Por una
izquierda sin complejos
28-09-2019
“Los nuevos socialdemócratas han tardado muy poco
en revelarse como tales, a pesar de sus soflamas de hace no tantos años, cuando
se iban a asaltar los cielos. Hoy dicen que “sólo desde el Gobierno se cambian
las cosas” o que están en política “para entrar a gobernar, no para ser
testimoniales”. Al final han asaltado los despachos, los cielos siguen
impolutos y los que manejan las riendas de la economía y la sociedad españolas
siguen tan tranquilos”
(Astor García, Secretario General del PCTE)
“En definitiva, el sistema ha absorbido como en
otras tantas veces y no solo en España, a una izquierda que empezó revoltosa e
irreverente, para terminar tan dócil y adaptada que es más necesario que nunca
revolucionarla para que vuelva al pueblo del que se despegó y reanudemos juntos
la tarea de construir una sociedad mejor”
(Ángel Cappa)
“No debemos temer decir la verdad ni explicar la
necesidad de una alternativa socialista, democrática y verdaderamente humana;
debemos confiar en que lo que hoy no saben ni conocen las amplias masas de la
clase trabajadora, lo sabrán y conocerán mañana, y que por lo tanto nuestra
autoridad se verá reforzada y ampliada cuando las masas educadas y convencidas
por esa misma dura experiencia de la vida vean en nosotros haber sido
consecuentes, sinceros, claros y faltos de doblez, porque nuestras ideas y
alternativa habrán sido confirmadas por la experiencia”
(David Rey)
Una izquierda sin complejos. Eso es exactamente lo que
necesitamos. Una especie de Vox, pero de izquierdas. Está más que demostrado,
por activa y por pasiva, que una domesticación de la izquierda nunca ha traído
buenos logros. Más bien al contrario, al final únicamente ha servido para
convertirse en segundona del social-liberalismo, que es hoy día el nudo
gordiano de prácticamente todas las fuerzas políticas, el núcleo sobre el que
giran las políticas mayoritarias, diríamos la práctica totalidad de ellas. La
derecha lo tiene muy claro: no existen complejos. Ofrecen sus políticas, sus
medidas y sus soluciones racistas, homófobas, capitalistas, incluso
franquistas. No pasa nada. Levantan la voz y lanzan exabruptos que no se
escuchaban desde los tiempos del dictador. Y mientras, la izquierda actual, la
parlamentaria, intenta suavizar sus medidas, hacerlas más “razonables”, más
moderadas, restarles radicalidad. Una aureola de miedo tilda las medidas de la
izquierda, como intentando no molestar mucho al gran capital. Son tan ingenuos
que no se percatan de que el gran capital va a intentar siempre que la
verdadera izquierda no gobierne nuestro país, que es lo que lleva haciendo
desde el franquismo. El discurso dominante para Cataluña no pasa de la
cordialidad y las buenas intenciones, pero dentro del constitucionalismo.
Tampoco se dan cuenta de que hay que romper con él para liberar a los pueblos
que forman el Estado Español.
A todo esto, Unidas Podemos se presentó en los debates
electorales con un programa básico de “estricto cumplimiento” de los artículos
constitucionales, y pretende realizarlo desde la subordinación al PSOE. Hemos
entrado casi en una nueva etapa de conformismo, de aceptación de la realidad,
de sumisión a los intereses del bipartidismo. La izquierda transformadora no
puede nunca aceptar ese papel. ¿Dónde queda acabar con la precariedad laboral?
¿Dónde queda levantar una misma cifra digna para las pensiones mínimas, el SMI
y la Renta Básica Universal? ¿Dónde queda la intervención pública de los
grandes sectores estratégicos de nuestra economía? ¿Dónde queda la derogación
de todo lo nocivo y tóxico que aprobó el PP de Rajoy? ¿Dónde queda el Parque
Público de Vivienda Social y la intervención del mercado de los alquileres?
