sábado, 19 de octubre de 2024

Ha llegado el momento de una nueva izquierda

 

Lo que importa es entender que darle golpes al imperialismo, venga de donde venga, significa abrir la oportunidad a procesos revolucionarios, significa acercarse a la posibilidad del socialismo, continuar la lucha de clases en una etapa más madura.


Ha llegado el momento de una nueva izquierda

 

De Nico Maccentelli

El Viejo Topo

19 octubre, 2024

 

Después de décadas de enredos italianos entre los pequeños grupos de la izquierda radical, después del fracaso del Nuevo Frente Popular en Francia, a pesar de la victoria electoral (Mélenchon no había contado con los masones en el golpe permanente de Davos…) y en la era de una izquierda liberal que a partir de Blair ha asumido el papel internacional de ser la máxima expresión del supremacismo atlantista, por fin nace una nueva izquierda procedente de Alemania: la BSW de Sahra Wagenknecht.

De hecho, las elecciones regionales en Turingia y Sajonia lo dicen claramente:

A) los partidos que vuelven a poner la soberanía nacional en el centro ganan porque está claro para los sectores populares que las necesidades e intereses sociales de la población pasan por esta soberanía

B) el declive de la izquierda neoliberal en sus variantes está determinado por su posicionamiento como felpudo frente al neoliberalismo atlantista, proeuropeo y belicista

C) si la extrema derecha se afirma es porque la izquierda no hace lo que las masas populares esperan, es decir, proteger sus necesidades colocándolos en el centro

D) gran parte del electorado, así como los que se abstienen, han roto debido a una política servil de la izquierda liberal y «progre»

E) una izquierda que no niega su vocación, es decir la justicia social y la lucha de clases para lograrla, también gana y no practica los trucos habituales como en Francia, identificando bien quién es el principal enemigo y sabiendo que no es la derecha, una fuerza que es favorecida por los imperialistas en Washington y Bruselas

F) haber jugado el juego de forma coherente, sin pretensiones demagógicas, producirá en la izquierda soberanista un crecimiento que abre nuevas perspectivas.

E) si se compara la estrategia del frente popular que en Francia favoreció la recuperación de Macron en nombre de la oligarquía atlantista y la estrategia soberanista de Sahra Wagenknecht, se comprenderá cuál es el camino correcto para la izquierda europea. En el caso de la alemana se trata de una nueva izquierda que no se ha vendido y que ha entendido cuál es la esencia del poder dominante, más allá de la vieja visión de un fascismo hoy muerto, este está resurgiendo con otras modalidades y alineamientos de la mano de la OTAN.

No hay duda de que si queremos reconstruir una izquierda antiliberal que retome su antigua vocación de sujeto combativo por los derechos y necesidades sociales de las masas populares, convirtiéndose en su voz y expresión política, hay que tomar dos decisiones irreversibles:

1. Abandonar cualquier hipótesis de unidad de la izquierda que incluya a la izquierda neoliberal con la ilusión de influir en su política tanto a nivel central como periférico-administrativo.

2. Abandonar la dicotomía mecanicista derecha-izquierda y una visión retro del antifascismo que ahora se ha vuelto común y electoralista, mientras que el verdadero fascismo, o en cualquier caso el autoritarismo, está en otra parte… quizás precisamente en el sector que consideras como socio.

Esta operación la hizo muy bien Wagenknecht, que supo enarbolar la bandera de la justicia social, del repudio a la guerra dirigida por Estados Unidos y la OTAN y la valorización de la identidad nacional.

Esto último es una auténtica blasfemia para los seguidores de la cultura de la cancelación y del despertar Woke, que son ahora las salsas más apropiadas para cualquier «revolución de color» al servicio de Washington, sus organismos de inteligencia, sus influencers, fundaciones y ONGs. Pero Sahra explica muy bien que el concepto de soberanismo popular es de izquierdas, distinguiéndose del nacionalismo vulgar y chauvinista de derecha, que también incluye el racismo y el clásico suprematismo nazi-fascista.

En su obra Contra la izquierda neoliberal, toda acusación de «rojopardista» vuelve al remitente, ya que la identidad de una población en un territorio determinado es un pegamento social frente a las turbofinanzas y a un sistema que regula las cadenas de suministro y el flujo de mercancías según sea necesario al capital.

Y que, en todo caso, la integración reside en el equilibrio de los flujos en relación con las posibilidades de integración y de servicios para todos (bienestar universal, lo contrario de la especulación privada…) y no en los objetivos de una burguesía capitalista que utiliza a los inmigrantes para ganar dinero, provocar guerras entre pobres, competencia entre trabajadores, sin integrar nada, para luego utilizar las habituales almas cándidas con lágrimas falsas.

¿Qué hay de progresista en imponer nuevas discriminaciones inversas, en balbucear sobre los derechos de las minorías, en apoyar las formas y no la sustancia del derecho a la vivienda y del trabajo para todos? Esta esquizofrenia debe terminar enviando a los «progres» a su lugar dentro de los neoliberales. Y los votantes alemanes lo entendieron.

El soberanismo es internacionalismo, porque liberar a un país de la devastación anarcoliberal significa debilitar el frente capitalista y fortalecer los movimientos de masas anticapitalistas de otros países.

Más aún cuando la cuestión de la soberanía nacional ha sido abordada en situaciones específicas por gran parte de la izquierda global antiimperialista y anticolonialista: América Latina, las guerras populares en China y Vietnam, Argelia, Nicaragua, en Europa los vascos, las cuestiones irlandesas, catalanas, corsas… Estos son sólo los ejemplos más obvios, pero todo el siglo XX estuvo formado por estas revoluciones nacional-anticolonialistas.

Pero hoy la izquierda liberal, los falsos anticapitalistas y los falsos verdes y municipalistas, están con la Ucrania de los nazis banderistas, no con los pueblos del Sahel. Por lo tanto, hoy la revolución postsoviética pasa por dos posiciones:

– Multipolarismo

– Descolonización

Por el momento no importa qué tipo de sistema este en este frente de lucha. Lo que importa es la aceleración de la caída del dólar y del imperialismo atlantista. La lucha de clases en cada país no termina, y tarde o temprano tendrán que rendir cuentas los oscurantismos de las clases dominantes explotadoras de aquellos países que por conveniencia han elegido el multipolarismo.

Lo que importa es entender que darle golpes al imperialismo, venga de donde venga, significa abrir la oportunidad a procesos revolucionarios, significa acercarse a la posibilidad del socialismo, continuar la lucha de clases en una etapa más madura, porque hay otras contradicciones en la base de la sociedad: entre el proletariado y la burguesía, entre los compradores y los campesinos … Y en un frente nacional amplio la lucha de clases no cesa: es parte de la batalla política por la hegemonía.

Detrás del mundo que Wagenknecht nos abre no hay nada de rojopardismo, sino la reafirmación de los intereses del 90% de la población, la afirmación del Estado social, de los bienes comunes, de una redistribución más equitativa de la riqueza social, de cooperación pacífica entre pueblos y países respetando su historia y su identidad comunitaria.

Evidentemente, como comunistas también debemos ir más allá y efectuar análisis más precisos de la clase y de la situación concreta. Pero el humanitarismo, la nueva falsa conciencia de una izquierda que ha abandonado su vocación original ciertamente no es la caja de herramientas para una política revolucionaria que afecta el equilibrio de poder entre explotados y explotadores

 

Fuente: Observatorio de la crisis

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