuales –una contradicción absoluta–, con apenas suficientes camas y equipos
hospitalarios para un funcionamiento normal, es por definición incapaz de
reunir los recursos necesarios para intentar un método de supresión como el de
China.
Continuando con el argumento del equipo de Taleb sobre
las estrategias de modelado matemático en términos más explícitamente
políticos, el ecólogo de enfermedades Luis Fernando Chaves, otro coautor de
este artículo, se remite a los biólogos dialécticos Richard Levins y Richard
Lewontin para coincidir en que “dejar que los números hablen” solo enmascara todos
los supuestos incorporados de antemano.13 Modelos como el estudio
del Imperial College limitan explícitamente el alcance del análisis a unas
cuestiones estrechamente delimitadas, enmarcadas en el orden social dominante.
Por su misma concepción, no logran captar las fuerzas del mercado más amplias
que generan los brotes y las decisiones políticas que subyacen a las
intervenciones.
Conscientemente o no, las proyecciones resultantes
sitúan en un segundo plano la salud de todo el mundo, incluidas las tantas miles
de personas más vulnerables que morirían si un país se dedicara a alternar
entre la lucha contra la enfermedad y la economía. La visión foucaultiana de un
Estado que actúa sobre una población en su propio interés no representa más que
una actualización, aunque más benigna, del concepto maltusiano de la inmunidad
de grupo, que propuso el gobierno conservador del Reino Unido y ahora el de los
Países Bajos, dejando que el virus se propagara entre toda la población sin
traba alguna.14 Hay pocas pruebas, más allá de una esperanza
ideológica, de que la inmunidad de grupo vaya a garantizar la contención del
brote. El virus puede evolucionar fácilmente y salir de debajo de la manta
inmune de la población.
Intervención
¿Qué hacer entonces? En primer lugar, hemos de ser
conscientes de que, al responder correctamente a la emergencia, seguiremos
sometidos a la necesidad y al peligro.
Es preciso nacionalizar hospitales como ha hecho
España en respuesta al brote.15 Es necesario multiplicar el número
de pruebas de detección y mejorar la rapidez de los resultados, como ha hecho
Senegal.16 Hace falta socializar los medicamentos.17
Tenemos que reforzar al máximo las protecciones para el personal médico, a fin
de frenar el contagio de los y las profesionales. Hay que garantizar el derecho
de reparar los respiradores y otros equipos médicos.18 Hemos de
ponernos a producir masivamente cócteles de antivirales como remdesivir y la
clásica cloroquina que se emplea contra la malaria (y cualquier otro producto
que parezca prometedor), mientras llevamos a cabo ensayos clínicos para
comprobar si funcionan fuera del laboratorio.19 Debería
implementarse un sistema de planificación para (1) obligar a las empresas a
producir los respiradores y equipos de protección personal necesarios que
reclama el personal sanitario, y (2) priorizar la asignación de fondos a los
lugares más necesitados.
Debemos crear un cuerpo masivo de profesionales para
la pandemia a fin de proporcionar la fuerza de trabajo –desde la investigación
hasta los cuidados– capaz de responder a la demanda que el virus (y cualquier
otro patógeno futuro) nos impone. Contar con el número de camas de cuidados
intensivos, el personal y los equipos necesarios que estén a la altura del
número de contagios para que la supresión de la pandemia permita reducir el
diferencial con las cifras actuales. En otras palabras, no podemos aceptar la
idea de sobrevivir meramente al actual ataque aéreo de la COVID-19, solo para
luego volver al rastreo de contactos y el aislamiento de los casos con el
objetivo de rebajar el brote por debajo de su umbral. Debemos contratar
suficiente personal para detectar la COVID-19 casa por casa ahora y proveerlo
del equipo de protección necesario, como máscaras adecuadas. Mientras, tenemos
que poner en pausa una sociedad organizada alrededor de la expropiación, desde
los propietarios de tierras hasta las sanciones a otros países, para que la
gente pueda sobrevivir tanto a la enfermedad como a la cura.
Hasta que pueda implementarse un programa de esta
índole, sin embargo, la gran mayoría de la población permanece en gran parte
abandonada. Aunque es preciso presionar continuamente a los gobiernos
recalcitrantes, en el espíritu de una tradición en gran medida perdida en la
organización proletaria que se remonta a 150 años atrás, todas las personas que
puedan deberían sumarse a los grupos de ayuda mutua y a las brigadas vecinales
que están apareciendo.20 Profesionales de la sanidad pública que
puedan aportar los sindicatos deberían instruir a estos grupos para evitar que las
actividades de ayuda contribuyan a propagar el virus.