¿Dónde queda el repudio de la deuda pública y la creación de un polo de Banca
Pública? ¿Dónde queda la intervención del mercado energético? ¿Dónde quedan las
aspiraciones para establecer leyes transversales que luchen contra los efectos
del cambio climático, derivando hacia nuevos modelos productivos y de consumo?
¿Dónde quedan las aspiraciones hacia una nueva política de fronteras? ¿Dónde
quedan los avances para un verdadero feminismo anticapitalista? ¿Dónde quedan
las aspiraciones para implantar la República, erradicar la Monarquía y alcanzar
altas cotas de democracia plena? ¿Dónde queda nuestra lucha por la Verdad,
Justicia y Reparación de nuestra Memoria Histórica? ¿Dónde quedan nuestras
aspiraciones a plantear un Estado Federal Laico y Socialista?
En estas condiciones, no merece siquiera la pena votar
a la izquierda. Si no tenemos en el arco electoral ninguna formación política
sin complejos, que se atreva a plantear y a luchar por alcanzar estos ideales,
es que no tenemos una verdadera izquierda. Podremos jugar con votos, con
coaliciones, con Ministerios, con repartos de poder, con tibias y cobardes medidas,
con pequeñas concesiones, pero no cambiaremos la vida de la gente. Al final,
los grandes poderes económicos se encargarán de atarnos de pies y manos para
que no podamos actuar. Y ello porque el sistema está perfectamente concebido,
ideado y construido para que nada ni nadie pueda revertir su funcionamiento. El
sistema dispone de todo un armazón político-jurídico-institucional, pensado y
diseñado precisamente para que nada pueda destruirlo (fuerza del poder
económico, leyes, decretos, normas institucionales, convenios internacionales,
presencia en instituciones extranjeras, tratados comerciales…). Hay que ser
realmente valiente para enfrentarse a todos ellos y conseguir cambiar de
verdad, a fondo, radicalmente, el sistema. Sólo unos cuantos líderes mundiales
lo han conseguido a lo largo de la Historia. Véase el caso del estrepitoso
fracaso de la griega Syriza. Y aquí, las luchas del Movimiento 15-M han quedado
absolutamente olvidadas. Sus reivindicaciones siguen vivas, siguen siendo
necesarias, pero nadie les hace caso. Nadie las lleva al Parlamento, a no ser
por mecanismos de peticiones ciudadanas, en base a una presión de la calle,
cientos de miles de firmas, etc. Parece que ya no hay que luchar contra la
“casta”, contra el “Régimen del 78”, contra la desigualdad, hacia la democracia
plena, etc.
Este proceso de dulcificación o suavización de las
políticas de Unidas Podemos, y su acercamiento servil al PSOE, sólo nos
conducirá al desastre (nos ha conducido ya, de hecho), ya que se deconfigura la
imagen de un partido de izquierda verdaderamente radical, que nació como un
referente de superación del sistema, así como del régimen del 78. Así no es
posible levantar un modelo alternativo de sociedad, que sea ilusionante para
millones de personas, y que no pierda de vista su vocación republicana,
socialista e internacionalista. La opción de co-gobernar con una fuerza
política que viene siendo el partido del régimen por excelencia, y que ha
demostrado con creces alejarse sucesivamente de los planteamientos de las
clases trabajadoras, no es precisamente la situación ideal para poder cambiar
el sistema. Lo que una izquierda alternativa y sin complejos debe ofrecer es
una alternativa real de gobierno, independientemente de que consiga más o menos
escaños. No se trata de llegar rápidamente, ni de llegar masivamente, sino de
llegar. Llegar de forma limpia, de forma ilusionante, de forma digna. Hay que
hacer pedagogía para que las clases populares entiendan que en la senda del
capitalismo jamás podremos arrancar al poder las conquistas que pretendemos. Y
por tanto, sin poner las grandes palancas de la economía al servicio de la
mayoría, mediante su transformación a propiedad social, no serán posibles
ninguna de las demandas.
