El medio rural le sobra al capital es un lema escuchado en
convocatorias recientes de los movimientos sociales. Si el mundo rural no se
organiza y moviliza estará condenado a convertirse a corto plazo en tierra de
sacrificio.
La España vaciada: nostalgia
tramposa y rebeldías por venir
El Viejo Topo
8 abril, 2022
“Va a pasar un
destello bravo, bravío, y todo va a cambiar”. Es Isa, una de las protagonistas
de la película Destello bravío, quién murmura estas palabras y refleja de ese
modo sus temores ante el tiempo que viene. Una ráfaga indomable nos hará perder
la memoria y nos borrará del mapa. El mundo rural y la cultura campesina
agonizan, arrasados por la globalización, por el capitalismo salvaje de
nuestros días. La película nos habla de ello, de las ascuas comunitarias que
aún sobreviven, de la trastienda cotidiana en los pueblos pequeños, de los
deseos reprimidos. Y lo hace con sutileza y poesía, sin el paternalismo y la
nostalgia impostora que caracterizan el relato dominante sobre la España
vaciada.
Hace cinco o
seis años, cuando comenzó a popularizarse la idea de la España vacía, parecía
que retornaba una conocida asignatura pendiente, la vieja herida de la
desigualdad territorial, la deuda histórica con las comunidades desangradas por
la emigración. En el ensayo que acuñó la expresión, Sergio del Molino se
refería al “Gran Trauma, el éxodo de mediados del siglo XX, cuyas consecuencias
directas aún están vivas”. Pero el discurso hegemónico que se ha ido asentando
desde entonces se ha encargado de recortarle las alas perturbadoras a aquella
expectativa. En su lugar se ha impuesto una mezcla de ruralismo mitificador e
inofensiva jerga burocrática, un retrato de la España abandonada más revelador
por lo que oculta que por lo que manifiesta.
En ese relato
canónico destacan, sobre todo, tres llamativas elipsis. La primera es precisamente
la ausencia de referencia a los “vaciadores”, a los inductores y beneficiarios
del vaciado. Por lo que se ve, nadie es responsable ni se ha favorecido del
desmantelamiento del ferrocarril convencional, de la reconversión agraria o de
la fuga del ahorro. Como si se tratara de una maldición bíblica, de un proceso
ineludible. Los partidos políticos que han gobernado en exclusiva durante más
de cuarenta años; los bancos que siguen cerrando oficinas en los pueblos, a
destajo; las grandes empresas del complejo agroindustrial que controlan la
cadena de valor y exprimen las plusvalías campesinas; o las élites locales sin
cuya complicidad habría sido imposible el saqueo y su reproducción: todos
ellos, sin excepción, nos aleccionan con solemnidad a combatir el
despoblamiento rural y abogan por un gran Pacto de Estado que le ponga
solución. Manuel Campo Vidal, un periodista que simboliza como pocos los
tiempos del bipartidismo y “el monopolio del sentido común” que representaba la
Cultura de la Transición, es el encargado de oficiar la unánime ceremonia.
La segunda
asombrosa omisión es la de la agricultura. “Aunque es campo de cultivo, en
ocasiones me gustaría que sólo fuera paisaje”, escribía Julián Rodríguez en la
novela Cultivos. A los fabricantes del discurso oficial e incluso a los
dirigentes de la “revuelta” de la España Vaciada parece ocurrirles algo
similar. La propuesta estrella de estos últimos se resume en el Plan 100-30-30:
Internet a una velocidad mínima de 100MB simétricos, un máximo de 30 minutos de
viaje para el acceso a servicios básicos y una distancia no superior a los 30
kilómetros para conectar con una vía de alta capacidad. Resulta sorprendente la
marginalidad de la agricultura -y de la industria- en una tabla reivindicativa
que persigue combatir la despoblación rural. Máxime si tenemos en cuenta las
consecuencias devastadoras que ha tenido la política agraria en los últimos 30
años, que ha comportado subvenciones al abandono de cultivos, restricciones de
producciones esenciales como la leche, especulación y acumulación de tierras, o
la desaparición de centenares de miles de agricultores con el consiguiente
éxodo a las ciudades. No es un descuido, claro está, sino la sencilla y
escandalosa constatación de la subalternidad ideológica y política a los
dictados del gran capital europeo, la demostración de hasta qué extremo se
considera incuestionable o inmodificable la política agraria comunitaria, a
pesar de su evidente carácter irracional y antisocial.
