El triunfo de
Gustavo Petro y Francia Márquez en la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales en Colombia supone una victoria extraordinaria, de proyección no
sólo nacional sino continental. Los vientos de cambio retomaron brío en la
región.
Petro, una victoria histórica
El Ojo Atípico
24 junio, 2022
Con poco más del 98 por ciento de las mesas escrutadas se confirmó el triunfo de Gustavo Petro, candidato del Pacto Histórico, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Colombia. Petro reunía el 50.51 por ciento de los votos contra 47.22 de su rival. Se trata de una victoria extraordinaria, de proyecciones no sólo nacionales sino continentales. Lo primero, porque se produce en un país sometido durante largas décadas al arbitrio de una de las derechas más brutales y sanguinarias de América Latina. El crepúsculo de su predominio se vislumbró en la primera vuelta electoral cuando el uribismo, como personificación de aquellas nefastas fuerzas políticas, no pudo siquiera garantizar que uno de sus varios candidatos pudiera llegar al balotaje. Por eso debieron recurrir a un personaje de opereta como Rodolfo Hernández, en quien volcaron todo su apoyo y trataron de presentarlo como si fuera un estadista cuando en realidad era un bufón, y fracasaron en su empeño. Los candidatos del Pacto Histórico debieron luchar contra un establishment que controla todos los resortes del poder en Colombia, y lograr derrotarlo. Un mérito que, sin duda, debe ser saludado por todas las fuerzas democráticas de Latinoamérica y el Caribe.
Decíamos
también que se trata de una victoria de proyecciones continentales porque
reafirma los vientos de cambio que retomaron brío en la región,
luego de un breve interregno de la derecha, con la elección de Andrés Manuel
López Obrador en México en Julio del 2018, seguida al año siguiente por las
victorias de Alberto Fernández en Argentina y de Evo Morales en Bolivia,
frustrada ésta última por la conspiración maquinada por la OEA, la Casa Blanca
y la derecha fascista boliviana. No obstante, con la victoria de Luis Arce en
2020 se retomó el rumbo provisoriamente abandonado a causa del golpe y,
posteriormente las victorias de Daniel Ortega en Nicaragua, Pedro Castillo en
Perú, Xiomara Castro en Honduras y Gabriel Boric en Chile, a las que se suma la
del Pacto Histórico en Colombia reafirmaron la voluntad de cambio que
cada vez con más fuerza se respira en éste, el continente más desigual del
planeta. Se constituye así un promisorio telón de fondo sobre el cual
se librará la gran batalla de las elecciones presidenciales en el Brasil el
próximo mes de octubre, donde todo parece indicar que Luiz Inacio “Lula” de
Silva debería alzarse con la victoria. En ese caso tendríamos nuevamente una
Latinoamérica mayoritariamente teñida de rojo -un rojo pálido, sin duda- pero
rojo al fin y que abre las puertas para renovadas oleadas transformadoras.
Obviamente la
trágica historia colombiana nos obliga a ser cautos. Se supone que
Petro debería asumir la presidencia el 7 de agosto, cuando se conmemora un
nuevo aniversario de la batalla de Boyacá. Hay por lo tanto que remontar una
cuesta de casi dos meses antes de que el candidato del Pacto Histórico se
aposente en el Palacio de Nariño. La historia latinoamericana es pródiga en
ejemplos de elecciones robadas, magnicidios y toda clase de estratagemas
destinadas a burlar la voluntad mayoritaria de la población. No podemos olvidar
lo ocurrido en Chile, cuando tras el triunfo de Salvador Allende el 4 de
septiembre de 1970 la derecha se lanzó con todas sus fuerzas –con el enfático
apoyo de Nixon desde la Casa Blanca- para impedir que el Congreso Pleno
ratificara la victoria del candidato de la Unidad Popular. Y en ese afán no
dudaron en asesinar a René Schneider Chereau, militar constitucionalista y comandante en jefe del Ejército, que había manifestado
la vocación legalista del arma.
En un país como
Colombia, lastrado por una sucesión de “narcogobiernos” que forjaron una sólida
alianza entre el paramilitarismo, el narco y los aparatos de
seguridad del Estado no sería de extrañar la existencia de sectores
ultraderechistas dispuestas a cualquier cosa con tal de impedir la asunción de
Gustavo Petro y Francia Márquez y, de no ser eso posible, maniatarlo una vez en
el cargo para que no pueda gobernar. No nos olvidemos que en términos
sociopolíticos en los últimos años Colombia se convirtió en un protectorado
norteamericano, con al menos siete bases militares de ese país instaladas en su
territorio y sería ingenuo pensar que esta noche los oficiales estadounidenses
estarán brindando por el triunfo de Petro. Por lo tanto, el Pacto
Histórico tiene que redoblar su actitud de permanente vigilancia para
evitar que su victoria sea birlada por la poderosa derecha colombiana –que
controla la riqueza, el Poder Judicial y los grandes medios de comunicación – y
sus patrocinadores establecidos en Washington. Y para ello será fundamental
contar con “el otro poder” alternativo al del establishment: el pueblo
consciente, organizado y movilizado. Lo peor que podría pasarle a la buena y
noble gente nucleada en el Pacto sería pensar que la tarea ha concluido y que
es hora de regresar a sus casas. Por eso es alentador saber que hace pocas
horas Petro escribió en un tuit que “hoy es el día de las calles y las
plazas”. Agregaría, no obstante, que de ahora en más todos los días deberán ser
de calles y plazas porque es la única, exclusiva, garantía que tiene un
gobierno popular. No es un consejo de este modesto analista sino la tesis
central de Nicolás Maquiavelo al indagar sobre los fundamentos de la
estabilidad política de los gobiernos populares. Ojalá que Petro, Francia y
toda su gente tomen muy en cuenta lo que escribiera el padre de la ciencia
política moderna.
Texto publicado originalmente en Página 12.
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