El cuaderno de Kiev. Un diario
desde el 19 hasta el 24 de febrero
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La Vanguardia
Sociología
crítica
2014/02/27
Lunes 24 –
El poder cambia de manos, como en la novela de ese título del premio Nóbel polaco Czesław Miłosz:
El ganador se queda con todo y hay que ver cómo queda en eso la independencia e
integridad de Ucrania, aprisionada entre dos imperios igual que aquella Armia
Krajowa aplastada en Varsovia entre alemanes y soviéticos. Cambia de manos con
carácter rotundo y radical. El viernes se firma un acuerdo, el sábado es papel
mojado. El sábado hay un presidente legítimo con quien hay que negociar un
“gobierno de unidad” (Unión Europea dixit), el lunes es un prófugo
de la justicia con orden de busca y captura por “crímenes”, cuya detención se
espera de un momento a otro. No hay duda: el poder ha cambiado de manos.
Un
movimiento que nunca habría ganado sin contar con el apoyo de Occidente y que
representa quizá a un tercio del sentir de este país, se ha impuesto rotundamente
sobre otro tercio que no se identifica con él, ante la neutral angustia del
resto de la población de una nación de más de 45 millones de habitantes. Quien
quiera ver aquí una “fiesta europeísta”, es un irresponsable.
Viktor
Yanukovich, hasta hace pocas semanas el político más popular del país, es un
paria en busca y captura. El viernes se fue de Kíeva Járkov, segunda ciudad del
país, en el Este. Allí debía participar el sábado en un congreso de más de
3.700 diputados disconformes con el cambio de poder. Bien por sentido de la
responsabilidad (consagrar con su presencia el establecimiento de una
duplicidad de poder antesala de una posible guerra civil), bien por sentir que
Rusia no le apoyaba en eso, bien por ambas cosas, el caso es que Yanukovich no participó
en aquello. Intentó tomar un avión para salir del país pero la guardia de
fronteras se lo impidió. Entonces se fue en coche a Donetsk, su patria chica.
Desde allí, ya sin acompañamiento de guardias de tráfico, solo con su escolta,
se fue de noche a Crimea, donde llegó el domingo. Allí se despidió de algunos
de sus guardaespaldas, a los que eludió de su compromiso. Se le ha visto en las
inmediaciones del aeropuerto de Belbek, precisamente el mismo escenario en el
que se decidió el cautiverio de Mijail Gorbachov, aquel increíble agosto de
1991.
A Yanukovich se le acusa de estar
tras la orden de matar manifestantes usando francotiradores. La acusación es
“matanza masiva de civiles”. La orden, si existió, podía referirse solo a
abatir a los manifestantes que empuñaban armas de fuego y que a su vez habían
matado a una buena docena de policías. Pudo también convertirse en un tiroteo
indiscriminado a cargo de provocadores o de profesionales del ramo subidos de
anfetaminas, porque, efectivamente, los manifestantes cayeron como conejos
(“fue un safari”, me dice un observador) y eran personas equipadas para el
combate, pero sin armas. La pregunta sobre si hubo un exceso criminal a cargo
de los ejecutores de la presunta orden en tal oscuro episodio, ya no es relevante
cuando el poder ha cambiado de manos. En estas condiciones se aplica una
expeditiva justicia de vencedor.
Estos días
se homenajea, en Kíev al centenar de caídos en este tumulto, sin que nadie
mencione que entre esos nuevos “héroes de Ucrania” hay un montón de policías,
quizá el 10% de los muertos lo son. “Esos no cuentan”, me dice una taxista
manifiestamente adversaria del cambio de poder. Lo dice en voz baja, como si
tuviera vergüenza de no estar de acuerdo con lo que ha pasado. El estado de
ánimo de esta mujer es crucial para comprender la desmoralización y pasividad
de los adversarios del Maidán, no ya en Kíevsino en el conjunto del país.