Por último, es
reveladora la ausencia de análisis que aborden las causas estructurales del
abandono y el rigor a la hora de reconocer sus consecuencias. Ni que decir
tiene que palabras como extractivismo o capitalismo no forman parte del relato
habitual. E incluso son expurgados de él términos descriptivos imprescindibles
como emigración, desempleo o clientelismo. La gramática del poder, a caballo
entre la romantización rural y la vulgata neoliberal de autoayuda, se compone
de conceptos como reto demográfico, plena conectividad, nuevas ruralidades o identificación
del talento local. Y en la cima de la neolengua, por supuesto, relumbra la
palabra fetiche que ya nos es tan familiar: emprendimiento. “El Gobierno
destinará 10.000 millones de euros para luchar contra la España Vaciada
potenciando el emprendimiento”, nos dice el titular de una noticia reciente.
Ese es el quid, según parece, la pasividad de los aldeanos, su querencia a la
vida regalada y su apego a las inercias ancestrales. No es nuevo el diagnóstico
ni la retahila de los emprendedores. En octubre de 2011 el diputado Josep
Antoni Duran i Lleida, uno de los principales dirigentes de Convergencia i Unió
por entonces, se dolía de que “en otros sitios de España, con lo que hacemos
nosotros, reciben el PER para pasar toda la jornada en el bar de su pueblo”. Y
hace apenas unas semanas, un coaching de cercanía, con amabilidad, lo
recordaba también, en el Congreso Europeo por el Reto Demográfico
celebrado en Valencia de Alcántara: “Nuestro problema es que no tenemos
entrenado el músculo de ver posibilidades”.
La besana de la España abandonada
“Mi
padre y yo no vivimos en el mismo mundo. El mundo de mi padre acaba en las
lindes del caserío. Aquí está su cielo y su tierra. Aquí, él es libre.
Nosotros, sus hijos, no vemos el mundo del mismo modo. La cadena que remonta al
Neolítico se ha roto”.
Amaia, uno de los personajes protagonistas de la película Amama
A Julio Anguita
le gustaba mucho utilizar la metáfora de la besana para referirse a la política
como un arte estratégico. “Los comunistas, en cada momento, en cada lucha
específica, por pequeña que sea, deben tener en mente el objetivo final, el
punto de referencia. Lo traduzco a la cultura agraria de mi tierra: el labrador
que está haciendo surcos tiene que mirar a dónde va con el arado porque si no
el surco se le va. Tiene que trazar con cuidado la besana, es decir la línea
matriz de la cual surgen otras”. El debate social abierto alrededor de la
despoblación rural, más allá de oportunismos y promociones editoriales, es uno
de esos asuntos de calado estratégico en los que es preciso trazar besanas. La
pugna sobre la España abandonada es un punto nodal en el que se condensan
algunas de las contradicciones fundamentales de nuestro tiempo, tales como la
reestructuración de un capitalismo en crisis y azogado, la inapelable
reorientación ecológica de la economía, la brecha identitaria y la cohesión
territorial del país o la articulación de las clases y geografías perdedoras
del neoliberalismo.
“La acumulación
originaria desempeña en la economía política aproximadamente el mismo papel que
el pecado original en la teología”, escribe Marx, con su estilo vibrante, en El
Capital. La expropiación de la población rural y de su tierra, la
usurpación violenta de los terrenos y derechos comunales, la “liberación” del
campesinado como proletariado para la industria, su sometimiento mediante
“leyes grotescas y terroristas” a la disciplina del trabajo asalariado. Marx
nos describe la genealogía del crimen, de la barbarie en construcción. “El
capital nace chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la
cabeza”. Y esa sangre fundacional del capitalismo es, en primer lugar, la de
los campesinos despojados de la tierra.
