La
responsabilidad de votar 'no' en el referéndum griego
Rebelión
03.07.2015
La decisión del
gobierno griego, el viernes pasado, de someter a referéndum las propuestas de
los acreedores sorprendió incluso a muchos de quienes en los últimos años hemos
estado luchando contra la austeridad asesina en Grecia.
Las negociaciones
llegaban por enésima vez a un callejón sin salida, el programa de rescate se
estaba terminando, las instituciones anteriormente conocidas como Troika
rechazaban una vez más la propuesta del gobierno griego de transferir el coste
de la crisis a los pudientes y exigían más sacrificios de parte de las capas
desfavorecidas: nuevas reducciones de sueldos y pensiones, nuevos ataques a
nuestros bienes públicos y comunes, nuevos retrocesos en los derechos laborales
y sociales.
Además, incluso
la propuesta de 47 páginas del gobierno griego, rechazada como insuficiente por
las instituciones, tenía todas la características de un nuevo paquete de
austeridad. La sociedad civil estaba, por tanto, preparándose para
resistir un nuevo memorándum; incluso hubo reuniones preparatorias
para la reactivación del movimiento de las plazas de 2011.
En este
contexto, la decisión de convocar un referéndum pareció honesta incluso a los
detractores del gobierno entre la izquierda y los movimientos. Tsipras admitió
que el mandato que el pueblo griego le dio en enero, el de revertir los
términos de la austeridad sin llegar a la ruptura con los acreedores, es
imposible de llevar a término.
Era imperativo,
pues, volver a preguntar a los ciudadanos cómo proceder. En una Europa gobernada por tecnócratas que son en efecto empleados
del poder económico, pedir a un pueblo que participe en la toma de decisiones
que afectan su destino parece un acto radical; efectivamente, la derecha griega
en su totalidad denunció la convocatoria del referéndum como un "golpe de
Estado".
No obstante,
hay que destacar lo absurdo de las opiniones que presentan el
referéndum como un acto de "democracia directa".Democracia
directa es la continua implicación de los ciudadanos en la gestión de sus
propios asuntos, sin la mediación de políticos profesionales; la capacidad de
la gente común de definir la agenda y el contenido del debate político.
No es
democracia directa un plebiscito que pide a la gente posicionarse con un 'sí' o
un 'no' sobre asuntos sumamente ambiguos, con una agenda definida en una serie
de reuniones detrás de puertas cerradas. Efectivamente, el pueblo griego está
llamado a decidir en este "histórico" referéndum sin entender bien la
pregunta, sin poder prever o controlar las ramificaciones del resultado y sin
haber elaborado un "Plan B" para el día siguiente.
Y esta
ambigüedad es justamente el punto problemático del referéndum.
El gobierno pide a los ciudadanos que se posicionen respecto a la última
propuesta de los acreedores. Estos, a su vez, insisten en que dicha
propuesta ya está retirada, y que la pregunta verdadera del referéndum
es la de sí o no a la permanencia en la eurozona, o incluso en la UE.
El gobierno no
ha hecho esfuerzos suficientes para explicar en detalle en qué
consiste la propuesta sobre la cual estamos llamados a opinar, y mucho menos
para explicar cuáles son la implicaciones de un 'no', mas allá de insistir que
el 'no' es un instrumento de presión en la negociación en curso. Y esta
ambigüedad en lo que quiere decir un 'no' significa más bien que el 'no' puede
ser utilizado para promover un acuerdo basado en las últimas propuestas del
gobierno griego, que no distan mucho de un nuevo memorándum, y las cuales han sido
duramente criticadas por los movimientos sociales y por todos los sectores de
la izquierda, incluido el ala izquierda del partido de Syriza.
Esta
instrumentalización del veredicto popular está creando un ambiente de
desconfianza. Tsakalotos y Varoufakis, los principales negociadores del lado
griego, han afirmado que el referéndum se puede anular, o el gobierno puede
pedir que se vote sí, en el caso de que se llegue a un acuerdo favorable antes
del domingo. Es comprensible que mucha gente se sienta engañada, ya que el
todopoderoso "pueblo soberano" puede pasar a ser un mero peón en un
juego de ajedrez político-financiero en cosa de minutos.
Actualmente,
para una minoría vocal de la población es bastante claro que la democracia y la
justicia social han llegado a ser incompatibles con el proyecto europeo. Que
los pueblos de la periferia europea están siendo tratados como cabeza de turco
y llamados a pagar el coste de la crisis estructural de la eurozona. Que ahora
mismo la integración europea no significa nada más que la penetración
del capital a todas las esferas de la vida y el sacrificio del medio
ambiente, de los bienes comunes y del bienestar de las capas populares en aras
de la rentabilidad capitalista.
Después del
fracaso del gobierno liderado por Syriza en crear la más mínima grieta en la
hegemonía neoliberal europea, hay una creciente concienciación de que, a pesar
del gran coste de la transición, una vida sencilla y autosuficiente fuera de la
eurozona es preferible al desangramiento lento pero continuo de la sociedad
dentro de ella.
