Francia
Claves para
entender la reforma de pensiones
Pierre
Khalfa
Vientosur
21.12.2019
Las
pensiones en un momento determinado son siempre parte de la riqueza
producida en el mismo instante. Ello es evidente en un régimen de reparto. Las
cotizaciones, que son una parte de la masa salarial, son inmediatamente
mutualizadas, socializadas y se utilizan para financiar las pensiones. Las
pensiones de reparto proceden de un doble reparto de la riqueza producida.
El primero
resulta de la división entre la masa salarial y los beneficios. Es la formación
de los ingresos primarios. Esta distribución está condicionada desde un punto
de vista económico por el hecho de saber si la evolución de la masa salarial
sigue, o no, la de las ganancias de productividad. Si fuera el caso, la parte
de la masa salarial en el valor agregado, la riqueza creada en la producción,
es estable. Ese lo que ocurrió entre 1950 y 1970 en Francia.
De 1970 a
1982, la masa salarial creció más rápido que las ganancias de productividad.
Posteriormente, la masa salarial evolucionó más lentamente que las ganancias de
productividad, de ahí el aumento de la participación de los beneficios en el
valor agregado. Este es el esquema general, porque hubo fases de estabilización
y una pequeña fase en 2009 durante la cual aumentó la parte salarial. Pero
también hay una segunda distribución, ésta dentro de la masa salarial.
¿Cuál es la
parte que será destinada al salario directo y la dedicada a la financiación de
la seguridad social?
Esta
distribución está en la raíz de la solidaridad intrageneracional e
intergeneracional. Por ejemplo, si las personas piensan que ellas mismas nunca
estarán enfermas, ¿por qué aceptarían que parte de su salario se use para cuidar
a las y los enfermos? Del mismo modo, aceptar que una parte de su salario se
use para financiar las pensiones de las y los pensionistas supone que se piensa
que será lo mismo cuando cada una y cada uno se jubile.
La pensión
de reparto se basa en un doble contrato implícito. El trabajo realizado por la
generación que se jubila ha producido riqueza para la sociedad en su conjunto
y, por lo tanto, beneficia a la próxima generación, que toma a cargo a las y
los pensionistas. Por lo tanto, parte de la riqueza creada por los trabajadores
se destina a los y las pensionistas. Las pensiones de reparto se basan en la
solidaridad intergeneracional. Esta último tiene dos aspectos. Si las y los
activos pagan las pensiones de los pensionistas, a cambio, las y los trabajadores
mayores dejan su lugar en el mercado laboral a las nuevas generaciones. Esta
exigencia es tanto más fuerte por la continuidad del desempleo masivo y por una
actividad económica átona.
Querer hacer
que las y los trabajadores trabajen más tiempo significa preferir mantener el
desempleo entre las y los jóvenes en lugar de pagar pensiones, a pesar de que
las condiciones de trabajo se deterioran y que la aparición de nuevas
patologías exige una reducción del tiempo de trabajo.
La ilusión
de la capitalización
La
capitalización a menudo se presenta como una solución al problema demográfico.
Pero contrariamente a las ideas recibidas, en el caso de la capitalización
tampoco cada cual se financia su pensión. Al ahorrar, un asalariado o
asalariada no deja de lado, en una “nevera económica”, los alimentos, billetes
de tren... que consumiría tras 40 años. Solo conserva un derecho sobre la
producción futura de bienes y servicios, una deuda para el futuro.
Para que
esta deuda sea “pagada” en el momento que se presente, se debe producir la
riqueza correspondiente. En la capitalización, como en el reparto, los ingresos
de las y los pensionistas son una parte de lo que se produce en el momento de
la jubilación, es decir, un drenaje de la riqueza producida por las personas
activas. Si en el futuro hay un problema demográfico, es decir, disminución de
personas activas para producir la riqueza, el sistema de reparto y el de
capitalización se enfrentan a las mismas dificultades.
