VIEJA Y NUEVA
POLÍTICA. CONFERENCIA DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET, MAYO DE 1914, TEATRO DE LA
COMEDIA (MADRID)
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Sociología
Crítica
30.05.2015
(Ortega, aquel 24 de mayo de 1914 en el Teatro de la
Comedia)
La España
oficial y la España vital (3)
Casi diría que
los pensamientos más urgentes que tenemos que comunicarnos unos a otros podrían
nacer todos de la meditación de este hecho: que sea preciso llamar a las nuevas
generaciones. Esto quiere decir, por lo pronto, que no están ahí, en su puesto
de honor.
Naturalmente,
por nuevas generaciones no se ha de entender sólo esos pocos individuos que
gozan de privilegios sociales por el nacimiento o por el personal esfuerzo,
sino igualmente a las muchedumbres coetáneas. Más aún; las muchedumbres, para
los efectos políticos, tienen siempre como una media edad: el pueblo ni es nunca
viejo ni es nunca infantil: goza de una perpetua juventud. De modo, que decir
que las generaciones nuevas no han acudido a la política es como decir que el
pueblo, en general, vive una falta de fe y de esperanzas políticas gravísima.
Con todos sus
terribles defectos, señores, habían, hasta no hace mucho, los partidos
políticos, los partidos parlamentarios, subsistido como inmersos en la fluencia
general de la vida española; nunca había faltado por completo una actividad de
osmosis y endósmosis entre la España parlamentaria y la España no
parlamentaria, entre los organismos siempre un poco artificiales de los
partidos y el organismo espontáneo, difuso, envolvente, de la nación. Merced a
esto pudieron ir renovando, evolutivamente, de una manera normal y continua,
sus elementos conforme los perdían. Cuando la muerte barría de un partido los
miembros más antiguos, los huecos se llenaban automáticamente por hombres un
poco más jóvenes, que, incorporando al tesoro ideal de principios del partido
algo de esa su poca novedad, dotaban al programa, y lo que es más importante, a
la fisonomía moral del grupo, de poderes atractivos sobre las nuevas
generaciones. Pero desde hace algún tiempo esa función de pequeñas renovaciones
continuas en el espíritu, en lo intelectual y moral de los partidos, ha venido
a faltar, y privados de esa actividad — que es la mínima operación orgánica —,
esa actividad de osmosis y endósmosis con el ambiente, los partidos se han ido
anquilosando, petrificando, y, consecuentemente, han ido perdiendo toda
intimidad con la nación.
Estas
expresiones mías, sin embargo, no aciertan a declarar con evidencia la enorme
gravedad de la situación: parecen, poco más o menos, como esa frase
estereotipada de que usan los periódicos cuando suelen anunciar que tal
Gobierno se ha apartado de la opinión. Pero yo me refiero a una cosa más grave.
No se trata de que un Gobierno se haya apartado en un asunto transitorio de
legislación o de ejercicio autoritario, de la opinión pública, no; es que los
partidos íntegros de que esos Gobiernos salieron y salen, es que el Parlamento
entero, es que todas aquellas Corporaciones sobre que influye o es directamente
influido el mundo de los políticos, más aún, los periódicos mismos, que son
como los aparatos productores del ambiente que ese mundo respira, todo ello, de
la derecha a la izquierda, de arriba abajo, está situado fuera y aparte de las
corrientes centrales del alma española actual. Yo no digo que esas corrientes
de la vitalidad nacional sean muy vigorosas (dentro de poco veremos que no lo
son), pero, robustas o débiles, son las únicas fuentes de energía y posible
renacer. Lo que sí afirmo es que todos esos organismos de nuestra sociedad —
que van del Parlamento al periódico y de la escuela rural a la Universidad —,
todo eso que, aunándolo en un nombre, llamaremos la España oficial, es el
inmenso esqueleto de un organismo evaporado, desvanecido, que queda en pie por
el equilibrio material de su mole, como dicen que después de muertos continúan
en pie los elefantes.
Esto es lo
grave, lo gravísimo.
Se ha dicho que
todas las épocas son épocas de transición ¿Quién lo duda? Así es. En todas las
épocas la sustancia histórica, es decir, la sensibilidad íntima de cada pueblo,
se encuentra en transformación. De la misma suerte que, como ya decía el
antiquísimo pensador de Jonia, no podemos bañarnos dos veces en el mismo río,
porque éste es algo fluyente y variable de momento o momento, así cada nuevo
lustro, al llegar, encuentra la sensibilidad del pueblo, de la nación, un poco
variada. Unas cuantas palabras han caído en desuso y otras se han puesto en
circulación; han cambiado un poco los gustos estéticos y los programas
políticos han trastrocado algunas de sus tildes. Esto es lo que suele
acontecer. Pero es un error creer que todas las épocas son en este sentido
épocas de transición. No, no; hay épocas de brinco y crisis subitánea, en que
una multitud de pequeñas variaciones acumuladas en lo inconsciente brotan de
pronto, originando una desviación radical y momentánea en el centro de gravedad
de la conciencia pública.
Y entonces
sobreviene lo que hoy en nuestra nación presenciamos: dos Españas que viven
juntas y que son perfectamente extrañas: una España oficial que se obstina en
prolongar los gestos de una edad fenecida, y otra España aspirante, germinal,
una España vital, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual,
estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia.
Este es,
señores, el hecho máximo de la España actual, y todos los demás no son sino
detalles que necesitan ser interpretados bajo la luz por aquél proyectada.
