Guerra y capital
Joaquin
Lucena
INDURGENTE.ORG
Cuando los elefantes
luchan, la hierba es la que sufre.
(Proverbio africano)
Cuando los ricos hacen
las guerras son los pobres los que mueren.
Jean Paul Sartre
Guerra. Terrible
palabra que, a pesar de no desearla, los humanos siempre se han esforzado por
llenarla de contenido, justificando así su existencia.
En un principio las guerras obedecían a causas naturales ya que ocurrían por conquistar o conservar espacios donde obtener recursos para la supervivencia. Poco a poco, a medida que el desarrollo de las Fuerzas Productivas lo permitieron nacieron para la historia las clases sociales y es entonces cuando a la primitiva
motivación
se le sumaron la rapiña –lograr un botín- y un motivo social: la obtención de
esclavos –mano de obra explotable-. Así, siguiendo esta línea de desarrollo, a
medida que se iban ampliando las interacciones humanas, complejizando, por
tanto, la organización y estructuras sociales, surgieron la moral, la religión,
el sentido de pertenencia ligado a un determinado lugar –llamémosle patria-
etc. que sirvieron como excusas perfectas para ocultar la verdadera raíz
económica de todas y cada una de las guerras que se han dado a lo largo de la
historia. En el capitalismo, como no podía ser de otra manera, también las
guerras tienen una raíz económica, no obstante, presentan algunas
singularidades al respecto.
Se puede comprobar, sin
atisbo de error, que vivimos en un mundo donde las relaciones de producción y
de distribución son plenamente capitalistas en todos los confines del planeta.
Es cierto que unos países están más desarrollados que otros, pero eso no cambia
en nada el carácter burgués de la totalidad de ellos, además, los más atrasados
miran a los primeros como un modelo a imitar para alcanzar su grado de
“prosperidad”.
El leif motiv del capitalismo es explotar mano de obra asalariada con fines de reproducir y, a su vez, crear un nuevo valor, pero no un valor cualquiera, sino un valor incrementado -un plusvalor con destino a ser capitalizado-. Esto es lo que realmente y en última instancia motiva e interesa a los capitalistas. Gracias a esa acumulación el Capital es cada vez más grande a semejanza de una bola de nieve rodante, siendo capaz al mismo tiempo de explotar un mayor número de obreros y con más eficacia e intensidad.
Pero
esa lógica no es irrestricta, está sometida a determinadas leyes, como por
ejemplo la llamada Tendencia Decreciente de la Tasa de Ganancia que,
en resumidas cuentas, consiste en que para aumentar la productividad de los
obreros, es decir, estrujarles más plusvalor, hay que invertir en nuevos Medios
de Producción (factor objetivo) más costosos y sofisticados a la par
que también más en mano de obra (factor subjetivo). Esto
redunda en un acrecentamiento continuo del capital mínimo para atender las
necesidades de la producción, pero, además, este aumento absoluto de los gastos
se produce con un aumento proporcionalmente mayor del factor objetivo en
relación al factor subjetivo, dando como resultado un aumento en términos absolutos de
la ganancia, pero paradójicamente, con una disminución relativa de
esa ganancia si se la compara con el monto total de lo invertido.
La
desproporción creciente entre lo que hay que invertir y lo que se obtiene como
beneficio a través de la explotación de la clase obrera, conduce
inexorablemente a un punto nodal en el que invirtiendo más se obtiene menos que
en el ciclo anterior. Es justo ahí donde se inicia la típica crisis capitalista
de sobreproducción. <<Y cómo supera estas crisis la burguesía? …se
pregunta Marx en El Manifiesto Comunista… De una parte, por la destrucción
violenta de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista
de nuevos mercados y la explotación más intensa de los
antiguos>>.
A mediados del siglo XIX la “destrucción violenta” de mercancías, infraestructuras y obreros iba por un lado y; “la conquista de nuevos mercados” por otra parte. Sin embargo, en pleno siglo XXI con una acumulación de capital gigantesca, un capitalismo monopolista decadente y en un mundo donde apenas hay ya “nuevos mercados” y los ya existentes están repartidos, no puede existir una “conquista” sin ir acompañada de una “destrucción violenta”, o sea, mediante la guerra. Una cosa –la conquista- va unida impepinablemente de la otra -la guerra-.
