Una oportunidad para el "sanchismo"
26.12.2018
Los resultados de las elecciones autonómicas andaluzas del pasado dos de diciembre han sido, sobre todo, un fracaso para el ‘susanismo’ por su gestión socioliberal y prepotente, en los ámbitos autonómico, con su desalojo del poder institucional, y estatal, con la pérdida de credibilidad en el conjunto del Partido Socialista y en el escenario político. Ese es el aspecto más relevante con impacto a nivel general que ofrece una oportunidad de consolidación del ‘sanchismo’ que, junto con sus socios de Unidos Podemos, En Marea y En Comú Podem (y Compromís y las candidaturas municipalistas), puede avanzar con una perspectiva progresista. Además, analizo dos aspectos adicionales: por un lado, el ascenso de Vox y la reestructuración de las derechas y, por otro lado, la pérdida de empuje de Adelante Andalucía. Todo ello permite aventurar las dificultades, pero, también, las posibilidades de un cambio de progreso en las próximas citas electorales.
Contexto de la derrota socialista
A pesar de la prolongada y amplia confianza ciudadana depositada en el Partido Socialista, durante casi cuatro décadas, el casi régimen político instalado en Andalucía, llamado ‘susanismo’ (o antes y a nivel general ‘felipismo’) no ha sido capaz de transformar las fuertes dinámicas de desigualdad, precariedad y vulnerabilidad social, especialmente gravosas para la mayoría popular andaluza, más en esta última década de ajustes económicos y recortes sociales. Tampoco ha afrontado bien las nuevas realidades, como la fuerte inmigración, con una política sistemática de integración social y convivencia intercultural y el desarrollo de los derechos humanos. Y menos ha desarrollado un talante federal incluyente, democrático y de respeto a la plunacionalidad de España. Ha tenido un continuado desgaste de credibilidad sobre sus difusas alternativas socioeconómicas continuistas, plagadas de populismo emocional en torno al hiperliderazgo de Susana Díaz, y atravesadas de intereses corporativos y clientelares, así como de inercias burocráticas y jerárquicas y casos de corrupción sin limpiar o regenerar democráticamente.
Además, la líder andaluza ha tenido un papel estelar en dos intentos estratégicos fracasados para consolidar su giro centrista. Primero, imponer a la dirección socialista, tras el 20-D-2015, la prioridad estatal de su acuerdo gubernamental con Ciudadanos, implementado en Andalucía, y del que más tarde el propio Pedro Sánchez se desdijo y explicó su sentido continuista y subordinado al poder económico. Segundo, después del 26-J-2016, facilitar la investidura y gobernabilidad del gobierno del PP, frente a la posibilidad de acuerdos de progreso, con la defenestración del Secretario General y su equipo.
Esa estrategia del sector ‘susanista’ suponía la subordinación y/o el aislamiento de las fuerzas del cambio, en aras de la ‘normalización’ política y económica, o sea, hacia el cierre de un cambio de progreso, abierto por el nuevo equilibrio representativo entre las fuerzas progresistas y superador del viejo bipartidismo. Su dinámica se puede resumir en tres elementos: el refuerzo del continuismo económico socioliberal con políticas sociales insuficientes, retóricas o clientelares; la prolongada prepotencia institucional en torno a un grupo de poder hegemonista, escasamente pluralista con los sectores a su izquierda, pero abierto a las fuerzas políticas a su derecha y, especialmente, a consensuar con los grupos de poder; así mismo, su talante territorial ‘uninacional’, convergente con un españolismo conservador insensible a la realidad plurinacional de España. No ha obtenido resultados políticos. Ni ha impedido una fuerte contestación progresista. Ni ha evitado el fortalecimiento de las derechas.
La oposición a ese plan por parte, primero, de Podemos, Izquierda Unida y las convergencias, con fuerte coerción política y mediática, y más tarde del propio Pedro Sánchez, que se reafirmó en su oposición a la investidura de Rajoy y su resistencia frente a su defenestración orgánica, cerró provisionalmente la viabilidad de ese proyecto ‘susanista’ en España: avalar la continuidad de Rajoy antes que apostar por una investidura alternativa, con el apoyo de sus detestables Unidos Podemos y nacionalistas catalanes que, como se demostró más tarde, era viable, y solo había aceptado a regañadientes.
