Los
números no salen. La inflación no cede. Los costos aumentan. Las exportaciones
se resienten. Y el suministro de energía, es caro y está pendiente de un hilo.
Se avecinan malos tiempos para Alemania. Y para toda la UE.
El ocaso económico de Alemania (y de Europa)
El Viejo Topo
26 julio, 2023
Según un estudio realizado por el autorizado Institut der Deutschen Wirtschaft (Iw) sobre la base de datos proporcionados por la OCDE, Alemania realizó inversiones extranjeras directas en 2022 por un monto de 135.000 millones de euros y fue receptora en el mismo período de tiempo de una entrada de capital extranjero por valor de sólo 10.500 millones. Un balance negativo colosal, certificado puntualmente por la caída del Índice de Clima Empresarial (que pasó de 91,5 en mayo a 88,5 en junio) y atribuido por los autores del informe principalmente a factores como la demografía en declive, la red infraestructural desgastada y obsoleta, una burocracia opresiva y engorrosa y una estructura fiscal que penaliza fuertemente a las empresas.
El coste y la
escasez de mano de obra cualificada también han influido, como se desprende de
una encuesta reciente según la cual el 76% de las pequeñas y medianas empresas
encuestadas sitúan los dos elementos en cuestión en los primeros puestos del
ranking de las disfuncionalidades que aquejan al país.
Sin embargo, la
mayor contribución a la caída de la competitividad alemana, mencionada casi de
pasada por el IW, debe atribuirse al drástico aumento de los costes
energéticos, atribuible a su vez a una larga serie de gigantescos errores
estratégicos cometidos por el aparato de gestión de Berlín. A través de los
años, la aceleración del proceso de descarbonización y el desmantelamiento de
las últimas centrales nucleares que quedan en funcionamiento han reforzado la
dependencia de la economía alemana de las restantes fuentes de energía,
principalmente gas y renovables. Los rendimientos insuficientes garantizados de
estos últimos obligaron a Alemania a depender cada vez más del suministro de
metano que llega desde Rusia, tanto directamente a través del gasoducto Nord
Stream-1 como a través del gasoducto que pasa por Ucrania, Eslovaquia y
República Checa. En 2021, Rusia cubrió alrededor de un tercio de
las necesidades de Alemania con sus suministros.
Sin embargo, la
paulatina transición de la Unión Europea al mercado spot basado en la Bolsa de
Ámsterdam en detrimento de los antiguos contratos de suministro a largo plazo
ha abierto la puerta a la especulación, principal responsable de las drásticas
subidas del precio del gas natural a partir del verano de 2021. La situación
luego degeneró con la dinámica desencadenada por el conflicto ruso-ucraniano,
que llevó a Berlín a racionar al menos formalmente las importaciones de
energía de Rusia a través de la «congelación» del gasoducto Nord Stream-2
–luego «providencialmente» fuera de servicio junto con el Nord Stream-1 como
parte de una operación de sabotaje que según el famoso periodista de
investigación Seymour Hersh habría sido organizada y llevada a cabo por EE.UU.
con la colaboración de Noruega– y a la búsqueda de fuentes de suministro
alternativas, partiendo del Gas Natural Licuado (GNL) de origen qatarí y, sobre
todo, norteamericano, vendido a precios enormemente superiores a los aplicados
por Moscú. Al aumento de costes ligado al cambio de proveedor pronto se sumó el
relativo a la construcción de las plantas de regasificación, necesarias para
devolver a su estado gaseoso el metano licuado transportado por los buques
tanque que llegan desde Estados Unidos, de cara a su introducción en el Red
Nacional. La previsión de gasto para la construcción de las terminales de
regasificación consignada en el presupuesto alemán para 2022 ascendía a 2.940
millones de euros, pero el ministro de Economía, Robert Habeck, admitió el pasado
noviembre que la construcción de las terminales habría requerido nada menos que
6.560 millones. Más recientemente, el propio Habeck declaró que Alemania podría
verse obligada a reducir drásticamente su capacidad industrial si el flujo de
gas que llega por el gasoducto que pasa por Ucrania se interrumpiera o por la
no renovación del acuerdo entre Moscú y Kiev o una maniobra deliberada de
Gazprom que ha amenazado con reducir significativamente los suministros a
través del oleoducto.
Si el gasoducto
realmente dejara de transportar gas ruso, instantáneamente tomaría cuerpo un
escenario de pesadilla para Alemania, que de hecho ya está tomando forma debido
a las crecientes dificultades que enfrentan las industrias alemanas intensivas
en energía.
Con todas las
consecuencias previsibles del caso. BASF, la empresa química más grande del
mundo, anunció una «reducción permanente» de su presencia en Europa debido a
los altos costes de la energía, poco después de inaugurar la primera parte de
su nueva planta de ingeniería de 10.000 millones de euros en China y de
realizar una inversión sustancial para mejorar la complejo industrial en
Chattanooga, Tennessee.
Bayer, el
gigante farmacéutico de Leverkusen, ha anunciado un plan de inversiones
centrado en China y Estados Unidos, donde los incentivos derivados del menor
coste de la energía se superponen a las subvenciones públicas y bonificaciones
fiscales previstos por la Ley de Reducción de la Inflación. Volkswagen se ha
movido en la misma dirección, retirándose de la intención declarada de
construir un complejo para la producción de coches eléctricos en Alemania a
favor de nuevas plantas en China. BMW, por su parte, ha revelado los detalles
de un programa industrial que implica la construcción de una megafábrica
dedicada a la producción de baterías para coches eléctricos en la provincia de
Liaoning.