La insistencia en que integremos los orígenes
estructurales del virus a los planes de emergencia nos ofrece la clave para
aprovechar cada paso adelante a fin de proteger a la gente antes que las ganancias.
Uno de los muchos peligros radica en la normalización
de la “locura de las heces de murciélago” que se está llevando a cabo en la
actualidad, una caracterización casual dado el síndrome que sufren los
pacientes: el proverbial excremento de murciélago en los pulmones. Necesitamos
retener el shock que sentimos cuando supimos que otro virus del SARS
emergió de sus refugios en la fauna silvestre y en cuestión de ocho semanas se
esparció por toda la humanidad.21 El virus surgió en un extremo de
una cadena de suministro regional de alimentos exóticos, originando
efectivamente, en el otro extremo, una concatenación de infecciones entre seres
humanos en Wuhan, China.22 Desde allí, el brote se difundió
localmente y se subió a trenes y aviones, propagándose por todo el mundo a
través de una red estructurada por conexiones de viajes y por una jerarquía
descendente de ciudades grandes a otras más pequeñas.23
Aparte de describir el mercado de animales salvajes en
el típico estilo orientalista, poco esfuerzo se ha dedicado a una de las
cuestiones más evidentes. ¿Cómo llegó el sector de los alimentos exóticos a un
punto en el que podía vender sus productos junto con el ganado más tradicional
en el mayor mercado de Wuhan? Los animales no estaban vendiéndose por la puerta
trasera de una camioneta o en un callejón. Pensemos en los permisos y los pagos
implicados (y su desregulación).24 Mucho más allá de la pesca, los
alimentos a base de animales salvajes son un sector cada vez más formalizado en
todo el mundo, cada vez más capitalizado por los mismos fondos que respaldan la
ganadería industrial.25 Aunque en ninguna parte alcanzan el volumen
de producción de esta, la diferenciación es ahora más opaca.
La geografía económica subyacente se extiende desde el
mercado de Wuhan hasta el interior de la provincia, donde se crían alimentos
exóticos y tradicionales mediante operaciones que bordean los límites de una
zona silvestre menguante.26 A medida que la producción industrial
invade hasta el último bosque, la obtención de alimentos salvajes debe
adentrarse todavía más para criar sus manjares o esquilmar los últimos
rincones. Así, el más exótico de los patógenos, en este caso el SARS-2, alojado
en murciélagos, se abre camino hasta un camión, ya sea en animales de
alimentación o en la mano de obra de quienes los cuidan, salta del final del
cada vez más largo circuito periurbano hacia otro antes de llegar al escenario
mundial.27
Infiltración
La conexión requiere una labor de desarrollo, en
cuanto que nos ayuda a planificar cómo avanzar durante este brote y nos ayuda a
entender cómo la humanidad se metió a sí misma en esta trampa.
Algunos patógenos surgen directamente de los centros
de producción. Pensamos en las bacterias provenientes de alimentos como la
salmonela y la del género Campylobacter. Pero muchos, como la COVID-19, se
generan en las fronteras de la producción de capital. De hecho, por lo menos el
60 % de los nuevos patógenos humanos emergen al saltar de las comunidades
de animales salvajes a las comunidades humanas locales (antes de que las más
exitosas se propaguen al resto del mundo).28
Una serie de celebridades del campo de la ecosalud,
financiadas en parte por Colgate-Palmolive y Johnson & Johnson, empresas
que impulsan la brecha sangrienta de las deforestaciones en aras del
agronegocio, elaboraron un mapa global basado en brotes previos a partir de
1940, aventurando dónde pueden llegar a emerger sobre la marcha nuevos
patógenos.29 Cuanto más cálido el color de un lugar del mapa, tanto
más probable es que surja un nuevo patógeno allí. Pero al confundir tales
geografías absolutas, el mapa elaborado por este equipo –con rojo vivo en
China, India, Indonesia, y partes de América Latina y África– pasa por alto una
cuestión crucial. Centrarse en las zonas de brote olvida las relaciones
compartidas con los agentes económicos mundiales que configuran las
epidemiologías.30 Los intereses del capital que respaldan los
cambios del uso de la tierra y la emergencia de enfermedades, inducidos por el
desarrollo y la producción, en las partes subdesarrolladas del planeta, premian
los esfuerzos por atribuir la responsabilidad de los brotes a las poblaciones
indígenas y sus pretendidas prácticas culturales sucias.31 La
preparación de la carne de los animales salvajes y los entierros caseros son
dos prácticas a las que se culpa de la emergencia de nuevos patógenos. En
cambio, trazar las geografías relacionales convierte de pronto a Nueva York,
Londres y Hong Kong, fuentes clave del capital global, en tres de los peores
lugares críticos del mundo.
