De Calera León a Vericasses:
un recorrido por las no políticas del agua
Por Olivia Carballar, Dani
Domínguez
Rebelion /
España
05/08/2022
Fuentes: La
Marea [Foto: Un campo en Ayllón, Segovia (ÁLVARO MINGUITO)]
La sequía, la contaminación y el saqueo ilegal de pozos son los tres
principales problemas, amplificados por la crisis climática, que están dejando
a la península sin reservas.
Saliendo desde
Sevilla tempranito, en el camino que lleva a Calera de León por la Ruta de la Plata, las ventanillas bajadas ya no sirven para paliar los primeros síntomas
del calor. El coche empieza a calentarse con la subida de las temperaturas, que
andan corriendo hacia la primera ola de calor de junio. La aguja de la gasolina, con 20 euros
recién repostados, baja sin embargo a una velocidad de vértigo.
El aire
acondicionado se impone en la autovía, y en la radio, que va
saltando de frecuencia, bromean con las cosas que se hacen en la tele, por
ejemplo, cuando se manda a un reportero en agosto a Toledo porque hace 40
grados. “Pues como todos los años, lo normal”, ríen en la COPE. En la SER están
hablando de bocadillos de pulpo, de bikinis y de que está aceptado popularmente
comerse un bocata de nocilla con chorizo. Se habló primero, eso sí, de la
resaca del primer debate
electoral andaluz –qué lejos queda ya esa estampa tras
la mayoría absoluta del PP de Juanma Moreno–, donde se amplificaron más los
exabruptos del “fanatismo climático” enarbolado por la ultraderecha que las
propuestas para combatir la crisis climática. En la prensa, en el Hoy de Extremadura,
venía por la mañana que había focos de langostas destrozando los cultivos en tres zonas de la
Serena, también en la provincia de Badajoz.
Lo que se escucha aquí, en este pueblito pacense de apenas 940 habitantes, como si hubiera un altavoz potente colgado en cada calle, es el canto sinfónico de los pájaros. Parecen vencejos. Pero un vecino, sentado con otros parroquianos en un banco junto al majestuoso Convento de Santiago Apóstol, dice que no, que los vencejos son más planos, que aquello que trina sobre nuestras cabezas son aviones. “Como esta sequía, ninguna”. “Ni llovió el año pasado ni ha llovido este. Pues se ha juntado una con la otra”. “El pantano se ha quedado chico”. “Y no llueve, qué va”. “Lo que se ha dejado venir…”. Son los comentarios que hace el grupo, en su mayoría hombres jubilados, sobre un tema que tiene preocupado al pueblo, a la comarca de Tentudía. Y que no es nuevo: la falta de agua. En la hemeroteca, cualquiera que rastree puede leer reportajes muy parecidos a este.
Foto: Entrada a
Calera de León, en Badajoz (O. CARBALLAR)
“Hombre, cómo
vamos a usar la piscina y vamos a cortar el agua para beber”, dice el camarero de un bar de la
plaza. En solo un minuto, un hombre ha pedido un vaso de agua, otro ha pedido
un café y, con un acento plagado de eses, pide también un “botellín de agua”.
Varios jóvenes descargan cajas de agua embotellada de un coche y
las introducen en el Ayuntamiento, alojado en el convento de los siglos XV y
XVI, en el que hay crucifijos, pero no milagros.
“Ay, que he ido
por el agua, ¿molesto?”, pregunta la limpiadora, que entra al despacho de la
alcaldesa con un cubo y una fregona justo cuando va a dar inicio esta
entrevista. “Tampoco han pasado tantos años desde que se empezaron a utilizar
las redes de abastecimiento como para que dejemos de darle importancia a eso.
Es decir, todavía tenemos el testimonio de los mayores que pueden contar que
tenían que ir a buscar el agua a las fuentes, a los pozos. Y le hemos
dejado de dar importancia al hecho de abrir un grifo en casa con tanta
facilidad y que salga agua”, reflexiona Mercedes Díaz, la alcaldesa de Calera y
presidenta de la Mancomunidad de Tentudía, que agrupa a doce municipios
alrededor de la presa, del mismo nombre.
¿Qué niño o
niña no sigue preguntando, así pasen los años y lleguen los algoritmos y se
multipliquen las pantallas, de dónde viene el agua cuando, como si fuera magia,
sale el chorrito –incluso caliente–? En este momento, en esta zona de Badajoz
tienen activada la fase 2
del plan de emergencia por sequía, lo que quiere
decir que hay cortes en el extrarradio.