La
capitalización tiene dos grandes deficiencias. Inicialmente es aleatoria y da
lugar a que la pensión se juegue en la Bolsa. La crisis de la década de 1930
trajo consigo la ruina del sistema de pensiones por capitalización y condujo a
la creación de un sistema de reparto. El resurgimiento regular de las crisis
financieras, que es una de las características del capitalismo neoliberal,
acentúa aún más la naturaleza peligrosa de las pensiones de capitalización.
Además, empeora considerablemente las desigualdades sociales. En los Estados
Unidos, por ejemplo, solo el 40% de los hogares posee acciones a través de
fondos de pensiones y el 10% de los hogares posee el 90% de las acciones.
Finalmente,
es completamente ilusorio creer que a largo plazo se podrá mantener la
coexistencia entre el reparto y la capitalización. Los ingresos de los dos
sistemas no se suman. De hecho, un buen rendimiento de un fondo colocado en
bonos supone altas tasas de interés reales, lo que es contrario a la actividad
económica y, por lo tanto, al empleo. En el caso de un fondo invertido en
acciones, un buen rendimiento implica comprimir al máximo la masa salarial. En
ambos casos, los recursos del sistema de reparto se verían afectados. De esta
forma se programaría la liquidación del sistema de reparto.
“Se vive más
tiempo, hay que trabajar durante más tiempo”
Aparentemente
de sentido común, este eslogan es uno de los dos argumentos presentados -el
otro está relacionado con la imposibilidad de financiar las pensiones-, para
justificar el alargamiento del período de cotización y el aplazamiento de la
edad de jubilación.
El aumento
en la esperanza de vida no es nuevo
El Instituto
Nacional de Estudios Demográficos (INED) ha comprobado que el aumento de la
esperanza de vida se viene dando desde hace 250 años. Ciertamente interrumpida
por las guerras, la progresión de la esperanza de vida es regular. De 30 años a
fines del siglo XVIII, aumentó a 37 años en 1810 para llegar a 45 años en 1900.
En el siglo XX, el progreso de la medicina, el desarrollo de políticas de
higiene y una alimentación mejor adaptada, condujeron notablemente a una fuerte
caída de la mortalidad infantil, y la esperanza de vida superó los 80 años en
2004.
Ese aumento
en la esperanza de vida no ha impedido que el tiempo dedicado al trabajo no
doméstico disminuya constantemente: la jornada semanal de trabajo ha
disminuido, así como la cantidad de horas dedicadas al trabajo a lo largo de la
vida. En Francia, desde el siglo XIX hasta finales del XX, el tiempo de trabajo
anual individual se redujo a la mitad, mientras que el número de empleos
aumentó en tres cuartos. Eso fue posible gracias a un aumento en la
productividad laboral por hora mayor que la de la riqueza producida. Así,
durante ese mismo período, la productividad horaria se multiplicó por
aproximadamente 30, la producción por 26 y el empleo total por 1,75. El
indicador “esperanza aparente de la vida laboral”, que proporciona una
estimación del número de años trabajados, cayó para los hombres en 20 años
entre 1930 y 2000.
La
conclusión que se puede extraer de estas cifras es inequívoca: el reparto de la
riqueza producida puede permitir que el aumento de la esperanza de vida vaya
acompañado de una reducción del tiempo dedicado al trabajo. Esto es lo que se
llama el progreso.
Vivimos más
tiempo... ¡pero no realmente en buena salud!
Pero también
se debe tener en cuenta la esperanza de vida sin discapacidad, es decir, sin
estar limitados en las actividades diarias. Un estudio reciente de Drees 1/
(Dirección de la Investigación, los Estudios, la Evaluación y las Estadísticas)
indica que en 2018, se situó en 64,5 años para las mujeres y en 63,4 para los
hombres. Globalmente estable para las mujeres desde hace10 años, aumentó muy
ligeramente para los hombres. Además, Francia no está particularmente bien
situada en Europa. Según las últimas estadísticas de Eurostat, de 2016, Francia
está por debajo de la media europea en este ámbito. La diferencia es casi de
diez años con Suecia (73,3 años para las mujeres, 73 para los hombres),
mientras que la esperanza de vida al nacer es casi equivalente en los dos
países.