Por tanto, su política general, frustrada por el fiasco de su derrota democrática en las primarias a la Secretaría General del PSOE, ha sido de confrontación con el ‘sanchismo’ y las fuerzas de progreso, así como a la opción de construir una alternativa enfrentada a las derechas, con cierta renovación orgánica, giro hacia la izquierda en materia socioeconómica, búsqueda de socios preferentes distintos a los consensos con las derechas del PP y C’s y apertura a abordar la cuestión catalana desde el diálogo y el respecto a la pluralidad nacional.
El fracaso del ‘susanismo’ y su sentido
Pues bien, los resultados electorales andaluces, afectados también por algunas inconsistencias y vacilaciones del Gobierno de Sánchez, desacreditan, sobre todo, la credibilidad de ese proyecto y gestión de Susana Díaz y su aparato socialista y sus aliados: tampoco vale para frenar la ofensiva reaccionaria del nuevo bloque de las derechas. Su respuesta es de esperar: no reconocer su fracaso y abrir la pugna sobre las causas y responsabilidades contra el ‘sanchismo’ (y el ‘populismo’ y el independentismo). Vuelve a resurgir la confrontación interna por la legitimidad social, el apoyo electoral y la hegemonía orgánica en torno a un proyecto u otro y su correspondiente liderazgo. Parece que culpar a su izquierda está condenado a un nuevo fracaso.
Además, gran parte del electorado progresista le ha dado la espalda, echando por tierra su discurso legitimador de ser la garantía para ganar elecciones con suficiencia. Su crisis de liderazgo arrastra a su proyecto político centrista y prepotente, pierde su hegemonía institucional y afecta a todos sus seguidores, empezando por los grandes barones territoriales que la apoyaron. Varios de éstos se revuelven nerviosos y desconcertados para intentar recomponer su proyecto y su poder, según el debilitado modelo ‘susanista’, arreciando contra el giro progresista y de diálogo territorial del Gobierno. Profundizarían en el error, al no abordar las causas reales de su desafección electoral y evitar el avance hacia una salida de progreso en España. Por tanto, conviene hacer una lectura objetiva de las tendencias sociopolíticas para ver con realismo las opciones de futuro del cambio.
Es verdad que el conjunto de las tres derechas (PP, C’s y Vox) han superado en votos (1,8 millones) a la suma de Partido Socialista y Adelante Andalucía (1,6 millones). Pero, la valoración principal es que el PSOE de Andalucía ha perdido su posición de poder y control institucional. Además de reducir su legitimidad social, no tiene margen de maniobra para prolongar su larga hegemonía institucional a través de pactos, en particular con C’s, que ha sido su socio preferente y que ahora apuesta por el cambio reaccionario de derechas.
La desafección social y electoral hacia su proyecto ha sido clara: con el millón de votos conseguido (28%) ha perdido 0,4 millones desde las anteriores elecciones autonómicas de 2015 (0,3 millones respecto de las últimas elecciones generales de junio de 2016); muy lejos de la mitad del electorado en los mejores tiempos socialistas. Incluso, una parte significativa de varias decenas de miles de votos ha ido hacia Adelante Andalucía y otros tantos a Ciudadanos. Pero, no ha habido un sustancial desplazamiento de voto socialista hacia las derechas, ni una gran modificación entre identidades ideológicas conservadoras-reaccionarias o progresistas-alternativas.
La pérdida de empuje de Adelante Andalucía
La gran mayoría de gente progresista desafecta se ha ido a la abstención (0,7 millones: 0,4 del PSOE y 0,3 de Adelante Andalucía). Pero las causas de uno y otro fenómeno son distintas. En el caso de esta última coalición la tendencia ha sido: 864.000 (590 mil de Podemos + 274 mil de Izquierda Unida) en las elecciones autonómicas de 2015, que subieron a un millón (por separado) en las generales de diciembre de 2015, bajaron a 0,8 millones en las generales (conjuntas) de junio de 2016, y han vuelto a bajar ahora hasta menos de 0,6 millones. Es decir, tras los primeros resultados ilusionantes y la subida en las primeras elecciones generales se ha producido un continuado descenso, con dos escalones. Hay una combinación de factores específicos y otros más generales que conviene precisar para evaluar su impacto y corregirlos para los próximos comicios.
