Dos años de sequía ponen en jaque la cuenca más importante del cono sur
El Paraná se queda sin agua
Rebelión
07/08/2021
Fuentes: Mongabay [Imagen: El Paraná a su paso bajo el Puente de la Amistad, entre
Foz de Iguazú (Brasil) y Ciudad del Este (Paraguay). En abril de 2020, la
sequía ya dejaba ver sus efectos en toda la cuenca. Foto: O Globo.]
Desde 2019, las aguas de la cuenca del Paraná-Plata
viven un ciclo de descenso que ya es el más prolongado de la historia.
Las variaciones climáticas y las actividades humanas
-deforestación, actividad agropecuaria, infraestructuras, dragado- explican la situación.
Nadie aventura las consecuencias a largo plazo.
No
llueve. Y si llueve, lo hace con tanta timidez que no alcanza para compensar
una espera que comenzó en junio de 2019 y dos años después se ha convertido en
una preocupación mayúscula. La cuenca de los ríos Paraná-Plata padece
desde entonces una sequía con efectos que se evidencian a primera vista y
consecuencias que nadie se atreve a predecir.
El Paraná, eje central de una cuenca que cubre casi tres millones de kilómetros cuadrados, se encuentra en un estado que asombra a quienes viven a sus orillas y alarma a los científicos. De punta a punta de su trayecto —3940 kilómetros que nacen en las sierras del sureste brasileño y desembocan en la Argentina a las puertas de la ciudad de Buenos Aires, luego de bañar también las tierras de Paraguay—, el nivel de las aguas muestran un descenso pocas veces visto con anterioridad. “En cuanto a los tiempos de duración, es la bajante (el descenso) más importante que se tenga registro”, señala Gustavo D’Alessandro, presidente del Consejo Hídrico Federal argentino. “La de 1944 fue la más marcada, porque se llegó a medir -0,80 metros de altura en el puerto de Barranqueras, en Chaco, pero si la situación se mantiene, en octubre podríamos superarla y llegar a -1,35 metros”, dice D’Alessandro, sin ocultar la cifra que con la sola mención produce escalofríos.
Dueño
de un caudal medio de 16 000 metros cúbicos por segundo en tiempos normales
(actualmente no supera los 7000), la dinámica del Paraná posee una variabilidad
natural que origina ciclos de sequías e inundaciones que pueden ser anuales
pero también abarcar décadas enteras. A grandes rasgos, se considera que la
primera mitad del siglo XX fue un período de lluvias escasas, al contrario de
lo que ocurrió en la segunda mitad. La gran diferencia es que las condiciones
se han modificado de una manera tan radical en los últimos cien años y con
ellas, es muy posible que la capacidad de recuperación del río también
sea distinta.
Si
bien no existe un consenso unánime sobre el origen de la situación actual, los
científicos coinciden en alertar que el futuro será sombrío si no se modifican
conductas de fondo relacionadas con el tratamiento del río y las tierras de
toda la cuenca.
La Niña y las actividades humanas
Juan
Burós es ingeniero civil y subgerente del área de Sistemas de Información y
Alerta Hidrológico en el Instituto Nacional del Agua (INA). Desde hace 38 años recorre y conoce
cada sector del río: “En 1944 la vulnerabilidad era menor, porque alrededor del
Paraná vivía mucho menos gente. Desde entonces hasta ahora hubo cambios
notorios: hoy la economía argentina depende del Paraná mucho más que
hace 78 años. El corrimiento (ampliación) de la frontera agrícola ha
sido muy marcado, y este cambio de uso del suelo potencia los extremos de
bajantes y crecidas”, explica.
Las causas que están provocando la situación actual es un tema de discusión latente entre la comunidad científica que estudia el fenómeno. “Son muchas cuestiones de distintas magnitudes que se van sumando”, indica Cecilia Reeves, bióloga integrante del área Humedales para la Vida en Taller Ecologista, una organización socioambiental con sede en Rosario, la ciudad de mayor tamaño a orillas del río. “La bajante llega porque hay menos lluvias en toda la cuenca, desde Brasil hasta el Río de la Plata, un fenómeno climatológico derivado del evento La Niña que se declaró en agosto de 2020”, sostiene Reeves, pero agrega: “Los que estudian el cambio climático dicen que esto es parte de ese cambio; otros aseguran que no. Es cierto que el grado creciente de deforestación y los incendios en la Amazonía hacen que la selva transpire menos y no se formen los llamados ‘ríos voladores‘ que originan lluvias, pero tampoco se puede trazar una línea directa de causa-efecto en relación a la bajante”.