«España afronta
el verano con sequía meteorológica», dice el titular de una nota de prensa que
envía el Gobierno. En el texto, señala que el pasado mayo ha sido el mes más cálido de los últimos 58 años. «La temperatura media de la primavera fue de 12,8ºC. Esto supuso un valor
superior en 0,7ºC al promedio normal del período de referencia 1981-2010, lo
que la convierte en una primavera bastante cálida. En concreto, fue la
duodécima más cálida desde 1961 y la novena más cálida del siglo actual»,
detalla el documento.
En esta comarca, explica Díaz, la falta de agua tiene un doble origen: la sequía en sí misma y un problema estructural. “Nuestro embalse se hizo a finales de los 80 y ahora ese pantano se ha quedado pequeño, tiene cinco hectómetros cúbicos. Y aquí hay empresas, los bares, las peluquerías y, sobre todo, las fábricas de embutidos, las explotaciones agropecuarias… Necesitan el agua para funcionar. Y en cuanto no llueve un invierno, al año siguiente ya estamos notando esa falta de agua”, resume la alcaldesa, del PSOE. “Yo entré en la mancomunidad en el año 2011 y ya se estaba luchando por esto”, recuerda como un problema que nunca ha dejado de existir.
Foto: La presa
de Tentudía (O CARBALLAR)
La solución que
les aporta el Gobierno no les convence: un trasvase del pantano de los Molinos, que también ha sufrido mermas
en estos años. Los municipios piden la construcción de un nuevo
embalse. “Pero habría que construirlo en zona protegida y no se puede. Lo que
yo me pregunto es hasta qué punto se puede conservar el medio ambiente si
conviertes la zona en un desierto”, analiza la alcaldesa con un deje tristón,
entre la incredulidad y el abatimiento que genera pelear prácticamente en
soledad y sin recursos ante un problema de Estado. Con más de 1.200
represas, España es uno
de los países más embalsados del mundo. Copado por
Iberdrola, Naturgy y Endesa, el sector está principalmente en manos privadas.
Sin abastecimiento, sin piscinas
Las primeras
cuatro noticias que salen en el buscador de Google al teclear la palabra sequía
son estas: “El campo burgalés habla de 144 millones de pérdidas por sequía”,
dice el Diario de
Burgos. «Formentera puede entrar en prealerta por sequía
este verano», informa el Diario de Ibiza. «Los pueblos salmantinos reclaman apoyo de las
instituciones ante la sequía», titula La Gaceta de Salamanca. «Los ganaderos temen que haya que
recurrir a cisternas por la sequía», cuenta La Voz de Galicia. La falta de
una planificación concienzuda y efectiva en las distintas estrategias políticas
en torno a un recurso
básico, vital y un derecho humano como es el agua es uno de los principales problemas a la hora de abordar el asunto, con o
sin sequía, según indican las diversas fuentes consultadas.
Es decir, si el
agua fuera un barco, podría decirse que no siempre hay alguien controlando el
timón, y que la travesía dependerá de la suerte y los azares de la naturaleza.
¿Qué ocurre? Que estas predicciones, las que atañen a la naturaleza, no son
buenas. Y lo que es peor: estamos advertidos. Y lo que es aún peor: seguimos
sin tomarlo en serio.
Las sequías serán cada vez más frecuentes, más severas, más duraderas y cubrirán más territorio. Esta tendencia podría agravarse en las próximas décadas debido al calentamiento global. Y el futuro de España, según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), está asociado a la sequía si no se ponen remedios urgentes.
Foto: el agua
estancada del año anterior en la piscina, que no abrirá (O. CARBALLAR)
Uno de los
miles de informes estudiados indica que la falta de agua nos cuesta cerca de
1.500 millones de euros al año. Ese mismo documento alerta de que hasta el 80%
de las tierras de la región mediterránea experimentarán un aumento de la
frecuencia de sequías si no se reducen las emisiones, con múltiples pérdidas económicas debido a la disminución de
rendimientos agrícolas. Otro estudio citado por el IPCC es aún más pesimista
y calcula que los daños relacionados con la sequía en España aumentarán un 250%
si las emisiones continúan aumentando.