Mercedes-Benz
ha realizado maniobras sustancialmente similares, al igual que decenas y
decenas de pequeñas y medianas empresas de la industria del automóvil. Según
una encuesta de The Economist, alrededor de un tercio de los
Mittelstands están considerando la oportunidad de trasladar producción y
puestos de trabajo al extranjero. Añádase a ello una caída tendencial de la
producción industrial y una situación fluctuante de los pedidos industriales
destinados con toda probabilidad a adoptar características estructuralmente
negativas, en virtud de que, observan los especialistas del IW, “el modelo
exportador alemán ya no funciona como antes ante el creciente proteccionismo».
Así como la sustancial pérdida de competitividad internacional de la industria
alemana, empezando precisamente por la industria del automóvil, para la que a
las dificultades asociadas a los elevados costes energéticos se suman las
generadas por una transición a la tracción eléctrica que resultó ser mucho más
conflictiva y compleja de lo esperado y el surgimiento de competidores
decididamente feroces como China. Según un instituto con sede en Colonia (https://www.iwkoeln.de/fileadmin/user_upload/Studien/Report/PDF/2023/IW-Report_2023-China-Import-Entwicklung.pdf),
el colapso de las exportaciones de la industria automotriz alemana a la
República Popular China –26% anual en el primer trimestre de 2023– podría
representar el punto de partida de una nueva tendencia a largo plazo
caracterizada por el deterioro del comercio bilateral provocado por la rápida
afirmación china en el sector de los vehículos eléctricos.
Estos signos
claros e inequívocos de desindustrialización se combinan además con una larga
cadena de quiebras empresariales, cuyos eslabones individuales están formados
por empresas históricas muy respetadas como Eisenwerk Erla (industria
siderúrgica), Fleischerei Röhrs (cárnica), Weck GmbH & Co. (industria del
vidrio), Klingel (servicios postales) y Hofer Spinnerei Neuhof (servicios
postales).
El resultado,
al que también contribuye la afluencia masiva de refugiados –más de un millón
de personas– desde Ucrania, es un aumento significativo de la tasa de
desempleo, registrada anualmente en los 16 Land alemanes, junto con una caída
en el gasto en alimentos de familias alemanas y un aumento bastante
significativo en los índices de aprobación por parte del partido radical
Alternative für Deutschland (AfD).
A los ojos de
los estudiosos de IW, la situación parece tan crítica como para inducirlos a
hablar del «comienzo de la desindustrialización» de Alemania y de la Unión
Europea en su conjunto. Para lo cual se combina el desplome de las
exportaciones con el aumento de los gastos para el pago de los carísimos
suministros energéticos estadounidenses, la subvención de la energía a empresas
y hogares y la reposición de los depósitos de armas vaciados por las entregas a
fondo perdido a Ucrania, suministrados en gran parte a través de la compra
de sistemas de armas fabricados por el «complejo militar-industrial»
estadounidense. EEUU, a cambio, parece orientados a otorgar a la empresa
alemana Rheinmetall el placet para la producción de componentes del F-35 en una
nueva planta con más de 400 trabajadores que deberá construirse cerca del
aeropuerto de Weeze, en el distrito de Kleve. Un claro ejemplo de los muchos
“intercambios desiguales” de alcance transatlántico a los que la Unión Europea
se ha ido inclinando cada vez con más frecuencia en los últimos tiempos. Hasta
el punto de inducir a un think-tank «no sospechoso» como el Consejo Europeo de
Relaciones Exteriores a hablar de que el «arte (europeo) del vasallaje» y de la
«americanización de Europa», convocado por Washington, no deben cercenar solo
la arteria energética vital con Rusia, sino también «apoyar la política
industrial de los Estados Unidos y ayudar a asegurar el dominio tecnológico
estadounidense sobre China […] circunscribiendo las relaciones económicas con
la República Popular China sobre la base de las limitaciones impuestas por
Estados Unidos».
El déficit
comercial de dimensiones estratosféricas, equivalente a la cifra récord de
432.000 millones de euros, registrado por la Unión Europea en 2022 deriva en
parte, nada irrelevante, de la degradación del «viejo continente» a un papel
meramente auxiliar respecto a la USA y sus estrategias y corre el riesgo de cristalizar
por las mismas razones hasta asumir un carácter estructural. Con el resultado
de comprimir el tipo de cambio del euro frente al dólar, recortando el
poder adquisitivo de los trabajadores europeos y obligando a los gobiernos a
recortar aún más el gasto público. Es decir, adoptar programas inspirados en el
modelo desarrollado recientemente por el ejecutivo liderado por Olaf Scholz,
incluyendo una drástica reducción de fondos para todos los sectores con
excepción del militar. Una maniobra presupuestaria tildada por el economista
Marcel Fratzscher de «económicamente imprudente, antisocial y estratégicamente
contraproducente», pero en cierta medida necesaria por la crítica situación
financiera de Alemania. Así se desprende claramente de las declaraciones
realizadas el pasado mes de junio por el ministro de Hacienda alemán, Christian
Lindner, al diario Die Welt, según las cuales el país no está en
condiciones de destinar contribuciones adicionales al presupuesto de la
Unión Europea. También porque podría verse obligado a organizar una operación
de rescate para el Bundesbank, guardián histórico de la ortodoxia ordoliberal
que carga con pérdidas de más de 650.000 millones de euros relacionadas con la
depreciación de los bonos del Estado en su poder, que se produjo como
consecuencia del aumento progresivo de las tasas de interés por parte del Banco
Central Europeo, un efecto reflejo de lo que llevó a la bancarrota al First
Republic Bank, al Silicon Valley Bank y otros prestamistas estadounidenses.
Para la «locomotora
europea», y a cambio de toda la «periferia fordista» transnacional firmemente
integrada en la cadena de valor alemana, se avecinan tiempos bastante sombríos.
Fuente: l’AntiDiplomatico.
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