El 2 de diciembre de 1881 moría en Londres Jenny von
Westphalen. Fue compañera de infancia de Karl Marx y su esposa desde 1843.
Compartió con él vida e ideas, y le dio la fuerza para su trabajo en las
penosas circunstancias en las que les tocó vivir.
Yenny Marx: una vida agitada, una vida invisible
El Viejo Topo
2 diciembre, 2023
Alejandra Pizarnik, Aproximaciones
A mi madre, Araceli, por su voz
siempre visible
A mediados del siglo XIX, el destino que la sociedad
prusiana reservaba a las doncellas de alcurnia no era demasiado emocionante.
Tras una educación inicial y una instrucción adecuada al estatus, se abría un
tiempo breve y juvenil de apariciones públicas en bailes y distinguidas
fiestas. Pero cuando el potencial consorte irrumpía en escena, y era mejor que
apareciese más pronto que tarde, la vida se osificaba y adquiría una rigidez
ritual: amistad íntima, noviazgo y promesa matrimonial. Tras las tradicionales
nupcias con el no menos tradicional noble o alto funcionario del Estado -peaje
obligatorio para mantener la prosperidad del linaje y la posición-, esperaba
una vida económicamente sosegada: como un apacible viaje en barco sobre las
aguas del Rin. Un hogar, varios herederos, algunas reuniones sofisticadas y los
fastos de rigor. En fin, una vida respetable, aunque anodina y con pocas
sorpresas.
Sin embargo, la hija del barón Ludwig von Westphalen
-consejero del gobierno de Tréveris y de ideas progresistas- eludió el camino
habitual de toda joven aristócrata en la conservadora Prusia guillermina. Entre
otras cosas, Jenny von Westphalen (1814 – 1881) se educó en
una atmósfera donde autores ilustrados y socialistas -prohibidos por los
censores- eran citados una y otra vez. Además, su padre solía hablar de
igualdad y justicia social como principios deseables para el pueblo. Tras la
ruptura de una primera promesa matrimonial -un escándalo en la época-, Jenny se
enamoró de un joven amigo íntimo de la familia. Rápidamente se prometería con
él en secreto: se llamaba Karl Marx. Él tenía dieciocho años, ella veintidós.
Lo que vino después sacó su vida de los goznes, y una dama de la alta sociedad
renana terminaría convirtiéndose en la compañera de un intelectual bohemio y
revolucionario. Una mujer audaz que dejaría atrás una juventud cortesana para
llegar a ser la primera militante de la Liga de los Comunistas. El
futuro le depararía muchas cosas, pero jamás monotonía o estabilidad. Tampoco
tranquilidad económica.
Quizá haya sido Mary Gabriel quien mejor ha
reconstruido el carácter y la personalidad de Jenny Marx. La estrategia
narrativa de Gabriel en Amor y capital (El Viejo Topo, 2014),
su potente biografía, toma a la familia Marx-Westphalen como punto de partida
de la narración, presentándola como una unidad llena de tensiones que
evoluciona a través de diversos avatares, crisis y reconfiguraciones. Jenny aparece
como una mujer inteligente, inquieta, apasionada y abnegada -el amor romántico,
incluso pasional, no deja de estar presente en su historia como eje-. Estamos
ante una persona que jamás perdió su vis aristocrática y que siempre
estuvo au courant de todo lo que sucedía en el mundo
-participando en todo tipo de empresas políticas, debates e intercambios
intelectuales-. Por otro lado, sumergir al Moro de
Tréveris en sus relaciones más íntimas, en la comunidad con la que
compartía los sinsabores cotidianos, permite profundizar en un relato muy
diferente del acostumbrado.
