Escrito mirando a
Colombia, este texto –que rebosa la sabiduría y el sentido común de los
antiguos– vale para todo el mundo, también para nosotros, para nuestras
izquierdas desnortadas que han olvidado de dónde vienen y no saben dónde van.
Militantes de sí mismos
por Yezid Arteta
La
izquierda se equivoca cuando cree que sus valores tribales son los de la
mayoría social del país. Acierta cuando apareja su lenguaje con el del
ciudadano común y corriente. Los valores mayoritarios de una sociedad oscilan
entre el vanguardismo y el conservadurismo. Hay cosas que la gente quiere
cambiar y otras que no. Lo mismo ocurre con el estado de ánimo. Hay momentos
en que la ciudadanía quiere echarse a la calle y otros en los que se queda en
casa, en modo de espera, siguiendo los acontecimientos a través de los medios,
las redes y el boca a boca. El éxito o fracaso de un proyecto político
depende de la sintonía que tenga con la mayoría social del país.
El
momento exitoso de Podemos en España, por ejemplo, llegó cuando sus
dirigentes hablaron el lenguaje de todos; e interpretaron las necesidades
básicas de la clase trabajadora. Su retroceso vino, amén de las proverbiales
disputas de la izquierda, cuando introdujeron en el debate público asuntos que
son de difícil digestión, incluso para la élite académica. Algo parecido
ocurrió en Chile, donde el estallido social forzó un proceso constituyente
que las tribus urbanas arruinaron con sus excentricidades. Cuando una ministra
o un constituyente consideran que el binarismo de género o los derechos de los
alacranes son más importantes que los de la gente, la ciudadanía les da la
espalda. No entiendo un carajo, sentencia una empleada que apura un café en la
barra de un bar. Es el momento sublime para la extrema derecha. Atrapan, con un
mensaje simplificado, a la gente que no entiende la jeringonza de la izquierda.
El
lenguaje que emplean, por ejemplo, el expresidente uruguayo Pepe Mujica o el
mandatario colombiano Gustavo Petro, lo entienden el rey y el plebeyo. Llegan
al pueblo sin ambigüedades, sin galimatías teoréticos. Si hay algo que
agradece la gente es la cercanía de quienes están al mando. En diciembre
pasado fui testigo de un gesto ilustrativo. En una vereda del Cauca, durante un
acto de entrega de tierras, una señora afrodescendiente le pasó a Gustavo
Petro una bolsa de rosquillas hechas por ella. El presidente la tomó y empezó
a comerlas, ante la aterrada mirada de su cuerpo de seguridad. Los centenares
de asistentes sonrieron y algunos aplaudieron el genuino gesto del mandatario.
Es de los nuestros, dijo un chico de rastas, señalando con el índice hacia el
presidente.
Esto
contrasta con algunos detalles que he observado desde mi vuelta a Colombia. En
lo que va del gobierno presidido por Gustavo Petro, muchos jóvenes han
accedido a cargos institucionales. Algunos provienen de tribus urbanas o
colectivos identitarios. No veo en esto ningún problema. Es una política
correcta cuando se piensa en el relevo generacional y la diversidad. El problema
surge cuando crees que el listón de valores que guardas en tu tribu es el de
la mayoría social del país. Cuando te diriges a tus subalternos, que llevan
años en su trabajo y lo conocen bien, como si fueran los parceros de tu tribu.
A veces los regañas, y media hora después los abrazas. El empleado público
no está para oír boludeces, como dicen los argentinos, sino para ejecutar
bien su trabajo. Riñe y besa a tu mascota, pero en el trabajo trata a tus
subalternos como personas que son.
De
nada sirve tener títulos y doctorados, si desconoces a tu país y su gente. El
objetivo de la política es conseguir el bien común. Es una verdad de a puño.
Haz tu trabajo pensando en las necesidades de la gente. No en las tuyas. Deja
el postureo y las excentricidades para tu muro de Instagram o para cuando vayas
de farra con tu tribu o colectivo. Gobierna y legisla para la gente, no para tu
minoría. No desdeñes a los canosos. Esas “cuchas” y “cuchos” conocen la
historia política del país. Son lentos, por los años que cargan, pero saben
cosas que tú ignoras. No pases por encima de ellos. Aprovecha sus
conocimientos. Armoniza sus ideas con las tuyas. Ponlas a correr. A tu
velocidad. Asume la vida pública con mística. Habla a tu pueblo con
sencillez. Tienes un año para hacer lo que el gobierno del cambio te está
pidiendo.
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