¿PERO QUÉ ESTÁ PASANDO EN BRASIL?
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Jaeme Luiz Callai
Sociologia
Crítica
Posted on
2016/04/19
Brasileños y no
brasileños estamos siguiendo con perplejidad lo que está aconteciendo en la
política brasileña. Los debates sobre la destitución de la presidenta Dilma
Roussef (reelegida en 2015) se acercan a su fin con una alta probabilidad de
que la destitución sea aprobada. La perplejidad se debe, sobr todo, a la
velocidad del proceso en las cámaras, la superficialidad de la discusión sobre
el tema y, sobre todo, al ataque contra el estado de derecho democrático
amparado por la Cámara de Diputados. Acusada de un crimen (tildada de
«responsable» de tal) que no se ha demostrado claramente, será condenada por
razones políticas. La oposición derrotada en las elecciones 2014 no aceptó los
resultados electorales; ciertos sectores conservadores nunaca han aceptado el
avance social y económico de los sectores populares que representaron el
balance más positivo de los gobiernos del Partido del Trabajo (PT) con Lula y
Dilma.
La intensidad y
la eficacia de la campaña contra el PT y la presidenta Dilma se explica por dos
tipos de factores. Por un lado, las incomprensiones y dificultades de la propia
administración del PT. El PT se ha equivocado al por mayor y al por menor; se
perdió el corto y largo plazo. Aprovechando esta situación desfavorable en la
que el gobierno se ha situado, aparece la otra cara de la moneda, el el
oportunismo de los sectores conservadores de la sociedad brasileña que han
pasado a la ofensiva de forma abrumadora.
Los defensores
del gobierno de Dilma acusan de golpistas a los medios de comunicación, casi
monopólicos. Es cierto, pero también es cierto que esto siempre ha acompañado a
la oposición al PT (cualquier parecido con el enfrentamiento Clarín /Kirchner
en Argentina no es casualidad). La novedad radica en que ahora la campaña en
los medios encuentra eco en amplias capas de la población. El giro a la derecha
(por definición conservadora como no podía ser de otra manera) se rearticula en
un frente que va desde la agroindustria, el fundamentalismo religioso, los
extremistas homofóbicos y racistas, y desde luego los anti-partido de los
trabajadores (los contrarios al Programa Bolsa Familia o la política de cuotas
raciales en la universidad).
Esta estrategia
de senfrentamiento se ve reforzada por la crisis económica cuyo resultado es la
recesión económica, el desempleo y el descontento popular, sumados el impacto
del gran escándalo de corrupción en Petrobras, y los cobros de comsiones por
parte de políticos del PT y de otros partidos. La prensa ha actuado
selectivamente y presentado con mucha mayor presencia los casos que afectan al
PT con el objetivo de deslegitimarles ante la opinión pública.
Otro factor que
ayuda a comprender la fuerte inestabilidad política, es el sistema político y
electoral vigente en el país. Los partidos tienen muy poca densidad ideológica
y programática, son, en primer lugar, un arreglo de intereses personalistas. A
pesar de que para ser un candidato a cualquier cargo político —ejecutivo o
legislativo— es necesario estar afiliado a un partido, el mandato imperativo, y
aquí radica el peligro, pertenece al elegido y no el partido. Por otra parte,
se permite el paso de un partido a otro en el curso del mandato, lo que es
ampliamente utilizado. Sólo este año, 2016, el 20% de los diputados (hay 513),
han cambiado de partido. Algunos han cambiado hasta dos y tres veces en la
misma legislatura. Sumemos a ello que están registrados y operando 35 partidos.
Desde un partido trotskista (Partido de la Causa de los Trabajadores),
pasando por el de los Jubilados hasta el Partido de las mujeres
brasileñas, una fuerza con un único diputado federal que es, precisamente,
un hombre. Con esta multiplicidad de partidos y la extrema movilidad de
conmutación de electos entre uno y otro, es muy difícil para cualquier
gobernante mantener una mayoría parlamentaria sólida y fiel. Lo que vemos es un
juego permanente de negociaciones y favores entre Ejecutivo y Diputados. Es lo
que en Brasil se suele llamar un presidencialismo de coalición, con
todos los inconvenientes que esto pueda presentar.