Al hundir a Marx en la tierra de sus vínculos
afectivos y relaciones, la imagen clásica del padre del marxismo sufre una
metamorfosis radical: toda la mitología y la épica del genio se disuelve,
dejando atrás cualquier tentación hagiográfica o sacralizadora. Su pensamiento
aparece así conectado a circunstancias y realidades que desbordan sus conocidos
escritos, pero que no dejan de formar parte del «proceso de producción» de los
mismos. Y al hilo de esta transición que va del Marx icónico al Marx humano,
existe una pieza esencial que hasta hace poco no había sido traducida al
castellano, un escrito que sumerge al autor en su entorno más inmediato: Breves escenas
de una vida agitada, escritas por Jenny Marx y
recientemente editadas por El Desvelo Ediciones (2018). Podríamos decir
que estas memorias prefiguran el gesto narrativo que caracteriza la biografía
de Gabriel, pero lo más importante es que nos ofrecen la voz de Jenny, una
desconocida sin la cual uno de los revolucionarios más célebres del XIX nunca
hubiese llegado a ser lo que fue. Pero ¿Quién fue Jenny?
Las
memorias de la mujer de Marx
Estas Breves escenas, un apretado
escrito esbozado por Jenny Marx a lo largo de 1865, permiten responder a la
pregunta formulada hace un momento, deparando más de una sorpresa para el
lector o lectora. El texto nos acerca de manera privilegiada a las experiencias
de quien fuera la compañera de Marx, retratando en sus páginas los proyectos
vitales y políticos que orientaron su vida y matrimonio con Karl. Una pintura
ensombrecida por los numerosos contratiempos que ambos atravesaron desde el
principio. Y es que el matrimonio se dio de bruces con obstáculos y
dificultades de todo tipo: exilio, miseria, detenciones y dolorosas pérdidas
familiares. Por otra parte, recuperar la narración de Jenny abre la posibilidad
de entender la la vida y la obra del conocido filósofo más allá de cualquier
lectura fetichista con su figura. Como bien recuerda Eva Gallud Jurado en
su prólogo a la edición, esta narración presenta a Karl Marx
en tercera persona –descentrado-, como uno más dentro de una extensa
galería de personajes.
A lo largo de las 29 hojas manuscritas que componen el
texto, Jenny toma la palabra, colorea las escenas y muestra un paisaje
intelectual y afectivo habitualmente relegado a la invisibilidad. Toda una
cartografía y cronología propias. El relato arranca en Kreuznach, poco después
de su matrimonio (1843), para rápidamente embarcarse en los proyectos
intelectuales del momento y su nueva vida en París (1844). El fracaso de
los Anales franco-alemanes, la escritura de La sagrada
familia y las preocupaciones por la recién nacida Jennychen (Jenny
Caroline Marx) dominan la escena. La súbita orden de expulsión del ministro
Guizot contra Marx, debida a las presiones del gobierno de Prusia,
precipitarán la huida del matrimonio fuera de Francia. Con todo lo que ello
conllevaba: Jenny tuvo que vender los muebles a toda prisa, pedir dinero
prestado -se convertirá en una constante en sus vidas- y encontrar un hogar o
refugio temporal para la familia.
Ya en Bruselas, en el hotel Bois Sauvage, la
pareja creará una exuberante comunidad de amigos y militantes, de la que
destacarán personajes como Joseph Weydemeyer y Wilhelm Wolff -amigo leal al que
Jenny siempre guardará un cariño especial-. Pero la Bélgica prerrevolucionaria
era un terreno movedizo. Marx fue acusado de comprar armas a los obreros belgas
tras recibir una herencia, lo que le colocó en el punto de mira de las
autoridades. También a Jenny, que describe como la detuvieron y encerraron en
un calabozo con apenas luz, donde compartió catre de madera con una prostituta.