El sonido del verano bombea ya, aun sin haber
terminado el cole, junto a la piscina de Calera de León: hay avispas bailoteando en torno a una masa de agua verde y sucia, que aún
perdura desde el año anterior. La cancela de entrada está cerrada. Y las malas
hierbas deslucen el césped lozano de otros años. Dice la alcaldesa que solo
queda agua para un mes y medio, a lo sumo dos, antes de que se tengan que
iniciar los cortes a la población. Las reservas en los pantanos de toda España
estaban ese día de junio al 49% de su capacidad total. Solo dos años antes,
llegaba al 66,2%. Y la media de los últimos diez años es del 69,7%. El de
Tentudía estaba al 20%, según el Boletín Hidrológico semanal del Ministerio
para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
“Antes tampoco
teníamos piscina. Yo me acuerdo que le decía a mi cuñada que, ay, si nos
pudiéramos traer el agua de la playa…”, ríe la limpiadora. La alcaldesa insiste
también en la función igualitaria y el bienestar que ha supuesto que pequeños
pueblos como este, donde el mar queda lejos, construyeran su propia zona de ocio acuática para pasar el verano. Mujeres mayores que solo habían pisado los arroyos para lavar la ropa,
comenzaron a comprarse bañadores, una prenda impensable entonces en un cajón de
la cómoda. Muchas han aprendido a nadar con canas.
Cerrar la piscina es un golpe también para el turismo
rural, para la economía de la zona. «Habrá
familias que este verano decidan no venir», lamenta la alcaldesa, que ve en la
ausencia de políticas claras en torno al agua el principal riesgo para que a
esta zona también haya que llamarla «España vaciada» en poco tiempo.
Mientras tanto,
todos los recursos que están usando para paliar la situación son propios y
cuentan puntualmente con ayuda de la Junta de Extremadura, como las obras
impulsadas en la estación depuradora, que han aumentado el rendimiento en un 90%.
“Todo va
sumando. Se aprobó en diciembre el plan especial de sequía y las primeras
medidas de las primeras fases de emergencia eran intentar disminuir el consumo, el lavado de coches, el riego de
parques y jardines, las fuentes ornamentales. Luego vino la
fase dos, con los cortes en el extrarradio. Y con todo ello hemos ahorrado un
14% de lo que se consumía anteriormente. Tenemos un pozo nuevo que se ha incorporado
directamente desde donde está a la estación de depuración, y pasa a la red
automáticamente. Y tenemos tres pozos más que se van a incorporar
próximamente», explica al detalle Díaz, mientras gestiona por otro lado
actuaciones musicales para el verano. «Si consumimos del pantano, pasaríamos a
la fase tres, porque ahora tenemos, además, la evaporación con el calor. Cada municipio está muy sensibilizado con este tema y llevamos muchos
años poniendo de nuestra parte para mejorar esa red de abastecimiento»,
insiste. «Pero si no se
estudian los problemas de cada territorio, dime qué hacemos», concluye.
Los planes de las palabras
En la otra
punta del mapa, en Vericasses (Barcelona), el municipio que estos días está saliendo
en los medios como el pueblo catalán de las 2.000 piscinas, llevan
con cortes desde mayo. Los pozos se han secado. Y el Ayuntamiento ha admitido
que no hay “ningún plan” para paliar la sequía a corto plazo. De momento, en
los grandes planes lo que predominan son las grandes palabras, como el plan España 2050, presentado por el
presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a bombo y platillo hace ya más de un
año.
«A lo largo del siglo XX, España, como la mayoría de los países desarrollados, adoptó un patrón de crecimiento económico basado en el uso abusivo y lineal (extraer, producir, consumir y tirar) de los recursos naturales. Este patrón ha causado una degradación medioambiental sin precedentes en nuestro territorio y ha precipitado una crisis climática que podría tener efectos catastróficos en el futuro cercano. La España de 2050 será más cálida, árida e imprevisible que la de hoy. Si no adoptamos medidas contundentes con celeridad, las sequías afectarán a un 70% más de nuestro territorio, los incendios y las inundaciones serán más frecuentes y destructivos, el nivel y la temperatura del mar aumentarán, sectores clave como la agricultura o el turismo sufrirán daños severos, 27 millones de personas vivirán en zonas con escasez de agua, y 20.000 morirán cada año por el aumento de las temperaturas”, repite el plan, como los estudios del IPCC y como la realidad nos está mostrando cada día, por ejemplo, con los incendios que llevamos ya este verano.
Foto: Una
botella de agua a las puertas de una casa, en el pueblo pacense (O. CARBALLAR)
Y continúa:
“Para evitar este escenario, tendremos que convertirnos en una economía
circular y neutra en carbono antes de 2050, tomar medidas que nos permitan
minimizar los impactos del cambio climático, y transformar el modo en el que
nos relacionamos con la naturaleza. Esto implicará, entre otras cosas, cambiar radicalmente la forma en la que generamos
energía, nos movemos, y producimos y consumimos bienes y servicios. Habrá que aprovechar toda nuestra riqueza en fuentes de energía
renovable, electrificar el transporte, reinventar las cadenas de valor,
replantear los usos que hacemos del agua, reducir al mínimo los residuos que
generamos, apostar por la agricultura ecológica, e impulsar la fiscalidad
verde. Esto deberá hacerse en un tiempo récord, sin reducir la competitividad
de nuestra economía, y sin dejar a nadie atrás”.
