La rebelión de los almirantes
El Viejo Topo
21 octubre, 2025
Hace tiempo que
Estados Unidos dejó de ser una “democracia liberal” y escasamente hoy puede
considerarse una república. La fractura abierta en el seno de su ejército
confirma lo que para muchos era una evidencia; el país atraviesa una crisis
institucional sin precedentes. Lo que antes eran grietas internas y tensiones
hoy parecen convertirse en algo mucho mayor, aún no se expresa como desafío
abierto de las Fuerzas Armadas al poder presidencial, pero las dimisiones en
las altas esferas militares se han cobrado las primeras víctimas.
En medio de un
cierre prolongado del gobierno, los soldados no cobran, los funcionarios son
despedidos en masa (entre ellos una parte importante de los veteranos de
guerra, alrededor del 40% de los empleados públicos). El caos administrativo se
adueña del país pero, lejos de ser un accidente, parece ser parte de una
estrategia de Donald Trump: reducir el aparato estatal y controlar el aparato
militar hasta someterlo por completo a su control político.
La orden de un
telepredicador
La chispa que
encendió la crisis fue la orden de ataque lanzada sin pruebas, ni autorización
legal, contra un grupo de pescadores en el Caribe. La instrucción partió del
Secretario de la Guerra, Pete Hegseth, un antiguo telepredicador reconvertido
en halcón ideológico del trumpismo. Hegseth justificó el operativo bajo la
excusa de “amenazas a la seguridad nacional”, pero los sobrevivientes
declararon que eran simples pescadores cuyas embarcaciones carecían de
combustible suficiente para alcanzar las aguas estadounidenses.
La presión del
Secretario de la guerra y del propio Trump sobre el alto mando ha desatado un
terremoto dentro del ejército. El coronel Dog Fromant, condecorado tras 24 años
de servicio, presentó su dimisión en protesta. Ese mismo día, el secretario
Hegseth reunía en Quántico a los altos mandos militares para “recordarles sus
deberes de obediencia”, en un encuentro que varios testigos describieron como
una auténtica sesión de intimidación.
La renuncia del
almirante Holsey
La crisis
alcanzó su punto de ebullición cuando el almirante Alvin Holsey, jefe del
Comando Sur de Estados Unidos —responsable de las operaciones militares en
América del Sur y el Caribe—, presentó su renuncia. Holsey, general de cuatro
estrellas y una de las figuras más respetadas del alto mando, abandonó el cargo
tras menos de un año en funciones. En su carta de despedida, apeló a la
obligación moral de “proteger la nación y sus valores, y defender la
Constitución”. Su mensaje, que sonó más a advertencia que a despedida,
denunciaba abiertamente la ilegalidad de las operaciones navales ordenadas en
el Caribe, responsables —según informes internos— de más de una veintena de
muertes civiles. La dimisión de los altos mandos militares ha dejado al
descubierto la intención de Donald Trump de imponerse al ejército y utilizarlo
como una fuerza policial interna, dirigida contra la población civil. La
sustitución de oficiales por fieles al trumpismo se ha vuelto una práctica
sistemática. Su objetivo es claro: someter la estructura del Estado —desde el
Pentágono hasta los tribunales— a una lógica personalista y autoritaria.
Un Congreso a
oscuras
El Congreso,
por su parte, ha denunciado que no ha recibido información alguna sobre estas
operaciones. El congresista Jeans Hans calificó los ataques de “asesinatos
ilegales” y sostuvo que “no existe base legal alguna, ni justificación moral”
para una intervención de este tipo. La opacidad institucional se ha vuelto la
norma en Washington: decisiones militares tomadas por funcionarios no electos,
operaciones encubiertas y un Congreso marginado del control civil sobre las
Fuerzas Armadas. Se están dando las condiciones para implantar una dictadura,
disfrazada de la necesidad de proteger al país, inmerso, según Trump, en una
crisis de “Seguridad Nacional”, la misma excusa que utilizaría cualquier
presidente bananero. La crisis interna en el ejército norteamericano se
ve amplificada cuando Donald Trump permite la intervención militar contra
Venezuela. Un conflicto que de salir bien para EEUU, sería el primero de otros
muchos. Es el sueño húmedo de las clases altas norteamericanas: recrear un
Imperio continental que abarque desde Alaska hasta Tierra de Fuego gobernado desde
Washington. Los grupos financieros norteamericanos necesitan para preservar ese
Imperio soñado y mantenerse como superpotencia durante otro siglo, las riquezas
naturales del resto del continente, dado que la guerra en Ucrania no ha
conseguido derrotar a sus grandes adversarios Moscú y Pekín.