Cuando estalla una
crisis económica, en general, los capitalistas intentan salir de ellas
explotando más intensamente a los obreros de sus países así como a los de sus
empresas en el exterior. Cuando el Capital ya no es suficientemente redituable
como para seguir la senda del crecimiento productivista de sus obreros es
cuando más empeño ponen en atacar las condiciones salariales y laborales de la
clase obrera, tal y como estamos viviendo en estos momentos. Aparte de esta dinámica,
y simultáneamente, los capitalistas sólo pueden hallar tres canteras donde
encontrar nuevas fuentes de plusvalor:
1/ -Lugares
donde perviven modos de producción primitivos o naturales-.
Pero, apenas quedan ya
indígenas, pueblos o culturas que subsistan al margen de los vínculos
mercantiles y, los que existen, están en intrincadas y alejadas selvas,
desiertos o sabanas y por consiguiente su explotación resulta ser una tarea
poco rentable.
2/ -Áreas
económicas en las que, bien por razones estratégicas y/o porque el capital
privado existente resulta insuficiente para abordar determinadas empresas-.
De ahí que tengan que
ser creadas y explotadas por el representante del capitalista colectivo: el
Estado. Hablamos del sector público. A medida que el capital acumulado va
haciéndose suficiente, se desarrolla una pulsión universal por privatizar todas
las parcelas públicas con el único afán de convertir a los trabajadores
vinculados a esa esfera en productores directos de plusvalor. Os suena RENFE,
SFCC, la NASA, Telefónica, Tabacalera, ENDESA, Educación, Sanidad y un
larguísimo etcétera.
Los puntos 1 y 2 darían
para escribir otros artículos, pero lo que nos interesa destacar ahora es el
punto
3/ -Países conocidos como “comunistas” con economía planificada o países en donde existía una alianza entre su burguesía nacional y su respectiva clase obrera-.
Tanto en unos como en
otros se imponían o aplican ciertas restricciones a la libre penetración del
capital internacional y que por cierto es mucho más desarrollado y productivo,
por tanto, más competitivo. Para operar allí tenían o tienen que aceptar las
condiciones, regulaciones etc del Estado de acogida. En el primer grupo se
encuentran la URSS y los países del Este europeo, Corea del Norte, Cuba,
Yugoslavia, Vietnam, China etc y, en el segundo, toda una ristra de países que
van desde los seguidores del proyecto BAAS tales como el Egipto de Nasser,
Libia, Iraq, Siria etc. u otros países con proyectos soberanistas como
Venezuela, Irán, el Afganistán soviético y después también el Talibán, la
Argentina peronista, la Bolivia del MAS, el Brasil del PT, Birmania,
Bielorrusia etc. La prueba del 9 para saber de qué países estamos hablando es
cuando al referirse a unos como a otros el Imperialismo les pone por delante el
apelativo “Régimen”.
El
Capital tiende a derribar todas las murallas que se le interponen, no tolera
cotos vedados a su libre penetración y circulación. A más hambre de plusvalor,
más presión y si, como resultado de esa presión, se satisfacen las necesidades
del Capital, miel sobre hojuelas. Pero cuando se le opone resistencia es cuando
podemos dar por declarado el encontronazo, no hay más que repasar la lista del
párrafo anterior para entender la mayoría de las tensiones entre países en el
siglo pasado y el presente. De ese desencuentro surge la posibilidad de un conflicto
armado. Si la Nación hostigada muestra algún punto débil, alguna flaqueza, de
la posibilidad se pasa a los hechos. Ya tenemos la causa eficiente:
la fuerza, la violencia, la guerra.