Por lo
tanto, se puede ver que cualquier jubilación tardía afecta significativamente
al tiempo disponible del que disponen las y los asalariados para disfrutar
realmente de su jubilación. Si las y los jubilados se clasifican como inactivos
en los cálculos económicos, en realidad lo son cada vez menos y se invierten
cada vez más en actividades socialmente útiles. Por lo tanto, producen riqueza,
tal vez no riqueza monetariamente cuantificable, sino valores de uso
cuya utilidad social es innegable; por ejemplo, integrarse en la vida
asociativa, cultural, ocuparse de la educación, de las niñas y niños... El
hecho de jubilarse con buena salud, por lo tanto bastante tempranamente, y con
un nivel de vida que no colapse, no es simplemente un reconocimiento justo para
las personas que han trabajado toda su vida sino que también es un beneficio
para la sociedad en su conjunto.
Además,
¿trabajar más tiempo es una solución aceptable cuando las condiciones de
trabajo se deterioran, el sufrimiento en el trabajo se desarrolla y aparecen
nuevas patologías?
¿El destino
de los seres humanos es trabajar hasta que ya no puedan hacerlo para permitir
que los dividendos pagados a los accionistas continúen su enorme crecimiento?
¿Se quiere rehacer de la jubilación una simple antecámara de la muerte?
Un discurso
hipócrita
Existe una
hipocresía en querer hacer que las y los asalariados trabajen más tiempo, ya
sea posponiendo la edad de jubilación para recibir una pensión a tasa plena
[equivalente a un porcentaje del 100% sobre la base de cálculo, ndt] o
aumentando el período de cotización. De hecho, la edad de liquidación de la
pensión, el momento en que la persona jubilada percibe su primera pensión, para
una gran parte de las y los asalariados, no corresponde con la edad de fin del
empleo. Más de la mitad de las y los asalariados están sin trabajo (en
desempleo, invalidez, inactividad o exentos de la búsqueda de empleo) en el momento
de acceso a la jubilación.
Por lo
tanto, muy a menudo, las y los asalariados que han tenido una carrera corta y
difícil, en particular las mujeres, esperan hasta la edad de anulación del
coeficiente reductor para acceder a la jubilación y así poder beneficiarse de
una pensión completa, mientras que ya están fuera del mercado de trabajo. Según
la Drees 2/,
“en 2015, 1,4 millones de personas de 53 a 69 años de edad que vivían en la
Francia metropolitana, o el 11% de las personas de este grupo de edad, no
percibían ni ingresos laborales ni pensiones propias”. La Drees señala que la
mayoría son mujeres. Endurecer las condiciones para tener una jubilación a tasa
completa solo puede tener dos consecuencias: aumentar aún más la cantidad de
personas que se encuentran en una situación intermedia entre el empleo y la
jubilación y, que por lo tanto, viven en la precariedad; o jubilarse con una
pensión reducida.
Un déficit
imaginario
El Consejo
de Orientación de las Pensiones (COR) acaba de publicar un nuevo informe
encargado por el gobierno. ¿Por qué un nuevo informe, mientras que el anterior
data de junio de 2019? ¿Qué ha sucedido en menos de seis meses que justifique
un nuevo informe?
Obviamente
nada, excepto que el gobierno necesitaba un informe que mostrara que los planes
actuales estaban en déficit para justificar las medidas destinadas a trabajar
durante más tiempo 3/.
Este informe
pronostica un déficit de los regímenes de pensiones que va del 0,3% al 0,7% del
PIB. Estas cifras son, de hecho, similares a las contenidas en el informe de
junio de 2019. Este informe no agrega elementos nuevos que puedan justificar
medidas regresivas adicionales. Parece como una estricta operación de
comunicación. Ese déficit se construye en primer lugar desde cero. El propio
COR hace hincapié en que “el equilibrio financiero del sistema de pensiones
[...] depende fundamentalmente de la convención [contable] adoptada”. Por lo
tanto, señala que “la parte de los recursos destinados al sistema de pensiones
en el PIB disminuye durante el período de proyección”. A partir de este
postulado, no es difícil establecer un déficit en los escenarios actuales que
permita, por diversos medios, aumentar la edad efectiva de jubilación y/o
reducir el nivel de las pensiones. Mientras que el gobierno pretendía ahorrar a
las generaciones anteriores a 1963, ahora parece que se verán afectadas, al
igual que los demás, por las reducciones en el nivel de las pensiones
presentadas en el informe del COR.
