Lo que no se
está diciendo en los medios sobre la estrategia de Pedro Sánchez
Rebelión
Público.es
21.08.2019
Está habiendo
una avalancha mediática en España que intenta culpabilizar a Podemos en
general, y a Pablo Iglesias en particular, por el fracaso de la investidura del
candidato a la presidencia del gobierno, el Sr. Pedro Sánchez, atribuyéndoles
unas prácticas negociadoras prepotentes y unas demandas desproporcionadas que
no se corresponden con su peso electoral. Su petición
de establecer un gobierno de coalición primero, y su supuesto rechazo después
de los sillones que les ofrecía el equipo negociador de Pedro Sánchez (una vicepresidencia
y tres ministerios) han sido mostrados como prueba de su irracionalidad.
Tal mensaje ha
sido dominante en los grandes medios de información españoles, la mayoría de
los cuales han sostenido posturas de clara hostilidad hacia Podemos y, muy en
particular, hacia Pablo Iglesias, el dirigente de izquierdas más “demonizado”
por el establishment mediático español en los últimos años. Lo que es sorprendente es que tal interpretación de las causas del
fracaso de las negociaciones también haya sido promovida por algunos sectores
de izquierdas, tanto dentro como fuera del PSOE. Entre estos últimos incluso se
ha celebrado el fracaso del intento de establecer una coalición, pues ello
parece abrir la posibilidad de que en lugar de un gobierno de coalición se
establezca un pacto de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos que le permita
al PSOE gobernar en solitario bajo el apoyo y supervisión de las izquierdas a
la izquierda del PSOE. Aunque tal alternativa parecería razonable, parece
olvidar algunos puntos importantes. Veámoslos.
Algunos de los
consejeros más próximos a Pedro Sánchez consideran que uno de los retos más
importantes en los próximos cuatro años será su expansión a base de atraer al
votante de centro, que está siendo abandonado por Ciudadanos y por el PP. Hoy estamos viendo la enorme derechización de tales partidos como
resultado de su alianza con Vox, partido de claras raíces franquistas, que está
redefiniendo los parámetros ideológicos de las derechas españolas, dejando su
imprimátur en dos dimensiones clave: una es su neoliberalismo sin tapujos,
haciendo propuestas extremas en áreas económicas y sociales en las que se había
alcanzado durante el periodo democrático un consenso dentro del establishment
político-mediático del país de establecer un Estado Social, que se quiere
ahora revertir con el objetivo de empequeñecer todavía más el ya reducido
Estado del Bienestar español; y la otra dimensión característica de las
derechas actuales es la defensa extrema y radical del Estado borbónico
uninacional y radial aprobado en la Transición, la cual continúan definiendo
como modélica pero que sirvió para perpetuar la cultura franquista dentro de un
amplio sector de las estructuras del Estado. Su beligerancia nacionalista
españolista, hostil a una visión de España poliédrica, pluricéntrica y
plurinacional (a la que definen como la “anti-España”) se ha reavivado, con una
gran hostilidad hacia los nacionalismos “periféricos” y muy en especial al
catalán. Ello ha implicado una radicalización de este último, facilitando el
crecimiento del separatismo en amplios sectores del nacionalismo catalán, que
ha generado a su vez la radicalización del nacionalismo españolista de las
derechas españolas. Se ha establecido, de esta manera, un círculo vicioso en
el que la radicalización de un polo supone automáticamente la radicalización
del opuesto.
Esta
derechización de los partidos que se definían como de centroderecha ha dejado
un enorme vacío en lo que se llama el centro (que es, en
realidad, la derecha democrática), que tales asesores de Sánchez quieren
capturar de nuevo. Esta estrategia es clave para entender el comportamiento de
Pedro Sánchez, para el cual la coalición con Unidas Podemos dificultaría
enormemente esta estrategia de captación del centro.
