Tiene cara de buena
persona, que no cambia cuando ve las imágenes de los niños asesinados en Gaza.
Su único objetivo: mantener a Estados Unidos en el trono del Imperio. Cueste lo
que cueste.
Tony Blinken: El Maestro de la Diplomacia (o no)
El Viejo Topo
28 agosto, 2024
Tony Blinken,
nacido en 1962, tuvo la suerte de crecer en una familia judía con conexiones
políticas que prácticamente lo catapultaron al centro del poder global desde
temprana edad. Su padre, embajador en Hungría durante los años dorados de la
administración Clinton, y su madre, ambos profundamente comprometidos con la
causa israelí, le brindaron una infancia rodeada de decisiones estratégicas y
poder en estado puro. Ahora, como Secretario de Estado, Blinken es la joya de
la corona de la política exterior estadounidense.
El 9 de
octubre, después del ataque de Hamás, Blinken aterrizó en Tel Aviv, no solo
como enviado de Biden, sino con el peso adicional de ser judío, subrayando su
solidaridad con Israel en el mejor estilo de un defensor acérrimo. Desde
entonces, sus detractores insisten en que actúa más como un campeón del régimen
sionista que como un servidor de los intereses estadounidenses. ¿Y qué decir de
su relación con George Soros? La cereza en el pastel, considerando que su padre
trabajó para el magnate financiero y fue su “político preferido”. Con semejante
currículum, no es sorpresa que Blinken se haya convertido en un arquitecto
clave de la expansión de la OTAN y en un perpetuador de conflictos, todo en
nombre de aquellos círculos de poder tan selectos.
Blinken encarna
al político «moderno» moldeado por la visión de Soros, a la par de líderes como
Trudeau, Macron, Scholz, Meloni o Sánchez, quienes, por supuesto, anteponen la
imagen pública y las alianzas estratégicas a la diplomacia real y a los
intereses nacionales. En su misión como secretario, Blinken tiene el noble
objetivo de proteger la imagen de un presidente en decadencia y perpetuar una
política exterior que, casualmente, siempre parece alinearse con los intereses
de sus poderosos patrocinadores.
¿Y qué decir de
su maestría en la diplomacia coercitiva? Donde quiera que va, Blinken lleva
consigo un repertorio de sanciones, presión política y, claro, la siempre
elegante amenaza de intervención militar. Solo hay que recordar su visita a
China en abril, donde tuvo la “cortesía” de amenazar al país por sus políticas
ecológicas y exigir que cortara sus lazos comerciales con Rusia. Todo ello bajo
la firme creencia en la «excepcionalidad y el destino manifiesto de EE.UU.»
como si el resto del mundo no hubiera cambiado mientras tanto.
En su reciente
gira por Oriente Medio, Blinken llegó acompañado de un modesto despliegue
militar, incluyendo apenas un tercio de la flota estadounidense, todo ello con
el noble propósito de «proteger» las costas de Israel. Los costos y la duración
de esta operación, por supuesto, son detalles menores; cuando se trata de
defender a los aliados, siempre hay recursos a mano. Aunque sigue
cuidadosamente el guion de Netanyahu y las FDI, Blinken, con su aguda sensibilidad
política, intenta ajustar la estrategia de cara a las elecciones del 5 de
noviembre. No obstante, el «eje de la resistencia» ha decidido desconcertar a
Occidente con una «paciencia estratégica», dejando a Netanyahu y a Blinken en
un incómodo compás de espera. Israel, cada vez más aislado políticamente,
enfrenta el creciente descontento en Occidente, donde la violencia en Gaza y
Cisjordania ya no es tan fácil de ignorar.
En cuanto a las
protestas en la Convención Demócrata y las manifestaciones pro-palestinas en
Europa, brutalmente reprimidas en lugares tan democráticos como Alemania e
Inglaterra, no son más que una pequeña molestia para quienes gobiernan. Al
mismo tiempo, es reconfortante ver cómo se permite que grupos neonazis se
manifiesten libremente, demostrando que el «jardín europeo» sigue floreciendo,
aunque quizás se esté transformando lentamente en una jungla donde las
libertades se devoran en nombre de la seguridad.