Lo que antes
decíamos de que las nuevas generaciones no entran en la política, no es más que
una vista parcial de las muchas que pueden tomarse sobre este hecho típico: las
nuevas generaciones advierten que son extrañas totalmente a los principios, a
los usos, a las ideas y hasta al vocabulario de los que hoy rigen los
organismos oficiales de la vida española. ¿Con qué derecho se va a pedir que
lleven, que traspasen su energía, mucha o poca, a esos odres tan caducos, si es
imposible toda comunidad de transmisión, si es imposible toda inteligencia?
En esto es
menester que hablemos con toda claridad. No nos entendemos la España oficial y
la España nueva, que, repito, será modesta, será pequeña, será pobre, pero que
es otra cosa que aquélla; no nos entendemos. Una misma palabra pronunciada por
unos o por otros significa cosas distintas, porque va, por decirlo así,
transida de emociones antagónicas.
Tal vez alguien
diga que son estas afirmaciones gratuitas del sesgo acostumbrado siempre y
conocido a la vanidad de los ideólogos.
Creo que para
obviar este juicio bastaría con que nos volviéramos a algunas cosas concretas
de lo que está pasando.
Ahora se van a
abrir unas Cortes; estas Cortes no creo que las haya inventado precisamente un
ideólogo; todo lo contrario; ¿no es cierto? Pues bien; salvo Pablo Iglesias y
algunos otros elementos, componen esas Cortes partidos que por sus títulos, por
sus maneras, por sus hombres, por sus principios y por sus procedimientos
podrían considerarse como continuación de cualesquiera de las Cortes de 1875
acá. Y esos partidos tienen a su clientela en los altos puestos
administrativos, gubernativos, seudotécnicos, inundando los Consejos de
Administración de todas las grandes Compañías, usufructuando todo lo que en
España hay de instrumento de Estado. Todavía más; esos partidos encuentran en
la mejor Prensa los más amplios y más fieles resonadores. ¿Qué les falta? Todo
lo que en, España hay de propiamente público, de estructura social, está en sus
manos, y, sin embargo, ¿qué ocurre? ¿Ocurre que estas Cortes que ahora
comienzan no van a poder legislar sobre ningún tema de algún momento, no van a
poder preparar porvenir? No ya eso. Ocurre, sencillamente, que no pueden vivir
porque para un organismo de esta naturaleza vivir al día, en continuo susto,
sin poder tomar una trayectoria un poco amplia, equivale a no poder vivir. De
suerte que no necesitan esos partidos viejos que vengan nuevos enemigos a
romperles, sino que ellos mismos, abandonados a sí mismos, aun dentro de su
vida convencional, no tienen los elementos necesarios para poder ir tirando.
¿Veis cómo es una España que por sí misma se derrumba?
Lo mismo podría
decirse de todas las demás estructuras sociales que conviven con esos partidos:
de los periódicos, de las Academias, de los Ministerios, de las Universidades,
etc., etc. No hay ninguno de ellos hoy en España que sea respetado, y
exceptuando el Ejército no hay ninguno que sea temido.
La España oficial consiste, pues, en una especie de
partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados
por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de
alucinación.
Conste, pues,
que no he hecho aquí la crítica, cien veces repetida, de los abusos y errores
que unos partidos, unos periódicos, unos Ministerios vengan cometiendo. Sus
abusos me traen sin cuidado para los efectos de la nueva orientación política
que busco y de que hoy os ofrezco, como la previa cuadrícula, la pauta de
conceptos generales donde habrá de irse encontrando en sus detalles. Los abusos
no constituyen nunca, nunca, sino enfermedades localizadas a quienes se puede
hacer frente con el resto sano del organismo. Por eso no pienso como Costa, que
atribuía la mengua de España a los pecados de las clases gobernantes, por
tanto, a errores puramente políticos. No; las clases gobernantes durante siglos
— salvas breves épocas — han gobernado mal no por casualidad, sino porque la
España gobernada estaba tan enferma como ellas. Y o sostengo un punto de vista
más duro, como juicio del pasado, pero más optimista en lo que afecta al
porvenir. Toda una España — con sus gobernantes y sus gobernados —, con sus
abusos y con sus usos, está acabando de morir.
Y como son sus
usos, y no sólo sus abusos, a quienes ha llegado la hora de fenecer, no necesita
de crítica ni de grandes enemigos y terribles luchas para sucumbir.
Mis palabras,
pues, no son otra cosa sino la declaración de que la nueva política ha de
partir de este hecho: cuanto ocupa la superficie y es la apariencia y caparazón
de la España de hoy, la España oficial, está muerto. La nueva política no
necesita, en consecuencia, criticar la vieja ni darle grandes batallas;
necesita sólo tomar la filiación de sus cadavéricos rasgos, obligarla a ocupar
su sepulcro en todos los lugares y formas donde la encuentre y pensar en nuevos
principios afirmativos y constructores.
No he de
insistir, naturalmente, en traer pruebas para esto. Yo no pretendo hoy
demostrar nada; vengo simplemente a dirigir algunas alusiones al fondo de
vuestras conciencias. Allí es donde podréis lealmente buscar la confirmación de
mis aseveraciones. No vengo a traeros silogismos, sino a proponeros simples
intuiciones de realidad.
Pero, además,
no es sino muy natural que acontezca en España esto que acontece; y si lo que
voy a decir ahora es en cierta manera nuevo, que no lo es, pero nuevo para un
público un poco amplio, es porque no se quiere pensar seriamente en política.
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