Las razones de esta última abstención respecto de las fuerzas del cambio son diferentes a esa gestión socialista prepotente y socioliberal. El motivo principal es la insuficiente credibilidad política como fuerza transformadora inmediata, dada la situación complicada y su posición doble: evitar el gobierno de las derechas, facilitando la investidura de Susana Díaz, y realizar una fuerte oposición a la misma. En la práctica, parte de la gente abstencionista, no ha visto la utilidad de su voto para condicionar la nueva Junta y avalar su representación.
El relativo desconcierto y el desfondamiento del proyecto de cambio invita a una reflexión autocrítica, porfiando en una dinámica de cambio de progreso, una gestión política unitaria y pluralista y una definición más clara del proyecto plurinacional de país de países, con un claro perfil social y democrático, aspectos también fundamentales y necesarios en el plano estatal.
El ascenso de Vox y la reestructuración de las derechas
Antes de clarificar las perspectivas, comento el carácter de Vox y su ascenso electoral, con la reestructuración representativa de las derechas.
En primer lugar, ha aumentado la participación de personas conservadoras (casi 0,4 millones), y se ha producido un ascenso de la extrema derecha. Señalo los rasgos principales de la composición y el desplazamiento de voto hacia VOXi:
Ha recibido 313 mil votos desde las derechas (218 mil del PP y 95 mil de C’s); 28 mil desde las izquierdas (16 mil desde PSOE y 12 mil desde Podemos -ninguno desde IU), en todo caso poco relevantes, y 50 mil desde la abstención y voto blanco y nuevos votantes. Conclusión: claramente, el origen del electorado de VOXes un voto previo de derechas y algo de la abstención (conservadora).
Las dos grandes razones aducidas han sido: Su posición crítica ante la inmigración (13,9%); su exigencia de la unidad de España (para defenderla, frenar al independentismo catalán, contra el Estado autonómico) (28,9%); pero hay una tercera que no se ha destacado en los medios: su mejor forma de garantizar ‘su’ cambio político (‘echar al PSOE, castigar la corrupción, o porque el PP me ha defraudado’) (24,6%). Por tanto, esos son los tres factores globales que, sobre todo, han movilizado a ese electorado derechista. Es significativa, aunque menor, una cuarta razón, su afirmación de valores conservadores y machistas (6,5%) -por sus ‘valores católicos, defensa de la familia y derogación de la Ley de violencia de Género’-.
En el bloque de las derechas, el Partido Popular ha perdido 0,3 millones de votantes, pero Ciudadanos ha subido casi otro tanto y Vox ha alcanzado cerca de 0,4 millones. Por tanto, se ha producido un reajuste y desplazamiento de voto, con dos particularidades: el ascenso, junto con C’s, de una fuerza de extrema derecha, sobre una parte escindida del electorado más reaccionario del PP; y la oportunidad para el PP de articular un pacto de derechas y liderar la Junta de Andalucía, con los costes sociales y políticos que conlleva.
Por tanto, no hay una ‘derechización’ del conjunto de la sociedad. Solo se manifiesta en una parte conservadora con una ruptura representativa de la base social del PP (y un poco de C’s y la abstención), que ahora ha delegado su voto en Vox. Este partido tiene una dirección y unos objetivos de extrema derecha, de nacionalismo españolista excluyente y autoritario, de conservadurismo xenófobo y machista, contra la inmigración y por la centralización territorial en un marco de críticas a las élites gobernantes por su gestión corrupta y condescendiente en esos temas.
