2 de marzo de 1975. El
Teatro Olympia de París será testigo de uno de los acontecimientos culturales
más relevantes del tardofranquismo y la transición española. El recital de
Pablo Guerrero fue un episodio mágico.
50 años de un disco legendario
EL VIEJO TOPO / 2 marzo, 2025
PABLO GUERRERO
EN EL OLYMPIA
Por Miguel
Ángel Gómez Naharro y Manuel Cañada
2 de marzo de
1975. El Teatro Olympia de París será testigo de uno de los acontecimientos
culturales más relevantes del tardofranquismo y la transición española. El
recital de Pablo Guerrero constituye uno de esos episodios mágicos que
condensan las emociones y esperanzas de una generación y de una coyuntura
histórica, un concierto que resonará en la memoria colectiva hasta nuestros días.
El
acontecimiento, señala el filósofo Alain Badiou, es un engendramiento de
verdad. Es el momento en el que emergen verdades nuevas u omitidas, el tiempo
en el que toman cuerpo los grandes sueños diurnos. En el Olympia, Pablo
Guerrero, con la sencillez y sinceridad naturales en él, pone en pie un
ramillete de verdades y sujetos sin nombre: la Extremadura olvidada de los
conquistados, los nuevos paisajes doloridos de los emigrantes, la irrupción de
la juventud antifranquista, la unión de los anhelos de amor y libertad o el
estrecho vínculo de la cultura y la tradición popular. En sus canciones se
funden Picasso y la trilla de los campesinos, las utopías de mayo del 68 y la
nostalgia emigrante a orillas del Rhin. Pero, además, ese fogonazo de ideas y
comunidades relegadas se presenta con formas nuevas, sin recurrir al
folklorismo sentimental ni al panfleto, con un trenzado inédito que une poesía
y rebeldía, humildad y conciencia.
La canción francesa de posguerra, con Jacques Brel, Georges Brassens o Leo Ferré a la cabeza, es una de las principales fuentes de inspiración para la corriente de cantautores españoles que ha surgido en los años sesenta. París es en ese tiempo, además del epicentro de las revueltas universitarias, la indiscutible capital cultural del mundo. Y el Teatro Olympia es uno de sus grandes emblemas, una sala mítica en la que han actuado leyendas como Édith Piaf, Bob Dylan o Georges Moustaki. Por otra parte, Francia es uno de los países que tras la guerra civil acogió a un mayor número de exiliados españoles y que constituye ahora el lugar de destino para decenas de miles de emigrantes. Ese es el contexto en el que se produce la maravilla. Pablo Guerrero lo recordará así en 2010: ”Era un ciclo de canción muy grande, que duró como dos años, que hicieron los exiliados españoles, apoyados por intelectuales. Pasamos por allí José Menese, María del Mar Bonet, por supuesto Paco Ibáñez, Xabier Ribalta… Y me llamaron a mí, un poco por ser de Extremadura, que era una nacionalidad que allí se conocía poco, pero que había mucha emigración y muchas chicas sirviendo que en aquella época iban a París”. Lluís Llach, los hermanos Parra, Raimon, Pi de la Serra o Manuel Gerena serán otros de los músicos que actúen en el Olympia. Pero dos de esos recitales permanecerán de modo especial en la memoria colectiva, los de Paco Ibáñez y Pablo Guerrero. El doble aldabonazo, la voz de los poetas y una nueva España en marcha en las canciones de Paco Ibáñez; la artesanía, la búsqueda incansable y la gente de mañana irrumpiendo a cántaros en las de Pablo.
Parece que por
entonces la España franquista está dando las boqueadas. Pero ese régimen
criminal sólo está dispuesto a morir matando. Justo un año antes del concierto
del Olympia, en la mañana del 2 de marzo de 1974, Salvador Puig Antich y Heinz
Chez fueron ejecutados por medio del garrote vil. Matando y amordazando la
Dictadura continúa afanada en que la libertad sea sólo “una palabra escrita en
la pared”. Y a veces ni tan siquiera eso. Una palabra escrita en la pared
le costará la vida por ejemplo a Javier Verdejo, un joven estudiante granadino
de 19 años, asesinado el 14 de agosto de 1976 cuando la Guardia Civil le
sorprendió realizando una pintada que incluía tres humildes palabras: Pan,
Trabajo y Libertad.