Pero el tiempo
pasa y, a la vista de los acontecimiento y las quejas de los municipios, las
palabras y las previsiones no pasan del papel: la demanda de agua ha sido
de 30.983
hectómetros cúbicos al año entre 2015 y 2019. La previsión
para 2030 es una reducción del 5%: 29.434. Para 2040, del 10%: 27.885. Y para
2050, del 15%: 26.335. Diversas fuentes, expertos en gestión hídrica y grupos
ecologistas, desconfían del cumplimiento de estos cálculos cuando se están
permitiendo políticas que aumentan el regadío y el intensivo.
Lo dice
rotundamente en una entrevista en páginas posteriores la cofundadora de la Fundación Nueva Cultura del
Agua Nuria Hernández-Mora: «En España
tenemos un problema de usos ilegales del agua. Se junta una falta de recursos
personales y técnicos de los organismos de las cuencas hidrográficas o del
Seprona para perseguir estos usos ilegales, pero también una falta del respaldo
político para pararlo. Existe una
insumisión hídrica desde hace décadas a la cual no se pone coto».
El ejemplo
claro es el de Doñana, donde la denuncia, durante décadas, de la utilización
ilegal de los pozos para el regadío está esquilmando el parque natural, al que
afectó también uno de los mayores incendios registrados en España. El último
gobierno del PP y Ciudadanos votó a favor de una propuesta en esa dirección con
el apoyo de Vox y la abstención del PSOE de Andalucía –en contra del ministerio
dirigido por la socialista Teresa Ribera y de las directrices de Europa–.
Según explica
el director del
Consejo de Participación de Doñana, Miguel Delibes de Castro, en una
entrevista en estas mismas páginas, el presidente
andaluz, Juanma Moreno, recién elegido presidente con mayoría absoluta, le ha
asegurado que si la propuesta es mala para el parque no se llevará a cabo. Y no
es que sea mala, es que una locura, como expresa Joan Corominas, ingeniero agrónomo y especialista en
Hidrogeología, Regadíos y Planificación Hidrológica. Entre el año 2000 y 2008 fue, además, secretario general de Aguas en
Andalucía y director-gerente de la Agencia Andaluza del Agua. Sostiene que
estas decisiones atienden a “demandas más o menos populistas” que solo buscan
una mayor rentabilidad pero “que no resuelven nada”: “En el caso de Doñana,
además del daño medioambiental, que es obvio, el gran problema es que no hay
agua para regar todas las hectáreas que pretenden legalizar. La propuesta es una auténtica locura”.
El saqueo del agua
Según un informe de WWF, el regadío es el gran consumidor de agua de España y su superficie no ha dejado de crecer en las últimas décadas. En aquellas comarcas donde no existe agua disponible en ríos y embalses, se hace uso del agua subterránea, lo que ha llevado a que España sea el país con mayor sobreexplotación de Europa, argumenta la organización. Y esto sin contar el agua que se consume de forma ilegal. Los cuatro puntos negros del saqueo son, además de Doñana en Andalucía, las Tablas de Daimiel (Castilla-La Mancha), Mar Menor (Murcia) y Arenales (Castilla y León). Cuatro lugares emblemáticos y de gran valor ambiental.
Foto: Balsas de
riego en el entorno de Doñana (WWF)
«La clave para
entender el robo del agua está en que la Administración no sabe cuánta agua se
extrae de pozos por encima de lo autorizado, porque no tiene capacidad de medir
todas las extracciones, ni suficientes medios humanos para controlar estos
recursos subterráneos. En algunos casos tampoco está claro cuánto se ha
autorizado por encima de los recursos disponibles”, explica el estudio. Además,
denuncia que la
continua expansión de cultivos en regadío, promovida con ayudas públicas, ha
alimentado expectativas que han llevado a esta situación, puesto que, en sus trámites y autorizaciones, la administración agraria
no ha exigido a los agricultores solicitantes presentar el derecho de uso de
agua concedida. “La propia Administración alimenta esta sobreexplotación del
agua ya que ha concedido derechos de uso por encima de lo que puede dar según
lo establecido en el Plan HIdrológico de cada cuenca”, concluye WWF.
