Biden está llevando a Ucrania, EE.UU. y la Unión Europea a
una nueva debacle geopolítica. Si Europa fuera perspicaz, debería alejarse de
estos desastres de la política exterior estadounidense.
La guerra en Ucrania es el
último desastre provocado por los neoconservadores
El Viejo Topo
12 julio, 2022
El movimiento
neocón surgió en la década de 1970 en torno a un grupo de conocidos
intelectuales, varios de los cuales estaban influidos por el politólogo de la
Universidad de Chicago, Leo Strauss, y el profesor de historia clásica de la
Universidad de Yale, Donald Kagan. Algunos líderes neoconservadores han sido
Norman Podhoretz, Irving Kristol, Paul Wolfowitz, Robert Kagan (hijo de Donald),
Frederick Kagan (hijo de Donald), Victoria Nuland (mujer de Robert), Elliott
Cohen, Elliott Abrams y Kimberley Allen Kagan (mujer de Frederick).
El mensaje
principal de los neoconservadores estadounidenses es que EE.UU. debe mantener
su predominio militar mundial y enfrentarse a las potencias regionales
emergentes que puedan poner en peligro su dominio global o regional,
especialmente Rusia y China. Para conseguirlo, Estados Unidos debería desplegar
su ejército en cientos de bases militares a lo largo y ancho del mundo, de
forma preventiva, para estar preparado para iniciar una guerra de elección si
fuera necesario. Estados Unidos recurriría a las Naciones Unidas únicamente
cuando ello conviniera a sus intereses.
Paul Wolfowitz
fue el primero en explicitar este planteamiento en su borrador del documento
‘Orientaciones de la política de defensa’ (Defense Policy Guidance),
escrito para el Departamento de Defensa en 2002. En dicho borrador, Wolfowitz
solicitó la ampliación de la red de seguridad dirigida por Estados Unidos a
Europa central y Europa del Este, a pesar de que el ministro de Exteriores
alemán Hans-Dietrich Genscher había prometido expresamente en 1990 que la
unificación alemana no iría seguida de una ampliación de la OTAN hacia el este.
Además, Wolfowitz expuso argumentos a favor de las guerras de elección
estadounidenses, defendiendo el derecho de Estados Unidos a actuar de forma
independiente, incluso en solitario, para responder a crisis que puedan tener
repercusiones para el país. Según el general Wesley Clark, ya en mayo de 1991
Wolfowitz dejó claro a Clark que Estados Unidos realizaría operaciones de
cambio de regímenes en Irak, Siria y otros antiguos aliados soviéticos.
Los
neoconservadores defendieron la inclusión de Ucrania en la OTAN incluso antes
de que ello constituyera la política oficial estadounidense con George W. Bush
hijo en 2008. Para ellos, la pertenencia de Ucrania a la OTAN era clave para el
dominio regional y global de Estados Unidos. En abril de 2006, Robert Kagan
explicaba así los argumentos neoconservadores de la expansión de la OTAN:
Rusia y China
no ven nada natural en las “revoluciones de colores” [de la antigua Unión
Soviética], solo golpes de Estado respaldados por Occidente y diseñados para
ampliar su influencia en regiones estratégicas. ¿Están tan equivocados? ¿No
podría ser la satisfactoria liberalización de Ucrania, instada y respaldada por
las democracias occidentales, sino el preludio de la incorporación de dicha
nación a la OTAN y la Unión Europea, o dicho de otro modo, la expansión de la
hegemonía liberal occidental?
Kagan reconoció
las terribles consecuencias que tendría esta ampliación y citó el siguiente
comentario de un experto: “El Kremlin se está preparando con mucha seriedad
para ‘la batalla por Ucrania’”. Los neoconservadores han buscado esta batalla.
Tras la caída de la Unión Soviética, tanto Estados Unidos como Rusia debieron
haber buscado la neutralidad de Ucrania, como forma de garantizar una zona de
separación y seguridad. En lugar de ello, los neoconservadores han perseguido
la “hegemonía” estadounidense y Rusia ha aceptado la batalla, en parte para
defenderse y en parte debido a sus propias pretensiones imperialistas. Esta
situación recuerda a la guerra de Crimea (1853-1856), cuando Gran Bretaña y Francia
buscaron debilitar a Rusia en el mar Negro tras la presión ejercida por esta
sobre el imperio Otomano.