En febrero de 1975,
unos días antes del recital, en la ciudad de Cáceres sucede un hecho que
ilustra -en este caso de forma grotesca y descabellada- la naturaleza paranoica
del régimen: el cabo Piris, el miembro más antiguo de la Policía Local, ordena
retirar del escaparate de la Librería Figueroa un cuadro de Goya, La Maja
desnuda. “¡Vengo a quitar esa inmoralidad de ahí!”, exclama el probo
funcionario, que recibirá días más tarde la felicitación unánime del
Ayuntamiento. En cuarenta años el franquismo ha echado hondas raíces de
alienación y miedo. Los que mandan en las instituciones políticas, pero también
en las fábricas, en los cuarteles o en las universidades maniobran para
reproducir su dominio. “Que este tiempo sólo de nieblas nunca consiga paralizar
tus pasos”, canta Pablo por entonces, que confiesa que vivió aquellos años “con
una gran intensidad, con una gran energía y una gran ilusión. Era un tiempo
donde sobre todo los jóvenes vibrábamos en una misma dirección, que acabara ya
el franquismo, ya eran sus últimos años y aquello parecía eterno, parecía que
no se iba a acabar nunca”.
Miguel Ángel
Chastang, que toca el contrabajo, y Nacho Saénz de Tejada –uno de los grandes
amigos de Pablo durante toda su vida–, que hace lo propio a la guitarra, serán
los dos músicos que le acompañen en la aventura parisina. Los tres, junto a
Charo –Rosario Gómez Vinarás, su novia, con la que se casará un año después– se
plantan en París. “Recuerdo un lío muy grande porque Miguel Ángel no tenía el
pasaporte y pasar en aquella época era complicadísimo. Pero lo que hicieron los
organizadores fue mandarnos programas del Olympia. Fuimos en tren, en el Puerta
de Sol-París. Y cuando llegamos a la frontera dijimos: “Vamos a cantar al
Olympia”, y enseñamos el papel con el carné de identidad. ¡Y nos dejaron
pasar!”
Pablo confiesa
que antes de comenzar el recital “estaba aterrado”. “Íbamos a empezar a cantar
y el regidor nos llamó y nos dijo, como muy sabiondo, en un perfecto
castellano: “Venid aquí, españolitos. Este teatro ha hecho grandes a Jacques
Brel, a Bob Dylan, a Joni Mitchell, por aquí han pasado los mejores… Así que a
ver qué hacéis, porque como lo hagáis mal os hundiréis en la miseria para
siempre”. Y nos dejó hechos polvo literalmente, con la moral por los suelos.
Pero, de repente, cuando íbamos a salir, Miguel Ángel dijo: “Se van a enterar
estos franceses de lo que sabemos hacer”. Y, salimos a darlo todo, muy
motivados, dimos un recital muy imperfecto, pero que tiene verdad y tiene
magia”. Así recuerda el cantautor extremeño aquel día tan decisivo en su
trayectoria musical.
En el concierto interpretará once canciones. Son pocas –a continuación ha de actuar otro cantautor, Xavier Ribalta– pero han sido escogidas con esmero. Seis de las canciones ya han sido incluidas en el disco A cántaros. Y, dos de las cinco nuevas, Extremadura y Emigrante, han sido expresamente prohibidas por la censura. La selección resume muy bien las dos primeras etapas de Pablo Guerrero, la primera, “de carácter claramente rural”, en la que retrata la vida del campesinado y del pueblo de Extremadura, y la segunda, de “integración ciudadana y de reivindicación frente y contra la dictadura franquista”, por decirlo con las palabras de uno de los principales investigadores de la canción de autor en España, Fernando González Lucini.
El repertorio
apunta a cuatro temáticas, estrechamente entrelazadas. Tres canciones nos
hablan de la unión más hermosa e indestructible, la que anuda el amor y la
libertad. El erotismo y la aspiración a un mundo nuevo se dan la mano
poéticamente en Buscándonos.
Qué de
temblor de risa
hay en tus
manos
cuando vienen a
mí
—buscándome,
buscándome—
para exigir al
mundo
nuestra ración
de dicha.