Los famosos “Ayuntamientos del cambio” han sido los
espejos donde hemos podido mirarnos para contemplar los límites de esta
izquierda, bajo un marco estatal encorsetado en el Régimen del 78. Ni se han
convertido en instituciones laicas, ni han repudiado la deuda, ni han
conseguido remunicipalizar los servicios públicos privatizados, ni han puesto
fin a los desahucios, ni han conseguido la integración plena de los migrantes,
ni han erradicado los pelotazos urbanísticos. Incluso unos planes mínimos de
lucha contra la contaminación ambiental les han costado bastante trabajo de
implementar, por la tremenda presión de la derecha y de los grupos de poder. El
colmo de todos ellos fue el Ayuntamiento de Cádiz, donde su alcalde animó y
declaró que lucharía para que los obreros de los Astilleros continuaran fabricando
corbetas para la guerra. La decepción es profunda, enorme, colosal. La
impotencia es bárbara. Así no se puede. Por supuesto, todo ello no quiere decir
que no hayan gestionado mejor que la derecha los propios asuntos públicos, pero
en el fondo, las grandes transformaciones, de nuevo, se han vuelto imposibles.
Por todo ello, necesitamos una nueva izquierda refundada, bajo un programa de
clase y socialista. Pero una verdadera izquierda, valiente y sin complejos, que
vuelva a llamar a las cosas por su nombre, y que no se amilane ante los
exabruptos y descalificaciones de la derecha.
Hay que comenzar comprendiendo que los graves
problemas sociales y democráticos que padecemos no poseen solución dentro de
los límites del sistema. Bajo el capitalismo y el Régimen del 78, sus
soluciones son absolutamente inviables. En el aparato del Estado (lo que ha
sido llamado “las cloacas”) descansan los enormes privilegios de las castas
militares, eclesiásticas, policiales, judiciales, y de la alta administración
estatal, incluyendo por supuesto el pegamento que las une a todas, esto es, la
Monarquía. La cuestión catalana sólo puede dirimirse aceptando el derecho a su
autodeterminación, cosa que nunca aceptará la burguesía parasitaria. No será
posible disfrutar de vivienda para todos, de ingresos para todos, de educación
y sanidad para todos, de dependencia y de servicios sociales, de energía
accesible y renovable, de transporte accesible y sostenible, de pensiones
dignas, etc., mientras no implantemos un cierto grado de democracia económica,
mediante la cual las clases trabajadoras puedan controlar las palancas
económicas fundamentales. Es, sencillamente, imposible. O son imbéciles quienes
lo proponen, o aún sabiéndolo, son embusteros, porque pretenden, simplemente,
alcanzar el poder a toda costa. La cobardía no es una opción inteligente. Sólo
un programa radical, valiente, integrador, será capaz de hacer frente a todas
estas carencias. Incluso alcanzando el poder político, habrá que seguir siendo
valiente para enfrentarse al poder económico que desplegará todos los medios a
su alcance para impedirlo.
De ahí que nosotros continuamos preguntándonos: ¿dónde
está la izquierda? ¿Es aquélla que calla cuando se reconoce a Juan Guaidó como
Presidente “interino” de Venezuela? ¿Es aquélla que nos quiere hacer creer que
Bruselas se quedará impasible viendo cómo llevamos a cabo las reformas
anunciadas? ¿Es quizá la que aspira a co-gobernar con el PSOE? La verdadera
izquierda no puede abandonar la visión integral de cambio estratégico para
imbuirse en la filosofía del mal menor, o en cuotas de reparto equilibrado de
poder. Desde la aparición del movimiento social del 15-M, ni una sola de las
causas que se enarbolaban en sus pancartas y en sus asambleas abiertas ha sido
alcanzada. Siguen presentes la democracia insuficiente, la corrupción, la
precariedad, la pérdida de derechos, las privatizaciones…y sobre todo, sigue
más presente que nunca el engaño que representa el PSOE, que se presenta como
la pata izquierda del bipartidismo, precisamente para tomar el pelo a la clase
trabajadora. Su función, desde la Transición hasta aquí, no ha sido otra que
servir al régimen del 78 haciendo la función de partido “progresista” (¡hasta
qué punto pueden las expresiones perder su significado!), para crear la ilusión
de que existe oposición frente al PP (ahora también a C’s y a Vox).