Mientras, las zonas de brote ni siquiera están ya
organizadas de acuerdo con los sistemas de gobierno tradicionales. El
intercambio ecológico desigual –que desvía los peores males de la agroindustria
al Sur global– ha dejado de despojar tan solo los recursos locales de la mano
del imperialismo ejercido por los Estados, para adentrarse en nuevos complejos
que abarcan todas las escalas y mercancías.32 La agroindustria está
reconfigurando sus operaciones extractivistas en redes discontinuas en el
espacio, en territorios de distintos tamaños.33 Por ejemplo, una
serie de repúblicas de la soja de base multinacional se extienden ahora
por Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil. La nueva geografía se encarna en los
cambios de la estructura de gestión de las empresas, la capitalización, la
subcontratación, las sustituciones de la cadena de suministro, el arrendamiento
y la puesta en común de tierras transnacionales.34 Al estar situados
a ambos lados de las fronteras nacionales, estos países mercancía, que
se acomodan de manera flexible en las ecologías y las demarcaciones políticas,
están generando nuevas epidemias sobre la marcha.35
Por ejemplo, a pesar de que el traslado general de
población de las áreas rurales mercantilizadas a los arrabales urbanos continúa
hoy en todo el mundo, la divisoria entre el mundo rural y el urbano, que anima
gran parte de la discusión acerca de la emergencia de enfermedades, no advierte
el trabajo destinado a las zonas rurales y el rápido crecimiento de pueblos
rurales para convertirse en desakotas periurbanas (aldeas ciudad) o zwischenstadt
(entreciudades). Mike Davis y otros han identificado cómo estos nuevos paisajes
urbanizantes sirven tanto de mercados locales como de plataformas regionales
para mercancías agrícolas mundiales que pasan por ellos.36 Algunas
regiones de este tipo se han vuelto incluso postagrarias.37 A
resultas de ello, la dinámica de las enfermedades de los bosques, fuentes
primitivas de los patógenos, ya no se limitan solamente al interior de la
selva. Sus epidemias asociadas se han vuelto relacionales, sentidas a través
del tiempo y el espacio. Un SARS puede hallarse de pronto saltando a los
humanos en la gran ciudad tan solo días después de haber salido de su cueva en
algún murciélago.
Los ecosistemas en los que tales virus salvajes
estaban parcialmente bajo control, gracias a las complejidades de la selva
tropical, se ven radicalmente dinamizados por la deforestación impulsada por el
capital y, en el otro extremo del desarrollo periurbano, por las deficiencias
de la sanidad pública y del saneamiento medioambiental.38 Mientras
que debido a ello muchos patógenos selváticos mueren con sus especies huésped,
un subgrupo de infecciones que alguna vez se consumieron relativamente pronto
en el bosque, aunque fuese solo por una frecuencia irregular de los encuentros
con su especie huésped típica, ahora se propagan a través de las poblaciones
humanas susceptibles, cuya vulnerabilidad hacia las infecciones se encuentra
muchas veces exacerbada en las ciudades por los programas de austeridad y una
regulación corrupta. Incluso frente a vacunas eficaces, los brotes resultantes
se caracterizan por su mayor alcance, duración y dinamismo. Lo que una vez
fueron erupciones locales ahora son epidemias que se abren camino a través de
redes globales de viajes y comercio.39
Por este efecto de paralaje –por el mero cambio del
trasfondo medioambiental–, viejos conocidos como el ébola, el zika, la malaria
y la fiebre amarilla, que evolucionaban comparativamente poco, se han convertido
de pronto en amenazas regionales.40 Repentinamente han pasado de
propagarse alguna vez entre campesinos de lugares remotos a infectar a miles de
personas en grandes ciudades. Y en cierto modo en la otra dirección ecológica,
incluso los animales salvajes, habitualmente antiguos reservorios de agentes
patógenos, están sufriendo ahora sus efectos. Con sus poblaciones fragmentadas
a causa de la deforestación, los monos nativos del Nuevo Mundo y susceptibles a
la fiebre amarilla de tipo silvestre, a la que están expuestos desde hace un
centenar de años por lo menos, están perdiendo su inmunidad de grupo y mueren
por cientos de miles.41
Expansión