Qué temblor de
peces, de manantiales, de risa y de vida en la poesía musicada de Pablo. Como
señalará Moncho Alpuente la canción, “alejada del tópico, cuenta en palabras
distintas, pero sentidas y muy gráficas el temblor de dos amantes que se buscan
y se encuentran”.
Hoy que te amo y Para huir de la muerte se inscriben en esa misma
concepción que fusiona el amor y el compromiso con la lucha colectiva, en la
que “la libertad se presenta como una única extensión, sin discontinuidades
entre lo personal y lo social” (Luis Tórrego Egido).
Hoy que te amo,
mujer, amiga y compañera,
vamos a creer
que nuestras manos crecen,
y que tenemos
mil dedos o diez mil, y que todos
son como
antorchas que a la noche amanecen.
Francesco
Alberoni describía el enamoramiento como “estado naciente de un movimiento
colectivo de dos”. Y Mario Benedetti abundaba en esa idea: “en la calle, codo a
codo, somos mucho más que dos”. Las canciones de amor de Pablo Guerrero en
estos años comparten esa unión de lo individual y lo comunitario. Las metáforas
eróticas -“las mejores fresas de tu huerto”, “el conjuro dormido de tus
pechos”- caminan junto a las aspiraciones colectivas y a la denuncia irónica y
sutil, a lo Chejov, como cuando nos retrata la atmósfera represiva en el país
refiriendo el el modo en el que un diligente custodio apercibe a los amantes:
Un
hombre se acercaba, muy amable nos dijo:
«Está prohibido
que estén aquí sentados».
En Para
huir de la muerte aborda un tema clásico de la poesía. Es una canción
que dedica a la memoria de Pablo Picasso y de Pablo Neruda. “Cuando
yo la hice aún vivían y ahora me gustaría que fuese un recuerdo. A Pablo
Picasso porque hago referencia a sus palomas y a Pablo Neruda porque tengo el
atrevimiento de robarle un verso de sus Veinte poemas de amor y una
canción desesperada”. En la letra parecen resonar también el conocido poema
de Miguel Hernández, Llego con tres heridas. La vida consigue zafarse de la
muerte a condición de vivirla intensamente; amar -parece decirnos el cantautor
y poeta- es la mejor forma de huir de ella.
ESPAÑA Y YO
SOMOS ASÍ, SEÑORES
Ecos de
sociedad apunta a otro de los ejes temáticos del disco, el
retrato de la España reaccionaria, de la sociedad hipócrita que ha construido
el franquismo y de la alianza de clases en la que se sustenta.
Él iba luciendo
su viril elegancia
su bigotito
gris, su educación en Francia
y la fábrica
azul de su suegro en Manresa.
Él iba
orgulloso de su aristocracia
que le ha
permitido, y no es una desgracia,
amarrarse al
duro banco de una galera burguesa.
En Ecos
de sociedad, la descripción burlesca de la boda de dos vástagos de la
clase dominante nos muestra la trabazón de intereses económicos que se
enmascara tras el “aleteo de sonrisas, medallas, tules, lazos, satenes y
condecoraciones”. Es la España que Berlanga caracterizará en La
escopeta nacional, el pacto fundacional del franquismo entre la
aristocracia terrateniente y la burguesía rampante, siempre al amparo, claro
está, de la Iglesia oficial; la España tridentina que condena a las mujeres a
un papel ornamental y subalterno.
En Pepe
Rodríguez el de la barba en flor Pablo ironiza sobre el ligón de
guiris, presentándonos el fardón del landismo pero, eso sí, con un ligero toque
europeo. “Es una especie de romance que cuenta las hazañas de un personaje
mitad Cid Campeador, mitad Don Juan”. El Plan de Estabilización ha llegado a
las playas y a los mesones, pero sin olvidar nunca que, como dice Fraga, Spain
is different.
Pepe Rodríguez,
el de la barba en flor,
sabe inglés que
aprendió de noche en un mesón.
Llega pues y
sonríe, un vino y ya ligó
!Oh! mío Pepe,
el de la barba en flor.
“Todos
conocemos o envidiamos a ese Pepe celtibérico que liga a extranjeras, que tiene
éxito, que es europeo. Con gran sentido del humor, Pablo ironiza sobre esos
Pepes y hasta se ríe de sí mismo. Sólo por eso demuestra una gran inteligencia.
