Trágicamente, la guerra
es más que bombardeos, muerte y destrucción. Además de muertos y heridos, de
amputados física y psicológicamente, su efecto se prolonga en las siguientes
generaciones, en su forma de vida, en su salud física y mental.
La guerra mutila el corazón de la humanidad
El Viejo Topo
5 junio, 2024
En su
apartamento en Bagdad (Irak), mis amigos me cuentan cómo les impactaron los
horrores de la guerra ilegal impuesta por los Estados Unidos en 2003 contra su
país. Yusuf y Anisa son miembros de la Federación de Periodistas de Irak y
ambos tienen experiencia como periodistas independientes para empresas de
comunicación occidentales que llegaron a Bagdad en medio de la guerra. La
primera vez que fui a cenar a su apartamento, en el bien situado barrio de
Waziriyah, me llamó la atención que Anisa –a quien yo había conocido como una
persona laica– llevara un velo sobre el rostro. “Llevo este pañuelo”, me dijo
Anisa más tarde por la noche, “para ocultar la cicatriz que tengo en la
mandíbula y el cuello, la cicatriz que me hizo una herida de bala de un soldado
estadounidense que entró en pánico después de que estallara un IED [artefacto
explosivo improvisado] junto a su patrulla”.
Antes, Yusuf me
había llevado por los alrededores de la ciudad de Nuevo Bagdad, donde en 2007
un helicóptero Apache había matado a casi veinte civiles y herido a dos niños.
Entre los muertos había dos periodistas que trabajaban para Reuters,
Saeed Chmagh y Namir Noor-Eldeen. “Aquí es donde los mataron”, me dice Yusuf
mientras señala la plaza. “Y aquí es donde Saleh [Matasher Tomal] aparcó su
miniván para rescatar a Saeed, que aún no había muerto. Y aquí es donde los
apaches dispararon contra el vehículo, hiriendo gravemente a los hijos de
Saleh, Sajad y Duah”. Me interesaba este lugar porque todo el incidente fue
grabado por el ejército estadounidense y publicado por Wikileaks como
“Asesinato colateral”. Julian Assange está en prisión en gran parte porque
dirigió el equipo que difundió este vídeo (ahora ha recibido el derecho a
impugnar ante un tribunal del Reino Unido su extradición a los Estados Unidos).
El vídeo presentaba pruebas directas de un horrible crimen de guerra.
“Nadie en
nuestro barrio ha quedado indemne de la violencia. Somos una sociedad
traumatizada”, me dijo Anisa por la noche. “Por ejemplo, mi vecina. Perdió a su
madre en un atentado y su marido está ciego a causa de otro atentado”. Las
historias llenan mi cuaderno. Son interminables. Todas las sociedades que han
sufrido el tipo de guerra al que se enfrentan los y las iraquíes, y ahora los y
las palestinas, quedan profundamente marcadas. Es difícil recuperarse de tanta
violencia.
Mi tierra
envenenada
Estoy caminando
cerca de la Ruta Ho Chi Minh en Vietnam. Los amigos que me están mostrando la
zona señalan los campos que la rodean y dicen que esta tierra ha sido tan
envenenada por el Agente Naranja (un herbicida) lanzado por los Estados Unidos
que no creen que se puedan producir alimentos aquí durante generaciones. Los
EE. UU. arrojaron al menos 74 millones de litros de productos químicos (en su
mayoría Agente Naranja) sobre Camboya, Laos y Vietnam, centrándose durante
muchos años en esta línea de suministro que iba del norte al sur. La
pulverización de estos productos químicos alcanzó los cuerpos de al menos cinco
millones de vietnamitas y mutiló la tierra.
La periodista
vietnamita Trân Tô Nga publicó Ma terre empoisonnée (Mi tierra
envenenada) en 2016 como una forma de llamar la atención sobre la atrocidad que
ha seguido afectando a Vietnam más de cuatro décadas después de que los Estados
Unidos perdieran la guerra. En su libro, Trân Tô Nga describe cómo en 1966,
siendo periodista, un Fairchild C-123 de las Fuerzas Aéreas estadounidenses la
roció con un extraño producto químico. Se limpió y siguió adelante por la
selva, inhalando los venenos lanzados desde el cielo. Dos años después nació su
hija, que murió en la infancia por el impacto del agente naranja en Trân Tô
Nga. “La gente de ese pueblo de allí”, me dicen mis guías, nombrando el pueblo,
“da a luz a niños con graves defectos generación tras generación”.
Gaza
Estos recuerdos
vuelven en el contexto de Gaza. La atención se centra a menudo en los muertos y
en la destrucción del paisaje. Pero hay otras partes perdurables de la guerra
moderna que son difíciles de calcular. Está el inmenso sonido de la guerra, el
ruido de los bombardeos y de los gritos, los ruidos que calan hondo en la
conciencia de pequeñas infancias y los marcan para toda la vida. Hay niños y
niñas en Gaza, por ejemplo, que nacieron en 2006 y ahora tienen dieciocho años,
que han visto guerras al nacer en 2006, luego en 2008-09, 2012, 2014, 2021, y
ahora, 2023-24. Los intervalos entre estos grandes bombardeos han estado
salpicados por bombardeos más pequeños, igual de ruidosos y mortíferos.
Luego está el
polvo. La construcción moderna utiliza una serie de materiales tóxicos. De
hecho, en 1982, la Organización Mundial de la Salud reconoció un fenómeno
llamado “síndrome del edificio enfermo”, que es cuando una persona cae enferma
debido al material tóxico utilizado para construir los edificios modernos.
Imaginemos que una bomba MK84 de 2.000 libras cae sobre un edificio e
imaginemos el polvo tóxico que vuela y permanece tanto en el aire como en el
suelo. Esto es precisamente lo que respiran ahora las infancias de Gaza
mientras los israelíes lanzan cientos de estas mortíferas bombas sobre barrios
residenciales. Ahora hay más de 37 millones de toneladas de escombros en Gaza,
gran parte de ellos llenos de sustancias tóxicas.
Todas las zonas
de guerra siguen siendo peligrosas años después del alto el fuego. En el caso
de esta guerra contra Gaza, ni siquiera el cese de las hostilidades pondrá fin
a la violencia. A principios de noviembre de 2023, Euro-Med Human Rights
Monitor calculó que los israelíes habían arrojado 25.000 toneladas de
explosivos sobre Gaza, lo que equivale a dos bombas nucleares (aunque, como
señalaron, Hiroshima se asienta sobre 900 metros cuadrados de tierra, mientras
que los metros cuadrados totales de Gaza son 360). A finales de abril de 2024,
Israel había lanzado más de 75.000 toneladas de
bombas sobre Gaza, lo que equivaldría a seis bombas nucleares. Las Naciones
Unidas estiman que se necesitarían 14 años para eliminar los artefactos
explosivos sin detonar en Gaza. Eso significa que hasta 2038 seguirá muriendo
gente a causa de este bombardeo israelí.
En la repisa
del modesto salón del apartamento de Anisa y Yusuf hay una pequeña bandera
palestina. Junto a ella hay un pequeño trozo de metralla que alcanzó y destruyó
el ojo izquierdo de Yusuf. No hay nada más sobre ella.
Fuente: Globetrotter
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