Como
muestra del disenso, Burós relativiza la trascendencia que pueda tener La Niña,
un fenómeno con epicentro en el océano Pacífico que reduce la humedad del aire
y, por ende, la cantidad de lluvias en el continente: “Cuando se declaró
oficialmente La Niña nosotros ya llevábamos cinco meses de bajante. En nuestra
región esos fenómenos pegan si son intensos. Ahora son flojos o tibios y las
perspectivas futuras indican neutralidad o una Niña suave. Entiendo que los
forzantes (causas) locales tienen aquí más importancia que los globales”, sostiene.
Por
eso Gustavo D’Alessandro hace hincapié en las mano del hombre, “que sin duda ha
estado empeorando la situación”. El Paraná es desde hace muchos años un cauce
multifragmentado por las represas (solo en territorio brasileño hay 20) y
la intervención humana a través de obras de infraestructura o el dragado
permanente para facilitar el tráfico fluvial. “Para construir el puente
Rosario-Victoria hubo que crear terraplenes y modificar el curso del río”,
recuerda Cecilia Reeves, “ese tipo de acciones que alteran la tipología del
sistema lo dejan más vulnerable ante nuevas actividades. El valle de inundación
queda más expuesto y toda su estructura biótica sufre las consecuencias”.
Ya sea que incidan más unas razones que otras, el resultado es una alteración del clima que no solo está provocando el actual descenso en los niveles de la cuenca y ha puesto en estado de alerta a los países implicados —la escasa humedad del suelo aumenta de manera notable el peligro de incendios desde el Mato Grosso y el Pantanal de Brasil y Paraguay hasta el Delta argentino—, sino que augura más complicaciones en el futuro. “La variabilidad climática está muy potenciada respecto a décadas anteriores (…) y lo que cabe esperar son cambios cada vez más bruscos. Tenemos que acostumbrarnos y estar preparados a enfrentar los dos extremos porque nos van a jaquear de manera permanente”, subraya Juan Borús sin dejar lugar a dudas.
Armar
posibles escenarios climáticos e hidrológicos es la tarea cotidiana de Inés
Camilloni, doctora en Ciencias de la Atmósfera de la Universidad de Buenos Aires. Sus
investigaciones le permiten confirmar el diagnóstico sobre la radicalización
climática, aunque con un añadido interesante: “Si bien los caudales mínimos
tenderán a ser más mínimos y los máximos, más máximos, la estimación indica que
la intensidad de las bajantes podría aumentar de un 10 a un 15 por
ciento, mientras que la de las crecientes lo haría en solo un 5 por
ciento”, puntualiza en su análisis.
Agua, energía y economía en alerta
Guillermo
Lanfranco es gerente de comunicación de Aguas Santafesinas, la
empresa encargada de potabilizar el líquido que se extrae del Paraná y algunos
de sus afluentes, y conoce de primera mano una de las consecuencias más
notables que pueden padecer los habitantes de las riberas si este descenso se
acentúa en los próximos meses. “Hoy las bombas de succión trabajan forzadas,
con mucha presión mecánica para mantener la oferta necesaria, pero si el nivel
del río disminuye todavía más es posible que debamos ajustarla. Nunca habíamos
vivido una situación así”, dice con claridad en el documental Bajo Río, realizado
por la Universidad de Rosario, en el que aprovecha para pedir que la población
empiece a moderar el uso para prevenir futuros faltantes.
La
luz presenta también sus propios problemas. Si bien en los últimos días de
julio los responsables de la central eléctrica de Itaipú, ubicada en el límite
de Paraguay y Brasil a pocos kilómetros de la triple frontera con Argentina,
garantizaron la provisión de energía pese a que el nivel del embalse se
encuentra por debajo de sus límites históricos, nadie puede afirmar que la
situación pueda alterarse dentro de unos meses si la primavera no trae las
anheladas lluvias. “Las represas de la cuenca alta están funcionando al 35% de
su capacidad, y la de Yaciretá (más al sur, entre Paraguay y Argentina), en
torno a un 50%. Si no llueve podríamos tener inconvenientes con la
provisión de electricidad”, alerta Gustavo D’Alessandro.