Por su mera expansión global, la agricultura mercantil
sirve tanto de propulsora como de nexo a través del cual patógenos de diversos
orígenes migran del reservorio más remoto al centro demográfico más
internacional.42 Es aquí, y en el camino, donde los nuevos patógenos
se infiltran en la agricultura de comunidades cerradas. Cuanto más largas sean
las cadenas de suministro asociadas y mayor sea la amplitud de la deforestación
concomitante, más diversos (y exóticos) serán los patógenos zoonóticos que
entran en la cadena alimentaria. Entre los recientes patógenos emergentes o
reemergentes de la ganadería y los patógenos transmitidos a través de los
alimentos, originados en todo el dominio antropogénico, están la fiebre porcina
africana, Campylobacter, Cryptosporidium, Cyclospora, Ebola Reston, E. coli
O157:H7, fiebre aftosa, hepatitis E, listeriosis, virus nipah, fiebre Q,
salmonela, Vibrio, Yersinia y una variedad de nuevas variantes de gripe como
H1N1 (2009), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9 y
H9N2.43
Aunque no de forma intencionada, la totalidad de la
línea de producción está organizada en torno a prácticas que aceleran la
evolución de la virulencia de los patógenos y su subsiguiente transmisión.44
Los crecientes monocultivos genéticos –animales y plantas comestibles con
genomas casi idénticos– eliminan los cortafuegos inmunológicos que en poblaciones
más diversas frenan la transmisión.45 Ahora los patógenos pueden
evolucionar rápidamente alrededor de los genotipos inmunes comunes del huésped.
Mientras tanto, las condiciones de hacinamiento deprimen la respuesta
inmunitaria.46 El aumento en la población de ganado y de su densidad
en las granjas industriales facilitan la transmisión y las infecciones
recurrentes.47 La elevada rotación, propia de cualquier producción
industrial, aporta continuamente un renovado suministro de sujetos susceptibles
en establos, granjas y a escala regional, eliminando el límite de la evolución
de la mortalidad del patógeno.48 Alojar un montón de animales juntos
premia a las cepas que mejor se expanden entre ellos. Reducir la edad de
sacrificio –a seis semanas en los pollos– facilita la selección de los
patógenos capaces de sobrevivir en sistemas inmunes más robustos.49
Ampliar la extensión geográfica del comercio y la exportación de animales vivos
ha incrementado la diversidad de los segmentos genómicos que intercambian sus
patógenos asociados, acrecentando el ritmo en que los agentes patógenos
exploran sus posibilidades de evolución.50
Mientras la evolución de los patógenos se propulsa por
estas vías, sin embargo, apenas hay intervención, ni siquiera a petición del propio
sector, salvo la requerida para rescatar los márgenes fiscales de cualquier
distrito por la repentina aparición de un brote.51 La tendencia
apunta a una reducción de las inspecciones gubernamentales en las explotaciones
ganaderas y las plantas de procesado, a una legislación contraria a la
supervisión gubernamental y a la exposición a los activistas, y a una
legislación contraria incluso a la publicación de los detalles de los brotes
mortales en los medios de comunicación. A pesar de las recientes victorias
judiciales contra de contaminación por pesticidas y granjas porcinas, el
carácter privado de la producción hace que esta se mantenga completamente
enfocada a las ganancias. Los daños causados por los brotes resultantes se
externalizan al ganado, los cultivos, la flora y fauna salvaje, los
trabajadores, los gobiernos locales y nacionales, los sistemas públicos de
salud y distintos agrosistemas del extranjero como una cuestión de prioridad
nacional. En Estados Unidos, los informes del CDC señalan que los brotes
transmitidos por los alimentos aumentan en un número creciente de países y
personas infectadas.52
Es decir, la alienación del capital redunda en
beneficio del patógeno. Mientras que el interés público no puede cruzar las
puertas de las granjas y de las factorías de alimentos, los patógenos se
escurren a través de la bioseguridad que las empresas estén dispuestas a pagar
y de nuevo salen al público. La producción de todos los días representa un
lucrativo riesgo moral que se abre camino hasta afectar a nuestra salud
compartida.