El problema que tiene la estrategia
de Pedro Sánchez
Ahora bien,
para que esta estrategia tenga efecto, el mayor obstáculo que tiene Sánchez es
la ilusión que su victoria en las primarias del PSOE (como consecuencia de la
imagen que Sánchez dio de mover el PSOE a la izquierda, “podemizando” incluso
su discurso) creó entre sus bases (causa de su victoria el 28 de abril y, más
tarde, en las municipales de mayo). El deseo entre sus bases de que se
establezca un gobierno de coalición con Unidas Podemos representa un problema
para él. De ahí que fuera a última hora (48 horas antes del
día de la investidura) cuando se inició la negociación, con el intento de dar
la imagen que así intentaba alcanzar un acuerdo (sin, en realidad, desearlo). Con
este propósito impuso durante las negociaciones unos términos que dificultaban
dicho acuerdo. No se explica que tardara tanto en iniciar las negociaciones con
Unidas Podemos, ni tampoco sus exigencias (como vetar a Pablo Iglesias en el
posible gobierno de coalición), sin entender que la coalición no fue una
alternativa considerada seriamente por Sánchez. Y su mayor sorpresa (y un
problema para su estrategia) fue que Pablo Iglesias incluso cedió a su demanda
y se retiró. Tal decisión le creó un problema que incluso se acrecentó en la
medida que el equipo negociador de Unidas Podemos fue cediendo en muchas de sus
propuestas. En realidad, en contra de la imagen que quisieron crear (de que
a Unidas Podemos solo le interesaban los “sillones”), Sánchez era consciente de
que no eran los cargos, sino las políticas concretas que proponía Unidas
Podemos (como incrementar el salario mínimo, corregir el enorme desequilibrio
en la negociación colectiva entre el mundo empresarial y el mundo laboral, el
control del precio de los alquileres, y un largo etcétera), las que él no
quería aceptar. De ahí que ninguno de los ministerios que Sánchez ofrecía a
Unidas Podemos hubiera permitido hacer tales reformas. Ni que decir tiene
que también hubo errores por parte del equipo negociador de Unidas Podemos.
Pero tales fallos (derivados de la enorme urgencia y presión de tiempo, con una
negociación de menos de 48 horas) no explican el fracaso de la investidura,
pues el punto clave fue la resistencia de Sánchez a establecer una coalición
con Unidas Podemos.
Creerse que un
gobierno Sánchez aceptaría, a pie juntillas, un programa pactado con Unidas
Podemos es poco creíble. Lo ocurrido con el presupuesto pactado es un ejemplo
de ello. Ni que decir tiene que un gobierno Sánchez sería
mejor que un gobierno del PP, C’s y Vox. Y ahí está el chantaje de Sánchez.
Pero el coste para España sería también grande. De ahí la enorme importancia
de movilizar las fuerzas progresistas, incluyendo las bases y las izquierdas
dentro del PSOE (que existen y que desean un gobierno de coalición) para que
presionen y denuncien el mensaje que Sánchez está dando de que él lo está
“intentando”. Este “intento” está, en realidad, lleno de triquiñuelas (como
cambiar los textos usados en la negociación antes de enviárselos a los medios)
y malas prácticas (incluyendo malinterpretaciones de lo dicho y expuesto, como
el deseo de controlar todos los ingresos del Estado y el 50% del gasto (¿?!!)),
pues la realidad es que el equipo negociador de Unidas Podemos había cedido
tanto que casi estaban a punto de llegar a un acuerdo. Y miembros del equipo
negociador del PSOE eran plenamente conscientes de ello. Era solo cuestión de
horas, pero Sánchez no quiso. El tono insultante adoptado desde entonces
con Unidas Podemos dificulta todavía más la posibilidad de un pacto con Unidas
Podemos. De ahí que el próximo paso sea mostrar que esta coalición es posible,
señalando con datos y sin insultos por qué es así. Para ello los miembros de
los equipos negociadores deberían sentarse de nuevo y aceptar que sí se puede,
en caso de que se desee. Para ello es fundamental que se dejen a un lado los
insultos y el enfado, y que se antepongan los intereses del país a los
intereses partidistas, que francamente creo que ha sido más la característica
de una que no de las dos partes. Lo que ocurra en estas semanas definirá
lo que suceda en los próximos diez años.
Vicenç Navarro.
Catedrático Emérito de Ciencias Políticas y Políticas Públicas Universitat
Pompeu Fabra
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