miércoles, 8 de enero de 2025

La disculpa de Lukács

 

Este artículo pretende resaltar la coherencia personal, política, ideal y moral de uno de los grandes, Giyörgy Lukács, utilizando para ellos sus propias palabras, formuladas en una larga entrevista.


La disculpa de Lukács

 

Carlo Formenti

El Viejo Topo

8 enero, 2025 



Mis últimos trabajos (1) deben mucho a la interpretación que el difunto Lukács (2) dio del pensamiento de Marx. Analizando los conceptos fundamentales de la ontología lukácsiana en una serie de lecciones que estoy impartiendo para el Centro de Estudios Domenico Losurdo (la más reciente se puede escuchar en You Tube: (https://www.youtube.com/watch?v=z6q7KhmGK5g). Me di cuenta de que, en todo lo que he escrito y dicho sobre él hasta ahora, sólo he hecho breves referencias a su biografía. Es cierto que, cuando se piensa en un pensamiento de gran profundidad, las consideraciones relativas a la obra suelen prevalecer sobre las dedicadas a la figura del autor, sin embargo, en el caso concreto, este enfoque no es del todo adecuado. No sólo porque su historia humana cruzó acontecimientos históricos de enorme importancia -la Primera Guerra Mundial, las Revoluciones Rusa y Húngara, el estalinismo, la Segunda Guerra Mundial, el levantamiento húngaro de 1956- y personajes de la talla de Georg Simmel, Max Weber, Thomas Mann, Ernst Bloch, Lenin y Stalin. Pero porque el hecho mismo de haber pasado -y salido ileso- de estas grandes pruebas significó que críticos y detractores pudieron atribuirle una «prudencia» rayana en la timidez, cuando no en el oportunismo. Todo con el fin mal disimulado de disminuir el alcance de su pensamiento.

Por eso he decidido revisitar una larga entrevista autobiográfica suya (Pensamiento vivido. Autobiografía en forma de diálogo) publicada en una edición italiana por los Editores Riuniti en 1983. En las páginas siguientes recordaré algunos pasajes porque creo que, de esta «confesión» emerge, incluso -si no sobre todo- entre discontinuidades y reflexiones autocríticas, un perfil de extraordinaria coherencia personal, política, ideal y moral: su historia es la de un intelectual y militante. comunista que, aunque consciente de las contradicciones y distorsiones que surgieron durante el gran experimento social inaugurado en octubre de 1917, nunca quiso «salvar su alma» (y emprender una rica carrera en alguna universidad occidental) desempeñando el papel de «disidente», porque, afirma, siempre ha estado convencido de que «es mejor vivir en la peor forma de socialismo que en la mejor forma de capitalismo».

Nacido en Budapest en 1885, en el seno de una familia judía adinerada (su padre dirigía un banco de inversiones, pero parece que en casa reinaba una total indiferencia hacia la religión), el pequeño Lukács mostró desde temprano una intolerancia hacia cualquier forma de imposición (se negó sistemáticamente a someterse al rígido “protocolo” doméstico que la madre intentó imponer). Las expectativas familiares se concentraban en el hermano mayor, quien, sin embargo, a pesar de su asiduo compromiso con el estudio, nunca logró grandes resultados, mientras que él, dotado de una memoria prodigiosa, sólo necesitó unas pocas horas para sobresalir en la escuela (aunque evitó cuidadosamente aparecer como el mejor de la clase).

Haciendo caso omiso al deseo de su padre de iniciarle en los estudios económico-jurídicos (en realidad su primera carrera fue en Derecho, pero en la entrevista revela que desde muy joven había alimentado un profundo desprecio por el mundo de las finanzas y por los valores burgueses en general), le apasionaban especialmente la literatura y el teatro (a los quince años escribía obras de teatro que quemaba unos años más tarde) pero pronto, confiesa, tuvo que darse cuenta, para su gran decepción, de que “no tengo suficiente talento para aspirar a ser escritor o director”. Lo que no le impidió seguir ocupándose del arte y de la literatura, como lo demuestran textos como El alma y las formas y la Teoría de la novela, aunque la pasión filosófica (en particular por la gran filosofía alemana -Hegel sobre todo- de quien tuvo influencias a lo largo de su vida) irá cada vez más acompañada de una pasión literaria, que acabará prevaleciendo. Su compañero de estudios en Berlín, donde su maestro fue Georg Simmel (pero Lukács también estuvo influenciado por Max Weber) fue Ernst Bloch (una amistad destinada a durar toda la vida, aunque con momentos de distanciamiento mutuo) a quien reconoció el mérito de haber enseñado a «filosofar a la manera de Aristóteles y Hegel».

