Cien años después de su
nacimiento, Sacristán sigue siendo nuestro pensador marxista más importante,
aunque hoy haya sido expulsado de los saberes académicos. Pero su influencia
sigue estando presente, a través de sus discípulos y de sus propios textos.
Un filósofo en Económicas
El Viejo topo
11 noviembre, 2025
Hay una
creencia compartida, en mi opinión, por buena parte de la ciudadanía española e
iberoamericana con inclinaciones, saberes, conversaciones y vivir filosóficos:
Manuel Sacristán Luzón (1925-1985), el traductor de Gramsci, Lukács y Korsch,
fue un polímata sólido, un maestro de universitarios y ciudadanos, uno de los
grandes filósofos españoles del siglo XX, un intelectual comprometido cuya obra
y praxis, lo dicho y lo actuado, representa una cima del comunismo democrático
marxista (político y teórico) español, europeo e iberoamericano.
Empero, al lado
de estas consideraciones, apunta una «singularidad», una «rareza cultural», una
«extrañeza filosófica»: la de un gran filósofo español con escasísima presencia
en las facultades de filosofía españolas, aparente paradoja que puede ser
descrita del modo siguiente:
Finalizados sus
estudios de Derecho y Filosofía, finalizada la etapa de Laye, «la
inolvidable» en el decir de su amigo de juventud Josep Mª. Castellet, el
futuro autor de Introducción a la lógica y al análisis formal partió
a estudiar lógica y filosofía de la ciencia durante cuatro semestres
(1954-1956) en el Instituto de lógica matemática y de fundamentos de la ciencia
de la Universidad de Münster (Westfalia, entonces República Federal de
Alemania), una institución clave, según Jesús Mosterín, en el ámbito de la
lógica y su filosofía en la Europa de aquellos años.
Una oferta y
una decisión marcaron el regreso de Sacristán a Barcelona, donde vivía desde
agosto de 1939 con su familia (padres y dos hermanos menores, Antonio y
Marisol). La oferta: ser profesor contratado por el Instituto alemán de lógica
matemática; la decisión: su rechazo a la posibilidad de vivir fuera de España
(como hizo también en 1965 al ser expulsado de la Facultad de Económicas por
primera vez) para pasar a formar parte del ilegal y duramente perseguido
partido de los comunistas catalanes y españoles (PSUC-PCE).
No sería una
decisión fácil para un filósofo como él, para un germanista entusiasta desde su
primer viaje Alemania en 1950, para alguien con su vocación didáctica e
investigadora, para un profesor de Fundamentos y Metodología de las ciencias
sociales que, como él mismo escribiera muchos años después desde México en
carta a su amigo y discípulo Antoni Domènech (1952-2017), tuvo desde aquellos
años auténtica adicción por la lógica. La poliética tuvo
prioridad sobre la ciencia; no fue la única vez.
Instalado en
Barcelona y gracias al apoyo del que sería director de su tesis, Joaquim
Carreras i Artau, Sacristán pasó a ser profesor no numerario, con muy malas
condiciones laborales, a partir de 1956-1957 (amplió desde entonces su reducido
salario con colaboraciones editoriales y traducciones: más de 33 mil páginas,
unos 90 libros y artículos a lo largo de 25 años), defendiendo su tesis
doctoral, Las ideas gnoseológicas de Heidegger, en febrero de 1959.
Poco podía
conjeturarse con certeza sobre su futuro en aquel entonces, aunque sabido es
que ser rojo y actuar como tal tenía sus inconvenientes y consecuencias. Fue su
caso. Al cabo de muy poco, finales del curso 1958-1959, empezaron los hachazos
represivos contra él. Presiones del arzobispado barcelonés (¡cometía el pecado
de explicar Kant al modo ilustrado!) sumadas a las posiciones nada afables de
algunos profesores de la propia facultad, fueron causa de su traslado, del
traslado del futuro traductor de la Historia del análisis
económico de Schumpeter, a la Facultad de Ciencias Económicas,
Políticas y Sociales de la UB. No es disparatado pensar, en mi opinión, que el
cambio de facultad, en el que acaso intervino a su favor Carreras Artau,
pretendiera evitar un mal aún mayor: su inmediata expulsión de la universidad
barcelonesa en 1959.
La expulsión,
en todo caso, irrumpió seis años más tarde, tres años después de haber optado
sin éxito, en 1962, a la cátedra de Lógica de la Universidad de Valencia. (La
cátedra tenía otro destinatario, no era cuestión de méritos ni de la puntuación
obtenida en los ejercicios realizados durante la oposición). A Sacristán, como
ocurriría también con otros profesores antifranquistas (aunque su caso fue el
más sonado en Barcelona), no se le renovó su contrato laboral al inicio del
curso 1965-1966. El rector, Francisco García Valladares, un gran fisiólogo y
farmacólogo que había sido discípulo de Juan Negrín y profesor de uno de los
futuros discípulos y amigos de Sacristán, Eduard Rodríguez Farré, quería
limpiar la Universidad de rojos y separatistas. Sacristán, que nunca fue
secesionista pero sí rojo, tenía todos los números para formar parte de la
«limpieza franquista» organizada por un García Valdecasas a las órdenes de la
Brigada Político-Social (BPS) de Barcelona. No fue poca la resistencia ante el
atropello que presentaron los estudiantes de Económicas, fueran o no alumnos
suyos. Tenemos testimonios conmovedores de ello; el de Josep Mercader Anglada
por ejemplo.