Kagan escribió
el artículo como un ciudadano particular mientras su mujer, Victoria Nuland,
era embajadora de Estados Unidos ante la OTAN bajo el mandato de George W. Bush
hijo. Nuland ha sido una de las figuras clave en la consolidación del
movimiento. Además de embajadora ante la OTAN con Bush, fue secretaria de
Estado adjunta de Asuntos Europeos y Euroasiáticos de 2013 a 2017 con Barack
Obama, llegando a participar en el derrocamiento del presidente prorruso de
Ucrania, Viktor Yanukovych, y actualmente ejerce como subsecretaria de Estado
con Biden, cargo desde el que guía la política de Estados Unidos en lo que
respecta a la guerra de Ucrania.
La lógica
neoconservadora se basa en una premisa falsa: que la superioridad militar,
financiera, tecnológica y económica de Estados Unidos permite a dicho país
imponer condiciones a cualquier región del mundo. Su postura es de una
arrogancia y un desprecio por la evidencia extraordinarios. Desde la década de
1950, Estados Unidos ha sido neutralizado o derrotado en casi todos los
conflictos regionales en los que ha participado. Y aun así, en la “batalla por
Ucrania”, los neoconservadores estaban preparados para provocar una
confrontación militar con Rusia ampliando la OTAN a pesar de las vehementes
objeciones de la Federación, convencidos de que conseguirían derrotarla con sus
sanciones económicas y el armamento de la organización atlántica.
El Instituto
para el Estudio de la Guerra, un think-tank neoconservador
dirigido por Kimberley Allen Kagan (y apoyado por una serie de contratistas en
materia de defensa como General Dynamics y Raytheon), sigue prometiendo la
victoria de Ucrania. En lo que respecta a los avances de Rusia, el Instituto
hizo un comentario simbólico: “Independientemente del bando que ocupe la ciudad
[de Severodonetsk], es probable que la ofensiva Rusa haya alcanzado su punto
máximo en términos operativos y estratégicos, lo que permitirá a Ucrania iniciar
una contraofensiva a nivel operativo para hacer retroceder a las fuerzas
rusas”.
Los hechos
sobre el terreno, no obstante, sugieren lo contrario. Las sanciones económicas
de Occidente no han hecho mucho daño a Rusia, pero el efecto bumerán en el resto
del mundo ha sido significativo. Además, la capacidad de Estados Unidos de
reabastecer a Ucrania de munición y armamento se ha visto seriamente
obstaculizada por su limitada capacidad de producción y por las rupturas en las
cadenas de suministro. Como era de esperar, la capacidad industrial de Rusia es
muy superior a la de Ucrania. El PIB de Rusia era unas 10 veces el de Ucrania
antes de la guerra y, actualmente, Ucrania ha perdido mucha de su capacidad
industrial debido al conflicto.
El resultado
más probable de esta contienda es que Rusia conquiste una franja importante del
territorio de Ucrania y la deje con nada o con muy poco litoral. En Europa y en
Estados Unidos crecerá la frustración debido a los costes militares y a la
estanflación derivada del conflicto y las sanciones. El efecto de arrastre
podría ser devastador si un demagogo de derechas se hace con el poder en
Estados Unidos (o recupera el poder, como sería el caso de Trump) y promete
devolver al país su desvanecido poder militar mediante una peligrosa escalada
bélica.
En lugar de
correr el riesgo de este desastre, la verdadera solución consiste en terminar
con las fantasías neoconservadoras de los últimos 30 años, en que Ucrania y
Rusia se sienten de nuevo a negociar y en que la OTAN se comprometa a poner fin
a su deseo de expansión hacia Ucrania y Georgia, a cambio de una paz que
respete y proteja la soberanía y la integridad territorial de Ucrania.
Artículo publicado originalmente en Brave New Europe. Traducción
de María García Díaz en Contexto.