Es ahí, en
Marx, en la tradición socialista y en el manantial de los nuevos movimientos
sociales, donde podremos encontrar las herramientas fundamentales para entender
la cuestión que nos ocupa, para trazar la besana. En Engels, que reflexiona muy
tempranamente sobre la irracionalidad de las grandes ciudades; en Polanyi, que
fundamenta el origen del capitalismo en la mercantilización del trabajo, el
dinero y la tierra; en Pasolini, que nos advertía allá por los años setenta
sobre la “mutación antropológica” de las culturas populares y su absorción por
el nuevo totalitarismo, la civilización del consumo; en John Berger, que
alertaba a finales de los setenta sobre los planes del capital europeo para
culminar “la eliminación histórica del campesinado”; en Silvia Federici, que
nos enseña a “reconocer la esfera de la reproducción como fuente de creación de
valor, de explotación” y de acumulación de capital; o en Manuel Sacristán, que
nos reveló el ecologismo “como autocrítica de la ciencia moderna”. Pero, sobre
todo, en vetas analíticas como la que representa David Harvey, imprescindible
para comprender la renovación constante de las condiciones de acumulación y las
simbiosis de capital y territorio. “La acumulación de capital siempre ha sido
una cuestión profundamente geográfica. Sin las posibilidades inherentes a la
expansión geográfica, la reorganización espacial y el desarrollo geográfico desigual,
hace tiempo el capitalismo habría dejado de funcionar como sistema político y
económico”.
En España la
pieza fundamental de la acumulación originaria fueron las desamortizaciones del
siglo XIX. El desarrollo del capitalismo, la trama de la nueva oligarquía y la
conformación del Estado hunden sus raíces en aquel gigantesco proceso de
privatización de la tierra. También allí podemos encontrar las huellas
significativas de la desigualdad territorial en nuestro país. Pero será sobre
todo en el siglo XX cuando esta adquiera proporciones dramáticas. La aldea
maldita, una película rodada en 1930, comienza con este rótulo: “Sobre las
ruinas de Castilla, voló una vez más la tragedia del éxodo”. Entre las décadas
de los 50 y los 70 se produce la gran estampida. Las Castillas, Aragón,
Galicia, Murcia, Andalucía o Extremadura se desangran. En esta última comunidad
emigra hasta el 40% de la población. En solo treinta años, Madrid o Cataluña
pasan de apenas duplicar la población de Castilla León, Castilla La Mancha o Extremadura
a multiplicarla por seis o siete veces. Víctor Chamorro describe así el
cataclismo. “Se trata de un genocidio programado desde despachos burócratas.
Porque es genocidio ir acabando con todo un pueblo utilizando el arma de la
emigración, el arma del expolio”. El gran instrumento concebido en los
despachos, la palanca que arrancará a millones de campesinos pobres de sus
pueblos es el Plan de Estabilización de 1959, una iniciativa del gobierno
franquista que cuenta con el apoyo de los Estados Unidos, que pretende
facilitar la entrada de divisas y capitales extranjeros. “Las periferias de
Madrid, Barcelona y Bilbao se llenaron de gente que sólo poseía su fuerza de
trabajo y una maleta de cartón. Familias desarraigadas, barrios donde faltaba
de todo, pero también la esperanza de una vida mejor”, escribe Enric Juliana en
Aquí no hemos venido a estudiar. El gran ideólogo del Plan será Joan Sardá
Dexeus, “el economista más importante del siglo XX en España”, señala el
habitualmente sagaz Juliana. Quizás el poderoso economista se merecía otro tipo
de calificativos, alejados de la admiración y condescendencia con el
desarrollismo.
En el
tardofranquismo y durante la transición emergerán con fuerza la cuestión de la
tierra y la desigualdad territorial. Las banderas de la Reforma Agraria y de la
Deuda Histórica que se alzan, sobre todo en Andalucía -pero también, aunque en
menor medida, en otros territorios como Extremadura- remiten al proceso
histórico que ha saqueado a las comunidades pobres y alerta sobre el peligro de
“confederalizar el norte y provincializar el sur”, como dirá gráficamente
Felipe Alcaraz. La victoria popular en el referéndum de Andalucía el 28 de
febrero de 1980 o la creación de instrumentos como el Fondo de Compensación
Interterritorial nos hablan también de esa misma pugna. Pero los vientos del
neoliberalismo son muy fuertes y, especialmente a partir de la década de los
años noventa, profundizarán aún más el desequilibrio y la divergencia entre el
mundo rural y urbano. La crisis de 2008 desvelará la inconsistencia de la
fábula institucional de la transición. El saqueo de la España vaciada se
ahonda.