El acercamiento al marxismo, y más generalmente a las cuestiones políticas, fue lento y progresivo. En los años anteriores a la Gran Guerra, aprendió sobre el socialismo francés y reconoció al teórico del sindicalismo revolucionario Georges Sorel como «el único movimiento socialista de oposición serio». Conmocionado por el estallido de la Primera Guerra Mundial, adoptó una posición de condena radical hacia la masacre provocada por las potencias europeas. En esos años, dice, él y el círculo de sus amigos pacifistas pensaban que si los regímenes feudales perdían la guerra caerían, pero, a diferencia de la mayoría de los demás, no compartía la esperanza de que serían reemplazados por regímenes democráticos. ¿Nos defendería de la democracia occidental?, pensé, y tampoco estaba dispuesto a aceptar el parlamentarismo inglés como ideal. Así, cuando estalló la Revolución Rusa de 1917, comprendió inmediatamente que ésta era la alternativa real y, a partir de ese momento, su interés se centró exclusivamente en las cuestiones éticas y políticas, dejando de conceder importancia a las cuestiones estéticas que estuvieron en el centro de su atención en la década anterior.

En 1918 se formó el Partido Comunista Húngaro y Lukàcs se unió, aunque no estaba entre los fundadores. En la entrevista declara que su imagen del comunismo era entonces «sectaria y ascética», es decir, fuertemente caracterizada en términos morales y por expectativas «mesiánicas», por lo que a menudo se encontró en conflicto con Bela Kun quien, desde su desde su punto de vista, encarnaba la lógica burocrática del funcionario del Partido (en algunas ocasiones, después de este conflicto, se vio inducido a realizar una autocrítica). En cualquier caso, durante la Revolución de 1919, como figura intelectual destacada, fue llamado a desempeñar el papel de Comisario de Educación e incluso asumió el papel de comisario político de una división del Ejército Rojo (en la entrevista recuerda que, en ejercicio de esta función, ordenó fusilar a ocho soldados de una unidad que se había retirado sin luchar durante la guerra civil con los blancos).

Tras el fracaso de la Revolución huyó a Viena, donde tuvo la oportunidad de reunirse con líderes e intelectuales comunistas de toda Europa, y donde se dio cuenta de que su cultura marxista era aún insuficiente, y que su comprensión del leninismo era aún más insuficiente. En retrospectiva, define su posición de entonces como «una mezcla de sectarismo y mesianismo» («creímos que la revolución mundial era a la vez inevitable e inminente», dice). Por un lado, simpatizaba con el ala izquierda de la Tercera Internacional (que incluía, entre otros, a Bordiga y Pannekoek), hasta el punto de que Lenin lo criticó por haber defendido posiciones abstencionistas. Pero, por otra parte, el baño de concreción al que se vio obligado por la experiencia del Comisario de los Consejos de la República Húngara le obligó a veces a contradecirse y adoptar posiciones realistas. Como sucedió en 1928, cuando una vez más se vio obligado a autocriticarse por haber escrito las «Tesis de Blum» (seudónimo adoptado para la ocasión), en las que sostenía que el Partido debería oponerse al régimen reaccionario de Horthy junto con los socialdemócratas para establecer una República democrática, y sólo más tarde luchar por el socialismo (posición contraria a la línea sostenida en aquel momento por la Tercera Internacional, que sin embargo pronto cambiaría).