La sombra del
autoritarismo
Trump,
sabiéndolo o no, coquetea con la posibilidad de una guerra civil. Los
agentes enviados a detener migrantes del Servicio de Inmigración y control de
Aduanas de EEUU (ICE) están empleando métodos brutales, decididos a crear el
mayor malestar posible entre la población que justifique la intervención del
ejército como policía represiva contra la ciudadanía. El nuevo Memorándum de
Seguridad Nacional (NSPM-7) introducido por Trump define cuales son los
enemigos internos a combatir. Por ejemplo: las opiniones “anticristianas” y
“antiamericanas” son indicadores de la violencia de “izquierda radical”. Para
combatir el antiamericanismo Donald Trump pretende utilizar un vasto ejército
compuesto por agentes federales, estatales y locales que como dijo el asesor de
Trump Stephen Miller serán: “el eje central de ese esfuerzo”. No sólo se
trataría de perseguir organizaciones supuestamente “radicales” sino de
individuos concretos que tengan indicios de ser “anticapitalistas”,
“anticristianos”, extremistas raciales de género, aquellos que se opongan a la
familia tradicional, la moralidad y que se opongan las tradiciones religiosas
de los EEUU. Se busca un efecto de “purificación racial” donde la clase alta
blanca wasp (el propio presidente se ha autodefinido como supremacista blanco)
sea nuevamente el sector político dominante, no tanto por su número, sino
porque ejerzan el poder político sobre las instituciones. Para ello no
renunciará a utilizar la manipulación mediática, la utilización de leyes de
excepción como la Ley de insurrección de 1807 que le permitiría la expulsión de
unos 17 millones de inmigrantes latinoamericanos y la militarización de la
política interna. Todo son síntomas de un proceso más profundo: la
transformación de la primera potencia mundial en un régimen de excepción
permanente.
El objetivo:
Venezuela
EEUU está
concentrando tropas y recursos en la costa Caribeña. Las maniobras navales que
se realizan y el desplazamiento de más de 10.000 efectivos para reforzar las
centenares de desplegados en torno a Venezuela no son un hecho aislado. Desde
hace meses, el Pentágono prepara una intervención bajo el pretexto de “proteger
los intereses energéticos y la seguridad del hemisferio”; se han
desplegado unidades militares en Puerto Rico y se han intensificado las
operaciones de inteligencia sobre Caracas. Se especula con una intervención
militar específica contra Maduro y los líderes militares en el país.
Pero… Venezuela
no está sola
Venezuela se
prepara para un conflicto que parece inevitable. ¿Podrá EEUU con un congreso
paralizado enfrentar una crisis en Irán y otra al mismo tiempo en Venezuela,
manteniendo el esfuerzo militar en Ucrania? Desde el punto de vista político y
militar es un desatino, aunque todas las opciones siguen abiertas.
En estos días
los rumores que se habían ido manifestando se confirman. Los medios chinos, en
una acción aparentemente concertada con las fuentes rusas e iraníes, han
filtrado información sobre ensayos con misiles antibuque C-802A —con alcance de
hasta 180 kilómetros y guiado combinado de precisión—, así como tecnología de
guerra electrónica. Hace apenas un mes se realizaron las maniobras
conjuntas Caribe Soberano 200, entre las armadas venezolana y
china. Medios militares rusos han advertido que una intervención “no será un
paseo por el campo”. Venezuela no está sola: mantiene un acuerdo de defensa
mutua con Rusia firmado el mes de septiembre pasado, y cuenta, desde hace
muchos meses, con la asistencia técnica de militares rusos y bielorrusos en el
mantenimiento de radares y sistemas antiaéreos. Por otra parte fuentes de
inteligencia norteamericana han confirmado la instalación de fábricas de drones
iraníes en territorio venezolano. En paralelo Caracas habría recibido también
lanchas rápidas iraníes armadas de misiles, la experiencia iraní y las
enseñanzas hutíes sobre la guerra irregular equilibran en cierta medida el
balance militar entre la superpotencia del norte y el país caribeño.
El petróleo,
trasfondo permanente
Nada de esto
puede entenderse sin tener en cuenta que Washington ansía controlar el petróleo
venezolano. Según la EIA se estima que el país tiene en reservas comprobadas
unos 304.000 millones de barriles, las mayores del mundo. Desde la
nacionalización del petróleo en 1976 Washington ha considerado a Venezuela un
enclave estratégico bajo vigilancia extrema. Las riquezas petrolíferas y la
existencia de otros muchos recursos minerales, entre ellos tierras raras,
convierten al país en un punto neurálgico en la geopolítica mundial. Las
operaciones encubiertas de la CIA, los sabotajes económicos y las incursiones
fronterizas forman parte de un guion ya conocido.
Epílogo: la
fractura del imperio
La rebelión de
los almirantes no es solo un episodio de desobediencia militar. Es el síntoma
visible de una fractura histórica: la descomposición del aparato imperial
estadounidense. Mientras la Casa Blanca intenta imponer su autoridad por la
fuerza, el mundo observa el declive de una potencia que ya no puede sostener su
hegemonía ni hacia fuera ni hacia dentro.
El ejército,
antaño columna vertebral del proyecto imperial, se rebela ahora contra un
presidente que pretende convertirlo en instrumento de represión interna. Si
algo simboliza esta crisis, es la confirmación de que el imperio estadounidense
se desmorona desde su propio centro, arrastrado por la arrogancia, la
corrupción y el mesianismo de quienes aún creen que pueden gobernar el mundo a
base de miedo.
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