Ante el renacimiento de la ultraderecha neofranquista,
hay que volver a desempolvar los cimientos ideológicos de la izquierda, hoy día
perdidos ante tanta confusión ideológica, patrocinada por los partidos “de
izquierda” del Régimen, principalmente el PSOE. Hay que hacer pedagogía, y
explicar a las clases populares y trabajadoras por qué estamos en esta
situación, y qué hay que hacer para revertirla. Veamos:
1.- Lo primero que una izquierda sin complejos tiene
que modificar es su propia actitud. Ello conlleva mostrar su propia firmeza y
convicción en sus postulados, sus ideas, sus programas y sus propuestas. Y
ello, a su vez, ha de reflejarse en la actitud de firmeza con que se plantean
en entrevistas y tertulias. Ante el virulento ataque de los que mandan y no se
presentan a las elecciones (los poderes económicos) y de sus palmeros
mediáticos, los representantes políticos de una izquierda sin complejos deben
manifestar sus planes de transformación de la sociedad sin miedos, sin ambages,
sin titubeos y sin dudas. Han de mostrar sus objetivos y sus argumentos con
plena rotundidad, absolutamente convencidos. Pero además, manifestar dichas
ideas con coraje, con valentía, sin rodeos, con actitudes firmes, tajantes y
comprometidas. Y además, cuanto más radical sea una determinada propuesta, más
firmes y rotundos nos hemos de mostrar. En definitiva, no es sólo lo que
comunicas, sino cómo lo comunicas. Los mensajes subliminales, el lenguaje no
verbal y la contundencia son tan importantes como el mensaje en sí mismo. Hay
que desterrar las actitudes tibias, cobardes, indecisas, porque entonces la
fuerza del mensaje se escapa por estas vías, y se pierde credibilidad. Hemos de
transmitir valentía en nuestras propuestas (“no solo te propongo esto, sino que
me muestro con la suficiente valentía como para llevarlo a cabo”). Aprendamos
de líderes como Fidel Castro o Hugo Chávez. En definitiva: no hay que ser
moderados, sino radicales.
2.- En segundo lugar, necesitamos desmontar el famoso
eslógan, tan falaz como políticamente correcto, del “gobernar para todos”. Esta
expresión obvia la existencia de las propias clases sociales, y los intereses
enfrentados de las mismas. Por tanto, una izquierda sin complejos no puede ir
diciendo que “va a gobernar para todos”, sino declarando abiertamente que sus
objetivos se centrarán en la mejora de las condiciones de vida de las clases
más vulnerables, precarias y trabajadoras. Las demás clases no serán objetivo de
nuestro gobierno. Por tanto, vamos a dejarnos ya de expresiones absurdas como
que “vamos a gobernar para los que nos han votado y para los que no nos han
votado”, y demás estupideces que intentan dar grandilocuencia a un discurso
vacío de contenido. Simplemente, una izquierda sin complejos debe mostrarse
adalid y punta de lanza del empoderamiento de los más débiles, porque los más
fuertes ya tienen otras opciones a quienes votar.
3.- En tercer lugar, necesitamos abandonar el lenguaje
adaptado a las fuerzas políticas de la restauración borbónica, que se centra en
la “moderación”. Una izquierda sin complejos no puede difundir el valor de la
moderación, sino de la transformación. Una transformación profunda de la
sociedad es justo lo contrario a la moderación, que se basa en la cautela, en
la prevención, en alterar lo mínimo aquello que aspiramos a cambiar. La
transformación, en cambio, es el valor supremo de la izquierda, y aspira a
cambiar profundamente las estructuras sociales y económicas del país, a instalar
un nuevo proyecto de país, de sociedad y de cultura. Bajo el paraguas de la
“moderación” las cosas permanecen como están, la transformación es lo que
consigue los verdaderos cambios.