Sin embargo, al saltar al día 28, nos hemos saltado un paso fundamental: en 1923 se publicó Historia y conciencia de clase, una colección de ensayos que todavía hoy representa la obra de Lukács más conocida (y celebrada) por los marxistas de todo el mundo. Sin embargo, en la entrevista autobiográfica que estoy ilustrando aquí, como en el Prefacio de una reimpresión de 1967 de la obra en cuestión (3), y como en las referencias que le dedica en la Ontología del ser social, Lukács es, para decirlo claramente, cuanto menos, severo en sus comparaciones con la obra de 1923. Si bien reconoce en ella un cierto valor, porque en ella se abordan por primera vez algunos problemas -como el del extrañamiento- que hasta entonces habían sido evitados por el marxismo, y porque aunque enmarcó la teoría de la revolución de Lenin en la concepción general del marxismo, el Lukács maduro la consideró de hecho contaminada por residuos idealistas (en aquellas páginas yo era «más hegeliano que Hegel»).

En particular, como he destacado en varias ocasiones (4), el difunto Lukács señala acusatoriamente contra la hipostasiación del papel «objetivamente» revolucionario del proletariado (5), pero sobre todo contra la falta de integración del intercambio orgánico entre el hombre y la naturaleza en la economía, que queda así reducida a la forma históricamente determinista que asume en la sociedad capitalista, en lugar de ser concebida como una totalidad constitutiva del ser social, como un producto del proceso evolutivo que hace derivar de la naturaleza inorgánica la naturaleza orgánica y de esta última el ser social a través del trabajo, que constituye la única manifestación de actividad teleológica en el universo natural.

En las últimas líneas de la entrevista, Lukács resume su visión más o menos así: “siguiendo a Marx, represento la ontología como la verdadera filosofía basada en la historia. Históricamente no hay duda de que el ser inorgánico es lo primero y que de él surge el ser orgánico. De este estado biológico surge a través de muchos pasos el ser social humano cuya esencia es la posición teleológica, es decir, el trabajo. Esta es la categoría más decisiva porque lo incluye todo. Cuando hablamos de vida humana hablamos de las más diversas categorías de valor. ¿Cuál es el primer valor? ¿El primer producto? Un mazo de piedra o corresponde al propósito o no corresponde, en el primer caso es válido, en el segundo no tiene valor (…) la segunda diferencia fundamental es el deber-ser, es decir, las cosas no se gtransforman por sínsolas por sí solas sino siguiendo posiciones conscientes, el propósito precede al resultado”.

Esta visión tiene consecuencias radicales en la forma en que el último Lukács aborda conceptos como libertad, necesidad, cosificación, alienación, ideología, etc. Pero estos temas exceden el alcance de este artículo que, como aclaré al principio, consiste en resaltar la coherencia personal, política, ideal y moral del hombre del que hablamos. Los cambios de enfoque metodológico y posición ideológica descritos hasta ahora son parte de la dialéctica normal de un viaje biográfico. pero las críticas de los detractores apuntan en otras direcciones, planteando cuestiones relacionadas con el hecho de que nuestro hombre, después de la llegada de Hitler al poder, vivió continuamente en Moscú desde 1933 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial sin sufrir ninguna «purga» y, a pesar de haber asumido un cargo ministerial en el gobierno de Nagy en 1956, tras la invasión soviética salió airoso de un par de años de exilio en Rumanía, tras los cuales pudo regresar a Budapest y retomar su labor docente e investigadora.

¿Oportunismo, falta de coraje, complicidad con el estalinismo y, más en general, con los regímenes “socialistas reales”? Estas acusaciones, explícitas o implícitas, han sido utilizadas por la derecha (pero también por ciertos círculos intelectuales de la «Nueva Izquierda») para devaluar y/o eliminar la contribución de Lukács al marxismo, por lo que parece correcto abordarlas a partir de lo que el propio filósofo húngaro habla sobre la segunda parte de su vida.

En Moscú, Lukács se unió al Partido Comunista Ruso y trabajó en el Instituto Marx-Engels. Su actividad es predominantemente, si no exclusivamente, teórica, mientras que a nivel político mantiene un perfil bajo, evitando involucrarse en conflictos de poder dentro de la dirección bolchevique. Esto no le impide tener sus propias opiniones al respecto, opiniones que expresa claramente al responder a las preguntas del entrevistador.

