miércoles, 28 de agosto de 2024

Tony Blinken: El Maestro de la Diplomacia (o no)

 

Tiene cara de buena persona, que no cambia cuando ve las imágenes de los niños asesinados en Gaza. Su único objetivo: mantener a Estados Unidos en el trono del Imperio. Cueste lo que cueste.


Tony Blinken: El Maestro de la Diplomacia (o no)


Eduardo Luque

El Viejo Topo

28 agosto, 2024 


Tony Blinken, nacido en 1962, tuvo la suerte de crecer en una familia judía con conexiones políticas que prácticamente lo catapultaron al centro del poder global desde temprana edad. Su padre, embajador en Hungría durante los años dorados de la administración Clinton, y su madre, ambos profundamente comprometidos con la causa israelí, le brindaron una infancia rodeada de decisiones estratégicas y poder en estado puro. Ahora, como Secretario de Estado, Blinken es la joya de la corona de la política exterior estadounidense.

El 9 de octubre, después del ataque de Hamás, Blinken aterrizó en Tel Aviv, no solo como enviado de Biden, sino con el peso adicional de ser judío, subrayando su solidaridad con Israel en el mejor estilo de un defensor acérrimo. Desde entonces, sus detractores insisten en que actúa más como un campeón del régimen sionista que como un servidor de los intereses estadounidenses. ¿Y qué decir de su relación con George Soros? La cereza en el pastel, considerando que su padre trabajó para el magnate financiero y fue su “político preferido”. Con semejante currículum, no es sorpresa que Blinken se haya convertido en un arquitecto clave de la expansión de la OTAN y en un perpetuador de conflictos, todo en nombre de aquellos círculos de poder tan selectos.

Blinken encarna al político «moderno» moldeado por la visión de Soros, a la par de líderes como Trudeau, Macron, Scholz, Meloni o Sánchez, quienes, por supuesto, anteponen la imagen pública y las alianzas estratégicas a la diplomacia real y a los intereses nacionales. En su misión como secretario, Blinken tiene el noble objetivo de proteger la imagen de un presidente en decadencia y perpetuar una política exterior que, casualmente, siempre parece alinearse con los intereses de sus poderosos patrocinadores.

¿Y qué decir de su maestría en la diplomacia coercitiva? Donde quiera que va, Blinken lleva consigo un repertorio de sanciones, presión política y, claro, la siempre elegante amenaza de intervención militar. Solo hay que recordar su visita a China en abril, donde tuvo la “cortesía” de amenazar al país por sus políticas ecológicas y exigir que cortara sus lazos comerciales con Rusia. Todo ello bajo la firme creencia en la «excepcionalidad y el destino manifiesto de EE.UU.» como si el resto del mundo no hubiera cambiado mientras tanto.

En su reciente gira por Oriente Medio, Blinken llegó acompañado de un modesto despliegue militar, incluyendo apenas un tercio de la flota estadounidense, todo ello con el noble propósito de «proteger» las costas de Israel. Los costos y la duración de esta operación, por supuesto, son detalles menores; cuando se trata de defender a los aliados, siempre hay recursos a mano. Aunque sigue cuidadosamente el guion de Netanyahu y las FDI, Blinken, con su aguda sensibilidad política, intenta ajustar la estrategia de cara a las elecciones del 5 de noviembre. No obstante, el «eje de la resistencia» ha decidido desconcertar a Occidente con una «paciencia estratégica», dejando a Netanyahu y a Blinken en un incómodo compás de espera. Israel, cada vez más aislado políticamente, enfrenta el creciente descontento en Occidente, donde la violencia en Gaza y Cisjordania ya no es tan fácil de ignorar.

En cuanto a las protestas en la Convención Demócrata y las manifestaciones pro-palestinas en Europa, brutalmente reprimidas en lugares tan democráticos como Alemania e Inglaterra, no son más que una pequeña molestia para quienes gobiernan. Al mismo tiempo, es reconfortante ver cómo se permite que grupos neonazis se manifiesten libremente, demostrando que el «jardín europeo» sigue floreciendo, aunque quizás se esté transformando lentamente en una jungla donde las libertades se devoran en nombre de la seguridad.

