Piratería, fascismo global y la responsabilidad histórica de los Estados
soberanos
Venezuela y toda América
Latina bajo amenaza
Rebelion
25/12/2025
Fuentes: Mundo
Obrero [Imagen: Asalto pirata a un petrolero venezolano. Créditos: captura de
pantalla de TeleSur]
En este artículo el autor denuncia la política criminal de Estados Unidas,
ejecutada desde la impunidad que otorga el poder imperial.
La declaración
de Donald Trump, ordenando “un bloqueo total y completo contra los buques
petroleros sancionados que entren o salgan de Venezuela”, marca un punto de
inflexión de extrema gravedad en la agresión permanente contra la República
Bolivariana de Venezuela. No se trata de una provocación retórica ni de un
exceso verbal, sino de la formulación explícita de una criminal política de
Estado, asumida con plena conciencia y ejecutada desde la impunidad que otorga
el poder imperial.
Estados Unidos
ya no intenta ocultar ni maquillar sus acciones. Ha decidido situarse
abiertamente fuera del derecho internacional, sustituyendo las normas jurídicas
y las instituciones multilaterales por la ley del más fuerte, y normalizando
prácticas que solo pueden definirse como piratería internacional y como una
peligrosa espiral de neofascismo imperialista, en la que la violencia sustituye
definitivamente a la legitimidad y el chantaje reemplaza a la diplomacia.
Un bloqueo
petrolero total es un acto de guerra. Se trata de un instrumento de asfixia
económica diseñado para destruir la base material de un país, colapsar su vida
social y castigar colectivamente a su población con el objetivo explícito de
forzar una rendición política.
El petróleo
constituye el eje central de la economía venezolana y un recurso indispensable
para garantizar derechos básicos. Impedir su comercialización equivale a atacar
directamente a la población civil. Esta práctica, prohibida por el derecho
internacional humanitario, convierte al bloqueo en un arma de destrucción
social masiva que se inscribe en una lógica abiertamente criminal y de castigo
colectivo.
Estados Unidos
pretende imponer, por la vía de la piratería, el robo y la agresión directa, lo
que no ha logrado ni mediante la desestabilización interna, ni mediante la
guerra psicológica, ni mediante el sabotaje económico prolongado. La economía
se convierte así en un campo de batalla permanente y el comercio marítimo en un
espacio crecientemente militarizado.
La acusación de
“narcotráfico” contra Venezuela cumple exactamente la misma función política
que las supuestas “armas de destrucción masiva” en Iraq hace veinticinco años.
Es una mentira deliberada, construida para fabricar consenso, justificar la
agresión y encubrir el verdadero objetivo: el saqueo de recursos estratégicos y
el control de un espacio de enorme importancia geopolítica.
Ayer fue Iraq;
hoy es Venezuela. Cambian los pretextos, pero no el método ni el fin. La
mentira se consolida como pilar ideológico del imperialismo contemporáneo y
como paso previo indispensable para legitimar la violencia, la ocupación y el
robo ante la opinión pública internacional.
No existe lucha
alguna contra el narcotráfico ni defensa real de la legalidad. Lo que hay es
una operación de rapiña a gran escala en un contexto de crisis energética
global, ejecutada con el mismo cinismo con el que se destruyeron países enteros
en nombre de una legalidad inexistente, y una operación de escarmiento dirigida
contra un pueblo y un gobierno que pretenden ejercer su soberanía sin aceptar
los dictados de una potencia imperialista que se resiste a asumir su decadencia
histórica.
Cuando Trump se
refiere al petróleo venezolano como “SU” petróleo y afirma que debe ser
“recuperado”, no comete un error ni incurre en un exceso retórico: confiesa
abiertamente una concepción colonial del mundo en la que los recursos naturales
de los pueblos del Sur Global son considerados propiedad del imperio.
Este lenguaje
niega de raíz la soberanía venezolana y la de los pueblos de Nuestra América, y
reduce a sus poblaciones a simples obstáculos que deben ser sometidos,
disciplinados o eliminados. Es el mismo razonamiento que justificó siglos de
colonialismo, esclavitud y saqueo, ahora reformulado bajo la cobertura de la
superioridad militar, la coerción económica y la impunidad política.
Aceptar este
discurso equivale a aceptar la muerte definitiva del principio de soberanía
nacional y del propio orden internacional basado en normas.
Este atropello
no es solo una agresión contra Venezuela. Es una agresión contra toda América
Latina y el Caribe. Es un mensaje inequívoco dirigido a todos los pueblos:
quien se niegue a someterse será castigado.
La decisión
unilateral, imperial e ilegal de imponer un bloqueo petrolero total sienta un
precedente de una peligrosidad extrema. Normaliza la idea de que Estados Unidos
puede decidir quién comercia, quién gobierna y quién merece existir. América
Latina vuelve a ser tratada como un espacio colonial, como una zona de
sacrificio disponible para el saqueo, la coerción y el disciplinamiento
político.
Defender a
Venezuela hoy es defender también a Cuba y a todos los pueblos de América
Latina y el Caribe que aspiran a vivir sin tutelas imperiales ni amenazas
militares encubiertas.
La magnitud de
esta agresión exige una respuesta a la altura. Los comunicados diplomáticos y
las declaraciones de condena pueden ser necesarios, pero resultan claramente
insuficientes. Es imprescindible e inaplazable que los gobiernos que no estén
dispuestos a arrodillarse ante el imperio, aquellos Estados que defienden el
derecho internacional, el respeto a la soberanía de los pueblos y la igualdad
entre naciones, asuman que tienen una responsabilidad histórica ineludible.
Es necesario
que los Estados soberanos adopten medidas políticas, económicas y diplomáticas
concretas, que incluyan la coordinación activa de la resistencia, por todas las
vías posibles, frente a esta espiral violenta del neofascismo imperialista; la
condena firme y coherente de cualquier intento de bloqueo ilegal contra
Venezuela; la defensa efectiva de la libre navegación y del comercio legítimo
conforme al derecho internacional; la creación de mecanismos de protección
colectiva frente a sanciones extraterritoriales; y acciones coordinadas en los
organismos internacionales que enfrenten de forma directa la impunidad
imperial.
Defender a
Venezuela es defender la posibilidad misma de un orden internacional basado en
normas. Quien no actúe hoy, mañana no podrá reclamar soberanía para sí.
El pueblo
venezolano, su gobierno revolucionario y el presidente legítimo y
constitucional, Nicolás Maduro, deben sentir nuestro apoyo total, incondicional
e irreductible. Venezuela no resiste solo por sí misma: resiste por todos los
pueblos que se niegan a vivir sometidos.
La valentía con
la que Venezuela enfrenta al imperio más salvaje de la historia la convierte en
una trinchera avanzada de la humanidad en la defensa de la paz, la soberanía y
la justicia internacional.
La decisión
unilateral e ilegal de imponer un bloqueo petrolero total contra Venezuela
cruza una línea roja histórica. Si este crimen se normaliza, ningún país del
Sur Global estará a salvo. Hoy es Venezuela; mañana será cualquier otro.
Defender a
Venezuela es defender a Cuba, a América Latina y el Caribe. Es defender el
derecho de los pueblos a existir sin ser saqueados. Es defender a la humanidad
frente a la barbarie imperial.
Manu Pineda es responsable de Relaciones Internacionales del PCE.

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