Este artículo, publicado
en el número 424 de El Viejo Topo, describe la magnitud e influencia de los
grupos neonazis que operan en Ucrania, y explica cómo el papel histórico que ha
desarrollado el nazismo se reproduce en la actualidad.
Los nazis de la OTAN en Ucrania
El Viejo Topo
25 mayo, 2023
Este texto es una versión reducida de un artículo publicado en la revista
El Viejo Topo #424. El número se puede adquirir aquí: https://www.elviejotopo.com/revista/el-viejo-topo-num-424/
Desde febrero
de 2022 han sido borradas una parte de las informaciones digitales relativas al
auge del ultra-nacionalismo en Ucrania. Otras han sido posteriormente
modificadas en su título o contenido y, finalmente, otras añaden un aviso al
inicio del texto, que suele ser algo del estilo: “nada de esto da la razón a
Rusia ni valida las acusaciones de Putin”. Y desde aquellas fechas hasta hoy,
por supuesto, silencio mediático.
¿Por qué? Pues
porque uno de los argumentos rusos para la guerra ha sido la “desnazificación
de Ucrania”. Es decir: retirar de circulación a las unidades armadas de
inspiración ultra-nacionalista, erradicar de Ucrania la ideología del
separatismo étnico y la rusofobia y acabar con la rehabilitación histórica de
colaboracionistas con el nazismo, además de llevar a juicio a los elementos
radicales que cometieron crímenes de odio y crímenes de guerra en los últimos
años.
Los otros
objetivos de Rusia han sido bien conocidos: la independencia del Dombás, el fin
de la carrera armamentística ucraniana y su renuncia a ingresar en la OTAN.
Bien conocidos y también bien comprensibles, estese o no de acuerdo con ellos.
Sin embargo, la cuestión de la “desnazificación” se le atragantó a la opinión
pública occidental. ¿Están diciendo los rusos que es nazi el pueblo ucraniano,
que tantas víctimas sufrió en la Segunda Guerra Mundial a manos fascistas?
¿Están diciendo los rusos que es nazi Zelensky, que es de ascendencia judía?
¡Qué disparate! ¡Están locos estos rusos, que dicen que los ucranianos son
nazis, que son drogadictos, que son satanistas, y cualquier cosa que se le
ocurra a la propaganda moscovita!
Los manifestantes del Maidan
Se ha dicho que
los rusos se habían (simplemente) inventado tal cuestión, igual que “se
inventaban” acusaciones de que en Dombás se habían vivido episodios de
genocidio y de persecución étnica y cultural de las minorías rusas, rusófonas o
rusófilas. La narrativa occidental es que Putin estaba (ni más ni menos)
intentando manipular la memoria histórica para deshumanizar al adversario y para
estimular el inconsciente colectivo de los rusos, reavivando en ellos el
recuerdo mítico del glorioso Ejército Rojo culminando la Gran Guerra Patriótica
en los tejados del Reichstag de Berlín. Sería, vamos, un mero dispositivo
propagandístico sin ninguna verdad detrás.
Y si alguien
reconocía que detrás sí había cierta verdad, inmediatamente añadía que ello no
justificaba las acciones rusas. Yo efectivamente considero que únicamente la
ideología no es motivo suficiente para emprender la guerra contra ningún país.
Pero quizás sí es motivo suficiente como para que los supuestos socios de ese
país abran algunas investigaciones, aborden detenidamente ese problema con las
consiguientes exigencias o, como mínimo, no blanqueen y armen hasta los dientes
a sus elementos más radicales y problemáticos. Parece que es mucho pedir para
un Occidente que viene de décadas de haber encumbrado a ultranacionalistas,
mafiosos, contras y talibanes por el mundo entero. Lo que Hilary Clinton
llamaba “los sectores más entusiastas y motivados de la población”.
Para
entendernos, no se trata de darle la razón a Rusia en sus objetivos para
justificar la guerra, ni mucho menos. Pero de lo que sí se trata es de estar
dispuestos a comprender la porción de verdad que pueda haber en sus posiciones,
pues este es el único camino posible para entenderse entre partes y llevar a
cabo las propuestas e iniciativas necesarias para la finalización del conflicto
y una pacificación lo más pronta posible. Es por el lado europeo por el que más
debería preocupar esta cuestión, pues se supone que Ucrania se integrará con
mayor intensidad en el marco euro-atlántico, fusionando sus instituciones con
las nuestras y abriendo el acceso de cualquier de sus integrantes a nuestro
territorio.