A pesar de las grandilocuentes declaraciones sobre los derechos del pueblo palestino, la venta de armas a Israel sigue siendo un próspero negocio en España, mientras Reino Unido, Alemania y Francia, en un alarde de diplomacia, proponen reconocer al pueblo palestino siempre y cuando Irán renuncie a su apoyo al «eje de la resistencia» y condene a Rusia en Ucrania. Una propuesta con un futuro prometedor, sin duda.

Mientras tanto, los medios, siempre tan imparciales, intentan culpar a Irán, Hezbolá y Hamás por su obstinada resistencia. Los líderes occidentales, por su parte, continúan subordinando la solidaridad a los intereses de los grandes fondos y las empresas armamentísticas, porque, al fin y al cabo, ¿qué son unas cuantas vidas cuando hay tanto en juego?

Con la creciente posibilidad de nuevas guerras en Oriente Medio, España, siempre dispuesta a contribuir, envía sus buques de guerra, porque ¿qué sería de nosotros sin tener una cuota de participación en la perpetuación de conflictos? Pero la pregunta del millón sigue siendo: ¿a quién estamos ayudando?

Las cifras de muertos y heridos en Gaza son apenas un detalle en este gran esquema de cosas: más de cuarenta mil muertos, cientos de miles de heridos, y decenas de miles de niños asesinados, mientras las FDI se encargan de limpiar étnicamente el terreno, atacando escuelas y refugios de la ONU con la precisión de siempre. Un nuevo Irak, pero con un toque contemporáneo. Los estudios de la Universidad de Nueva York lo confirman: el nivel de devastación supera al de Dresde tras la Segunda Guerra Mundial.

Una parte significativa de la sociedad israelí, por supuesto, apoya estas acciones, convencida de que ese territorio robado es suyo por derecho divino o de conquista. Y si no fuera por la amenaza constante del «eje de la resistencia», estarían aún más satisfechos con sus «logros». Netanyahu, viendo cómo su gran plan se desmorona, se vuelve cada vez más impredecible. No sería sorpresa si las FDI ejecutaran una operación de falsa bandera, tal vez con una «bomba sucia» como excusa para atacar instalaciones nucleares iraníes. Pero no nos preocupemos, porque Blinken está en el puesto de control.

Desde el 7 de octubre, Blinken ha recorrido Oriente Medio, garantizando que los regímenes aliados no se vean demasiado perjudicados, aunque la realidad sea otra. La narrativa oficial es que Biden, Harris y Blinken son un trío de pacifistas comprometidos, cuando en realidad su entusiasmo por la guerra haría sonrojar a Trump. Mientras tanto, Blinken se asegura de que todo esté bajo control en casa, evitando que el público despierte a la dura realidad. Con un toque de su varita mágica, ha logrado el rearme permanente de Israel, esquivando esos molestos procedimientos legales y de control que tanto incordian en el Congreso de EE.UU. También ha logrado el respaldo de la UE, lo cual, para ser justos, no era un gran desafío. España, Alemania, Reino Unido, Francia e Italia patrullan diligentemente cerca de las costas iraníes y yemeníes. Y aunque España no participa oficialmente en misiones como Guardián de la Prosperidad o Aspides, parece que estamos allí por pura coincidencia. Pero no nos detengamos en detalles triviales.

El Secretario de Estado de EE.UU. presiona para formar una coalición contra el “eje de la resistencia” con el apoyo, directo o indirecto, de países como Egipto, Jordania, Arabia Saudita y Qatar. Al fin y al cabo, ¿qué impoirtan unas cuantas municiones más cuando el objetivo es la población civil? Tony Blinken es el diplomático perfecto para calmar la indignación pública mientras mantiene viva la ilusión de un «proceso de paz», todo mientras la limpieza étnica sigue su curso. Un verdadero maestro del arte de la no diplomacia, disfrazado de defensor de las “grandes causas”.

Eso sí, a los sionistas aún les queda trabajo por hacer en Gaza. Hamás y Hezbolá no se rinden, e Irán espera pacientemente. Mientras tanto, los demócratas en EE.UU. temen que una guerra con Irán traiga consecuencias terribles, al tiempo que Rusia y China observan con interés, cada uno jugando su carta en este gran juego de ajedrez global.

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