No se
puede negar que en los conflictos existan otras causas intervinientes, como por
ejemplo: problemas de naturaleza política, el acceso o posesión de recursos
naturales, controlar Áreas o Espacios con importancia geoestratégicas etc.,
pero estas motivaciones no pasan de ser la causa formal. Causa a la
que muchas organizaciones e incluso Gobiernos apelan para explicar la
naturaleza de gran parte de las guerras pasadas o actuales. Pero esto no debe
hacernos perder de vista que el principio activo o causa final reside
en la necesidad imperiosa e Imperialista de acceder a la fuente de vida del
Capital que es la libre explotación de los trabajadores de esos países para
saciar una sed desmedida de plusvalor. Fijaos en que si, por ejemplo, dijéramos
que la guerra del Golfo estuvo motivada por la ambición de los EE.UU por robarle
el petróleo a Iraq no estaríamos mintiendo, pero estaríamos igualando ese
conflicto a los que se daban en la edad de piedra, que en definitiva obedecían
a la lucha por los recursos naturales. Pero si afirmamos que, además de ese
estimulo, lo que realmente les impulsó a declarar la guerra era explotar a los
trabajadores iraquíes a los que antes no podían acceder salvo con condiciones,
estaríamos poniendo el dedo justo en la llaga, dejando al desnudo los intereses
de clase que se dirimen en todo conflicto bajo el capitalismo decadente. Ahí es
donde está el origen real y fundamental: la causa efectiva.
Para que un enfrentamiento tenga perspectiva de triunfo toda burguesía nacional o de bloque necesita arrastrar al frente de batalla a su propio pueblo y para eso nada mejor que llevarlos engañados con el señuelo de que el enemigo resulta ser una amenaza para la Patria, para su nivel de vida, para la civilización occidental, para la democracia etc. Todo ello no es más que pura verborrea. Ahora bien, si por lo que sea, se vislumbra que el verdadero motivo reside en su necesidad de explotar directamente a los obreros de otro Estado, se pondría a ojos vista que también los obreros al interior de sus respectivos países están siendo exprimidos. Y esa transparencia es algo que resulta intolerable en este Sistema de vida llamado Capitalismo, de ahí que sea el secreto mejor guardado. Tal revelación no sólo pondría en peligro la operación bélica, sino que al quedarse al descubierto las relaciones de producción al interior del propio país agresor la guerra social entre clases volvería a tener una importancia supina, volvería al primer plano, cosa que tratan de evitar desde la génesis del Capitalismo.
Las
hostilidades entre países siempre comienzan con amenazas, sanciones, bloqueos
ya sean de orden diplomático, político, económico, financiero etc. Mientras el
enemigo a batir no disponga, en apariencia, de una fuerza militar suficiente o
no tenga un padrino protector dispuesto a ir hasta el final, el Imperialismo
agresor optará por la aventura bélica. Pero cuando el enemigo tiene un poder
considerable, tal que Rusia o China, la cosa cambia. Después de la II Guerra
Mundial la disuasión ha discurrido a través de la guerra fría y la coexistencia
pacífica, entre otras cosas gracias a que no ha habido una crisis económica tan
profunda y generalizada como la actual. La hegemonía y pujanza económicas de
países centrales como EE.UU, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido etc no
estaba en cuestión, pero ahora, al igual que antes de las dos Guerras
Mundiales, sí que hay una gran crisis y, además, hay un nuevo y poderoso actor
en juego –China- que está moviendo el tablero del statu quo haciendo
tambalearse a todas las piezas que juegan en él. Sin duda, tardando más o
menos, habrá contienda como continuación de la ya declarada guerra comercial,
económica y financiera.
Marx
dijo que lo que distingue unas épocas económicas de otras no es lo que se hace,
sino el cómo se hace, con qué utensilios
de trabajo se lleva a cabo. Pues bien, en lo relativo a las guerras lo que
distingue en el tiempo a unas de otras no son las motivaciones de esas guerras
-que son siempre económicas-, sino como se realizan, con qué tácticas,
estrategias e instrumentos se llevan a cabo. No es lo mismo atacar o defenderse
con escudos y lanzas que con satélites o armas hipersónicas. Y el problema es
que hasta la fecha, cuando alguien ha querido salir victorioso o, por el
contrario ha estado contra las cuerdas, jamás ha renunciado a usar todo el
arsenal del que disponía. De ahí que sea lógico suponer que en esa, más que
probable, guerra venidera, las armas utilizadas redundarán en un cataclismo
para la existencia de la especie.
Luego, si sabemos que
lo que se dirime en las guerras actuales y venideras es algo completamente
ajeno y contrario a los intereses de la clase trabajadora y que las
consecuencias pueden ser apocalípticas, no podemos quedarnos al margen ni
alinearnos con uno de los bandos de esa Guerra Internacional, sino abrazar la
única opción posible: la Guerra Social contra nuestro enemigo de clase.
O acabamos con el Capitalismo o el Capitalismo acabará
con la VIDA.
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