Respecto a Stalin en particular, afirma que la idea que se difundió después del XX Congreso del PCUS, según la cual sólo dijo cosas erróneas y antimarxistas, es un prejuicio. Dicho esto, es radicalmente crítico con la visión filosófica de Stalin, a la que define como hiperracionalista, aunque, en su opinión, no carece de precedentes en la tradición marxista. En particular, la visión de un proceso histórico que incorpora un principio de necesidad lógica (Lukács cita por ejemplo el concepto de «negación de la negación» tomado de Hegel, que considera una categoría puramente lógica, carente de coherencia real: «para Marx, dice, una entidad no objetiva es una no entidad, el ser es idéntico a la objetividad”) ya estaba, en su opinión, presente en Engels y en los exponentes de la socialdemocracia alemana. La historia, analizada desde este punto de vista, se presenta como una sucesión de etapas de un proceso determinado por una legalidad férrea inmanente (comunismo primitivo, esclavitud, feudalismo, capitalismo, socialismo) y no como la existencia de una serie de transformaciones concretas realizadas paso a paso por mecanismos causales específicos (pero también por factores contingentes y subjetivos). El materialismo dialéctico (diamat) estalinista sólo concibe soluciones impuestas por las leyes «objetivas» de la historia y no elecciones entre posibilidades alternativas; su idea de «socialismo científico» se inspira en una legalidad similar a la de las leyes naturales y no contempla, de manera marxista, la complejidad dinámica de los procesos históricos concretos.

En el plano político, sin embargo, Lukács no oculta el hecho de que estaba del lado de Stalin -contra Trotsky- en la cuestión del socialismo en un solo país y, en cuanto al papel de la oposición de izquierda encabezada por el propio Trotsky y otros exponentes del Vieja guardia bolchevique, como Zinoviev, Bujarin y Kamenev, declara compartir la opinión de otros amigos y compañeros que frecuentaba en Rusia: en primer lugar, les reprocha haber ofrecido argumentos a la campaña antisoviética de las potencias imperialistas occidentales, pero sobre todo expresa la convicción de que la dictadura de su partido no habría sido diferente, ni mejor, que la impuesta por Stalin. Recuerda que, en cierto momento, Bujarin intentó ponerse en contacto con él para implicarlo en la lucha interna del partido, pero él se negó (por cierto: Lukács y Bujarin se habían enfrentado anteriormente en una controversia sobre la cuestión del papel histórico del desarrollo de las fuerzas productivas que Bujarin, según Lukács, reduce al desarrollo tecnológico. Sin embargo, el motivo de la negativa, que probablemente evitó que Lukács cayera en la trampa de los procesos de Moscú, fue más bien el juicio negativo sobre el papel de la oposición en estos momentos).

Sin embargo, cuando el entrevistador le pide su opinión sobre los procesos de Moscú, Lukács no se asusta: «Los considero una monstruosidad», dice, pero me consolé diciéndome que en aquel momento «estábamos del lado de Robespierre» y que el juicio contra Danton no había sido menos innoble. Pero sobre todo afirma que en aquel período consideraba la aniquilación de Hitler como la cuestión más importante con diferencia y que le parecía claro que sólo la URSS podía garantizarla (6).

En cuanto al levantamiento húngaro de 1956, Lukács afirma que lo interpretó como un gran movimiento espontáneo que, según él, necesitaba un marco ideológico, por lo que no dudó en aceptar el cargo de ministro, aunque Nagy, en su opinión, no tenía más que un fragmento de programa político. En cualquier caso, su punto de vista no era en modo alguno el de una ruptura con el sistema socialista sino el de la necesidad de reformarlo (ver la citada afirmación «es mejor vivir en la peor forma de socialismo que en la mejor forma de capitalismo»), hasta el punto de que se opuso y votó en contra de la propuesta de abandonar el Pacto de Varsovia. Una actitud que, tras la invasión soviética, le ayudó a pagar el precio, relativamente moderado, de unos años de exilio en Rumanía, antes de volver a enseñar en Budapest.