Tras dos horas interrogatorio -«durante las cuales poco pudieron sonsacarme»-
volvió con sus tres hijos y Karl, la fuente de sus preocupaciones. Ambos
tuvieron suerte de ser puestos en libertad. Todo este período fue el de
la Neue Rheinische Zeitung, la intervención periodística de Marx y
los suyos en la Primavera de 1848. Al final de la etapa Jenny afirmará con
tristeza: «La revolución húngara, la insurrección de Baden, el levantamiento
italiano, todos fallaron». L’ordre règne á Varsovie,
Después de Bélgica volvieron a París. Y después de
recibir una nueva misiva del gobierno francés, partieron a Inglaterra, donde el
matrimonio pensó instalarse temporalmente. Karl llegó a Londres en 1849, Jenny
lo siguió más tarde con los niños, acorralada por la autoridades francesas.
Exhausta y enferma. La primera etapa de la década de 1850 fue la más dura de su
vida. Visitas continuas a la casa de empeños, varios intentos fallidos a la
hora encontrar fuentes de ingresos, enfermar y ver morir con impotencia y sin
recursos a sus pequeños Heinrich, Edgar y Franziska. Mientras tanto, Karl
proyectaba la Neue Rheinische Zeitung. Politish Ökonomische Revue –que
también fracasaría-, los comités de refugiados alemanes se organizaban y
su comunidad más próxima vivía un estado de enorme precariedad: la gente se
buscaba la vida como podía. Friedrich Engels era el único amigo de la familia
económicamente estable. Una mano generosa siempre tendida para Jenny y Marx.
Jenny
por sí misma
Como refleja el relato, pero también sus cartas, la
parte central del trabajo de reproducción del hogar caía sobre los hombros de
Jenny y los de Helene Demuth, su sirvienta de confianza -herencia del pasado
aristocrático de su familia y al tiempo proto-burgués-. Pero para Jenny el amor
romántico y el hogar eran un territorio estrecho. Lo que realmente alegraba y
enriquecía su vida -dicho por ella misma-, era el trabajo intelectual que
realizaba junto a Karl. Jenny se convertirá en su secretaria cuando W. Pieper
abandone esa función, y debatirá con Marx, copiará sus artículos -la caligrafía
de Marx era poco legible- y aconsejará sobre su edición. Podemos intuir por el
relato y las cartas que el debate entre ambos era rico y constante. Cuando Marx
firme por el New York Daily Tribune en 1852, parte de los
problemas económicos de la familia se atenuarán. Por fin tendrán unos ingresos
estables. Jenny seguirá oficiando como secretaria, crítica y editora de la obra
de Karl durante toda esta fase. De hecho, será ella quien trabaje finalmente en
el manuscrito de El Capital.
Tras recibir una herencia, el matrimonio cambiará su
hogar de Dean Street por el de Grafton Terrace, abandonando la vida pobre y
bohemia -repleta de deudas- por el intento de convertirse en una familia de
clase media burguesa -en la que los pagos seguirían asediándoles-. «Ya no
podíamos vivir como bohemios cuando todo el mundo era filisteo», dirá Jenny,
para quien la preocupación del momento eran sus hijas, sus posibilidades de
desarrollo en un mundo que era plenamente burgués y poco se parecía al de su
juventud en Tréveris. Jenny vive en sus memorias esta transición como un salto
mortale, un ascenso social que se presenta como necesario, pero que no
deja de zarandearla emocionalmente. A lo largo de estos años Jenny da cuenta
del trabajo de Marx en la Contribución a la crítica de la economía
política (1859) y su polémica con el difamador Karl Vogt, al cuál
el filósofo desenmascarará como agente bonapartista. Será Jenny de nuevo quien
transcriba un nuevo texto, Señor Vogt (1860), aquejada de
viruela y casi sin visión.