Liberación
Hay una ironía ilustrativa en Nueva York, una de las
ciudades más grandes del mundo, confinada frente a la COVID-19, a un hemisferio
de distancia del origen del virus. Millones de neoyorquinos se esconden en
bloques de viviendas supervisados hasta hace poco por una tal Alicia Glen,
hasta 2018 teniente de alcalde de la ciudad, encargada de la vivienda y el
desarrollo económico.53 Glen había sido antes ejecutiva de Goldman
Sachs, donde supervisaba el Urban Investment Group del banco de inversión, una
empresa que financia proyectos en comunidades que contribuyen a proyectar otras
unidades de la matriz.54
Glen, por supuesto, no es en absoluto personalmente
culpable del brote, sino que más bien simboliza una conexión que nos acerca al
fondo de la cuestión. Tres años antes de que el ayuntamiento la contratara,
tras una crisis inmobiliaria y la gran recesión causadas en parte por
ella misma, su anterior empresa, junto con JP Morgan, Bank of America,
Citygroup, Wells Fargo & CO. y Morgan Stanley, asumieron el 63 % de la
financiación del crédito federal de emergencia resultante.55 Goldman
Sachs, liberado de sus pérdidas, pasó a diversificar sus activos para salir de
la crisis. Adquirió el 60 % de las acciones de Shuanghui Investment and
Development, que forma parte de la gigantesca agroindustria china y que había
comprado la empresa estadounidense Smithfield Foods, el mayor productor de
carne de cerdo del mundo.56 Por 300 millones de dólares también
consiguió hacerse con la propiedad de diez granjas avícolas en Fujian y Hunan,
situadas a una provincia de distancia de Wuhan y en plena área de captación de
alimentos silvestres de la ciudad.57 Invirtió además otros 300
millones de dólares junto con Deutsche Bank en granjas de cerdos en las mismas
provincias.58
Las geografías relacionales que hemos explorado más
arriba han recorrido todo el camino de regreso. Está la pandemia que enferma
actualmente a la gente de los distritos electorales de Glen, de apartamento a
apartamento, en toda Nueva York, el epicentro de la COVID-19 más grande de EE
UU. Pero también hemos de reconocer que el circuito de causas del brote se
extendió parcialmente a partir de Nueva York, por muy pequeña que sea, en este
caso, la inversión de Goldman Sachs en comparación con un sistema del tamaño de
la agricultura china.
Al apuntar con el dedo nacionalista, desde el racista virus
chino de Trump hasta todo el espectro liberal, se ocultan los directorios
globales imbricados del Estado y el capital.59 Los “hermanos enemigos”,
como los calificó Karl Marx.60 La muerte y los daños sufridos por la
clase trabajadora en el campo de batalla, en la economía y ahora en sus sofás
luchando por recuperar el aliento, son expresión tanto de la competencia entre
las elites que pugnan por los recursos naturales, cada vez más escasos, como de
los medios compartidos para dividir y conquistar a la masa de la humanidad
atrapada en los engranajes de estas maquinaciones.
En efecto, una pandemia que surge del modo de
producción capitalista y que se espera que el Estado gestione en un extremo,
puede ofrecer una oportunidad de prosperar a los administradores y
beneficiarios del sistema en el otro extremo. A mediados de febrero, cinco
senadores de EE UU y veinte diputados de la Cámara de Representantes cobraron
millones de dólares por la venta de acciones que poseían en sectores que
probablemente saldrán perjudicados a raíz de la pandemia.61 Los
políticos realizaron la operación basándose en información confidencial que no
es de dominio público, por mucho que algunos de los representantes siguieran
propagando los mensajes del régimen acerca de que la pandemia no comportaba tal
amenaza.
Más allá de esos robos burdos, la corrupción en EE UU
es sistémica, un indicador del final del ciclo de acumulación cuando el capital
hace caja.
