domingo, 19 de mayo de 2013

¿ HACIA QUÉ MUNDO NOS CONDUCEN ?


Los aterradores planes del Club de los 300 según un Ex espía del MI6‏ ++

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by CienciayEspiritu
01.05.2013
 Cazadebunkers.com (comment-reply@wordpress.com)

Programados para el cambio, listos para la destrucción.

Ese mismo Club de los 300 ha establecido mecanismos y sistemas de control mucho más ineludibles que nada que se haya visto hasta ahora. No son necesarias sogas ni cadenas para sujetarnos. Se nos ha lavado el cerebro hasta hacernos renunciar al derecho a portar armas que nos otorga la Constitución; abandonar la Constitución misma; permitir que las Naciones Unidas dirijan nuestra política exterior y que el FMI dicte la política fiscal y monetaria de nuestro país; tolerar que el Presidente vulnere impunemente la ley de los Estado Unidos invadiendo otro país y secuestrando al jefe del estado.

En resumidas cuentas, nos han condicionado al extremo de que aceptemos a nivel nacional casi sin rechistar cada uno de los ilícitos perpetrados por el gobierno de nuestro país.

Gracias al Club de Roma, nuestra capacidad tecnológica ha sido superada por Japón y Alemania, los países a los que – según nos dicen- derrotamos en la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo ha sido posible tal cosa? Porque, por un lado, hombres como el Dr. Alexander King, y por otro, nuestra ceguera mental inducida nos han hecho incapaces de reconocer el desmoronamiento de nuestras instituciones educativas y sistemas de enseñanza. Por esa ceguera nuestra, ya no formamos los suficientes ingenieros y científicos para mantener el puesto que ocupábamos entre las naciones industrializadas. Gracias al Dr. King, a quien muy pocos conocen en los Estados Unidos, la enseñanza ha caído a su nivel más bajo en el país desde 1786. Estadísticas facilitadas por el Institute for Higher Learning indican que los escolares actuales leen y escriben peor que los de 1786.

La meta era mentalizar a la nación para efectuar cambios programados y que se acostumbrara hasta tal extremo a ellos que cuando se produjeran transformaciones radicales éstas fueran prácticamente imperceptibles. En los últimos años la decadencia se ha acelerado hasta tal punto que en la actualidad el divorcio no acarrea estigma alguno, el suicidio alcanza tasas históricas que no horrorizan a muchos y desviaciones de las normas sociales aberraciones sexuales en otro tiempo innombrables en círculos decentes hoy son moneda corriente y no suscitan protestas. ¿Somos capaces de reconocer que el país va cuesta abajo y sin frenos? No, no lo somos. Cuando los que nos dedicamos a hacer ver la verdad al pueblo norteamericano descubrimos que un gobierno menor, privado y bien organizado dentro de la Casa Blanca cometía incesantes fechorías, fechorías que atentaban contra la esencia misma de la nación y las instituciones republicanas en las que ésta se apoya, se nos dijo que no preocupáramos al público con esas revelaciones. Una forma común de reaccionar era decir: “No queremos saber nada de esas conjeturas”.

Cuando la máxima autoridad elegida del país tuvo la osadía de poner las leyes de la ONU por encima de la Constitución de los Estados Unidos – delito por el cual se podía demandar al Presidente – la mayoría de la gente lo vio como lo más natural del mundo. Cuando la máxima autoridad elegida del país emprendió una guerra sin una declaración oficial por parte del Congreso, los medios informativos callaron ese detalle y los ciudadanos lo aceptamos una vez más antes que encarar la verdad.

Cuando estalló la Guerra del Golfo, maquinada y organizada por nuestro presidente (Bush), no sólo toleramos alegremente la más descarada de las censuras, sino que hasta nos lo tomamos a pecho creyendo que era buena para alcanzar el objetivo de la guerra. El Presidente mintió, April Glaspie mintió, el Departamento de Estado mintió. Decían que la guerra estaba justificada porque se había advertido a Saddam Hussein que no metiera la mano en Kuwait. Cuando por fin se hicieron públicas las comunicaciones cablegráficas entre la embajadora y el Departamento de Estado, una caterva de senadores norteamericanos se lanzó a defender a Glaspie; tanto demócratas como republicanos, daba igual. El pueblo, nosotros, dejamos impunes sus abyectas mentiras. 

El presidente Jefferson dijo en una ocasión que sentía lástima de los que creían que con los periódicos se enteraban de lo que sucedía. Disraeli, el primer ministro británico, afirmó algo muy parecido. Ciertamente, desde tiempo inmemorial, los que rigen los destinos del mundo se han vanagloriado de hacerlo entre bambalinas.

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