Sin cultura no
hay libertad posible
Publicado el 24 de septiembre de 2022 / Por
KAOSENLARED
Por Vijay Prashad
En 2002,
el presidente de Cuba Fidel Castro Ruz visitó la Escuela Nacional de Ballet
para inaugurar el 18º Festival Internacional de Ballet de La Habana. Fundada en
1948 por la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019), la escuela
atravesó dificultades económicas hasta que la Revolución Cubana decidió que el
ballet —al igual que otras formas de arte— debía estar al alcance de todas las
personas y, por tanto, ser financiado públicamente. En la escuela, en 2002,
Castro recordó que el primer festival,
celebrado en 1960, “afirmó la vocación cultural, la identidad y la nacionalidad
cubanas aun en las circunstancias más adversas, cuando grandes peligros y
amenazas acechaban al país”.
El ballet,
como tantas otras formas culturales, había sido alejado de la participación y
el disfrute popular. La Revolución Cubana quiso devolver esta práctica
artística al pueblo, como parte de su determinación por fomentar la dignidad
humana. Para construir una revolución en un país asaltado por la barbarie
colonial, el nuevo proceso revolucionario debía tanto establecer la soberanía
del país como construir la dignidad de cada uno de sus habitantes. Esta doble
tarea es la obra de la liberación nacional. “Sin cultura no hay libertad
posible”, dijo Castro.
En muchos
idiomas, la palabra «cultura» tiene al menos dos significados. En la sociedad
burguesa, la cultura ha llegado a significar tanto el refinamiento como las
bellas artes. Propiedad de las clases dominantes, esta cultura se hereda a
través de la transmisión de los modales y la educación de alto nivel. El
segundo significado de cultura es el de modo de vida, incluidas las creencias y
prácticas, de un pueblo que forma parte de una comunidad (desde una tribu hasta
una nación). La democratización del ballet y la música clásica por parte de la
Revolución Cubana, por ejemplo, formaba parte de su intento de socializar todas
las formas de vida humana, desde la económica hasta la cultural. Además, los
procesos revolucionarios intentaron proteger el patrimonio cultural del pueblo
cubano de la perniciosa influencia de la cultura del colonialismo. Para ser
precisos, «proteger» no significa rechazar la totalidad de la cultura del
colonizador, ya que eso impondría una vida parroquial a un pueblo que debe
tener acceso a todas las formas de cultura. La Revolución adoptó el béisbol,
por ejemplo, a pesar de sus raíces en Estados Unidos, el mismo país que ha
tratado de asfixiar a Cuba durante seis décadas.
Por lo
tanto, un enfoque socialista de la cultura requiere cuatro aspectos: la
democratización de las formas de la alta cultura, la protección del patrimonio
cultural de los pueblos previamente colonizados, el desarrollo de elementos
básicos de alfabetización cultural y la domesticación de las formas culturales
procedentes de la potencia colonizadora.
En julio
de 2022, ofrecí una conferencia en la Casa de las Américas de Cuba —una de las
principales instituciones de la vida cultural de La Habana y un punto neurálgico
de los procesos culturales desde Chile hasta México— que se centró en diez
tesis sobre el marxismo y la descolonización. Pocos días después, el director
de la Casa, Abel Prieto, también ex ministro de Cultura, convocó allí un
seminario para debatir algunos de estos temas, principalmente cómo la sociedad
cubana tenía que defenderse tanto de la irrupción de las formas culturales
imperialistas como de la perniciosa herencia del racismo y el patriarcado. Este
debate provocó una serie de reflexiones sobre el proceso del Programa Nacional
contra el Racismo y la Discriminación Racial anunciado por el presidente Miguel
Díaz-Canel en noviembre de 2019 y sobre el proceso que condujo al referéndum
del Código de Familia 2022 (que llegará a votación popular el 25 de
septiembre), dos dinámicas que tienen la capacidad de transformar la sociedad
cubana en una dirección anticolonial.
El Dossier
no. 56 (septiembre de 2022) del Instituto Tricontinental de Investigación
Social y Casa de las Américas, Diez tesis sobre
marxismo y descolonización, contiene una versión ampliada de esa
conferencia con un prólogo de Abel Prieto. Para que se hagan una idea, aquí
está la tesis nueve sobre “la batalla de las emociones”:
Tesis
nueve: La batalla de emociones. Fidel Castro
provocó un debate en la década de 1990 alrededor del concepto de la Batalla de
ideas, la lucha de clases en el pensamiento contra las banalidades de las
concepciones neoliberales de la vida humana. En los discursos de Fidel de este
periodo no solo era clave lo que decía, sino cómo lo decía, con cada palabra
impregnada de la gran compasión de un hombre comprometido con la liberación de
la humanidad de los tentáculos de la propiedad, el privilegio y el poder. De
hecho, la Batalla de ideas no se refería únicamente a las ideas en sí, sino
también a una “batalla de emociones”, un intento de cambiar la gama de emociones
de una fijación en la codicia a consideraciones de empatía y esperanza.
