Etiopía ha celebrado elecciones este 21 de junio, pero no han sido unas elecciones libres y justas. La gente fue a votar entre asesinatos, violaciones masivas y hambre. Los intereses empresariales marcan la actitud de la U.E.
Etiopía: las elecciones no
pueden tapar un genocidio
El Viejo Topo
23.06.2021
Etiopía ha
celebrado elecciones este 21 de junio, pero no han sido libres y justas.
La gente fue a votar entre asesinatos, violaciones masivas (hay más de 500
verificadas) y hambre. Abiy Ahmed quería poner una fachada democrática a un
gobierno que descansa cada vez más en militares y milicias. No creo que lo haya
conseguido y la violencia es muy probable que continúe. Baste decir que de 547
distritos electorales que hay en todo el país, en 110 situados en Tigray,
Oromia y Benishangul-Gumuz no se ha podido ejercer el derecho al voto. La
propia Unión Europea rechazó mandar observadores a unas elecciones que
consideraba no podían ser aceptadas como democráticas.
Hace dos años
Abiy Ahmed, un joven militar encuadrado en el aparato de seguridad del Estado y
líder de segunda fila en la sección oroma del EPRDF –un partido federal
liderado por el Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF)– fue elegido
primer ministro. Jóvenes oromos, la minoría étnica más numerosa, llevaban tres
años en una rebelión contra la corrupción y la falta de oportunidades que
asociaban con el gobierno “tigriño” del TPLF y el régimen optó por resolver la
crisis entregando el poder a un joven líder oromo –apenas había cumplido los 40
años– que podría resolver la crisis de manera diferente a lo habitual.
Abiy Ahmed
prometió democratizar el régimen y neoliberalizar una economía que había
seguido a su manera pero con éxito el camino de los tigres asiáticos. El
régimen instaurado en 1991 en bases federales había convertido a Etiopía en uno
de los países con mayor crecimiento económico del mundo y una esperanza para
industrializar África. En sus primeros días de gobierno el país conoció una
primavera política que coincidió con la revolución sudanesa. Parecía que había
espacio en el Cuerno de África, donde la política ha estado secuestrada por
militares y mercaderes, para la movilización popular. Abiy liberó a los presos
políticos, permitió el regreso de exiliados, detuvo la represión contra los
jóvenes oromos, hubo prensa libre y prometió unas elecciones libres y justas.
A pesar de que
mucho del éxito económico se debía a China, Etiopía era el socio más importante
de Estados Unidos y Europa en la región. Hasta hace poco, cuando el orden
económico mundial neoliberal no estaba en crisis, era algo normal que un país
hiciera negocios con China y se alineara políticamente con Occidente. China hacía
negocios donde consideraba oportuno pero intervenía lo menos posible en la
geopolítica; un esquema que parece estar acabando. Etiopía era importante
porque además de ser el segundo país más poblado de África, (115 millones),
respetado en el continente por no haber sido colonizado, poseía el mayor
ejército en el Cuerno de África, una región estratégica para controlar el Mar
Rojo –una ruta petrolera–, sus zonas altas alimentan de agua al Nilo y sobre
todo el Cuerno es la puerta al centro de África donde se consiguen minerales
necesarios para la industria militar.
En una
coyuntura cambiante, cuando Estados Unidos empezaba a no ver bien que China
hiciera negocios en África, el ascenso al poder de Abiy fue visto como una
oportunidad y tanto Washington como Bruselas decidieron apoyarlo. Hace dos años
le concedieron el Premio Nobel de la Paz. Veían a Abiy como la expresión
de lo que ellos esperaban que iba a traer a África el neoliberalismo. Una nueva
clase media consumista y emprendedora iba a resolver con negociaciones y votos
las acostumbradas crisis violentas africanas que condenaban al continente a la
pobreza.
Bajo este
paradigma fantasioso fue como interpretaron su acuerdo con Isaías Afewerki, el
dictador de Eritrea, el único presidente que ha conocido el país desde su
independencia de Etiopía en 1991. Abiy Ahmed e Isaías Afewerki, bajo la
iniciativa del primero, según los del premio Nobel, habrían llegado a un
acuerdo para traer la paz a dos países hermanos que vivían de espaldas,
abriendo una manera diferente de resolver conflictos en el continente africano.[1] La realidad era otra. Ahora sabemos
que Abiy Ahmed e Isaías Afewerki habían llegado a un acuerdo no para traer la
paz, sino para aplastar al TPLF, que se oponía al poder total de Abiy en
Etiopía, con una nueva guerra. Isaías Afewerki, un hombre que es famoso por sus
venganzas, aprovechaba el acuerdo para resarcirse de la humillación de su
derrota en la guerra de 1998-2000. Los ejércitos de Etiopía y Eritrea junto a
milicias amharas están coordinando sus operaciones en la guerra de Tigray.