Mario Bunge, en
un admirable acto de solidaridad, le ofreció ayuda, tenía buenos contactos con
instituciones y universidades alemanas. Sacristán, que tradujo años
después La investigación científica, agradeció el gesto del gran
filósofo y científico argentino, pero declinó el ofrecimiento argumentando en
línea con su decisión de 1956: no quería exiliarse, no quería hacer oposición
al franquismo en «el exterior», quería seguir formando parte de la lucha
antifranquista desde posiciones comunistas democráticas en España, consciente,
no quedaba otra, de que tras la expulsión pasaría a ser un trabajador de editoriales
en exclusiva: más traducciones, más informes, cartas, reseñas, dirección de
colecciones, sugerencias de edición (la de las OME (Obras de Marx y Engels) o
la de las Obras completas de Lukács, por ejemplo), esperaban en el horizonte.
Pudo volver a
Económicas, con la ayuda de compañeros de la facultad (es obligado citar aquí
la decisiva participación de su amigo Alfons Barceló), durante el curso
1972-1973. El apoyo y tenacidad del movimiento estudiantil jugaría también su
papel en la reincorporación. Explicó ese año «Teoría general del método», el
antecedente de sus posteriores clases de Metodología de las Ciencias Sociales.
Pero volvió a ser expulsado al finalizar el curso con el mismo método: no se le
renovó su contrato.
Tras la muerte
del dictador golpista y criminal, regresó a la Facultad de Económicas en
1976-1977, donde permaneció con mayor estabilidad hasta el curso 1984-1985, a
excepción del año académico de 1982-1983 en el que impartió dos cursos de
posgrado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM: «Inducción
y dialéctica» y «Karl Marx como sociólogo de la ciencia»..
En el verano de
1984 fue nombrado finalmente catedrático extraordinario, no sin sectarismos y
maltratos previos.
Falleció muy
prematuramente, el 27 de agosto de 1985, no llegó a cumplir 60 años. Treinta y
seis años de su vida los pasó bajo el franquismo.
Así pues, uno
de los grandes profesores de filosofía de la universidad barcelonesa, un
maestro de los que dejan huella profunda y duradera, sólo pudo ser profesor
universitario durante 19 años, y de ellos solo tres en la Facultad de
Filosofía. (El caso de Popper, que globalmente pensado es otra historia,
resulta similar en algún aspecto: la gran influencia filosófica del asesor de
Margaret Thatcher se ejerció fundamentalmente desde la London School of
Economics and Political Science, no desde una facultad de filosofía
propiamente.)
No hay duda de
que el magisterio de Sacristán en la Facultad de Económicas fue muy importante
para la enseñanza de la lógica en nuestro país, para la consolidación de una
filosofía de la ciencia social a la altura de los tiempos, en absoluto
desconocedora de la epistemología que se practicaba en otros países europeos y
americanos. Muchos alumnos han dado testimonio de la enseñanza recibida, del
valor que dieron (y siguen dando) a aquellas clases que dejaron en ellos una
huella nada superficial. Entre muchos otros, tres estudiantes de Medicina y de
Derecho que asistieron como oyentes no matriculados a sus clases: José Alonso
Fajardo, Joan Benach y David Vila Morales, al igual que Fernando G. Jaén o
Félix Ovejero, doctores en Economía.
Sacristán, por
otra parte, reunió en torno a él, en torno al departamento de Metodología,
filósofos y científicos sociales que han sido y siguen siendo esenciales en la
cultura catalana y española: Francisco Fernández Buey, Antoni Domènech,
Juan-Ramón Capella, Miguel Candel, Félix Ovejero, Antonio Izquierdo, Eduard
Rodríguez Farré, Enric Tello, María Jesús Aubet, Ramon Garrabou, Víctor Ríos,…
Una buena parte de ellos colaborarían con él en Materiales y
en la revista rojo-verde-violeta mientras tanto, la revista que más
hizo suya, publicación en la que su esposa-compañera, la hispanista italiana
Giulia Adinolfi, jugó un papel destacado.
Cabe entonces
preguntarse, deslizándonos por terrenos contrafácticos: ¿qué hubiera ocurrido
si Sacristán hubiera sido profesor de la Facultad de Filosofía durante más
años, durante todo el tiempo en el que le dejaron ejercer de profesor
universitario, por ejemplo? Conjeturemos.
No hubiera sido
menor, desde luego que no, el interés de los alumnos por sus explicaciones.
También sus clases hubieran sido clases abarrotadas, como lo fueron sus cursos
iniciales entre 1956 y 1959 de Fundamentos de Filosofía (Sus alumnos de aquella
época lo verían, probablemente, como una especie de profesor extraterrestre).
También sus seminarios; por ejemplo, el que impartió sobre la Fenomenología
del Espíritu de Hegel.