Pero lo más significativo es que condiciona el discurso más agresivo y reaccionario de las otras dos derechas, PP y C’s. Ese es el auténtico peligro de involución política, retroceso social, autoritarismo y centralismo territorial que hay que frenar: la apuesta frontal de las derechas, con el PP de Casado a la cabeza, de bloquear una salida de progreso en los tres temas clave de la agenda social, la democratización y la plurinacionalidad. En conclusión, no hay derechización de la sociedad; solo de una parte de ella y del conjunto de la representación política de las derechas, más radicalizadas.
Oportunidad para la reafirmación progresista del ‘sanchismo’
Esta situación contradictoria ofrece la oportunidad para la renovación y reorientación del proyecto socialista en Andalucía desde la oposición parlamentaria. Pero, sobre todo, favorece una nueva dinámica progresista de confrontación abierta con la involución social, democrática y territorial del bloque de las derechas. Así mismo, reduce los puentes para una estrategia y alianza de gran centro, con acuerdos entre la dirección socialista y Ciudadanos, nunca descartada, que es la apuesta estrella del ‘susanismo’ o ‘neo-felipismo’, con el apoyo de diversos poderes fácticos.
La cuestión de fondo es que esos condicionantes conservadores no son irreversibles y hacen poca mella en el electorado progresista, ni siquiera en el que se ha abstenido. La desafección abstencionista (incluso de parte que le ha votado) hacia el ‘susanismo’ supone un distanciamiento crítico con una dinámica política centrista, un régimen de poder prepotente, sin regenerar, y un modelo de gestión socioeconómica clientelar agotados. Es una ocasión para enterrar ese tipo de gestión y abrir también en Andalucía una perspectiva de cambio real de progreso.
Esa llamada ‘desmovilización’ socialista es lógica y merecida y de su exclusiva responsabilidad, incluido el efecto de su desalojo del gobierno autonómico. Es decir, también ha fracasado como máquina de ganar elecciones de forma suficiente para continuar en el poder institucional. Por tanto, hay que poner de relieve su significado político para el futuro socialista y, en particular, para la capacidad y la determinación de Pedro Sánchez y su equipo de abanderar una opción estratégica renovadora, democrática y progresista. Hay base social para ello.
La diferencia respecto de hace dos años es que, ahora, el poder gubernamental, aunque de forma precaria, lo tiene Pedro Sánchez, avalado por la experiencia del apoyo de un bloque heterogéneo pero alternativo frente a las derechas reaccionarias. Mientras tanto, Susana Díaz lo ha perdido, está aislada sin aliados políticos y sin credibilidad social para su proyecto autonómico y estatal. Su corriente política está a la defensiva.
O sea, la derecha política y mediática y los poderes fácticos, institucionales y económicos, ya no necesitan su decaído liderazgo para encabezar un giro ‘normalizador’. Han reinventado una nueva derecha agresiva como freno a un giro social, democratizador y plurinacional, basado en la igualdad social, feminista y ciudadana. Y es el reto del ‘sanchismo’ (y las fuerzas del cambio), necesitado de una mayor determinación política.
Por una parte, en los tres ámbitos fundamentales de la gestión política: democratización institucional, giro social sustantivo (aprobación de los Presupuestos sociales) y encauzamiento del conflicto catalán. El reto es consolidar una tercera posición distinta del secesionismo unilateral y el españolismo conservador y centralizador, empezando por reconocer la valoración desproporcionada del delito de rebelión y el sinsentido de la prisión provisional de los líderes independentistas.
Por otra parte, plantando cara, con entereza, la ofensiva derechista y consolidar la alianza con las fuerzas del cambio, con un horizonte de cambio de progreso para ganar las elecciones autonómicas, locales y generales e impulsar un ciclo progresista en España, referencia en Europa.
Nota:
i Según elaboración propia a partir de datos del sondeo 40dB y a expensas de una valoración más amplia con otros estudios postelectorales. Como las respuestas son hasta tres he reducido el total a porcentaje sobre cien, más usual para comparar las relaciones entre las distintas opciones, incluyendo el dato de que más del 20% de respuestas son en blanco, por las personas que solo han contestado una o dos opciones. También las he agrupado por esas cuatro áreas temáticas.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
@antonioantonUAM
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