No hay que tomar las cosas a la tremenda”, escribe Moncho Alpuente. Con
ironía nuestro cantautor está pintando las consecuencias del turismo masivo y
el cambio en las mentalidades que está produciendo: “Vives como en Europa y
salvas la tradición”.
EXTREMADURA,
LEVÁNTATE Y ANDA
Extremadura
será otro de los grandes argumentos del disco. Tres canciones nos hablan del
pasado y del presente de la patria del autor. La primera de ellas se arraiga en
el folklore, en la cultura popular. Se trata de los Cantares de Trilla.
Pablo Guerrero recuerda que en su pueblo, Esparragosa, “era frecuente pasar en
la época de la vendimia por un viñedo y oir cantar a la gente que recogía, y lo
mismo en la trilla. Yo viví en una zona muy aislada, donde este tipo de tradiciones
se conservó hasta muy entrados los sesenta”. Los cantares de trilla que él
interpreta recogen chascarrillos del mundo campesino, burlones, pícaros, con
mordiente. La galvana del que está harto de trabajar, la viuda que busca “un
nuevo dueño para su viña”, el recelo paterno frente a las jóvenes demasiado
ventaneras, el elogio del vino o el inveterado y socarrón anticlericalismo.
Por la sierra
de Lares
vienen bajando
veinticuatro
mil frailes
tras un pan
blanco.
En los cantares
de trilla que tanto le gusta interpretar al poeta se presienten los ecos del
carnaval, las letras rijosas del Arcipreste de Hita o la rica tradición de los
romances.
El segundo de
los temas en el que está bien presente Extremadura es en Emigrante.
La canción aborda el desarraigo y el sufrimiento que ha supuesto la emigración
para centenares de miles de extremeños y para millones de españoles. Una brutal
hemorragia que ha desangrado y aún desangra Extremadura.
Un
día cambió todo:
nuevos paisajes
y los mismos dolores.
Las manos
tienen callos, pero no de espigas,
y el corazón sin vino qué solo está y qué solo.
Pablo condensa
de forma extraordinaria la rabia y la nostalgia, relatándonos el encuentro de
dos emigrantes extremeños en Alemania, alternando y acoplando con maestría el
aparente distanciamiento de unas estrofas con la calidez y ternura de otras. Es
sin duda uno de los temas más hermosos que ha compuesto en su larga carrera,
una canción con la que se han identificado miles de paisanos, “que salieron de
nuestra tierra a Europa o a otras partes del país, a dejar allí su cultura y su
trabajo”. Un acontecimiento es auténtico, señala Badiou, “en cuanto implica un
encuentro traumático con un real no simbolizado”. Las criadas extremeñas, la
clase obrera campesina que dejó el arado y la yunta y se deja ahora la piel en
las obras y las fábricas de las ciudades, las vidas “de piedra despedida, de
piedra golpeada, de piedra sola y dura” están retratadas en esta pequeña pero
fabulosa historia. Unos meses después, en agosto de 1975, el diario Hoy recogía
unas declaraciones de Tomás Pinto, un emigrante extremeño nacido en un pequeño
pueblo de la Sierra de Gata que había asistido al recital del Olympia: “Aquello
fue emocionante. Asistí con mis padres. Sin que esto parezca una novela rosa
pero, de verdad, oyendo a Pablo cantar a Extremadura mucha gente Iloró”.
El cantautor
conocía de cerca la emigración. Durante los meses de julio y agosto de 1970
había estado trabajando en una fábrica de envases en Heilbron (Alemania).
“Sobre todo me pareció que la gente se encontraba sola, muy desarraigada de sus
costumbres, de la luz, de su tierra y de su gente, aunque no había españoles,
había muchos yugoeslavos”. Aquella experiencia contribuiría también a forjar su
aguda conciencia social y política. Pablo recuerda que entonces interpretaba
esta canción “con las tripas, y con la rabia que me daban los que tuvieron que
dejar casa, familia, costumbres, idioma, por tener que emigrar a otros lugares,
en busca de mejorar su suerte y la de sus hijos”.