Brasil es, de
hecho, un país muy sui generis, aquí puede pasar cualquier cosa. Es una
sociedad/país lindante con la fantasía, donde la realidad puede desbordar
cualquier cosa que imaginen Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar o Jorge Luis
Borges. Un país donde puede llegarse a anunciar previamente la fecha de un
posible Golpe de Estado para el próximo domingo, a llevar a cabo en la propia
Cámara de Representantes, a través de un concurso de apuestas para ver quién
acierta el resultado de las votaciones. Un golpe simbólicamente transformado en
un mero juego probabilístico. Aunque es una tarea difícil tratar de explicar,
pero incluso con el riesgo de simplificaciones o malentendidos, voy a tratar de
exponer algunas consideraciones que puedan ayudar a entender lo que sucede. En
este esfuerzo me apoyaré en el análisis de muchos otros — periodistas,
académicos, activistas, políticos—, aprovechando un poco aquí, un poco de allá
…. Y, por supuesto desde mi opinión, sobre la política nacional.
Las ideas
políticas, los intereses sociales y económicos de los grandes medios de
comunicación, de las grandes empresas, son en gran medida comunes en todo el
mundo, algo conocido y reconocido por todos nosotros (recuerdo un libro
ampliamente distribuido en las universidades por la embajada de Estados Unidos
en los primeros años de la Dictadura militar, cuyo título era «Você Pode
Confiar nos Comunistas» (Fred Schwarz, 1963). Sabemos (lo deberiamos haber
aprendido ya) lo que consideran correcto y cómo funcionan; siempre en defensa
de sus intereses, a veces por la vía democrática, a veces no tanto. No debemos
sorprendernos. La novedad en Brasil, por una especie de movimiento pendular, es
que se puede añadir también a la clase media e incluso la popular ,en torno a
las ideas nazifascistas con matices — «defensa de la moral, pública y
privada»—, a la intolerancia como la actitud y a la violencia como estrategia
de intimidación.
Hagamos una
retrospectiva para intentar entender esta trama con final tan funesto:
El Partido de
los Trabajadores (PT), fundado en 1980, se presenta como el partido de la ética
en la política y la gestión de los asuntos públicos y capaz de realizar
reformas estructurales en la sociedad brasileña. El PT logró conectar
especialmente con los jóvenes, recordemos el Foro Social Mundial y la extensión
de su eslogan más representativo: «¡otro mundo es posible!».
El mayor activo
del PT es, sin duda, Lula, cuyo carismático iderazgo, con una pizca de ese
caudillismo (con notas de cierto caciquismo) es representativo de una cierta
forma de entender la política de América Latina. Al final de sus dos
mandatos presidenciales (2003-2010) era evidente el hecho de que la estatura
política de Lula fue mayor que el PT. Se habló entonces en lulismo diferenciándolo
de petismo.
La elección de
Dilma Rousseff como candidato a la presidencia y Fernando Haddad como candidato
a la alcaldía de Sao Paulo, dos caracteres extraños en la trayectoria histórica
del PT, fue una imposición de Lula y la mayor prueba de que estaba más allá de
la estructura del partido.
Desde el primer
mandato de Lula y el PT, con el fin de garantizarse el apoyo parlamentario, se
estableció una amplia gama de alianzas políticas que restó importancia a la
dimensión ideológica o programática. Fueron alianzas pragmáticas, es decir, la
garantía de apoyo parlamentario a cambio de ministerios, posiciones en la
administración pública y otros favores (o corrupción abierta).
Como resultado
de estas alianzas espurias, el gobierno del PT fue alejandose poco a poco de
sus bases sociales y de su compromiso con la justicia social. Algunos
indicadores de este cambio fueron:
a) Con los
gobiernos del PT la reforma agraria perdió impulso en comparación con los
anteriores gobiernos (incluyendo el gobierno neoliberal de Fernando Henrique
Cardoso). La gran agro-industria fue incentivada y se estimuló la extensión de
transgénicos, convirtiéndose Brasil en uno de los mayores exportadores de
cereales y carne;
b) La mejora
del acceso a la educación superior gratuita se hizo sobre todo, apoyando
mediante recursos públicos (becas, ayudas y financiación) a la educación
privada, lo que se tradujo en un tremendo crecimiento de las escuelas privadas
(con entrada de capital extranjero y acciones en la Bolsa incluídos). La educación
se ha convertido en un negocio.
Igualmente
hubo, por otro lado, resultados positivos significativos en el ámbito social,
traducidos en la reducción de la pobreza absoluta; en el aumento de los
salarios y los ingresos de los trabajadores; programas de vivienda para la
población de bajos ingresos; los logros, en estos campos, y en el acceso
universal a la educación básica pública gratuita o el acceso a la educación
superior son innegables. Pero por un extraño mecanismo político, estos avances
sociales, fueron percibidos por los destinatarios como un don y no como un
logro. En palabras de un intelectual históricamente vinculado al PT: tales
políticas «incrementaron el número de consumidores, pero no el de ciudadanos».
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