A pesar de las
grandilocuentes declaraciones sobre los derechos del pueblo palestino, la venta
de armas a Israel sigue siendo un próspero negocio en España, mientras Reino
Unido, Alemania y Francia, en un alarde de diplomacia, proponen reconocer al
pueblo palestino siempre y cuando Irán renuncie a su apoyo al «eje de la
resistencia» y condene a Rusia en Ucrania. Una propuesta con un futuro
prometedor, sin duda.
Mientras tanto,
los medios, siempre tan imparciales, intentan culpar a Irán, Hezbolá y Hamás
por su obstinada resistencia. Los líderes occidentales, por su parte, continúan
subordinando la solidaridad a los intereses de los grandes fondos y las
empresas armamentísticas, porque, al fin y al cabo, ¿qué son unas cuantas vidas
cuando hay tanto en juego?
Con la
creciente posibilidad de nuevas guerras en Oriente Medio, España, siempre
dispuesta a contribuir, envía sus buques de guerra, porque ¿qué sería de
nosotros sin tener una cuota de participación en la perpetuación de conflictos?
Pero la pregunta del millón sigue siendo: ¿a quién estamos ayudando?
Las cifras de
muertos y heridos en Gaza son apenas un detalle en este gran esquema de cosas:
más de cuarenta mil muertos, cientos de miles de heridos, y decenas de miles de
niños asesinados, mientras las FDI se encargan de limpiar étnicamente el
terreno, atacando escuelas y refugios de la ONU con la precisión de siempre. Un
nuevo Irak, pero con un toque contemporáneo. Los estudios de la Universidad de
Nueva York lo confirman: el nivel de devastación supera al de Dresde tras la
Segunda Guerra Mundial.
Una parte
significativa de la sociedad israelí, por supuesto, apoya estas acciones,
convencida de que ese territorio robado es suyo por derecho divino o de
conquista. Y si no fuera por la amenaza constante del «eje de la resistencia»,
estarían aún más satisfechos con sus «logros». Netanyahu, viendo cómo su gran
plan se desmorona, se vuelve cada vez más impredecible. No sería sorpresa si
las FDI ejecutaran una operación de falsa bandera, tal vez con una «bomba
sucia» como excusa para atacar instalaciones nucleares iraníes. Pero no nos
preocupemos, porque Blinken está en el puesto de control.
Desde el 7 de
octubre, Blinken ha recorrido Oriente Medio, garantizando que los regímenes
aliados no se vean demasiado perjudicados, aunque la realidad sea otra. La
narrativa oficial es que Biden, Harris y Blinken son un trío de pacifistas
comprometidos, cuando en realidad su entusiasmo por la guerra haría sonrojar a
Trump. Mientras tanto, Blinken se asegura de que todo esté bajo control en
casa, evitando que el público despierte a la dura realidad. Con un toque de su
varita mágica, ha logrado el rearme permanente de Israel, esquivando esos
molestos procedimientos legales y de control que tanto incordian en el Congreso
de EE.UU. También ha logrado el respaldo de la UE, lo cual, para ser justos, no
era un gran desafío. España, Alemania, Reino Unido, Francia e Italia patrullan
diligentemente cerca de las costas iraníes y yemeníes. Y aunque España no
participa oficialmente en misiones como Guardián de la Prosperidad o Aspides,
parece que estamos allí por pura coincidencia. Pero no nos detengamos en
detalles triviales.
El Secretario
de Estado de EE.UU. presiona para formar una coalición contra el “eje de la
resistencia” con el apoyo, directo o indirecto, de países como Egipto,
Jordania, Arabia Saudita y Qatar. Al fin y al cabo, ¿qué impoirtan unas cuantas
municiones más cuando el objetivo es la población civil? Tony Blinken es el
diplomático perfecto para calmar la indignación pública mientras mantiene viva
la ilusión de un «proceso de paz», todo mientras la limpieza étnica sigue su
curso. Un verdadero maestro del arte de la no diplomacia, disfrazado de
defensor de las “grandes causas”.
Eso sí, a los
sionistas aún les queda trabajo por hacer en Gaza. Hamás y Hezbolá no se
rinden, e Irán espera pacientemente. Mientras tanto, los demócratas en EE.UU.
temen que una guerra con Irán traiga consecuencias terribles, al tiempo que
Rusia y China observan con interés, cada uno jugando su carta en este gran
juego de ajedrez global.
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