El acuerdo
entre Abiy Ahmed e Isaías Afewerki traía además de regreso a escena el
militarismo y la política como mercancía ofrecida al mejor postor. Los rasgos
históricos de la política en el Cuerno de África la hicieron famosa por sus
oscilaciones durante la guerra fría. El acuerdo establecido en base a una
colaboración entre los ejércitos –el eritreo está activo dentro de Etiopía no
solo en Tigray, también en Oromía– enterraba la primavera política que
estaba conociendo el Cuerno de África, cerrando la posibilidad de regenerar
democráticamente la política. Abiy empezó aplastando al movimiento de los jóvenes
oromos con el asesinato hace un año del cantante y activista Haacaaluu
Hundeessaa, que ha llevado a muchos jóvenes a la guerrilla oroma, y continuó
con la guerra de Tigray.
La semana
pasada Pekka Haavisto, el ministro de Asuntos Exteriores de Finlandia –la Unión
Europea lo envió en febrero a Addis Abeba para encontrar una salida política a
la crisis de Tigray– lo confirmó dejando en ridículo a los del premio Nobel de
la paz de Oslo. Pekka Haavisto dijo públicamente que en sus conversaciones con
Abiy Ahmed y otros altos funcionarios etíopes le dijeron que con la guerra de
Tigray querían “acabar con los tigriños para los próximos 100 años”.
Etiopía lo ha
negado, pero ¿por qué se iba a inventar algo así un enviado especial de la
Unión Europea? ¿No estarían ofreciendo estos mercaderes neoliberales de la
política el silencio ante sus crímenes a cambio de intereses estratégicos
frente a otros actores globales en un Cuerno de África controlado por ellos?
¿No estamos entrando en una nueva guerra fría?
La información
que llega de la guerra de Tigray parece estar más acorde con lo que dice Pekka
Haavisto que con lo que dice el gobierno etíope. La guerra parece estar
diseñada para borrar del mapa al movimiento político-popular más que para hacer
cumplir la ley como aseguró Abiy Ahmed al principio de la campaña el pasado
noviembre. Hace unos días el jefe humanitario de Naciones Unidas aseguró que la
situación en Tigray es peor de lo que se pensaba. La guerra está mutando en una
crisis humanitaria a gran escala, señaló. Se estima que han sido asesinados
miles de personas, dos millones han sido obligados a abandonar sus hogares y
sus campos. Amnistía Internacional ha acusado al gobierno de estar cometiendo
en Tigray ¨crímenes contra la humanidad” y “masacres”. Human Rigth Watch le
acusa de “limpieza étnica”. Naciones Unidas dice que 350 mil tigriños pasan ya
hambre y hasta 5,2 millones, el 91% de la población de Tigray, puede sufrirla
en septiembre, cuando es tiempo de cosecha.
La paradoja que
Pekka Haavisto enfrentaba durante sus negociaciones en Addis Abeba es la misma
que está encontrando Joe Biden con la guerra de Yemen. Las armas suministradas
por Estados Unidos han sido cruciales para crear la mayor crisis humanitaria en
el planeta en los últimos años. Estados Unidos necesita a Ryad y Abu
Dhabi para controlar las costas del Yemen, vitales en las rutas del petróleo, a
pesar de su violación brutal y sistemática de los derechos humanos. Ryad acaba
de ejecutar a Mustafa bin Hashem bin Issa Al Darwish, un adolescente, por
participar en manifestaciones políticas hace unos años. Joe Biden quiere poner
bozales a sus operadores en Arabia pero no sabe cómo. ¿Mientras dure la guerra
de Yemen hacia donde deben mirar Biden y Blinken cuando hablan con los chinos
de derechos humanos?
En el cuerno de
África empieza a ocurrir algo similar. Necesitan operadores que controlen la
región en consonancia con sus intereses estratégicos. Es la apuesta de la
alianza entre Abiy Ahmed e Isaías Afewerki contra el TPLF. Saben la importancia
vital de su mercancía para los intereses imperialistas. Conocen bien el valor
estratégico del Cuerno de África en la nueva guerra fría que flota en el aire.
Tiene costas cruciales, agua dulce, orillas fértiles y es la entrada natural al
centro de África. Isaías Afewerki, un luchador político durante décadas, sabe
por experiencia propia que los intereses del capitalismo son más
poderosos para los gobiernos que la vida de las personas y los derechos
humanos. Por eso hablaban sin tapujos a Pekka Haavisto. Saben que al final
Europa acabará aceptando su oferta si llegan a consolidar su poder. Los
intereses de las empresas son los que deciden nuestra política en Bruselas
avergonzándonos con la complicidad de nuestros gobiernos en masacres y
genocidios.
Nota:
[1] Etiopía y Eritrea
seguían técnicamente en guerra desde hacía veinte años al negarse Etiopía a
reconocer la delimitación fronteriza acordada internacionalmente entre los dos
países. Etiopía había derrotado a Eritrea en una guerra que duró dos años
(1998-2000) y que tanto resentimiento había creado entre los gobiernos de los
dos países.
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