El nazi-fascismo, visto desde Rusia
A pesar de
tantas evidencias, a Occidente le cuesta ver que en Ucrania haya nada parecido
a un hijo tardío del fascismo. Aquí nos imaginamos Ucrania como una promesa de
democracia liberal, que simplemente quiere unirse al mercado común y celebrar
Eurovisión. Lo que para la opinión pública rusa es una evidencia (“los nazis de
Ucrania”), para la opinión pública occidental es la evidencia contraria (“¡en
Ucrania no hay nazis!”). Esta divergencia tiene una explicación, más allá de la
propaganda en un sentido o en otro a la que estamos sometidos los pueblos de
Occidente por un lado y de Rusia por otro.
Se trata de las diferentes definiciones y experiencias del nazi-fascismo. La primera diferencia la hemos mencionado en el punto anterior. En Occidente recordamos (o fabricamos el recuerdo) del nazi-fascismo como una fuerza ajena a nosotros los buenos europeos, que vino de algún lugar inexplicable y se apoderó de nosotros, pero que fue rápidamente derrotada por los EEUU, con su guerra justa y libertadora. En Rusia lo recuerdan de otra forma. Lo recuerdan como el último gran intento de los países de la Europa Occidental por aplastar Rusia. Los nazis alemanes, tras los napoleónicos franceses, los imperialistas polaco-lituanos o los imperialistas suecos. Una guerra de agresión que se repite en sucesivas oleadas desde hace tantos siglos, quizás desde tiempo de las órdenes de caballería de los teutones. Por ello en Rusia recuerdan el nazi-fascismo como algo intrínsecamente occidental, algo que tuvieron que derrotar ellos (los rusos, los soviéticos más bien) con un precio de sangre mayor que el de nadie, algo que hoy en día se reencarna en EEUU y su intento de expandir la OTAN directamente hacia el corazón de Rusia.
El senador de EEUU John McCain promocionando a neo-fascistas ucranianos
como Oleh Tyahnybok
Se recuerda
también el nazi-fascismo como un fenómeno que cautivó a varios pueblos
soviéticos enfrentándolos entre sí, como un canto de sirena que les alejaba de
Rusia y les hacía tontos útiles de Occidente, víctimas sacrificiales de
(antaño) Berlín y de (hoy) Bruselas y Washington. Lo más doloroso de la memoria
rusa del nazi-fascismo no son los alemanes avanzando hacia Moscú, sino las
columnas de colaboracionistas de origen finlandés, cosaco, bielorruso… y
especialmente ucraniano. Los nacionalistas ucranianos concibieron en los años
40, de la mano del Reich de Hitler, un sueño de ser una nación independiente de
Rusia, no solamente independiente sino mortalmente enfrentada a Rusia. Esto es
lo que los rusos ven en Ucrania desde finales del siglo XX. Un nacionalismo que
quiere cortar agresivamente los lazos que siempre ha tenido con Rusia. Y no
solamente lo ven los rusos, de hecho. En agosto de 1991, poco antes del
desmembramiento de la URSS, Bush padre dio un discurso advirtiendo contra este
nacionalismo independentista ucraniano, al que calificó de «un despotismo
local» de Kiev aún peor que la «tiranía lejana» de Moscú. Añadió: «un
nacionalismo suicida basado en el odio étnico”. Hoy habrían tachado las
palabras de Bush padre de propaganda prorrusa.
Por aquí asoma
el siguiente elemento de diferencia en las definiciones. En Occidente
concebimos el nazi-fascismo como una fuerza imperialista, un gran poder que
quería poner toda Europa Occidental bajo su mando. La experiencia de Europa
Oriental fue distinta: el plan fue escindir, dividir, balcanizar países y
regiones. No unificar grandes espacios, sino fragmentarlos. Esto se debe a que,
como escribía Lenin, las naciones de Europa Occidental llevan siglos
consolidadas como estados, pero en Europa Oriental las fronteras nacionales han
fluctuado mucho más (y aún lo siguen haciendo) formando estados con una inmensa
pluralidad étnica dentro de sí. Y como el nazi-fascismo predica ideas de que
cada grupo étnico ha de tener un estado propio (como dice el nacionalismo
catalán), la traducción a Europa Oriental no podía traer más que rupturas,
guerras civiles y deportaciones masivas de población. Rusia luchaba (y lucha)
por un “mundo ruso” donde quepan diferentes grupos étnicos y diferentes
confesiones religiosas. La actual Ucrania, sin embargo, como el nazi-fascismo
de entonces, propone un estado mono-cultural y mono-étnico, donde la mayor
parte de cargos son ocupados por ucranianos occidentales, donde no hay lugar
para la religión ortodoxa rusa, o donde no hay protección para ninguna lengua
minoritaria que no sea la ucraniana.