Y volviendo a
Extremadura, el caso de Tierra de Barros, asegura el experto Corominas, es
parecido: “No es razonable aumentar el riego cuando lo que tienes alrededor son
embalses vacíos y restricciones”. Se refiere al embalse de Alange, en Badajoz,
por debajo del 20% de su capacidad. La cifra es algo menor que la del año
pasado por estas mismas fechas pero, sobre todo, está muy por debajo que la
media de la última década en esta época del año: 53,74%. Y las reservas que
merman causan cada año estragos en el campo.
Al este, en
la comarca de La
Serena, los agricultores ya conocen las consecuencias de la
falta de agua. La Confederación Hidrográfica del Guadiana (CHG) ha otorgado a
la zona regable de Orellana un 24% de la dotación que le correspondería en un año hidrológico normal,
lo que impide la puesta en marcha de determinados cultivos. “Las pérdidas van a
ser brutales, porque aquí producimos el 80% del arroz de toda Extremadura y se
va a quedar en blanco este año”, se quejaba recientemente, en
conversación con lamarea.com, el presidente de los regantes de la
zona, Miguel Leal.
Al oeste, en la
denominada Tierra de Barros, los planes son radicalmente diferentes. La Junta
de Extremadura sigue trabajando en un proyecto cuyo objetivo es la transformación de más de 15.000 hectáreas en tierras
de riego, y cuyo plan de obras ya fue aprobado el pasado año
con la oposición de organizaciones como Ecologistas en Acción al considerarlo
“insostenible”. Desde la Consejería de Agricultura de la comunidad, sin
embargo, no creen que la actual sequía suponga un problema para el proyecto
porque se trata de “una situación puntual”: “Este momento coyuntural no afecta
a la evolución del proyecto de regadío de Tierra de Barros”, aseguran.
La trampa de los intensivos
Desmontando falacias sobre agua y cambio climático es el título de una iniciativa llevada a cabo por la Fundación Nueva Cultura del Agua. En uno de sus artículos sostiene que el ahorro hídrico asociado a la modernización de los regadíos es un argumento tramposo. Según la organización, la innovación en el riego no implica necesariamente gastar menos agua: “El ahorro de agua consiste en gastar menos agua. […] En cambio, los proyectos de modernización del riego a menudo van seguidos de procesos de intensificación que conducen a aumentos en la producción de cultivos, como cultivos dobles y cultivos más intensivos en agua”, advierten.
Foto: Una
acequia de regadíos (DANI DOMÍNGUEZ)
Así, cada vez más olivos centenarios de secano, separados
entre ellos, son arrancados de la tierra para dar paso a hileras de cientos de
estos mismos árboles que se rozan entre sí. Son los
conocidos como cultivos superintensivos, mucho más productivos y,
aparentemente, más rentables. “Para determinados agricultores puede ser
interesante convertir sus tierras en explotaciones intensivas de regadío, pero
al final eso acaba siendo perjudicial para el conjunto del sector, porque, si
bajan los precios, es la ruina para quienes mantienen el secano o el riego
tradicional”, explica Corominas. Asimismo, el especialista en planificación
hidrológica sostiene que “el discurso de la necesidad de aumentar la producción
es falso”, ya que en la
actualidad hay una sobreproducción de olivos y viña.
Desde la
fundación proponen, por tanto, “reducir la superficie de regadío,
particularmente de los intensivos”, principalmente en las cuencas y territorios
donde su expansión ha alcanzado “un valor muy por encima de lo sostenible”.
Para Corominas, nuevos
proyectos de riego son “una entelequia”: “Hace falta
una etapa en la que podamos serenarnos y, sin aspavientos y discursos fáciles,
tomar las decisiones que haya que tomar”.
Porque está,
además, el problema de
la calidad. La contaminación es especialmente preocupante en
Catalunya. La propia Agencia del Agua de la comunidad lo advierte de este modo:
“La presencia de compuestos nitrogenados, especialmente nitratos, es el
problema de contaminación difusa más importante en las aguas subterráneas de
Catalunya y el principal responsable del mal estado de las masas de agua subterráneas. Afectan también a las aguas superficiales y, de manera local, a algunas
masas de agua costeras”. La ACA indica que esta presencia se debe
principalmente a las prácticas derivadas de las actividades agrícolas y
ganaderas, como el uso excesivo de fertilizantes nitrogenados y amoniacales, y
de las deyecciones ganaderas. El
caso del Mar Menor es paradigmático.
Este reportaje se realizó durante el mes de junio y
forma parte del dossier de #LaMarea89. Puedes adquirirla aquí.
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