CARTAS DE AMOR
A MI PADRE
Nº 8.
(Fila de abajo: Molina, segundo por la derecha. Primero por la izquierda, Piti. Segundo por la izquierda, José el Pesacadero. Fila de pie, segundo por la derecha, José Cruz; tercero por la derecha, Alfonso; cuarto porla derecha, yo)
(Fila de abajo: Molina, segundo por la derecha. Primero por la izquierda, Piti. Segundo por la izquierda, José el Pesacadero. Fila de pie, segundo por la derecha, José Cruz; tercero por la derecha, Alfonso; cuarto porla derecha, yo)
Irán ya para nueve o diez años el tiempo que hace que le debo carta. Pero usted ya sabe que mis retrasos con usted se cuentan por años. Así que por esto no le voy a pedir disculpas, tan sólo lo digo por si lo leyera alguien para que se haga una idea de por dónde pueden ir los tiros.
Desde la última carta, como ya
se puede imaginar, han sucedió muchas cosas. Una de ellas es que hasta me he
casado. Pensé escribirle, pero ya ve… Otro acontecimiento de los más
importantes es que se murió el Primo Joaquín. Pensé escribirle…, pero en fin…
Por el primo Antonio he sabido
que se ha muerto el Molina, Sí, el del kiosco de madera verde, en la acera de
la Papelera, pegado casi a la puerta de entrada, junto a la palmera, en la que
usted le hizo una foto a María para que yo al tuviera de recuerdo cuando nos
fuimos del pueblo para que yo pudiera estudiar.
Ni que decir tiene: ya no está
la papelera, excepto lo que era el edificio principal que la han dedicado a
biblioteca, ¡menos mal!, pero no el kiosco ni tampoco el Molina, que como le he
dicho acaba de morir.
Cuando más hable con él fueron
los últimos cuatro o cinco años que estuve viviendo en el pueblo. Tampoco de
esto le he escrito…, efectivamente, como creo pensará cuando lea la presente: ya
le escribiré…
Tampoco de niños hablé mucho
con él, pero sin embargo, hay un par de hechos que los tengo meridianamente
claros. El uno viene como anillo al dedo para esclarecer el enigma que no me
atrevía a confesarle a mamá cuando, ella me preguntaba “¿pero para qué quieres
tú unas alpargatas reforzadas con cuero?”, a lo que respondía: “¡por que cí!”.
Y ella, vuelta a la carga: “No, no, porque sí, no, ¿para qué quieres tú unas
alpargatas reforzadas de cuero?” Y yo quieto en la mata: “porque cí”, porque, claro, de haberle dicho a mamá que
las quería porque el Molina tenía unas botas de futbol (que yo no les pedía
porque eso no me lo habrían comprado) yo no habría visto aquellas alpargatas ni
en pintura, y la respuesta con toda seguridad habría sido: “Futbol ni leches de
futbol ni tanto futbol, estudia. Total, y para acabar con este asunto:
alpargatas del número 36 que tuve con refuerzo de cuero (unas tiras de badana
en los laterales y puntera) compradas en la tienda de Pedro, número dos del
Grupo Beca. Y al fin y al cabo, con aquellas alpargatas se jugaba igual de bien
o igual de mal que con las que no tenían refuerzo de badana. Eso sí, duraban un
par de partidos más, aunque no influían ni en el número ni en la calidad de
pescozones que recibías al llegar a la casa, que eran los mismos, al menos yo
no encontraba diferencia en ellos.
El otro recuerdo del Molina y
que ya tenía influencia indirecta, pero influencia al fin y al cabo, junto a la
de Andrés, el peón de la finca Del Toro, y su mujer Pura, con al que yo me
quería casar cuando fuera un hombre y Francisco Gil, mi vecino, en mi afición
inicial por escribir.
Con Francisco, aparte de jugar
a tractoristas; buenos y malos; ladrones y policías; a echar carreras; a ver
quien meaba más lejos: vaqueros e indios y a algunos más, mientras mi padre nos
enseñaba a leer y escribir, discutíamos por la pronunciación de las palabras,
si se decía hierro o yerro; petrolio o petróleo, tó o todo, papa o papá, papa o
patata, etc., y Molina, porque vendía tebeos en el kiosco del padre.
Francisco y yo nos poníamos de
acuerdo y todas las semanas en vez de comprar el mismo tebeo, cada uno
comprábamos uno distinto, nos los intercambiábamos una vez leídos, y así, por el precio de un tebeo leíamos dos.
Pero lo reconozco, en la casa del pobre las alegrías duran poco, porque tuvo
que ser el número 115 de los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín el que viniera
a romper aquél consenso tan racional entre Francisco y yo respecto de la compra
de los tebeos. Pero no solo rompimos el consenso, sino que además aquella
ruptura nos indujo, seguramente a cometer nuestro primer delito: robarle al Molina el número 115
de Roberto Alcázar y Pedrín titulado,
“Pedrín interviene”, en el que no hubo nocturnidad, porque fue a media mañana,
pero si muchos cálculos y, sobre todo, discreción.