Uno de los
verdaderos retos de nuestro tiempo es el uso burgués de las industrias
culturales y de las instituciones educativas y religiosas para distraer la
atención de cualquier debate sustancial sobre los problemas reales —y sobre la búsqueda de
soluciones en común a los dilemas sociales— hacia la obsesión por problemas fantasiosos. En 1935, el filósofo marxista
Ernst Bloch llamó a esto la “estafa del cumplimiento”, plantar una serie de
fantasías para enmascarar lo imposible de su realización. El beneficio de la
producción social, escribió Bloch, “es apropiado por el estrato superior de los
grandes capitalistas, que utiliza sueños góticos contra las realidades
proletarias” (1991: 103). La industria del entretenimiento erosiona la cultura
proletaria con el ácido de las aspiraciones que no pueden realizarse bajo el
sistema capitalista. Pero estas aspiraciones son suficientes para debilitar
cualquier proyecto de la clase trabajadora.
Una
sociedad degradada por el capitalismo produce una vida social impregnada de
atomización y alienación, desolación y miedo, rabia y odio, resentimiento y
fracaso. Se trata de emociones desagradables que son moldeadas y promovidas por
las industrias culturales (“tú también puedes tenerlo”), los establecimientos
educativos (“la codicia es el motor principal”) y los neofascistas (“odia a los
inmigrantes, a las minorías sexuales y también a cualquiera que te niegue tus
sueños”). El dominio de estas emociones en la sociedad es casi absoluto y el
ascenso de los neofascistas se basa en este hecho. El significado se vacía, tal
vez como resultado de una sociedad de espectáculos que ya se ha agotado.
Desde una
perspectiva marxista, la cultura no se considera un aspecto aislado y atemporal
de la realidad humana, ni las emociones se consideran como un mundo en sí mismo
o ajenas a los acontecimientos de la historia. Dado que las experiencias
humanas se definen por las condiciones de la vida material, las ideas de destino
perdurarán mientras la pobreza sea una característica de la vida humana. Si la
pobreza se supera, entonces el fatalismo tendrá un fundamento ideológico menos
seguro, pero no se verá automáticamente desplazado. Las culturas son
contradictorias y juntan una serie de elementos de formas desiguales, del
tejido social de una sociedad desigual que oscila entre la reproducción de las
jerarquías de clase y la resistencia a elementos de la jerarquía social. Las
ideologías dominantes impregnan la cultura a través de los tentáculos de
aparatos ideológicos como un maremoto, arrollando las experiencias reales de la
clase trabajadora y el campesinado. Al fin y al cabo, es a través de la lucha
de clases y a través de las nuevas formaciones sociales creadas por los proyectos
socialistas que se crearán nuevas culturas, y no por meras ilusiones.
Es
importante recordar que, en los primeros años de cada uno de los procesos
revolucionarios —desde Rusia en 1917 hasta Cuba en 1959—, la efervescencia
cultural estaba saturada de emociones de alegría y posibilidad, de intensa
creatividad y experimentación. Es esta sensibilidad la que ofrece una ventana a
algo distinto de las macabras emociones de la avaricia y el odio.
En los
primeros años después de 1959, Cuba se convulsionó con estos brotes de
creatividad y experimentación. Nicolás Guillén (1902-1969), un gran poeta
revolucionario que había sido encarcelado durante la dictadura de Fulgencio
Batista, captó la dureza de la vida y el gran deseo de que el proceso
revolucionario emancipara al pueblo cubano de la miseria del hambre y las
jerarquías sociales. Su poema “Tengo”, de 1964, nos dice que la nueva cultura
de la revolución era elemental: la sensación de no tener que inclinar los
hombros ante un superior, de decir a las y los trabajadores en las oficinas que
ellos también son compañeros y no “señor” y “señora”, de entrar como negro en
un hotel sin que te digan que te detengas en la puerta. Su gran poema
anticolonial nos alerta sobre los fundamentos materiales de la cultura:
Tengo, vamos
a ver,
que ya aprendí a leer,
a contar,
tengo que ya aprendí a escribir
y a pensar
y a reír.
Tengo que ya tengo
donde trabajar
y ganar
lo que me tengo que comer.
Tengo, vamos a ver,
tengo lo que tenía que tener.
Al final
de su prólogo al dossier, Abel Prieto escribe: “El sentido anticolonial tenemos
que convertirlo en un instinto”. Reflexionemos sobre esto por un momento: el
anticolonialismo no es solo la lucha contra la dominación colonial formal, sino
un proceso más profundo, que debe arraigarse a nivel instintivo para que
podamos construir la capacidad de resolver nuestras necesidades básicas (como
superar el hambre y el analfabetismo, por ejemplo) y construir nuestra
conciencia sobre la necesidad de culturas que nos emancipen y no nos aten a un
mundo vistoso de mercancías inasequibles.
Instituto Tricontinental de Investigación Social
*
Image: Ballet Nacional de
Cuba – BNC oficial
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