Hay algo relativamente anacrónico en los esfuerzos por
mantener el tren en marcha aunque esté organizado en torno a la reificación de
las finanzas por encima de la realidad de las ecologías primarias (y las
epidemiologías asociadas) en las que se basa. Para el propio Goldman Sachs, la
pandemia, como las crisis anteriores, ofrece “espacio para crecer”:
Compartimos el optimismo de los diversos expertos en
vacunas y de los investigadores de las empresas de biotecnología, basados en los
progresos que se han hecho hasta ahora con diversas terapias y vacunas. Creemos
que el miedo desaparecerá a la primera prueba significativa de este progreso…
Tratar de negociar con miras a un posible objetivo más
bajo, cuando el objetivo de fin de año es sustancialmente más alto, vale para
las operaciones intradía, los inversores impulsivos y algunos gestores de
fondos de cobertura, pero no para quienes invierten con la vista puesta en el
largo plazo. También es importante saber que no es seguro que el mercado
descienda a los niveles más bajos que pueden servir de justificación para
vender hoy. Por otra parte, confiamos más en que el mercado alcanzará
finalmente el objetivo más alto dada la resiliencia y la preeminencia de la
economía de EE UU.
Y por último, creemos que los niveles actuales ofrecen
la oportunidad de aumentar lentamente los niveles de riesgo de una cartera.
Para aquellos que dispongan de un exceso de efectivo y tengan capacidad de
perseverancia con la correcta asignación estratégica de activos, este es el
momento de empezar a sumar cada vez más a las acciones de S&P.62
Consternadas por la avalancha de muertes, personas de
todo el mundo sacan conclusiones diferentes.63 Los circuitos del
capital y de la producción que los patógenos marcan como si fueran etiquetas
radioactivas, una tras otra, se consideran desmesurados. ¿Cómo caracterizar
estos sistemas más allá, como hicimos anteriormente, de lo episódico y
circunstancial? Nuestro grupo está trabajando en la derivación de un modelo que
deja atrás los esfuerzos de la medicina colonial moderna que se halla en la
ecosalud y en la estrategia One Health y que sigue culpando a los pueblos
indígenas y a los pequeños propietarios locales de la deforestación que conduce
a la aparición de enfermedades mortales.64
Nuestra teoría general sobre el surgimiento de las
enfermedades neoliberales, que incluye, sí, a China, combina:
· Circuitos globales del capital;
· Despliegue de este capital destruyendo la
complejidad medioambiental regional que mantiene en jaque el crecimiento de la
población de patógenos virulentos;
· El consiguiente aumento de la frecuencia y amplitud
taxonómica de los fenómenos de transmisión;
· Los circuitos periurbanos de mercancías cada vez más
amplios que trasladan estos nuevos patógenos transmitidos al ganado y al
personal desde el entorno más profundo a las ciudades regionales;
· Las crecientes redes mundiales de viajes (y comercio
de ganado) que transmiten los patógenos de dichas ciudades al resto del mundo
en un tiempo récord;
· Las vías por las que esas redes reducen la fricción
en la transmisión, promoviendo la selección evolutiva de una mayor mortalidad
de los patógenos tanto en el ganado como en las personas;
· Y, entre otras imposiciones, la falta de
reproducción in situ en la ganadería industrial, eliminando la selección
natural como un servicio de los ecosistemas que aporta protección frente a las
enfermedades en tiempo real (y casi gratuita).
La premisa de trabajo subyacente es que la causa de la
COVID-19 y otros patógenos de esta clase no se encuentra tan solo en el objeto
de cualquier agente infeccioso o en su curso clínico, sino también en el ámbito
de las relaciones ecosistémicas que el capital y otras causas estructurales han
postergado en su propio beneficio.65 La amplia variedad de
patógenos, que representan diferentes taxones, huéspedes fuente, modos de
transmisión, cursos clínicos y consecuencias epidemiológicas, todas esas
características que nos hacen correr alocadamente a nuestros buscadores con
cada brote, marcan diferentes partes y vías a lo largo de los mismos tipos de
circuitos de uso de la tierra y acumulación de valor.
Un programa general de intervención corre paralelo y
muy al margen de un virus determinado.
Para evitar los peores efectos de ahora en adelante,
la desalienación ofrece la siguiente gran transición humana: abandonar las
ideologías coloniales, reintroducir a la humanidad de nuevo en los ciclos de
regeneración de la Tierra y redescubrir nuestro sentido de la individuación en
multitudes más allá del capital y del Estado.66 Sin embargo, el
economicismo, la creencia de que todas las causas son exclusivamente económicas,
no comportará una liberación suficiente. El capitalismo global es una hidra de
muchas cabezas, que se apropia, internaliza y ordena múltiples capas de
relación social.67 El capitalismo opera a través de terrenos
complejos e interrelacionados de raza, clase y género al actualizar los
regímenes de valor regionales en un lugar tras otro.
