Hay que ver Oppenheimer.
Pero, sobre todo, hay que ser consciente de que el monstruo está ahí. No lo
vemos, secuestrados por el festival de imágenes banales y memes que nos
acompañan todos los días, indiferentes ante el horror... Pero está ahí.
Acechando.
Oppenheimer y el ABC del Apocalipsis
El Viejo Topo
3 agosto, 2023
Para valorar el nacimiento de la América atómica, expuesto como sólo Hollywood puede hacerlo, vi Oppenheimer, de Christopher Nolan. Salí del cine reconociendo el acierto de la película al retratar al protagonista, J. Robert Oppenheimer, como un compañero de viaje en esta aventura llamada vida.
Interpretado
por el actor irlandés Cillian Murphy, Oppenheimer resultaba accesible para
todos los que nos hemos enfrentado a los retos de la vida y a nuestros
imperfectos esfuerzos por superarlos. Que los retos de Oppenheimer fueran de un
alcance y una escala inimaginables para la mayoría es irrelevante: el público
sintió compasión por el hombre, no por el mito, y por eso la película es un
gran éxito.
Sin embargo, en
su descripción casi aburrida de la banalidad de la bomba que sirve como pieza
central de la creatividad de Oppenheimer, la película fracasa. A pesar de lo
mucho que aprecio haber aprendido a querer al hombre Oppenheimer, tenía muchas
ganas de salir del cine con un miedo mortal al arma que ayudó a crear. En este
aspecto, la película se resiste: la bomba era pura ostentación y nada de
sustancia. La escena inicial de Salvar al soldado Ryan sigue
resonando en mí hasta el día de hoy; nada de la creación de Oppenheimer se
me quedó grabado una vez que pasaron los créditos de la película. Fue la
«Súper» de Edward Teller –la Bomba de Hidrógeno– la que infundió miedo en los
corazones de los espectadores, una bomba cuyo poder destructivo se simbolizaba
en un mapa, utilizando un compás de dibujo que colocaba círculos alrededor de
las principales ciudades del mundo mostrando la circunferencia del alcance
letal de la «Súper». Yo no sentí tal temor al contemplar la creación de
Oppenheimer.
Que el
«artilugio» de Oppenheimer sea la causa de un caos calamitoso nunca resuena.
Oppenheimer luchó, tanto en vida como en la pantalla, para obligar a aquellos
con los que compartía el secreto de la muerte nuclear a comprender la absoluta
necesidad de devolver el genio atómico a su botella. Oppenheimer, tras haber
contribuido a desencadenar este terrible poder, comprendió el pecado mortal que
él y sus colegas científicos habían cometido. Concebido para derrotar a
las fuerzas de la Alemania nazi, el «artilugio» de Oppenheimer nació en cambio
para intimidar a la Unión Soviética posiblemente nuestro aliado en
tiempos de guerra– a expensas de los japoneses, que estaban dispuestos a
rendirse pero primero había que darles un escarmiento.
Esta escasez de
destrucción directamente relacionada con el arma de Oppenheimer disminuye el
impacto de su posterior remordimiento por haberle dado vida. Además, dificulta
el uso de la película de Nolan como base sobre la que sustentar el sueño de
Oppenheimer de desterrar el poder destructivo de la fisión y la fusión
nucleares del arsenal de la Humanidad, limitando su utilidad a la producción de
energía, simplemente eso: un sueño.
Hubo un tiempo
en que la humanidad temía la inmediatez de su aniquilación nuclear. Los niños
crecieron aprendiendo a «agacharse y cubrirse», mientras que los adultos
aprendieron a promover la distensión frente a la confrontación, soportando
décadas de Guerra Fría porque temían las consecuencias del incendio nuclear que
se produciría si el conflicto entre superpotencias rivales llegaba a
calentarse. Las generaciones actuales han olvidado los ecos malignos de la
perdición eterna que atronaron el desierto de Alamogordo en una mañana de julio
de 1945; no echaron miradas furtivas al cielo durante la crisis de los misiles
de Cuba, preguntándose si el sol poniente sería el último que verían, o si su
luz moribunda sería sustituida por una luz brillante como si «cientos de miles
de soles se elevaran a la vez hacia el cielo», como Krishna en el Baghava Gita.
«Ahora he devenido Muerte, la destructora de mundos», afirma haber pensado
Oppenheimer en el momento en que su artilugio teórico se convirtió en la
realidad de la desaparición colectiva del hombre.