¿Oportunismo, falta de coraje? Los primeros en formular la acusación de no haber condenado explícitamente el socialismo real fueron, lamentablemente, algunos de sus alumnos, como se desprende del tono malévolo e insinuante de algunas preguntas que le dirigió Istvan Eorsi (el redactor de la entrevista que acabamos de describir), pero sobre todo esto se desprende de lo que escribe Nicolás Tertuliano en la Introducción a la Ontología, haciéndonos entender por qué el texto de esta obra fundamental apareció con tanto retraso desde el borrador definitivo, precedido de críticas negativas por parte de aquellos estudiantes (entre ellos Agnes Heller, que luego desembarcó felizmente en las costas del liberalismo occidental) que se apresuraban a certificar su deseo de repudiar el marxismo y el socialismo.

Lukács no es del agrado de los comunistas dogmáticos, que lo consideran un disidente pro occidental disfrazado de marxista crítico (y tal vez lo habrían visto con gusto en el banquillo de los acusados ​​en los juicios de Moscú). No le gustan a los poscomunistas convertidos al liberalismo, que no comprenden su obstinación en querer ponerse del lado del socialismo contra el capitalismo occidental hasta el final. No agrada a los académicos marxistas de todo tipo que, desde lo alto de sus cátedras universitarias, se consideran los únicos legitimados para interpretar el auténtico legado de Marx. No agrada a los intelectuales y militantes de las nuevas izquierdas y de los nuevos movimientos, que cuando leen afirmaciones como «el desarrollo de la sociedad, su perenne sociabilización, no aumenta en absoluto el conocimiento que los hombres tienen sobre la verdadera naturaleza de las cosificaciones que adquieren espontáneamente. Por el contrario, encontramos una tendencia cada vez más clara a someternos acríticamente a estas formas de vida, a apropiarnos de ellas con una intensidad cada vez mayor, cada vez más decisiva para la personalidad, como componentes insuprimibles de toda vida humana» (Ontología , vol IV, p. 649), sospechan que sus palabras podrían usarse contra su exaltación acrítica de la tecnología, del consumismo santificado como «nuevas necesidades», del gusto pequeñoburgués por la transgresión, del “derecho a tener derechos” (7), etc.

Creo que todas estas antipatías representan el mejor testimonio de la integridad política, moral e intelectual de Lukács. Concluyo simplemente añadiendo que no sé hasta qué punto los marxistas no occidentales (chinos, africanos y latinoamericanos) han tenido la oportunidad de conocer y estudiar al último Lukács o si sólo conocen Historia y conciencia de clase, pero creo que los teóricos posmaoístas sin duda lo habrían apreciado, del mismo modo que él habría observado con extremo interés las reformas chinas de los años setenta.

Notas

(1) Véase, en particular, Guerra y Revolución , 2 vols. Meltemi, Milán 2023; El socialismo ha muerto. ¡Viva el socialismo!, El Viejo Topo, Barcelona 2020; Sombras rojas. Ensayos sobre el difunto Lukács y otras herejías, Meltemi, Milán 2022.

(2) G. Lukács, Ontología del ser social, 4 vols. Meltemi, Milán 2023.

(3) Véase el prefacio del autor a Historia y conciencia de clase, Sugar Editore, Milán 1970.

(4) Véase especialmente Sombras rojas , op. cit. Véase también mi Prefacio a la segunda edición de la Ontología.

(5) En el Prefacio de 1967 (ver nota 3), Lukács escribe que en Historia y conciencia de clase que el proletariado fue presentado como la encarnación histórica de la unidad metafísica hegeliana sujeto-objeto descrita en la Fenomenología del espíritu.

(6) El Pacto de No Agresión entre Hitler y Stalin también parece justificado como una medida táctica para frustrar el plan de las potencias occidentales de utilizar la Alemania nazi para destruir la Unión Soviética.

(7) Véase S. Rodotà, El derecho a tener derechos, Laterza, Roma-Bari 2012. En un libro de 2019 (Cortando ramas secas, DeriveApprodi editore) el abajo firmante y Onofrio Romano criticaron la ideología de la izquierda liberal progresista que reivindica una libertad ilimitada cpn extensión de los derechos individuales, que inevitablemente termina alimentando una extensión igualmente ilimitada del mercado de bienes y servicios (maternidad asistida, alquiler, etcétera).

Fuente: Per un socialismo del secolo XXI

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