La
caída en los niveles de la cuenca, por otra parte, ya está perjudicando la
economía. El 85 por ciento de las exportaciones argentinas salen en grandes
barcos desde los puertos del Paraná Inferior, por donde también se marchan el
73 por ciento de las exportaciones paraguayas y el 20 por ciento de las
bolivianas. La Bolsa de Comercio de Rosario estima en 315 millones de
dólares las pérdidas generadas por la situación entre marzo y agosto de este
año, que se suman a los 240 millones acumulados en 2020. El motivo es que
los buques deben reducir la carga en sus bodegas en cantidades que oscilan
entre las 6 000 y las 10 000 toneladas para evitar encallarse. Por supuesto,
los pescadores artesanales también se cuentan entre las “víctimas”. Las
autoridades han impuesto vedas de captura que en algunos sitios ya son totales
y complican la subsistencia de las familias que basan sus ingresos en esta
actividad.
Las cosas incluso empeoran a medida que se asciende rumbo al norte. “El puerto de Barranqueras está sin operar porque las barcazas no pueden ingresar”, informa D’Alessandro. Por allí llegan los hidrocarburos que abastecen a cuatro provincias del noreste argentino, que ahora deben ser transportados en camiones, lo cual encarece el traslado, disminuye la cantidad y aumenta los tiempos de viaje.
Los peces, la fauna más afectada
Con
todo, nada resulta más peligroso que el daño ambiental que ya está produciendo
este descenso significativo en la cuenca. La fauna ictícola es la que recibe el
impacto directo. “Las especies adaptadas al humedal ven alterado su medio y se
ven obligadas a migrar o buscarse la vida de otra manera. Los peces
pierden las áreas donde desovan y en otros casos los huevos y alevines (crías
de peces) quedan expuestos a depredadores. En el largo plazo, esto
reducirá las poblaciones”, resume la bióloga Cecilia Reeves. “Desde 2015 no hay
una gran inundación que genere el estímulo y el espacio de cría de peces que
después mantenga la población hasta el siguiente ciclo de lluvias. Si el estado
actual continúa, el grupo de peces más extraído vivirá una situación
crítica”, abunda Andrés Sciara, docente e investigador de la Universidad de
Rosario, en el ya citado documental Bajo Río.
El sábalo (Prochilodus lineatus), la tararira (Hoplias malabaricus), el dorado (Salminus brasiliensis), la boga (Leporinus obtusidens) o el pacú(Piaractus mesopotamicus) son esas especies que están en riesgo y a los que en algunos sectores del río se intenta proteger con la veda de su pesca.
Si
algo falta para acercarse a un escenario de catástrofe que algunos científicos
temen que pueda ser irreversible, el Gobierno argentino se plantea
aumentar el calado (profundidad que alcanza la parte sumergida de una
embarcación) y ensanchar la Hidrovía, el canal navegable del Paraná. El
objetivo es facilitar la entrada de buques con mayor capacidad de carga y que
puedan hacerlo con doble vía de circulación. El fin último, por supuesto, es
aumentar las posibilidades para exportar granos y otras mercancías, lo cual
sería además un estímulo para potenciar la expansión de la frontera
agropecuaria, tanto en Argentina como en Paraguay, Bolivia y el sur de Brasil.
“Si se concreta, es de sentido común pensar que habrá un impacto directo en la fauna y en los márgenes del río”, razona Juan Borús. “En algún momento el agua volverá”, dice convencida Reeves, “pero la gran pregunta es saber qué haremos mientras tanto con la inversión inmobiliaria, los endicamientos (formación artificial de diques en los cauces de un río) para la explotación agroganadera o el dragado del cauce. Todo esto es muy importante para la recuperación. El valle de inundación es parte del río y si no lo cuidamos habrá problemas. Esta bajante deja muy en evidencia la interdependencia entre las sociedades y los sistemas que habitamos”, agrega.
Las
lluvias que suelen ser de unos 1800 milímetros de agua al año en el área
brasileña han disminuido a menos de la mitad. Lo mismo ocurre en las zonas de
las provincias argentinas de Misiones y Corrientes acostumbradas a recibir
hasta 2400 milímetros. El CEMADEN, Centro de Monitoreo y Alerta de Desastres
Naturales de Brasil, dice que no puede anticipar cuándo comenzará ni cómo será
la temporada de lluvias que de norte a sur alimentan todo el sistema. Las
autoridades se limitan a idear parches para sortear la contingencia sin mirar
mucho más allá. No llueve. El agua del bravío Paraná va desapareciendo un poco
más cada día y hoy por hoy nadie es capaz de asegurar que volverá a ser lo que
era.
Fuente: https://es.mongabay.com/2021/08/parana-el-plata-cuenca-rios-sequia-argentina-brasil-paraguay/