A riesgo de aceptar los preceptos de lo que la
historiadora Donna Haraway desechó como historia de la salvación –“¿podemos
desactivar la bomba a tiempo?”–, la desalienación debe desmantelar estas
múltiples jerarquías de opresión y las maneras específicamente locales en que
interactúan con la acumulación.68 En el camino, debemos salir de las
reapropiaciones expansivas del capital en todos los materialismos productivos, sociales
y simbólicos.69 Es decir, situarnos fuera de lo que viene a ser un
totalitarismo. El capitalismo mercantiliza todo (la exploración de Marte por
acá, el sueño por allá, las lagunas de litio, la reparación de ventiladores,
incluso la propia sostenibilidad, y una y otra vez, estas muchas permutaciones
se encuentran mucho más allá de la fábrica y la granja). Todas las formas en
que casi todo el mundo en todas partes está sometido al mercado, que en un
momento como este está cada vez más antropomorfizado por los políticos, no
podrían ser más claras.70
En suma, una intervención efectiva que impida que
cualquiera de los muchos patógenos que hacen cola en el circuito agroeconómico
mate a mil millones de personas debe cruzar la puerta de un enfrentamiento global
con el capital y sus representantes locales, por mucho que cualquier soldado de
a pie de la burguesía, Glen entre ellos, intente mitigar el daño. Como afirma
nuestro grupo en algunos de nuestros últimos trabajos, la agroindustria está en
guerra con la salud pública.71 Y la salud pública está perdiendo.
Sin embargo, si una humanidad mejor gana en este
conflicto generacional, podemos reincorporarnos a un metabolismo planetario
que, por más que se exprese de manera distinta en cada lugar, reconecte nuestras
ecologías y nuestras economías.72 Tales ideales son más que sueños
utópicos. Al hacerlo, convergemos en soluciones inmediatas. Protegemos la
complejidad de los bosques que impide que los patógenos mortales se dispongan
en masa a salir disparados directamente a la red global de viajes.73
Reintroducimos las diversidades de ganados y cultivos, y reintroducimos la cría
de animales y los cultivos a escalas que impiden que los patógenos aumenten en
virulencia y extensión geográfica.74 Permitimos que nuestros animales
de alimentación se reproduzcan sobre el terreno, reiniciando la selección
natural que permite a la evolución inmunitaria rastrear los patógenos en tiempo
real. En general, dejamos de tratar a la naturaleza y a la comunidad, tan
repletas como están de todo lo que necesitamos para sobrevivir, como un
competidor más que deba ser arrollado por el mercado.
La salida pasa nada menos que por dar a luz un mundo
(o quizás más de uno en la vía de regresar a la Tierra). También ayudará a
resolver –no sin esfuerzo– muchos de nuestros problemas más apremiantes.
Ninguna persona, atrapada en la sala de estar desde Nueva York hasta Pekín, o
peor aún, llorando a sus muertos, quiere pasar por un brote así otra vez. Sí,
las enfermedades infecciosas, la mayor fuente de mortalidad prematura durante
la mayor parte de la historia de la humanidad, seguirán siendo una amenaza.
Pero dado el bestiario de patógenos que circula actualmente, que en su mayoría
salen hoy de sus madrigueras casi todos los años, es probable que nos enfrentemos
a otra pandemia mortal en un tiempo mucho más corto que la pausa de cien años
desde 1918. ¿Podemos ajustar a fondo los modos en que nos apropiamos de la
naturaleza y conseguir una mayor tregua con estas infecciones?
01/04/202
Véanse las notas en el original:
Rob Wallace es epidemiólogo evolucionario y ha sido
asesor de la FAO y de los CDC. Alex Liebman es doctorando en geografía humana
por la Rutgers University y tiene un máster de agronomía por la Universidad de
Minnesota. Luis Fernando Chaves es ecólogo de enfermedades y ha sido
investigador del Instituto Costarricense de Investigación y Enseñanza en
Nutrición y Salud en Tres Ríos, Costa Rica. Rodrick Wallace es investigador
científico de la División de Epidemiología del Instituto Psiquiátrico del
Estado de Nueva York en la Universidad de Columbia.
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