Yanukovich, presidente desde 2010,
que encarceló por corrupción a su adversaria Timoshenko, que ahora pide su piel
y un “castigo ejemplar”, será la próxima víctima de la lucha política en su
genuina y bestia modalidad local. “Una lucha por el derecho a gobernar una
pirámide corrupta”, apunta con fatalismo un observador nativo en un despacho
bien decorado que no se sabe quien paga. Si Timoshenko, la Mandela con trenzas
de pacotilla que fue primera ministra, dirigió esa pirámide, Yanukovich la
monopolizó. La fortuna de su familia (en el sentido facineroso que este término
tiene aquí) se multiplicó. Eso ocurrió en una época de crisis general –hasta en
Alemania se nota esa crisis- que el pueblo sentía. Pero lo que tuvo mayores
consecuencias no fue solo ese deterioro popular, sino su combinación con la
ruptura de cierto equilibrio elitario.
Nada ilustra
mejor la situación que la casa del Fiscal General de Ucrania (ahora ex), Viktor
Pshonka. El hogar de quien velaba por la justicia en el país es una mansión de
mafioso, con una profusión de lujo que haría sonrojar a los peores chorizos de
Marbella. Pshonka y su colega Alksandr Klimenko, el ministro de los impuestos
(ahora ex), ha sido detenido en la frontera con Rusia. Moscú no quiere saber
nada de estos “refugiados políticos”.
Quien quiera
atribuir todo esto al “salvajismo eslavo”, o a la “herencia soviética”, es
libre de hacerlo. En realidad es versión local de algo mucho más general y
profundo: el capitalismo depredador ha enloquecido en todas partes. En lugares
como Ucrania y Rusia de una forma particularmente bestia, pero observen a su
alrededor, en Madrid, Atenas o Berlín, y analicen la evolución de las
sociedades estos últimos veinte años. La ex URSS simplemente asumió el
capitalismo en sus particulares condiciones locales… Por lo demás, ese
salvajismo preside las relaciones internacionales. Las grandes potencias
también actúan criminalmente. Hacen a sus adversarios más débiles, “propuestas
que no se pueden rechazar” como la de Marlon Brando en El Padrino. Ahí dentro
cabe un enorme festival de hipocresía: Quienes en Rusia usan métodos expeditivos
contra trabajadores emigrantes de Tadjikistán y torturan a caucásicos
sospechosos, dan lecciones advirtiendo contra las tendencias fascistoides
de cierto nacionalismo ucraniano en alza. Quienes han desencadenado guerras
espantosas en Irak y otros lugares, con varios centenares de miles de muertos a
su cargo, las dan de derechos humanos, urbi et orbe. La guerra fría fue un
pulso entre facinerosos y ahora vuelve a llamar a la puerta en el frente del
Dniepr.
- Rusia
responderá, pero no ahora. El perdedor se lame las heridas. El pulso por Ucrania continúa. Se va
a radicalizar y tiene un gran campo por delante. Los riesgos son obvios; guerra
fría junto a la línea del Dnieper, en juego la integridad territorial de un
país enorme y quién sabe si hasta un violento conflicto civil que nadie desea.
Aquí no hay que hacerse ninguna ilusión, pero la derrota en el último capítulo
de ese pulso –el cambio de régimen en Kíev- es de tal magnitud para
Moscú, que el perdedor debe contentarse con intentar limitar los daños.
Cualquier respuesta mal calculada puede volverse en su contra. Rusia
responderá, pero no ahora. Más adelante.
Gorbachov
perdió, voluntariamente, la Europa del Este. Yeltsin el Báltico, Transcaucasia
y el Asia Central. ¿Perderá Putin Ucrania? No sin pelear. Esta no es la Rusia
de los noventa, sino algo más gallito y mucho más endurecido por las lecciones
de los últimos veinte años. ¿La principal de ellas?: Occidente no respeta a los
débiles. Habrá respuesta, pero no ahora.
Aguada y
vilipendiada su olimpiada de invierno, Ucrania reduce a calderilla las
relativas victorias diplomáticas de Putin en los últimos años. En el Kremlin
hay motivo para el vértigo porque la línea del Dnieper es antesala de la propia
Rusia. Un barril de pólvora en la puerta de casa es algo que hay que manejar
con cuidado. De ahí la prudencia de Moscú.