En este lado
del continente, si nos preguntas por el nazi-fascismo, diremos que era sobre
todo una fuerza anti-liberal, contraria a la democracia, enemiga del
parlamentarismo. En el lado ruso, sin embargo, se sabe que era principalmente
una fuerza virulentamente anti-marxista, anti-comunista. Este anti-sovietismo
es el mismo espíritu que animó el nacimiento de la OTAN, y que en los últimos
años ha recorrido Ucrania en un proceso de “des-comunización” que ha llevado a
la destrucción de centenares de piezas de patrimonio soviético, desde estatuas
de Lenin hasta obras conmemorativas del Ejército Rojo, en el que combatieron
cientos de miles de ucranianos.
Tras este
anti-comunismo se esconde, simple y llanamente, el odio a Rusia y su Historia.
La rusofobia es la última gran divergencia. Si preguntan a yankis y europeos,
el nazi-fascismo era, por encima de todas las cosas, anti-semita. Su odio
étnico iba dirigido a los judíos. Los soviéticos lo vivieron de otra forma. El
nazi-fascismo se llevó por delante unos cuantos millones más de ellos que de
judíos. Para ellos, el elemento de odio étnico verdaderamente definitorio del
nazi-fascismo habría sido la eslavofobia (el odio a los pueblos eslavos) y
concretamente la rusofobia. Este sentimiento es, insistimos, lo que late desde
hace años en el proyecto ultra-nacionalista que ha secuestrado Ucrania entera.
Es lo que los lleva no solamente a destruir estatuas de Lenin, sino del poeta
Pushkin.
Algún lobby
sionista de la órbita anglo-americana, como la Liga Anti Difamación (ADL), ha
dicho que fuerzas como Azov ya no pueden ser tipificadas como neo-nazis, porque
no practican el anti-semitismo. Eso en ningún caso es, a ojos rusos, excluyente
para conceder la condición de neo-nazis. Lo afirma el mencionado Sergei Markov
al decir… “que los nazis ucranianos no tengan metas anti-semitas no les hace
menos nazis; canalizan su chovinismo y su xenofobia hacia la rusofobia”.
Y finalmente:
la diferencia de percepciones que puede ser la mayor de todas. Nuestra Unión
Europea dedica un día anual a condenar en conjunto y por igual “el nazismo y el
comunismo”, entendidos ambos como fuerzas colectivistas y populistas, enemigas
de la propiedad y libertad personales. El alma rusa tiene una visión muy
distinta. Ve en el nazi-fascismo (ya desde los tiempos de la filosofía política
marxista, como hemos mencionado previamente) una forma endurecida de dominación
del capitalismo, de la burguesía y de la gran propiedad, pese a algún tic
socializante. No ve un parentesco del nazi-fascismo con el comunismo, sino con
el liberalismo. Y tampoco comparte la tesis occidental de que el nazi-fascismo
comenzó su andanza criminal a partir del tratado Molotov-Ribbentrop entre nazis
y soviéticos, sino que tal tratado fue una maniobra frente a los pactos previos
del nazi-fascismo con las potencias capitalistas (franceses, ingleses…).
Es más, ni los
italianos ni los germanos son, al entender de Moscú, el pueblo creador del
nazi-fascismo, sino que lo son los anglo-sajones. Los anglo-sajones hacen
irrumpir en la Historia el colonialismo exterminista, los campos de
concentración, la eugenesia y el racismo biológico, la guerra relámpago y la
modernidad industrial. Y esos mismos anglo-americanos son hoy los padres de la
OTAN, los secuestradores de Ucrania y los que quieren imponer a nivel mundial
una Modernidad basada en la hegemonía capitalista y el unipolarismo yanki. Y
frente a todo ello se afirma el sentir nacional ruso. Sin hacer el esfuerzo de
entender nada de esto, no habrá solución a la guerra de Ucrania, ni a los conflictos
de este siglo en el espacio eurasiático.
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