La parte final del texto está presidida por las
preocupaciones de Jenny en relación con sus hijas -«Hijos pequeños, penas
pequeñas; hijos grandes, penas grandes», dirá citando un proverbio alemán- y la
vuelta de los pesares económicos en relación con la pérdida de los ingresos
del Tribune. Tras la crisis de 1857, en el medio norteamericano
decidieron prescindir de los corresponsales extranjeros y comenzaron a pagar de
forma irregular, lo que sembró de incertidumbre el hogar de los Marx. Las niñas
ya eran doncellas, y las carencias materiales podían traducirse en una pérdida
de estatus y truncarse sus posibilidades. De nuevo búsquedas de préstamos,
trabajos malpagados y finalmente el despido del Tribune. También la
perdida de amigas queridas, como Marianne Demuth, hermana de Helene, «el ser
más leal, confiable y amistoso al que jamás olvidaré». Su vida volvió a flote
con la herencia que Wilhelm Wolff, amigo de la familia, les legó: 1000 libras.
Sus vidas mejoraron considerablemente. Marx le dedicaría finalmente El
Capital a su querido Lupus (Wolff, Lobo).
Uno de los momentos más tensos de Breves
escenas de una vida agitada -un manuscrito incompleto, faltan algunas
páginas- tiene que ver con la infidelidad de Karl con Helene Demuth a comienzos
del verano de 1851 -del hijo fruto de la unión se haría cargo Friedrich
Engels-. Jenny cita que sucedió algo de lo que no va a hablar, pero que fue del
todo preocupante. El silencio -a poco que uno conozca la biografía- es
suficientemente elocuente. Por otro lado, una de las escenas más hilarantes es
su retrato de Ferdinand Lassalle como un ególatra bien pagado de sí mismo, un
intento de hombre renacentista con ansias de destacar en todos los campos del
saber y siempre en competición con Marx: «Con todo el velamen desplegado,
atravesaba nuestras habitaciones, orando y gesticulando tan ruidosamente, con
la voz elevándose hasta un Do alto que nuestros vecinos se alarmaron por el
terrible griterío y preguntaron qué estaba pasando».
Un
legado silencioso
Estas «escenas» breves y agitadas, escritas de golpe y
cuyo destino no fue nunca la publicación, forman parte de la memoria vital de
Jenny Marx, y se escriben a caballo de algunos de los momentos más
significativos del Siglo XIX. Justo en medio de la aventura de una clase
trabajadora que pugnaba por organizarse a nivel internacional. Sólo por eso ya
merecen la pena. Siguiendo a Silvia Federici, uno tiene la sensación de
introducirse en la «cocina» de Karl Marx, en un ángulo que ofrece una visión
mucho más completa de lo que fue su vida y obra, precisamente por restituir
aquello que no aparece, que resulta invisible en los conceptos de sus textos
más fundamentales: el proceso de su producción, los avatares vitales, la
comunidad desde la que se produce, aquello que queda velado y con figura de
mujer en el fondo de sus textos. No sabemos que hubiese sido de sus escritos
sin los diálogos con Jenny, sin su labor preocupada de editora, crítica y
consejera -quien, por cierto, también escribió críticas artísticas para la prensa-.
Más allá de su azoramiento por el «filisteísmo»
burgués en el que participaron, lo cierto es que el hogar de Jenny fue un
centro de operaciones y organización de colectivos, emigrantes, refugiados y
actividades «subversivas». Ella no dejó coordinar muchas iniciativas y
acciones, siempre prestando apoyo a diversas causas revolucionarias -de manera
notable tras La Comuna de París-. Visto con perspectiva, el vínculo
entre Jenny y Marx fue todo un coup de foudre tan
afectivo como político. Como señala Eva Illouz respecto del amor
romántico, su encuentro puede leerse -así lo atestiguan algunos poemas- como
«algo que perturba la vida cotidiana y opera como una profunda conmoción del
alma». Algo irreversible. Una conmoción total que rompió los moldes de la
sociedad prusiana y convirtió a una futura dama aristocrática -noble por los
cuatro costados- en una figura radicalmente alejada de lo que se esperaba de
ella: exiliada, subversiva, migrante, madre, intelectual, militante y
agitadora. Una mujer hecha a sí misma -con voz, con fuerza- a pesar de las
circunstancias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario