LA CÁRCEL DE TORRERO
Seguramente habrá otra nueva guerra
civil, porque dicen que cuando se olvida la historia, siempre hay alguien que
porque le conviene se empecina en que la historia se repita.
La cárcel de Torrero la estaban demoliendo las máquinas, y con ello,
las grandes empresas de la construcción borraban la historia de un barrio, el
de Torrero. En su lugar levantarían enormes y monstruosos y caros bloques de
pisos, con permiso de la autoridad que llaman competente.
Alguna reja de las que
guardaban presos, probablemente, acabaría decorando una lujosa vivienda,
segunda o tercera, a las afueras de la ciudad, no para recodar nada sino para
exhibir el mal gusto, y evidenciar la posibilidad de disponer de mucho en muy
poco tiempo.
En las paredes de la cárcel quedaban
todavía las huellas de los disparos tapados malamente con yeso por los propios
presos. Las balas de fusil calibre siete noventa y dos, después de traspasar
los cuerpos de los fusilados, desconchaban los ladrillos ocres de la pared de
la cárcel.
Comieron algunos presos heces y orines
propios antes de ser fusilados, pero eso eran trozos de historia que no
convenía hacer presentes: hería la sensibilidad del insensible ante los
sufrimientos y, sobre todo, quitaba el apetito ante una mesa bien dispuesta.
O, seguramente, ya no harían falta
más guerras civiles. Con una buena domesticación social bien trenzada se podría
conseguir lo mismo, o incluso más, y la nueva cárcel bien pudieran ser todas
las calles de la ciudad.
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Manuel
Sogas Cotano
Zaragoza
8 Agosto 2005
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