Por último,
dentro de este bloque temático, hay que destacar la canción Extremadura,
que muchos consideramos el mejor y más auténtico himno que se ha hecho de la
región, un canto a nuestra tierra y a sus gentes. En cinco breves y precisas
estrofas, Pablo resume la identidad y las encrucijadas históricas de la
comunidad extremeña.
Extremadura,
campo de toros
heridos
que no braman.
¿Ocultarán el
gemido
de su garganta?
Extremadura,
hombres que
rezan a Dios
para que
llueva.
Pero ¿quién les
asegura
la cosecha?
Extremadura,
soledad llena
de encinas
sobre campos
con veredas,
¿por qué se
fueron los hombres
de tu tierra?
Extremadura,
tierra de
conquistadores
que apenas te
dieron nada.
Ay, mi
Extremadura
amarga.
Ay, mi
Extremadura
levantáte y
anda.
Extremadura, entonada a capella, suena “como una canción de
pastoreo”. Es, en palabras de la periodista Merche Barrado “un poema casi
gritado a golpes de guitarra, cuya interpretación choca mucho más cuando se
escucha hablar a un Pablo Guerrero que se expresa en un tono de voz muy bajo, muy
dulce, muy lento, que parece imposible de alterar”.
Pablo no
manifiesta las ideas con abstracciones, sino con imágenes, con metáforas
luminosas. La aparente resignación de los “toros heridos que no braman”, el
sufrimiento contenido del pueblo, el dolor que no encuentra cauce. La identidad
campesina de Extremadura y la incertidumbre que la acompaña, en la segunda
estrofa. La herida que no cesa de la emigración, la paradoja insensata de que
siendo tan grande y fértil sin embargo sus hombres y mujeres tengan que
abandonarla. La historia manipulada que quema, la patraña mítica y
autocomplaciente de los conquistadores. Y, por último, la necesidad de que ese
lázaro cubierto de llagas se ponga en pie, luche y se libere de siglos de
opresión. Imposible decir tanto y tan esencial de forma más sintética.
“Extremadura
estuvo en el Olympia”. Días después del concierto así rezará el título de una
de las noticias incluidas en Acordes, una sección musical del diario Hoy de la
que se encargaban Jeremías Clemente y Manolo López. “La guitarra y la figura,
entre tímida y segura, de Pablo Guerrero” rescataba aquella tierra olvidada y
saqueada del suroeste español. La Extremadura rebelde del 25 de Marzo retornaba
en su voz tras décadas de ostracismo.
ES TIEMPO DE
VIVIR, DE SOÑAR Y DE CREER
El recital del
Olympia consagrará a Pablo como uno de los grandes cantautores del país, que
aparece con un perfil nítido, singular. Él es un poeta que canta, con un mundo
propio, y con un discurso utópico muy elaborado que trasciende la coyuntura.
Pablo Guerrero
aboga por una transformación profunda, social, política y cultural, en la
economía y en los valores. “No solo cambiar la Historia, sino la vida”,
afirmará en una entrevista para Triunfo en 1977. En sus
canciones, según Haro Ibars, “hay una revalorización del deseo, del sueño y de
su confrontación dialéctica con nuestra realidad cotidiana”. En la
canción Planeó aparece con fuerza la crítica a las inercias
que nos atan y nos hipotecan la vida.
Ahorcaría su
corbata y dejaría clavado
su horario en
la pared.
Y esa tela de
araña que se metió en su frente
le dejaría,
posiblemente, de doler.
Sentía ganas de
luchar… yo que sé,
de hacerse una
remuda en el alma cualquier sábado
y emprender una
vida tan bella como cien
televisores
apagados.
Una vida tan
bella como cien televisores apagados. Ahí es nada. Nuestro poeta no arremete
sólo contra el franquismo o contra la marginación de Extremadura, sino contra
el sistema que hace posible esos y otros desmanes, contra la gris costumbre de
la muerte en vida y contra las quimeras del individualismo y del
consumismo, en una línea que recuerda a lo que proponían por entonces
intelectuales como Marcuse o Pasolini. Cantar en los setenta “era una
militancia cultural”, le contesta a Victoria Prego, en una entrevista en 2003.
La aspiración del movimiento popular construido en los últimos años, del que
los cantautores constituían una pieza destacada, “era una revolución de
costumbres, de forma de vida, de forma de ver el mundo, de enfrentarse a las
cosas, de relacionarse con los demás y con uno mismo”.