Sin embargo,
el COR señala que las reservas del sistema de pensiones se estiman en el 5,6%
del PIB, ampliamente suficientes para superar el hito de 2025. Además, el COR
está obligado a reconocer que el equilibrio financiero podría lograrse
fácilmente mediante un aumento modesto de las cotizaciones: en promedio, 1
punto de cotización adicional para 2025, o 0,2 puntos por año. Finalmente, en
2025, se reembolsaría la deuda social, por lo tanto estarán disponibles mil
millones, actualmente utilizados para reembolsar a los mercados financieros.
Incluso basándose en las evaluaciones de déficit del informe, la situación,
como se puede ver, no tienen nada de dramática.
La estafa
del régimen de puntos
En un
régimen de puntos, se acumulan puntos cotizando a lo largo de la vida activa,
las cotizaciones se usan para comprar los puntos. Al jubilarse, los puntos se
convierten en pensión. No hay una tasa de reemplazo (relación entre la pensión
y el salario) fijada por adelantado, a diferencia de un régimen de anualidades
que define una tasa plena que se obtiene mediante ciertas condiciones (período
de cotización, edad de salida a la jubilación). Un régimen por anualidades es
de “prestaciones definidas” mientras que un plan de puntos es de “cotizaciones
definidas”: conocemos el nivel de las cotizaciones, pero como no existe una
noción de tasa plena, no se visibiliza el importe de la futura pensión. El
ejemplo de los regímenes por puntos Agirc y Arrco [estos regímenes se basan en
la negociación colectiva, funcionan en base al sistema de reparto pero por el
método de puntos que pretende imponer la reforma Macron para el régimen público
de reparto y se aplican al conjunto de las personas asalariadas de Francia;
suponen un porcentaje importante de los ingresos de pensión, especialmente para
los salarios más elevados, ndt] no es envidiable: entre 1990 y 2009, la tasa de
reemplazo cayó en más del 30% en cada uno de ellos 4/,
lo que es una caída más elevada que en el régimen público de base.
El régimen
de puntos se basa en una lógica puramente contributiva, es decir, tiene como
objetivo que las pensiones recibidas por una persona durante su jubilación se
aproximen lo más posible a la suma actualizada de las cotizaciones pagadas
durante su carrera. La pensión por lo tanto refleja todos los salarios
recibidos, y ya no los mejores 25 años de salarios como en el plan de
anualidad. En la situación actual, caracterizada por carreras más cortas para
las mujeres en promedio, con salarios más bajos y períodos de tiempo parcial,
las desigualdades de pensiones entre los sexos solo podrían acentuarse aún más
en relación con el régimen público, ndt] de anualidades.
El precio
del punto en la compra, el valor del punto cuando se convierte en pensión (el
llamado valor de servicio) y otros parámetros se ajustan cada año para
equilibrar las finanzas de las cajas de pensión. Estas son medidas
supuestamente técnicas que se deciden a nivel de los gestores de las cajas. No
existe el concepto de carrera completa, no hay tasa de reemplazo garantizada,
por lo tanto, no hay tasa plena. Y no hay visibilidad sobre la futura pensión. De
este modo, se evita cualquier debate público sobre la evolución de las
pensiones y la distribución de la riqueza producida, por un lado entre las y
los asalariados y las y, por otro lado, entre masa salarial y beneficios. Por
otra parte, el gobierno ha anunciado que la parte del PIB destinada a las
pensiones permanecerá como máximo en su nivel actual (13,8%) y ello mientras
que el número de pensionistas va a aumentar en el futuro.
2/12/2019
Traducción: viento
sur
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