Renunciando a
la finalidad del destino que ha heredado, la humanidad se ha vuelto inmune a la
muerte masiva. La gente muere todos los días, eso es cierto. Pero el mundo ya
no teme la inminencia de la muerte masiva nuclear, el fin de toda la vida tal y
como la conocemos. Tal realidad está más allá de la imaginación, porque
simplemente ya no la imaginamos, a pesar de que su causa reside entre nosotros,
sin ser vista porque optamos por estar ciegos. Oppenheimer podría
haber sido la película que ayudara a arrancar las anteojeras a los actuales
ocupantes del planeta Tierra, despertándoles a la realidad del precipitado
camino por el que todos caminamos, al borde de un abismo nuclear del que no
puede haber salvación.
Las gracias de
Dios no pueden salvar a quienes se niegan a salvarse a sí mismos. La arrogancia
de unos hombres cuya capacidad intelectual se limitaba a descubrir los defectos
de los hombres para poder destruirlos está bien plasmada en Oppenheimer,
la película. No así las consecuencias de sus actos. De su insignificante
catalogación de la fragilidad humana surgió el desarrollo de una industria de
armamento nuclear cuyo alcance y escala están más allá de la capacidad de
comprensión de la mayoría de los estadounidenses, al igual que su propósito. La
idea de facilitar el mecanismo de nuestra inevitable desaparición –porque si no
se devuelve el genio nuclear a su botella, se desatará de nuevo– en nombre de
nuestra seguridad colectiva es un truco cruel que el gobierno estadounidense
juega con sus ciudadanos. Existimos, al parecer, para promulgar los medios
mismos de nuestra destrucción, pervirtiendo el propósito para el que fuimos
traídos a este mundo, que era la perpetuación de la existencia de nuestra
especie. Esperar impotentemente que la humanidad tenga un despertar colectivo
es una tontería.
Vi Oppenheimer con
la vana esperanza de que esta película fuera el vector para la transmisión del
tipo de percepción que se produce cuando uno es traído de vuelta desde el borde
del desastre. Me fui decepcionado porque la película no cumplió en este
sentido. No era descabellado esperar tal revelación del arte teatral; después
de todo, fue El día después, de la ABC, la que contribuyó a alterar
el pensamiento del Presidente Ronald Reagan en 1983, impulsándole por un camino
que condujo al inicio del desarme nuclear entre Estados Unidos y la Unión
Soviética. Pero, de nuevo, ése era el propósito de El día después:
asustar al pueblo estadounidense para que despertara y no sólo deseara el
desarme nuclear, sino que lo exigiera. Oppenheimer, por desgracia,
fue creado para entretener. Y lo consiguió. Pero como vehículo para la
salvación de la humanidad se quedó muy corto.
Al imaginar lo
inevitable del fin de todo aquello por lo que he luchado para preservar y
proteger, me invade la ira por aquello en lo que me he convertido: un guerrero
de la paz derrotado a la espera de que una caballería invisible (y sin
distintivos) cabalgue en su rescate. El día después no se
produjo en el vacío: se emitió casi un año y medio después de la multitudinaria
concentración de un millón de estadounidenses en Central Park, Nueva York, para
manifestarse a favor del desarme nuclear y el control de armamentos. Las
acciones y las voces de esta multitud de estadounidenses dieron poder a la ABC
para hacer El día después, y liberaron políticamente a Ronald
Reagan para que pudiera conducir a Estados Unidos por el camino del desarme
nuclear. Oppenheimer no puede, por voluntad propia, cambiar el
mundo en que vivimos. Sólo nosotros, el pueblo, podemos hacerlo. Por tanto,
imploro a cualquiera que lea este artículo que se una a mí en Nueva York
el 6 de agosto en la alegre yuxtaposición del conocimiento sobre el miedo, o de
la vida sobre la muerte, de la autodeterminación sobre el fatalismo (https://humanityforpeace.net/).
Tomemos las
riendas de nuestro futuro exigiendo hoy lo que J. Robert Oppenheimer pidió hace
tantos años: que el Genio nuclear vuelva a su botella. El 6 de agosto se cumple
el 78 aniversario de la destrucción de la ciudad japonesa de Hiroshima a manos
de uno de los «artilugios» de Oppenheimer. Ayudadme a mí y a mis compañeros
ponentes y participantes a dar relevancia al momento, a despertar el miedo que
debería existir en las entrañas de todo aquel que tenga cerebro sobre los
peligros que presentan las armas nucleares, y a reavivar la esperanza en los
corazones de la humanidad sobre la absoluta necesidad de librarse de estos
horribles artefactos antes de que sea demasiado tarde.
Fuente: https://www.scottritterextra.com/p/oppenheimer-and-the-abcs-of-the-apocalypse
No hay comentarios:
Publicar un comentario