¿En qué falló el laborismo?
Rebelion
21.12.2019
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández |
Foto: Garry Knight - CC by 2.0
La escala de la victoria tory en las elecciones generales del Reino
Unido de la semana pasada es conocida por todos los que leen un
periódico o una web de noticias medio decente: la mayor victoria tory
desde el éxito de la Sra. Thatcher en 1987, y la mayor pérdida para el
laborismo desde 1935.
Por supuesto, como miembro del Partido
Laborista viví la pérdida como un hecho devastador. No es un consuelo
que, a pesar de que el laborismo de Corbyn obtuvo 2 millones de votos
menos que en 2017, consiguió más votos que los tres líderes laboristas
anteriores en sus respectivas elecciones: Ed Miliband (2015), Gordon
Brown (2010) y Tony Blair (2005, pero no en 1997 y 2002).
Aunque
los laboristas perdieron en 2017, redujeron a los conservadores a un
gobierno minoritario, y con Jeremy Corbyn afianzado como líder, con un
mandato que era popular dentro del partido (a excepción de los residuos blairistas), parecían disponer de un trampolín para un futuro éxito electoral.
Así pues, ¿qué salió mal? Podemos encontrar posibles respuestas en dos
áreas: en la campaña en sí y en consideraciones estructurales que son de
naturaleza a más largo plazo y anteriores a la aparición de Corbyn y
sus aliados (los llamados corbynistas). Voy a abordar primero este último aspecto.
La base tradicional de los laboristas -el llamado Muro Rojo, que se
extiende desde Gales hasta las Midlands y gran parte del norte- se ha
visto afectada por el deterioro urbano posindustrial desde la época de
Thatcher, cuando se produjo el colapso del concordato socialdemócrata de
posguerra entre el capital y el trabajo.
Los tories se
contentaron con no hacer nada al respecto, ya que los votos en estas
áreas iban a parar a los laboristas y no a los conservadores.
De hecho, hay una carta,
fechada el 11 de agosto de 1981, marcada como “Secreta”, escrita por
Geoffrey Howe, el canciller del ministro de Hacienda/Finanzas, a la Sra.
Thatcher, advirtiéndole de que no “comprometa demasiado los escasos
recursos con Liverpool… No debemos gastar todos nuestros recursos en
intentar conseguir que el agua fluya cuesta arriba”. Howe recomendaba en
cambio una política de “decrecimiento controlado” en Liverpool.
(En las elecciones de la semana pasada, aunque los laboristas estaban
siendo derrotados en sus bastiones tradicionales, los cinco diputados en
Liverpool y Merseyside pertenecían al bando laborista. El odio a los
conservadores está muy arraigado desde hace mucho tiempo en Liverpool).
No obstante, la culpa de esta ruina posindustrial debe también
atribuirse a los laboristas. Tony Blair recorrió el país hablando de una
nueva economía basada en el talento, pero nunca hizo realmente el
seguimiento adecuado de ninguna inversión sustancial.
Es preciso
señalar que, acompañando a este declive industrial en el núcleo del
laborismo, se produjo un ocaso en las instituciones de la clase
trabajadora (sindicatos, clubes de trabajadores con sus actividades
culturales, como coros y grupos de lectura, sociedades de ahorro,
asociaciones para la formación educación obrera, etc.).
Nada
significativo tomó su lugar. La mano de obra industrial con salarios
decentes fue reemplazada por trabajos precarios en la nueva economía de
contratos esporádicos: los contratos inseguros y flexibles en los
almacenes y el sector servicios eran ya la norma en las comunidades que
hasta ahora habían disfrutado de empleo seguro y salarios respetables.
Tal erosión conlleva un proceso que duraba décadas, pero el nuevo laborismo no hizo nada para revertirlo.
Incluso el equipo de Corbyn interpretó mal la situación esta vez.
No fueron capaces de apreciar hasta qué punto los “rezagados” de los
núcleos laboristas se alejaban de sus lealtades políticas habituales, ni
fueron conscientes de que tendrían que establecer algo parecido a un
nuevo pacto con su base tradicional.
Por el contrario, los
estrategas de Corbyn decidieron centrar sus objetivos en las “sedes”
supuestamente vulnerables que tenían los conservadores, y realizaron
allí campaña en lugar de obtener apoyos en las áreas tradicionales de la
clase trabajadora.
Pensando que un “terremoto juvenil” podría
sustituir a formas más tradicionales de apoyo, se concentraron también
en las grandes ciudades y pueblos con universidades. El “terremoto
juvenil” no se materializó. Aunque se registraron para votar más
personas de entre 18 y 24 años que en 2017, en realidad han votado menos
en estas últimas elecciones.
El aliado cercano de Corbyn, John
McDonnell, el canciller en la sombra del Ministerio de Hacienda,
reconoció esto cuando en una entrevista
poselectoral dijo: “Hay una larga historia de quizás 40 años de
negligencia” en el enfoque de su partido respecto a su base tradicional.
