Las tres rosas del salitre
TERCERAINFORMACIÓN
17/04/2019
[...] Julia
solo pensaba en su marido asesinado, su mente no era capaz de asimilar aquel
momento tan terrible, todo se le iba en el recuerdo de los buenos momentos en
la consulta del “médico de los pobres” que tanto amaba, el joven licenciado en
Madrid, que había dedicado gran parte de su carrera a atender en su humilde
despacho a la gente necesitada sin cobrarles nada “¿Quizá ese fue el motivo de
su condena a muerte?” se preguntaba, no entendía tanta crueldad, ese odio
atávico contra ellas, contra todo lo que representaban al ser mujeres formadas,
comprometidas, cultas, antifascistas, republicanas y defensoras de los derechos
de su género, de su clase [...]
Cuando
sacaron de su casa a Julia Lafora, la maestra de Triana, era de madrugada,
apenas tuvo tiempo de vestirse, se quitó el camisón en presencia de los
falangistas que la custodiaban, para ponerse el vestido negro de luto por su
marido fusilado dos días antes. Afuera, dentro del lujoso vehículo donde la
introdujeron, dos mujeres más que lloraban, ambas con la cara ensangrentada por
los golpes de los requetés.
El auto
enfiló directo hacia el sureste de la isla, entrando por una carretera de
tierra hacia la Playa de Melenara en Telde, allí esperaban varios miembros de
la guardia civil y del ejército de tierra, algunas caras conocidas de la
oligarquía isleña, un empresario tabaquero, el hijo del conde, un terrateniente
del sur de origen inglés, propietario de gran parte de la industria del tomate.
Las mujeres
fueron sacadas a la fuerza de los coches, Julia fue la última, las dos chicas
era Josefa Rodríguez del barrio de La Isleta, 25 años, sindicalista tabaquera
de la CNT, Dolores Zapata, 22 años, madrileña y trabajadora contratada en la
Federación Obrera, se encargaba de la tramitación de las denuncias contra los
empresarios por abusos y explotación laboral.
Ya junto a
la explanada previa a la playa los hombres con correajes empezaron a
insultarlas, a llamarlas “putas”, “asquerosas”, “tortilleras”, “guarras”… Julia
solo pensaba en su marido asesinado, su mente no era capaz de asimilar aquel
momento tan terrible, todo se le iba en el recuerdo de los buenos momentos en
la consulta del “médico de los pobres” que tanto amaba, el joven licenciado en
Madrid, que había dedicado gran parte de su carrera a atender en su humilde
despacho a la gente necesitada sin cobrarles nada “¿Quizá ese fue el motivo de
su condena a muerte?” se preguntaba, no entendía tanta crueldad, ese odio
atávico contra ellas, contra todo lo que representaban al ser mujeres formadas,
comprometidas, cultas, antifascistas, republicanas y defensoras de los derechos
de su género, de su clase.
Un guardia
civil con un parche en el ojo se acercó a las mujeres y les rompió los vestidos
a la altura del pecho, quedaron semi desnudas entre los gritos de unos 40
hombres ebrios y desatados. El seminarista Juan José Samsó, se encargó de raparlas
con unas tijeras una a una, sus cabelleras caían al suelo entre las burlas del
grupo de fascistas: “¡Fóllatelas Cabrera!”, dijo uno de los requetés, el más
joven del grupo, el viejo capataz Froilán Cabrera no respondió, prefirió
golpear a Dolores con la culata del fusil, que cayó al suelo semiinconsciente,
subirle la falda a Josefa para burla general de la soldadesca.
Las mujeres
arrodilladas, abrazadas en aquel suelo repleto de piedras y arena, humilladas,
temblando de miedo, protegiéndose unas a otras con sus cuerpos de las
agresiones verbales, de los escupitajos de algunos, de las patadas y golpes de
aquellas caras conocidas, de hombres que habían visto alguna vez en las calles,
en sus trabajos, en los bailes y fiestas de los pueblos, varones de los que
nunca imaginarían un comportamiento tan atroz, tan violento contra mujeres que
no habían cometido ningún delito, solo defender la libertad, la democracia, un
mundo mejor para el pueblo canario, para la gente más desfavorecida de unas
islas sometidas a la esclavitud, a los caprichos del caciquismo ancestral, el
que junto a la Iglesia Católica, durante cientos de años, había sometido a todo
un pueblo a vejaciones y abusos indescriptibles.
Después de
varias horas algunos soldados por orden de capitán Morera rodearon a las
mujeres que ya casi desnudas iban a ser violadas por todo el grupo de hombres,
los vecinos se habían soliviantado por el escándalo, había gente asomada en las
lomas vecinas, luces encendidas en los pequeños poblados de apareceros, los organizadores
del linchamiento múltiple decidieron por seguridad que había que llevarse de
allí a las tres mujeres.
Las metieron
en uno de los coches ante la indignación de la enfervorizada multitud de
fascistas, varios mandos de la guardia civil discutían a gritos medio borrachos
con los dirigentes de Falange, en medio del caos las sacaron hacia la carretera
del sur a un destino desconocido, las mujeres no se habían hablado entre ellas
hasta ese momento de silencio entre el ruido del viejo motor, al oído, Julia,
le dio a Josefa: “Mi niña nos sacan del infierno, pero nos llevan a otro. No
digas nada te hagan lo que te hagan, no reveles los nombres, ni las direcciones
de los camaradas”.
Las tres
mujeres tuvieron un final misterioso, no se supo más de ellas, aún se les
recuerda en la memoria colectiva de la lucha por la justicia, la ternura y la
dignidad. En el exilio de la Francia ocupada por los nazis, Roberto Macías,
nombraba el caso de las “Tres rosas del mar” en las reuniones clandestinas de
la resistencia en los pisos francos de París. Era hermano de Dolores, salió de
Gran Canaria en agosto del 36 hacia África en un barco de pesca, nunca pudo
olvidar aquellos sucesos ocultos de forma premeditada hasta la actualidad, cada
19 de septiembre antes de morir se iba con sus hijas y nietos esa noche a la
playa de Melenara, allí pasaban un rato de charla escuchando como rompían las
olas, mientras echaba al mar en silencio las tres flores rojas.
(*) Relato
publicado en el libro "Tormenta en la memoria" de Francisco González
Tejera. (Agosto de 2015).
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