Batalla por
la memoria
Diario
Octubre / 03.07.2020
Una
lección para Ucrania, donde los monumentos a los soldados de la Gran Guerra
Patria son destruidos. En los últimos meses, en el país se ha discutido los
planes para vandalizar el monumento a la Madre Patria, que aún adorna las
colinas de Kiev con su silueta. El director del Instituto Ucraniano de la
Memoria Nacional, Anton Dobrovich, exige que se desmantele el escudo soviético
que se ve en el monumento. Todo ello pese a que el Gobierno ucraniano no
dispone de los fondos necesarios para luchar contra la epidemia de coronavirus
o para garantizar las necesidades básicas a los ciudadanos.
Patriotas
aún más radicales exigen la demolición de la gran estatua soviética siguiendo
el ejemplo de lo que las autoridades locales de Lviv hicieron al destruir, de
forma desafiante, en el paseo de la fama el memorial a los soldados caídos del
Ejército Rojo.
Todo
ello es el resultado lógico del revisionismo ideológico de la historia de la
Segunda Guerra Mundial, que es un componente integral de la política oficial de
la Ucrania post-Maidan. En un país en el que vallas publicitarias honran a
Hitler y al partido Nazi, como ocurrió recientemente en Jerson, es inevitable
que los monumentos a los luchadores contra el Nazismo que aún quedan en pie
sean demolidos. La administración del presidente Zelensky obedientemente
continua la política de su predecesor, Petro Poroshenko, con quien se demolió
el monumento a los liberadores soviéticos en Lviv. Y todas las esperanzas que
se habían puesto en la posibilidad de una más adecuada política de la memoria,
una en la que se tuviera en cuenta los sentimientos y opiniones de millones de
ucranianos, han volado como el viento.
Se
ha dicho a los ucranianos que no hay alternativa real a esta política. Pero eso
no es cierto y así lo evidencia el memorial a los soldados soviéticos
recientmente inaugurado en Rzhevsk, cerca de la localidad de Joroshevo, que
homenajea a una de las más duras batallas de la Gran Guerra Patria. Esta
escultura de bronce de 25 metros de un soldado soviético ha sido erigida en lo
alto de una colina. A sus pies hay una referencia a la canción de Yan Frenkel y
Rasul Gamzatov en la que se pueden leer las líneas del poema “Caí cerca de
Rzhev”, escrito por Alexander Tvardovsky: “Caímos por la patria, pero ella está
a salvo”.
En
el nuevo museo se han instalado exposiciones multimedia en las que se pueden
ver fotografías, cartas del frente, historias y memorias de la batalla. Y en
grandes paneles están escritos los nombres de los caídos durante las batallas
en esa zona. Muchos aún están siendo buscados y encontrados: por ejemplo, el
año pasado, las autoridades rusas encontraron los restos de 1067 soldados en
los alrededores de la ciudad y el año anterior, otros 1598 soldados del
Ejército Rojo fueron entrerrados. Entre ellos había soldados ucranianos.
Fue
un trágico episodio de la guerra, uno mucho menos mencionado que las históricas
batallas de Moscú, Stalingrado o Kursk. En el transcurso de trece meses, los
ejércitos soviéticos trataron varias veces de avanzar sobre el saliente alemán,
que suponía una constante amenaza para la capital. Durante la ofensiva, las
tropas de Konev y Zhukov obligaron al enemigo a retroceder entre 100 y 250
kilómetros, con lo que completaron la liberación de la región de Moscú. Sin
embargo, en las posteriores ofensivas, se encontraron con férreas defensas, lo
que causó enormes bajas.
El
número exacto de bajas en esas batallas que duraron meses aún está por calcular
a pesar de los esfuerzos de los historiadores. Se cree que las bajas
ascendieron a 272.000 soldados del Ejército Rojo muertos y 776.000 heridos. Por
su parte, el ejército alemán del Grupo Centro perdió más de 330.000 soldados
entre el 1 de enero y el 30 de marzo de 1942. Eso hace de Rzhev una de las
batallas más sangrientas de la historia moderna.
¿Para
qué todas esas bajas? Todo se ha dicho ya en el famoso poema de Tvardovsky. Hoy
se sabe que las dos ofensivas finales fueron una maniobra de distracción para
realizar el ataque estratégico sobre Stalingrado en silencio. Para ello, se
emitió un programa de radio diseñado para confundir al enemigo sobre los
verdaderos planes del comando soviético. Y Hitler realmente creyó que la
campaña principal del Ejército Rojo iba a producirse al oeste de Moscú, por lo
que envió allí a su mejor equipamiento y reservas.
“Los
alemanes estaban esperando que golpeáramos en Rzhev y rechazar el ataque. Pero
el embolsamiento de las tropas de Paulus en Stalingrado supuso una completa
sorpresa para ellos. Sin conocer este juego de la radio, Zhukov pagó un precio
muy algo: miles de nuestros soldados bajo su comando murieron en Rzhev”,
recordaba el oficial de inteligencia soviética Pavel Sudoplatov, que participó
en la campaña de desinformación dirigida al comando militar Nazi.
El
monumento a los héroes de la batalla de Rzhev es un homenaje a la justicia
histórica, una justicia que jamás prescribe. Al fin y al cabo, quienes murieron
en esos bosques hicieron una importante contribución a la victoria final contra
la Alemania Nazi, aunque esa aportación no aparezca mucho en los libros de
texto o en las películas, que prefieren las campañas exitosas y las victorias.
Pero
la aparición de este monumento tiene otro significado no menos simbólico que se
entiende perfectamente en el contexto del revisionismo histórico del modelo
ucraniano. Nos referimos a una batalla por la memoria que se está haciendo
especialmente dura últimamente. Han pasado 75 años desde el final de la Gran
Guerra Patria y es importante para nosotros decir la verdad sobre aquellos
lejanos hechos, pero también honrar la memoria de quienes murieron hace tanto
tiempo y que lucharon contra la Wehrmacht cerca de Moscú, Rzhev, Kiev y Lviv.
Al
fin y al cabo, en los lugares donde no hay monumentos a los héroes del Ejército
Rojo pronto habrá monumentos que honren a los colaboracionistas Nazis y
carteles con el nombre de Hitler. Así lo prueba la triste experiencia de
Ucrania.
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