En la misma campaña, el Brexit deshizo la estrategia de los laboristas.
Los partidarios del laborismo que votaron SALIR en el referéndum de la
UE abandonaron a su partido, mientras que tories favorables a PERMANECER
se taparon colectivamente la nariz y se mantuvieron junto a Boris
Johnson.
La derecha británica, que estaba sufriendo un declive
constante desde la época de Thatcher, se reanimó a partir de los
problemas relacionados con el Brexit y los utilizó para ampliar su base
popular.
Como varios escritores, especialmente Richard Seymour,
señalaron, no había una posición “buena” sobre el Brexit que los
laboristas pudieran sostener.
Ganaron tiempo asegurando
victorias parlamentarias contra Theresa May y BoJo, pero esto no les
sirvió con los votantes de SALIR, quienes simplemente percibieron que
estos “éxitos” parlamentarios eran una obstrucción a “la voluntad del
pueblo” (a pesar de que el voto real de SALIR en el referéndum de 2016
fue de 17.410.742, una fracción de los que tenían derecho a votar, que
eran 47.350.700).
Sabiendo que ir a muerte por la posición
PERMANECER o SALIR dividiría al Partido y al electorado, Corbyn y su
equipo optaron por una posición de “ambigüedad constructiva”.
Los laboristas, una vez en el gobierno, llegarían a un acuerdo de salida
con la UE y celebrarían un segundo referéndum vinculante en el que se
votaría este acuerdo, junto con una opción a favor de PERMANECER.
Así pues, el laborismo se ensartó en los cuernos de un dilema: ante una
base poco convencida, tenía que decidir si poner el énfasis en “Parar
el Brexit” o “Parar a los tories” respecto a esa base. “Parar el Brexit"
significaba abrir la puerta a los tories euroescépticos, mientras que
“Parar a los conservadores” implicaba apoyar el Brexit.
Corbyn
tuvo que enfrentarse a otro dilema: tenía colegas y miembros que
insistían en plantear el tema en términos de “lealtad al laborismo” o
“lealtad a la UE”, o, en cualquier caso, consideraban que las dos
lealtades eran coextensivas de forma no negociable, cuando claramente no
lo son.
El segundo referéndum fue un intento fallido de solventar estos problemas irresolubles.
La “ambigüedad constructiva” no funcionó con los partidarios de SALIR,
que lo vieron como una solución “antidemocrática” destinada a frustrar
el Brexit. Casi todas las pérdidas laboristas en el norte y los Midlands
se registraron en áreas que habían votado SALIR en el referéndum de la
UE. Estos votantes de SALIR creyeron, correcta o incorrectamente, que
los laboristas, al querer un segundo referéndum sobre la salida de la
UE, estaban renunciando al resultado de SALIR del referéndum de 2016.
BoJo jugó con esta insatisfacción de los que estaban a favor de SALIR
con un tono implacable para los votantes, alegando que la votación era
una elección del “pueblo contra el parlamento”. Esto, junto con su
mendaz frase lapidaria “Hagamos el Brexit ya”, tuvo eco en gran parte
del electorado.
Por el contrario, el laborismo trató de
minimizar el Brexit y centrarse en el impacto de la austeridad tory y la
canibalización del estado de bienestar. No tuvo éxito, ya que los
votantes laboristas del SALIR perdonaron, o hicieron la vista gorda ante
las depredaciones de la austeridad y votaron por los conservadores.
La circunscripción de Blyth Valley es un buen ejemplo. Territorio
laborista desde su creación en 1950, sus votantes les dieron la patada y
votaron a los conservadores, pasando por alto todo lo que la austeridad
le había hecho a Blyth Valley:
- Blyth Valley tiene 18.947 (24,18%) niños que viven en la pobreza.
- El 26,7% de sus hogares están clasificados como pobres energéticos.
- La tasa de desempleo de Blyth Valley es del 31%.
Estos “dejados atrás” votaron a un partido que nunca llevó sus
intereses en el corazón. Los conservadores nunca han sido amigos de
estos votantes de cuello azul.
Sintomático de esta actitud
anti-clase trabajadora fue lo que BoJo había escrito sobre las personas
de clase trabajadora, como los votantes de Blyth Valley, al afirmar que
“probablemente se trataba de borrachos, delincuentes, gente sin
objetivos, sin rumbo y sin esperanza, y quizá afirmando que sufren de
baja autoestima provocada por el desempleo”.
En retrospectiva,
los laboristas entendieron mal su mensaje con respecto a estos votantes.
No deberían haber cedido el Brexit a los conservadores como tema
principal de la campaña. Podrían haber subrayado de forma implacable la
diferencia entre el “Brexit” (como objetivo, aunque nebuloso) y la
estafa que es la “trola del Brexit” de BoJo.