No obstante,
para la mayoría de la población, la actitud hacia el euro no tiene que ver con
sus expectativas materiales de largo plazo, sino con el miedo a lo desconocido,
miedo a la desestabilización a corto plazo de la economía o incluso miedos
antiguos referentes a la identidad nacional griega, a la pertenencia o no a la
civilización occidental. Esto explica por qué en las manifestaciones a favor
del 'sí' en los últimos días, convocadas por las fuerzas derechistas y protagonizadas
por familias adineradas, se ha sumado gente de clase media o baja, que no tiene
ningún interés material en la perpetuación de la austeridad.
Por supuesto esta
confusión y ambigüedad está siendo aprovechada por las fuerzas pro-austeridad
para promover una campaña del miedo, con el propósito de influenciar el
voto del domingo.
Después de la
intervención política del BCE, que negó la liquidez a los bancos griegos y
obligó al gobierno a establecer controles de capitales, los medios de
comunicación controlados por la oligarquía griega, es decir, todos menos la
recientemente resucitada ERT pública, promueven unambiente de terror,
postulando que lo que está realmente en juego es la bancarrota y el caos
económico consiguiente.
Las continuas
amenazas de los altos cargos europeos, las imágenes de los jubilados esperando
en largas colas para cobrar sus pensiones, las intervenciones vergonzosas de
los sindicatos burocráticos que piden la anulación del referéndum y los
empresarios que se niegan a pagar los sueldos de junio con el pretexto del
cierre de los bancos contribuyen a la desmoralización del electorado.
A esto hay que
añadir las declaraciones de los ministros y parlamentarios afines al gobierno
que rompen filas y ponen en tela de juicio la utilidad del referéndum. Está
claro que el "pueblo soberano" llega el domingo a las urnas con una
pistola en la nuca. Incluso entre los detractores de la austeridad cunde el
pánico, y la balanza se va inclinando cada día más hacia el 'sí'.
No obstante,
todo lo anterior no significa que los movimientos populares puedan mantener una
"neutralidad" frente a este desafío; ésta es, desafortunadamente, una
postura que promueven desde un idealismo revolucionario el Partido Comunista y
partes del movimiento anarquista.
Está claro que
el deber del movimiento democrático popular es luchar por la superación del
contexto político que presenta este tipo de chantajes y dilemas falsos. Sin
embargo, no hay duda en que un posible 'sí' en el referéndum del domingo
significará un gran revés para las luchas populares.
Significará una
victoria moral de los partidarios de la austeridad, un ataque a las pocas
conquistas populares que quedan en pie, una oportunidad para la burocracia
europea de intervenir en la política del país y organizar un golpe
parlamentario, instaurando un gobierno servil como ya hicieron con el gabinete
de Papadimos en 2011.
Y aunque el
gobierno de "salvación nacional" liderado por Syriza deje mucho de
desear en términos de cumplimiento de sus promesas electorales, en términos de
proximidad a los movimientos sociales y a las demandas de democracia radical,
en términos de voluntad de enfrentarse al poder de la oligarquía en Grecia, en
términos de su fijación en el ideario capitalista del crecimiento, cualquier
otra opción gubernamental representa actualmente un mayor retroceso en estos
ámbitos.
El ambiente de
terror ha polarizado la sociedad griega, y ha hecho imposible prever el
resultado del domingo. La impasibilidad de los oficiales europeos frente a la
lluvia de críticas sobre su gestión de la crisis europea demuestra que la
verdadera agenda del poder establecido es simplemente aislar, desmoralizar y
castigar al pueblo griego, y con ello acabar con toda perspectiva de
resistencia al dominio neoliberal en el continente.
Es un reto
mayúsculo superar una vez más el miedo, el fundamento psicológico de la
gobernabilidad neoliberal, y encontrar la integridad para poder votar por el
'no' en el referéndum del 5 de julio en Grecia.
Seguramente,
nuestra labor no termina con votar por el 'no'; queda pendiente la elaboración
de un plan de acción alternativo y antagónico a la integración neoliberal,
basado en la iniciativa de la sociedad organizada y la solidaridad entre los
pueblos europeos.
No obstante,
frente a la garantía de continuada austeridad, despojo, sufrimiento y
desintegración del tejido social que representa el 'sí', asumir la
responsabilidad y lanzarse a las posibilidades que abre un 'no' es la única
opción que puede fortalecer el movimiento popular, que puede abrir espacios de
intervención de las fuerzas sociales para la defensa de nuestros bienes comunes
y el fortalecimiento de nuestros emprendimientos colectivos.
Theodoros
Karyotis es sociólogo, traductor y activista que participa en movimientos
sociales que promueven la autogestión, la economía solidaria y la defensa de
los comunes. Escribe en autonomias.net y
tuitea en twitter.com/TebeoTeo
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/panorama/27216-la-responsabilidad-votar-no-referendum-griego.html
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