Nada de
fomentar un doble poder en el Este del país, nada de fomentar el separatismo ni
de bendecir los planes de federalización que se manejan entre los expertos
rusos y estadounidenses. Nada de agitar Crimea, tierra de viejas glorias
militares rusas. Cuidado con mover ficha. De repente uno de los grandes éxitos
de los últimos años, el “acuerdo de Jarkov” de 2010 para mantener la flota rusa
del Mar Negro en sus bases de Crimea hasta 2040, puede saltar por los aires.
En todo el
Este de Ucrania los adversarios del cambio de Kíevestán paralizados, su líder
en busca y captura, su partido atravesado por deserciones y desmoralizaciones.
Líderes de ese espectro como el alcalde de Jarkov, Gennadi Kernes, rechazan
“todo separatismo o federalismo”. Ni siquiera se contesta la revanchista
anulación de la ley de lenguas, una irresponsable provocación para millones de
ucranianos rusoparlantes, aunque menos grave de lo que parecía ayer pues un
artículo de la constitución equilibra algo el asunto. Moscú no quiere agitar
eso: responsabilidad y realismo. La mayoría social opuesta a lo que ha ganado
en Kíevy que venció en las elecciones de 2010, sigue ahí. Simplemente hay que
reconstruirla políticamente. Paciencia y cuidado.
Eso no
impide engañosas “declaraciones fuertes”, como la del primer ministro Dmitri
Medvedev desde Sochi poniendo en duda la legitimidad del estropicio jurídico
sobre el que se asienta el cambio de régimen en Kiev, mientras Europa mira hacia
el otro lado olvidándose de lo que firmó el viernes.
”La
legitimidad de toda una serie de órganos de poder allá suscita muchas dudas”,
ha dicho Medvedev que le puso un poco de cuento al asunto al hablar de, “un
gobierno de gente con mascaras negras y fusiles Kaláshnikov que se pasea por
las calles de Kíev”, una descripción en sintonía con la imagen que la tele rusa
enfatiza y difunde.
Más allá de
esa retórica, para Rusia es la hora de la contención y la prudencia. Lo más
destacable de la declaración del primer ministro ruso ha sido la frase de que,
“todos los acuerdos que se han firmado con Ucrania se van a respetar” y “para
nosotros Ucrania sigue siendo un socio serio e importante”.
Nada de todo
aquello sobre lo que este diario ha venido advirtiendo como gran peligro estos
días (el Este de Ucrania, Crimea, la lengua) va a estallar ahora. A medio y
largo plazo es otro asunto. Mucho depende de cómo se maneje. Tanto para Moscú
como para Kíev, la relación es demasiado importante e intensa como para jugar
con ella. En Kíev todos los gobiernos de la oposición llegan al poder con gran
energía antirusa, pero luego las realidades moderan esa fiebre. Una vez más
Rusia va a trabajar a fondo con el nuevo poder, intentando que actúe esa
tendencia.
En eso el
papel de Occidente es fundamental. Una vez más: En materia del pleito alrededor
de la integración económica de Ucrania con la Unión Europea, Putin
propuso desde el principio –y Ucrania lo apoyaba- discutir el asunto a tres
bandas; Moscú, Bruselas, y Kíev. El papel de Mister Niet aquí
lo ha ejercido la Unión Europea, con su Señora Merkel en el centro, flanqueada
por los polacos y bajo la estratégica batuta de Estados Unidos, lo que es
sumamente desestabilizador.
Canadá, con
una fuerte población de origen ucraniano, ha amenazado a Rusia con sanciones,
“si Putin se inmiscuye”, ha dicho su ministro de emigración. La Casa Blanca ya
ha advertido a Rusia contra una “injerencia militar” en Ucrania. La guerra fría
llama a la puerta y en una de estas, alguien va y le cede el paso.
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