La resistencia
de los estudiantes ante su expulsión en 1965 hubiera sido probablemente similar
a la de Económicas. Ser profesor de filosofía no le hubiera protegido de la
persecución de García Valdecasas teledirigida, como se indicó, desde las
instancias fascistas de la BPS de Barcelona (No es una suposición, hay documentos
que lo confirman).
Es altamente
probable que, como ocurrió en Económicas, estudiantes de otras facultades
(Medicina, Geología, Matemáticas, Derecho, etc.) hubieran asistido a sus
clases.
No hubieran
sido pocos los profesores que se hubieran ubicado en sus alrededores. De hecho,
tres profesores de la facultad de Filosofía, Miguel Candel, Paco Fernández Buey
y Jacobo Muñoz, los dos primeros expulsados por la huelga antifranquista de
1974-1975, se han reconocido (y se siguen reconociendo en el caso del profesor
emérito Candel) como discípulos suyos.
Su legado
político y filosófico, seguramente, hubiera sido más o menos similar. Tal vez,
eso sí, con menos énfasis en la filosofía de las ciencias sociales, en la
filosofía de la ciencia en general, y mayor papel de otras aristas filosóficas.
Por ejemplo, aproximaciones suyas a autores y temáticas más clásicas de la
historia de la filosofía. Tal vez hubiera podido escribir un Llull, un Leibniz,
otro Heidegger.
Materiales y mientras tanto hubieran sido sin duda revistas
clave para la formación de ciudadanos de izquierda en los años setenta y
ochenta, y también su papel hubiera sido decisivo en ambas.
Cabe
conjeturar, pues, que la historia no hubiera sido muy distinta. Sin embargo, en
lo que respecta a las relaciones en España de dos grandes tradiciones y
comunidades filosóficas esenciales en aquella época, se podría haber generado
una diferencia de importancia: la presencia de Sacristán en la Facultad de
Filosofía hubiera posibilitado una mejor relación entre filósofos marxistas y
analíticos en los años sesenta, setenta y ochenta. Y no solo en Barcelona, sino
en el conjunto de España.
Su presencia en
la Facultad de Filosofía hubiera impedido, o cuanto menos dificultado, que
filósofos de orientación marxista, no siempre bien informados, hablaran de la
tradición analítica en términos despectivos, asociándola casi siempre con la
reaccionarismo filosófico, con una filosofía nunca interesado en temas
sociales, con un filosofar que vivía de espaldas al mundo y con posiciones
políticas conservadoras y liberales de derecha.
Desde la otra
orilla, desde la filosofía analítica, no se hubieran lanzado tan alegremente (y
con tanto desconocimiento) tantos improperios contra la tradición marxista,
acusando a sus partidarios de ignorantes cultiprofundos (el neologismo es de
Sacristán), de gente cegada en asuntos básicos de lógica formal y de
epistemología, tildados, criticados agriamente de ser miembros dogmáticos y
cerriles de sectas guiadas por consignas políticas alocadas y principios
filosóficos trasnochados, dogmáticos e inmodificables.
Y no habría
sido así porque el autor de uno de los libros que, en el buen pensar y decir de
Luis Vega Reñón, más contribuyó a la consolidación de los estudios de lógica en
nuestro país, Introducción a la lógica y al análisis formal,
traductor además de W. V. O. Quine y de Gisbert Hasenjaeger (profesor suyo en
Münster, véanse sus declaraciones para «Integral Sacristán» de Xavier Juncosa),
era un destacado filósofo marxista que, en el mismo año en que publicó su
influyente manual de lógica, escribió «La tarea de Engels en el Anti-Dühring»,
un prólogo, uno de sus escritos clásicos que más ha enseñado a generaciones de
universitarios y trabajadores organizados, en el que de nuevo mostraba un
excelente y creativo conocimiento de la tradición marx-engelsiana y, al mismo
tiempo, del análisis filosófico y de la filosofía de la ciencia contemporánea.
Ni que decir
tiene que ese profundo y creativo conocimiento de la lógica y la epistemología
más en boga en aquellos años se corroboró en su curso de Teoría general del
método de 1972-1973 y en sus clases de Metodología de las Ciencias Sociales
años después (actualmente en curso de edición: Filosofía y Metodología
de las Ciencias Sociales I, II y III) y en escritos marxistas como «El
trabajo científico de Marx y su noción de ciencia», «Karl Marx como sociólogo
de la ciencia» o «¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?».
En síntesis: la
presencia continuada de un filósofo y un filosofar como el de Manuel Sacristán
en la Facultad de Filosofía de la UB, un clásico que, como él mismo dijera de
Gramsci, merece ser leído siempre y no estar de moda nunca, probablemente
hubiera impedido cometer errores y desencuentros que, a día de hoy, nos
deberían avergonzar a todos, al mismo tiempo que hubiera otorgado mayor
presencia cultural, filosófica y política a la facultad en la que impartieron
clase, entre muchos otros, colegas suyos como Jesús Mosterín, Ramón Valls, Juan
José Acero, José Daniel Quesada, Margarida Boladeras y José Manuel Bermudo.
Fuente: ESPAIMARX
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