La
podredumbre lo invade todo: política, instituciones culturales y religiosas, el
mundo de los negocios… fingimos creer que solo son hechos aislados, que no la
corrupción no es sistémica… pero ¿de verdad creemos que se trata solo de
manzanas podridas?
Somos las manzanas podridas
El Viejo Topo
26 diciembre, 2022
Sorprende el
asombro con el que la noticia del «escándalo» de Bruselas fue recibida por los
medios de comunicación. «¡Ahí va!, justo en la sede que defiende los
derechos de todos -gritan escandalizados nuestros hackboys- donde debe reinar
la democracia más cristalina, ahora, en cambio, vemos distorsiones y corrupción
a nivel sudamericano».
Y aquí está la
operación habitual de «control de daños» de los medios, en la que
inmediatamente tratamos de archivar el problema con la excusa habitual de
«manzanas podridas».
Cuando estalló
el escándalo de Abu Grahib, el Pentágono se apresuró a señalar «algunas
manzanas podridas», evitando así que el mundo descubriera que en cambio se
trataba de un sistema real, basado en la violencia y la opresión, que incluso
había sido codificado, negro sobre blanco, por el secretario de Defensa
Rumsfeld en el infame documento Copper Green.
Cuando estalló
el escándalo de los curas pederastas en América en los años 90, se habló –incluso
allí– de «unas manzanas podridas», y hubo prisa por barrer bajo la alfombra
todos los indicios que sugerían que se trataba más bien de un sistema podrido
de raíz.
Un sistema
compuesto no solo de abusos, sino también y sobre todo de encubrimientos por
parte de las altas esferas de la Iglesia. Y aún hoy, gracias a la
complicidad de periodistas «distraídos», no ha sido posible conocer las
verdaderas dimensiones del problema de la pederastia en la Iglesia.
Y así sucede
cada vez que estalla un escándalo «inaceptable» para nuestra sociedad
bienpensante: nuestra propia naturaleza se niega a creer que vivimos en un
mundo podrido hasta la médula, y todos damos la bienvenida a las
«explicaciones» genéricas que tienden a reducir el problema a algo local, y no
sistémico.
La sociedad
occidental creció en la comodidad, tanto material como psicológica. Y así
como no estamos dispuestos a renunciar a las ventajas que se derivan del saqueo
de países más pobres que nosotros, tampoco estamos dispuestos a renunciar al
pensamiento de que el nuestro es un mundo sano, noble y moralmente sano.
Nos gusta
pensar que sí, y estamos dispuestos a engañarnos a nosotros mismos para
hacerlo. Pero en realidad, nosotros somos las verdaderas manzanas
podridas. Cada uno de nosotros, en su hipocresía, ayuda a perpetuar la
idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles, y que los demás no
tienen más que aprender de nosotros. Si bien lo que estamos enfrentando es
algo absolutamente horrible e inhumano, y lamentablemente aún son muy pocos los
que tienen el coraje de reconocerlo.
Fuente: luogocomune.
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