Que no le contara esto en su
día tiene su explicación, no me iba a presentar ante usted diciéndole: “papá,
acabo de cometer mi primer crimen”, lo mismo que tiene su explicación que se lo
cuente ahora, porque Molina es de la primera generación de los nacidos en el
pueblo que se muere, protagonista, aunque inconsciente, igual que yo, de la
primigenia historia descarnada de Isla Mayor, y si no se cuenta lo que él sabía
se queda sin saber y entonces lo que fue se queda en que no fue.
Los tebeos de Roberto Alcázar y
Pedrín, excepto los cinco o seis primeros números, en los que Roberto viajando
a Argentina en un transatlántico conoce a Pedrín, eran todos números completos:
empezaba y acababa la historia en el mismo número, no eran como los del
Guerrero del antifaz, El Espadachín enmascarado, El Capitán Trueno o El
Cachorro, en que cada número continuaba la historia del anterior, hasta que
apareció Sintombús, un siniestro personaje que había inventad la máquina del rayo de al muerte, en que unos
cuantos números dejaron de ser historias completas, y así llegamos al número
114 en el que en su última viñeta aparecía Roberto Alcázar atado de pies y
manos, inconsciente, en una camilla ante la siniestra mirada de Sintombús con
su amenazadora maquina del rayo de la muerte, apuntándole. Fin. Próximo número:
Pedrín interviene.
Ni Francisco ni yo sabíamos a
ciencia cierta el significado de la palabra interviene, pero parecía lógico, Roberto
Alcázar no podía morir, porque si moría adiós muy buenas a la serie de tebeos,
y si no moría no podía ser más que porque Pedrín lo salvara del malvado Sintombús,
luego Pedrín tenía que hacer algo, y ese hacer algo necesariamente tendría que
ver con el concepto “intervenir”, y por este deductivo camino Francisco y yo
llegamos a tres sabias
conclusiones: primera, intervenir tenía que ver con hacer algo, y este algo
estaba en el número 115 de la serie: “Pedrin interviene”; segunda, que aquel
número lo queríamos tener los dos y, tercera y principal conclusión, que el que
iba a pagar el pato de todo aquello, es decir, el que iba a pagar aquellos dos
números del 115 iba a ser el padre de El Molina, porque decidimos robarle los
dos tebeos, cosa que resulto bastante más fácil de lo previsto y que no
necesitó ni la decima aparte de los planes previstos para la realización del
tal crimen, dado que como no El Molina no era muy alto de estatura, bastó con
hacerlo bajar del cajón de cervezas con el que se ponía detrás del mostrador
para otear con cierta facilidad lo que había encima de él, entre otras cosas
los montoncitos de tebeos que más vendía, y a provechar ese momento para
meterme en el seno de la camisa los dos números 115, cosa que hice.
Francisco y yo teníamos razón,
porque ciertamente, Pedrín intervino: le aventó dos cachiporrazos al Sintombús
en mitad de la frente, que nos lo dejos rodando por los suelos con una bandada
de pájaros y un sistema planetario completo dándole vueltas en derredor de su
cabeza, con lo que logró salvar a Roberto Alcázar de una muerte más que segura.
El Molina jugaba bien al Futbol.
Junto con el Piti, que regateaba muy
bien, y José el Pescadero, Chacarte, el hijo del herrero de la Herrería de
Salvador y Alfonso y José Cruz, el portero, porque se estiraba y volaba por los
aires, de poste a poste, como los porteros
de verdad, eran los que a mí más me gustaban. De los mayores eran Ferri, el
Moni, José, el del cartero y Damián.
Luego, como otros muchos, El
Molina se fue del pueblo a trabajar, estuvo en Suiza, y pasado el tiempo,
cuando volvió, como unos pocos, volvimos
a reencontrarnos. Y me parece que en la primera conversación que tuvimos le
conté lo que ahora le acabo de contar, lo del robo que le hicimos de los dos
tebeos Francisco y yo. Nos reímos, y como bien está lo que bien acaba, no le
quedó más remedio que reconocernos la habilidad que tuvimos Francisco y yo, calificándonos
como era justo y necesario, de dos pedazos de hijoputas, en lo que no le faltaba razón: a cada cual lo suyo.
Hablamos varias veces, bien es
verdad, que sin mucha profundidad de la situación política, de la manada de sinvergüenzas
que nos conducían como borregos al matadero, de Marx, de mi libro y,
especialmente de escribir, decía él, de
una verdadera historia del pueblo, contando las cosas como verdaderamente
habían sido, de los valencianos también,
porque era un hecho evidente, pero de los andaluces también, o sea, de los que
no teníamos tierras, y con esta intención abrió una página en facebook, NATIVOS
DE ISLA MAYOR.
Y para terminar por hoy. A mi
me parce que este mundo, como se diría en Aragón, no rula bien, porque siendo
el ser humano un ser social por antonomasia, después resulta que mueren solo, porque
el Molina ha muerto solo.
Un fuerte abrazo.
Su hijo.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario