El lamentable olvido de la obra de Pérez Galdós en la
televisión pública
El Viejo Topo
20.12.2020
Uno de nuestros
mayores escritores después de Cervantes, Benito Pérez Galdós, no mereció por
parte del Gobierno de la nación -de los más llamados a conmemorar el centenario
de su muerte- la atención que en cualquier otro país se le hubiera dispensado a
un autor de esa talla literaria y con una actividad tan prolífica. Ahí queda la
imagen de la multitudinaria asistencia (30.000 personas) con la que se le
despidió el día de su entierro en Madrid, el 5 de enero de 1920, meses después
que se inaugurara la estatua que lo representa en el parque del Retiro.
No creo que
valga justificar esa falta de atención del Gobierno en la singular y grave
situación a la que nos ha llevado la crisis sanitaria que vive el país desde
hace ocho meses. Muchos tenemos en la memoria series en la televisión pública,
basadas en obras del escritor canario, que podrían haber llevado a esa casa a
producir y programar otras nuevas en el transcurso de este año y que deberían
haber sido proyectadas, producidas y rodadas previamente, teniendo en cuenta la
inmediatez del centenario de su fallecimiento.
En lugar de
eso, el Instituto Cervantes medio improvisó una especie de gala en el Teatro
Real hace dos semanas, en colaboración con la Presidencia del Gobierno, bajo el
epígrafe un tanto retórico Galdós, un patriotismo cívico, cuya
transmisión a través de La Dos no pasó de ser una tediosa sesión de
lecturas de algunos de sus textos políticos en las voces de Ana Belén, José
Coronado, Carlos Hipólito y José Manuel Seda. Como condimento se le añadieron
unos cuantos fragmentos musicales al piano por parte de varios pianistas y la
intervención de otros tantos cantantes. Muy poco para la significación que
debería tener la obra del escritor en una televisión pública como merecido
homenaje a su memoria.
No debemos
olvidar en este punto que don Benito pudo haber sido -con más merecimiento que
cualquier otro de nuestros autores galardonados- Premio Nobel de Literatura a
propuesta de medio millar de intelectuales españoles en 1912. Si no fue así se
debió a que su candidatura fue boicoteada por otro buen número de
personalidades conservadoras, dado que don Benito -ocho años antes de su
muerte- era entonces un activo diputado de Unión Republicana y presidente de la
Conjunción Republicano-Socialista. Desde la derecha más reaccionaria del país
se cursaron numerosas cartas a la Academia Sueca, solicitando que no se le
concediera el premio y proponiendo a su vez la candidatura de Marcelino
Menéndez Pelayo. Lo mismo hizo la Alemania nazi con Miguel de Unamuno en 1935,
según demuestra Manuel Menchón en su magnífico documental Palabras para el fin
del mundo.
Esto mismo
ocurrió en años sucesivos, cuando otra vez tuvo la oportunidad el escritor
canario de ser Nobel de Literatura, según su biógrafo Pedro Ortiz-Armengol, y
tanto en 1913 como en 1915 la tendencia ideológica y anticlerical de don Benito
pesó en su contra para que pudiera merecer una distinción otorgada por una
institución conservadora. La academia sueca no fue indiferente al enojo de los
sectores sociales más reaccionarios de nuestro país después del estreno teatral
de Electra en 1901, en la que su autor criticaba acerbamente a la institución
de la iglesia católica. Fue tanta la repercusión de la puesta de escena de esa
obra en el teatro Español de Madrid que Galdós adquirió renombre internacional.
Ni para los muy
galdosianos, entre los que me cuento, fue el espectáculo de La Dos -más
radiofónico que televisivo por su formato y desarrollo- mínimamente atrayente,
ni creo que haya contribuido por su falta de interés escénico y contenido a
estimular entre los pocos que lo vieran o soportaran el acercamiento a la
ingente e ilustrativa obra de Galdós, tan imprescindible por sus Episodios
nacionales para tratar de entender la desconocida historia contemporánea
de nuestro país, tan necesaria para reconocer e interpretar la de nuestros
días.
Puede que aún
hubiera sido más lamentable que el Gobierno actual -uno de los más llamados a
recordar al autor de La fontana de oro, si se tiene en cuenta la poca simpatía
con las que el escritor contaba entre los partidos conservadores- dejara
pasar este año sin un solo programa o adaptación de alguna de sus obras en TVE,
pero la emisión de un evento de tan poca consistencia e interés para el
respetable casi al término de 2020, denota una vez más -además de una acelerada
improvisación de última hora- que nuestra televisión pública estatal está
gestionada por un equipo de incompetentes e incultos, con Rosa María Mateo como
administradora única a la cabeza de la corporación.
Ella y quienes
forman parte del equipo directivo de esa casa, son responsables de una de
las peores programaciones que se han proyectado y emitido en las últimas
décadas, en la que no faltan series auténticamente bochornosas que nos hacen
añorar y hasta creer como propias de otra televisión pública las que se
produjeron hace mucho años, entre las que cabe citar la basada en la novela del
escritor canario Fortunata y Jacinta, con una jovencísima Ana Belén
-precisamente- como actriz protagonista.
Prefiero pensar, después de tamaño olvido de la obra galdosiana en TVE, que entre los directivos de nuestra televisión pública estatal no hay descendientes de aquellos mismos sectores retrógrados que con ánimo cainita privaron a don Benito de modo reiterado de la mayor distinción literaria del planeta, que sí se le otorgó en 1904 a un dramaturgo tan inane como José Echegaray.
Publicado
originalmente en El Salto
diario.
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