4.- En cuarto lugar, hay que plantar batalla
(continuando con las veleidades del lenguaje) a esa dichosa palabra tan manida
como es “progresista”. Manuel Garí ha afirmado en este
artículo para el medio Viento Sur sobre la expresión “Gobierno progresista”:
“No hay palabras más ambiguas y polisémicas, más citadas e idealizadas que
las de progreso y progresismo. Y por lo tanto más vacías”. En efecto, el
“progresismo” es una muleta vacía a la que se agarra cualquiera que quiera
sonar bien. Hasta el extinto partido de Rosa Díez, UPyD se llamaba “Unión,
Progreso y Democracia”, cuando no creían en ninguna de las tres cosas, ni
sabían lo que eran. El progresismo, como decimos, no es nada si no se le dota
de un significado. Porque “progresar” progresan todas las sociedades, en el
sentido en que cambian, evolucionan, pero ese progresismo es un valor neutro,
porque se puede “progresar” para mejorar o para empeorar. El progreso es un
valor que hasta los partidos más decadentes y reaccionarios utilizarán para
venderse. Lo que hay que hacer es articular el contenido de dicho progreso, y
describirlo, hacer pedagogía de él. Contarlo a la ciudadanía a las claras, sin
tapujos, de forma sincera y argumentada.
5.- En quinto lugar, necesitamos una extrema izquierda
sin complejos, que pelee por un programa radical contra este Régimen y los
capitalistas. Que defienda el derecho de autodeterminación, el fin de la
Corona, de la impunidad, de las leyes liberticidas, la libertad de todos los
presos políticos y encausados por luchar, el fin de todos los privilegios de la
casta política, de la casta judicial patriarcal al servicio de la banca y la
ofensiva represiva... y que combata por un programa que resuelva los grandes
problemas sociales a costa de los beneficios y privilegios de los grandes
capitalistas. Que luche por demandas como el reparto de horas de trabajo sin
reducción salarial, la nacionalización bajo control obrero de las grandes
empresas y la banca, la expropiación de todo el parque de viviendas en manos de
la bancos y especuladores, el no pago de la deuda o los impuestos a las grandes
fortunas para garantizar la financiación suficiente a los servicios públicos y
pensiones dignas, entre otras medidas urgentes. Una izquierda sin complejos que
vuelva a hablar de Procesos Constituyentes, de redistribución de la riqueza, de
intervención pública en la economía, de derribar la Monarquía, y de un montón
de asuntos que se venden como secundarios por la actual izquierda, pero que muy
al contrario, son temas raíces de profundo calado. En estos asuntos también
figuran los de ámbito internacional, ya que hay que reivindicar posturas muy
diferentes con respecto a las que se tienen en relación a Cuba y Venezuela,
Corea del Norte, Rusia, Israel, o el Sáhara Occidental, por mencionar los temas
principales.
Pero no nos
engañemos: además de las propias fuerzas políticas del Estado Español, hemos de
librar otra dura batalla con la Unión Europea, porque ¿Alguien cree, a estas
alturas, que se puede nacionalizar el sector eléctrico sin enfrentarse a la
Comisión? ¿Alguien cree realmente que se puede intervenir el sector financiero
y crear una banca pública con la aprobación de Bruselas? Una izquierda sin
complejos ha de tener asumido el enfrentamiento con la UE y sus órganos de
gobierno si pretende llevar a la práctica su programa. ¿Se puede hacer? Claro
que sí, sólo se necesita la voluntad y la valentía política necesaria. ¿Acaso
no ha retirado Donald Trump a su país de más de una docena de acuerdos
mundiales que tenía suscritos? Lo que ocurre es que un programa de izquierda
sin complejos, fundamentalmente radical, no solo necesita saber lo que hay que
hacer, sino disponer de unos dirigentes con la valentía política necesaria para
hacerlo.
Blog del
autor: http://rafaelsilva.over-blog.es
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