BoJo estuvo a favor
del PERMANECER hasta 2016, cuando se dio cuenta de que esto le desviaba
de la arraigada eurofobia de su partido, y que nunca se convertiría en
su líder (y, por lo tanto, en primer ministro) hasta que se dotara de un
conjunto completamente nuevo de principios sobre este tema.
Los laboristas podrían haberle machacado en este y otros temas que
mostraban el oportunismo desenfrenado, la hipocresía y la duplicidad de
BoJo, pero no fue así. Parte de esto tuvo que ver con la personalidad de
Corbyn.
Corbyn, de forma admirable, se ha esforzado siempre en
evitar los ataques personales. Se ha sabido que cuando se le preguntó,
retóricamente, cuándo “iba a machacar” a BoJo, Corbyn respondió: “No soy
boxeador”.
BoJo y sus acólitos no tenían esos escrúpulos, mientras que Corbyn estaba limitado por ellos.
Muchos de nosotros diríamos que insistir en la arrogante vida erótica
de BoJo, sus mentiras probadas y repetidas, su racismo, homofobia y
fanatismo es jugar limpio en una campaña electoral.
Después de todo, esas son las credenciales reales de BoJo, que los laboristas nunca atacaron realmente.
Con la abrumadora connivencia de los trapos sucios de la derecha y la
BBC, esto permitió a Alexander Boris de Pfeffel Johnson, el viejo pijo
de Eton que nunca trabajó de verdad ni un solo día en toda su vida,
hacerse pasar por un hombre del pueblo.
Por el contrario, a
Corbyn le encuadraron, esos los mismos medios de comunicación, como un
político típico de “Londres”, un tipo metropolitano que nunca podría ser
“uno de nosotros”.
El resultado fue una demonización sin
precedentes de Corbyn, que involucró un aumento de la falsa “crisis” de
antisemitismo, de los supuestos vínculos de Corbyn con terroristas, de
su sospechoso patriotismo, etc.
Lo raro aquí es que a los
votantes les gustaban las políticas establecidas en el manifiesto
laborista, pero al final dijeron que Corbyn era su obstáculo para votar
por los laboristas, ¡a pesar de que Corbyn era el arquitecto de esas
políticas!
Ahí estaba produciéndose una especie de invalidación
cognitiva que no puede explicarse solo en términos de lavado de cerebro
por parte de los medios, falta de educación, “pavos votando a favor de
la Navidad”, etc.
Estamos en el reino de una instrumentación
profunda y de múltiples capas de afecto, de sentimientos subliminales,
una historia que debe guardarse para otro lugar.
Así pues,
mientras BoJo martilleaba con su tema simplista y deshonesto de “Hagamos
el Brexit ya”, los laboristas presentaban a los votantes una gran
cantidad de opciones de políticas (“incontinencia política” en palabras
de un laborista) que después de un tiempo dejaron a personas como John y
Jane Bull, de Nottingham, algo perplejas.
Las propuestas de los
laboristas habían tenido un coste, por lo que la acusación típica de la
derecha de que se trataba solo de un despilfarro del laborismo no se
mantuvo. En cualquier caso, el rescate de los banqueros de 2008 había
costado más de lo que los laboristas se proponían gastar en el gobierno,
y, por supuesto, los medios de la derecha no se quejaron de ese acto
particular de generosidad.
Pero los laboristas deberían haber
anunciado a los votantes una clara priorización de estas políticas, y
puesto que no todas podían implementarse de una vez, haber improvisado
una explicación básica de los mecanismos de implementación para la mayor
cantidad posible de ellas (es cierto que hicieron esto con algunas de
sus propuestas). Por ejemplo, está claro que el Sistema Nacional de
Salud (NHS, por sus siglas en inglés) debe ser una prioridad máxima,
pero ¿cómo se equilibrarían sus necesidades con las del nuevo pacto
verde propuesto por el laborismo?
Los laboristas se
comprometieron a eliminar gradualmente las salas-dormitorio en los
hospitales, pero ¿con qué rapidez se haría esto, en comparación con su
compromiso de facilitar casi el 90% de la electricidad y el 50% de la
calefacción de fuentes renovables y bajas en carbono para 2030?
Menos compromisos políticos con más detalles adjuntos a cada uno de
ellos podrían haber servido mejor a los laboristas en su “estrategia
básica” electoral.
Pero todo esto es hablar a toro pasado.
Más importante es la tarea masiva de construcción institucional y
transformación cultural a que se enfrenta el laborismo en sus antiguos
territorios.
A pesar de estos reveses electorales, el logro de Corbyn ha sido masivo. Sacó a los laboristas de sus grilletes blairistas,
y aunque algunos dicen que los laboristas solo ganarán elecciones
cuando opten una vez más por el centrismo y la triangulación, tal
recuperación del partido estilo blairista no tendrá lugar.
Kenneth Surin es profesor emérito en la Universidad Duke, Carolina del Norte. Vive en Blacksburg, Virginia.
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