Pero para
lograr un cambio de esa envergadura se necesita un pueblo muy consciente, un
sujeto social capaz de romper las amarras con el pasado. “Busca a la gente
de mañana” representaba ese llamamiento a unir y unirse con todo lo
realmente transformador, con la gente “que tiene en sus manos las olas de la
vida”, en los centros de trabajo, en las universidades o en los barrios. “Buscó
en tajos y talleres/ a los enteros/ y les habló/ de un mundo nuevo”, escribirá
Gabriel Celaya por esas fechas refiriéndose a un militante antifascista
infatigable, el panadero Simón Sánchez Montero. Reunir lo disperso, levantar la
esperanza, organizar las soledades, de eso se trataba y se trata.
A cántaros, el tema con el que se cierra el recital, se convertirá en uno de los
principales emblemas en la lucha contra la dictadura, “el parte meteorológico
de las esperanzas democráticas que nos daba nuestro hombre del tiempo, Pablo
Guerrero”, en palabras de Antonio Burgos. Un gran himno de amor,
solidaridad y aliento que expresa la necesidad, la promesa y la confianza en
una explosión democrática, en una lluvia fuerte que acabara con el franquismo.
Pero tú y yo
sabemos
que hay señales
que anuncian
que la siesta
se acaba
y que una
lluvia fuerte,
sin bioenzimas,
claro,
limpiará
nuestra casa.
Hay que doler
de la vida, hasta creer,
que tiene que
llover
a cántaros.
«La canción
nació de una forma un poco mágica, muy rápida. A la vez la música, la letra y
la armonía, cosa que no me ha ocurrido nunca después. Hacía calor y no necesité
repetirla para memorizarla. Llamé a mis mejores amigos y amigas de aquella
época. Se la canté por teléfono. En el Festival de los Pueblos Ibéricos, celebrado
en mayo de 1976, me estremecí, al ver que cincuenta mil personas la cantaban
conmigo. Supe que permanecería en el tiempo”, recuerda Pablo. Es sin duda su
pieza más popular. Ha sido llevada al jazz, a la salsa, al country y se ha
convertido en un canto a la libertad y en una apelación contra la injusticia.
En las plazas del 15M en 2011, y en los movimientos populares de la última
década, ha vuelto a sonar con fuerza.
El recital en
directo será editado como disco por Gong, un sello dependiente de Movieplay.
Inicialmente Pablo y Nacho Sáenz de Tejada eran remisos a su publicación,
porque les parecía que la grabación técnicamente estaba muy mal. Pero Gonzalo
García Pelayo, el director de la empresa, les convencería de que “era un disco
que estaba muy vivo, tocado con mucha veracidad y sentimiento”. La edición
recibirá una acogida extraordinaria y convertirá aquel recital en un disco de
culto.
Pablo Guerrero
ha sido durante más de cinco décadas un referente ético y estético. El mejor
letrista y el más avanzado de los cantautores españoles, como le gusta decir a
Luis Mendo. Un buscador incansable de formas nuevas, un sorteador de lugares
comunes. Y, al tiempo, un espejo de generosidad y coherencia donde mirarse.
“Sus canciones
atravesaron el posmoderno purgatorio de la Transición. El seguía contando,
reclamando lo común, el amor, el paisaje, las manos entrelazadas”, como explica
Antonio Crespo Massieu. Mientras otros, mercaderes, traficantes al acecho de la
presa negociaban en cada mesa maquillajes de ocasión, Pablo “seguía fiel a sí
mismo, diciendo canciones que eran hermosos poemas, en voz baja, estremecida”.
Recordar,
volver a pasar por el corazón la obra de Pablo, no es sólo un elemental deber
de justicia y memoria, es también una forma de alimentar la esperanza, la
dignidad y el coraje que necesitamos en el presente. Ahora más que nunca,
cuando en el huevo de la serpiente se desperezan nuevos monstruos y tras el
decorado de artificios se adivinan nuevos tsunamis y guerras, “es tiempo de
vivir, de soñar y de creer”. Y que una lluvia fuerte, sin monóxidos ni
neofascismo, claro, limpie el solar común que habitamos.
Fotografías
de Enrique Cidoncha
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