El medio rural le sobra al capital
“La
belleza se esconde y hay que encontrarla”
Oliver Laxe, director de la película O que arde
“El medio rural
le sobra al capital”: es uno de los lemas que se escucha en las convocatorias
de los movimientos sociales en los últimos años. Si el mundo rural no se
organiza y moviliza estará condenado a convertirse a corto plazo en tierra de
sacrificio. El filósofo y activista José Sarrión señalaba recientemente que
Castilla y León cumple sobre todo tres funciones: absorber los residuos de las
grandes urbes, entregar los recursos naturales a las multinacionales para
proyectos de macrominería y albergar macrogranjas. Con las singularidades
propias de cada comunidad puede afirmarse que, si no se remedia, ese futuro es
el que espera a la mayor parte de la España vaciada.
Durante décadas
ha habido comunidades como Extremadura que reunían todas las características de
una “colonia interior” (extracción de mano de obra barata, materias primas sin
transformar, expolio energético, fuga del ahorro), pero además esa
subalternidad se está acelerando. La nueva emigración, (44.000 personas en
Extremadura en los últimos ocho años), la intensificación del
extractivismo (230 proyectos mineros) o la utilización de miles de hectáreas de
tierra fértiles para instalar grandes plantas solares, por ejemplo, apuntan en
esa dirección.
Vivimos un
tiempo de honda crisis y reestructuración del capitalismo. Como subrayaba
recientemente Manolo Monereo “se están rompiendo las cadenas de valor en la
economía mundial”. Todo indica que estamos al inicio de un cambio de fase, de
crisis o mutación de la globalización. Quizás, como expone Eddy Sánchez, al comienzo
de un proceso de desglobalización y de regionalización, de “competencia y
rivalidad entre los diversos núcleos centrales del capitalismo”. Como nos
enseña Harvey, el capital intentará construir una geografía, una “solución
espacial” a la medida de sus necesidades, aplazando o desplazando sus
contradicciones.
La España
vaciada no debería ser un episódico “retorno de lo reprimido”, un rapto de
nostalgia o de mala conciencia, que entonan los nietos o bisnietos del
Plan de Estabilización, a modo de penitencia de desclasamiento. Y mucho menos
la tediosa promoción de una nueva hornada de representantes políticos. Leamos
el síntoma hasta sus últimas consecuencias. Necesitamos construir un movimiento
popular que sea capaz de integrar lo social, lo ecológico y la defensa del
territorio. Que una a la clase trabajadora de las ciudades y a las geografías
perdedoras -mundo rural y ciudades intermedias- condenadas a ser territorios
sobrantes, plazas de emigración, vertederos, campamentos mineros, tierra de
sacrificio en definitiva. Que combata la lógica de las multinacionales y del
capital financiero, el auténtico sujeto decisorio en la Unión Europea, pero
también a las élites locales imbricadas en el bloque de poder, que garantizan
el consentimiento ciudadano a través del clientelismo social y político.
Un movimiento
que arraigue en lo más cercano pero que no pierda de vista el objetivo global
de transformación ni el tiempo de bifurcación histórica que se adivina. Que
trabaje por poner en pie un programa de transición valiente, que se atreva a
cuestionar “el orden inmutable” de los poderosos, con medidas como la reducción
drástica de la jornada de trabajo, la socialización de sectores
estratégicos como la banca o la energía, la renta básica universal o la reforma
agraria integral. Pero que construya ese programa desde abajo, desde la
movilización más elemental, desde la construcción de auténticas comunidades de
lucha y resistencia.
Los chalecos
amarillos, el estallido social chileno, las marchas de la dignidad, el 15M, los
movimientos campesinos -como las Uniones y la COAG de la transición-, la PAH o
el ecologismo social, son sólo algunas de las aguas donde mirarse.
A Julio Anguita
le gustaba insistir en la importancia de las alianzas, en la necesidad de
organizar con otros los programas y el conflicto. “Construir implica, no
proclamar lo que uno es, sino juntarse con otros distintos para ponerse a
ello”. Como la belleza, también la justicia y la rebeldía se esconden y hay que
encontrarlas. Y sólo se pueden encontrar buscándolas, hombro con otro, con
otros.
Ponencia presentada en el seminario de la Fundación de
Investigaciones Marxistas sobre Militancia y lucha de clases en la
España abandonada, realizado en Talavera de la Reina el 6 de noviembre
de 2021.
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