domingo, 3 de julio de 2022

Escrivá y la carencia de mano de obra

 

Los planteamientos de Escrivá parecen dictados por la patronal y resultan bastante impresentables cuando existen tres millones de parados. Tiene razón la ministra de Trabajo cuando les espeta como solución a los empresarios que suban los salarios.


Escrivá y la carencia de mano de obra


Juan Francisco Martín Seco

El Viejo Topo

3 julio, 2022 

 

Parece ser que los hosteleros están muy preocupados porque no encuentran trabajadores para esta temporada. Todo ello resulta paradójico en una sociedad que tiene tres millones de parados. El problema no es exclusivo de este sector. Al menos se da en otros dos, el del transporte y el agrícola y ganadero, incluso también en el de la construcción. La queja de los empresarios es bifronte. En primera instancia, necesitan personal sin más; en segunda derivada, personal cualificado. Nunca se sabe cuándo se refieren a una u otra necesidad.

En determinados oficios la carencia de personal puede tener su origen en la falta de cualificación. La coexistencia con tres millones de parados es posible únicamente por la desconexión entre oferta y demanda en el mercado laboral. Existe desde antiguo un problema cultural. Los trabajos manuales están infravalorados y, por lo mismo, peor retribuidos. Todo el mundo quiere ser médico, abogado, ingeniero o al menos empleado en una oficina o un ministerio.

La expansión de las universidades ha generalizado los estudios universitarios, creando un número mayor de titulados de los que la sociedad necesita, mientras se ha abandonado la formación profesional. Los exámenes de selectividad han pretendido ordenar la enseñanza de manera que se compaginasen las necesidades sociales con las preferencias de los alumnos. La irrupción de las universidades privadas ha desequilibrado de nuevo el escenario, originando la injusticia de que aquellos que posean capacidad económica puedan estudiar la carrera que deseen tengan la calificación que tengan.

Pero la falta de personal en estos sectores no afecta únicamente a la cualificación profesional, sino a la mano de obra sin más, en general. Como siempre, la contestación ofrecida desde el Gobierno ha sido dual. Por una parte, el ínclito Escrivá, que cuenta con la adhesión entusiasta de la cúpula empresarial, plantea abrir de par en par las puertas del mercado laboral a la emigración. Se supone que lo formula no como solución a la falta de cualificación profesional (la gran mayoría de los emigrantes no tendrán mayor formación que los parados españoles), sino a la carencia de mano de obra en general. Por otra parte, la ministra de Trabajo ha replicado a los empresarios, remedando a Biden: “Suban los salarios”. La patronal ha contestado inmediatamente y ha tildado de simplista la repuesta de la ministra. Sin embargo, en esta ocasión la ministra tiene al menos su parte de razón, aunque también es verdad que la cosa es más compleja.

Los cuatro sectores señalados tienen en común ser oficios muy duros con jornadas prolongadas e irregulares, amén de ser muchos de ellos trabajos de carácter estacional, con poca seguridad, y la vivienda constituye un fuerte impedimento a la movilidad. La demanda de estos trabajos no solo depende del nivel salarial, sino de las condiciones laborales. Bien es verdad que casi todo se puede compensar con subidas en las retribuciones. Pero ahí nace un factor nuevo que es el de la productividad y que puede limitar los salarios. Ningún empresario contratará a un trabajador más si el incremento en los ingresos no compensa el coste añadido de la contratación.

Es importante añadir que la productividad de la que estamos hablando hay que considerarla en términos monetarios, no en términos reales. En este sentido, no hay incremento de la productividad, aun cuando con el mismo número de trabajadores se consiga una producción mayor, si el importe obtenido por las ventas de todas las unidades producidas no varía. Y viceversa, la productividad puede incrementarse aun produciendo lo mismo si los precios de venta se incrementan. Es decir, que los salarios podrían aumentar si lo hacen al mismo tiempo los precios. Esta es una condición suficiente, pero no necesaria. Las retribuciones pueden subir sin que necesariamente tengan que hacerlo los precios, siempre que el excedente empresarial tenga holgura para asumir el incremento.

En estas coordenadas es fundamental considerar las características de cada sector concreto. Aquellos sometidos a la competencia exterior como el agrícola, o incluso el del transporte, tendrán muy poco margen. Al pertenecer a la Unión Europea, difícilmente podrán subir los precios sin perder cuotas de mercado. La situación es más ambigua en la hostelería. No parece que soporte una gran competencia exterior. Es cierto que puede haber países que puedan competir con España en el ámbito turístico, pero es una competencia global y es muy posible que cada empresario considere que no le afecta individualmente, sobre todo a corto plazo. En principio, no tendría que haber inconveniente en que los empresarios subiesen los salarios simplemente subiendo los precios. De hecho esto último ya lo están haciendo, con lo que el aumento de retribuciones solo precisa de la reducción del excedente empresarial, y lo mismo cabe afirmar de la construcción.

Hay, no obstante, en algunas circunstancias una limitación más para esta subida. La demanda. Un aumento de los precios puede disminuir esta variable, con lo que los ingresos podrían quedar iguales o incluso en ciertos casos reducirse. La baja productividad que últimamente presenta la economía española en parte puede tener su explicación en el exceso de la oferta sobre la demanda, lo que genera una infrautilización de la capacidad productiva de empresas y asalariados. La dificultad en encontrar empleo lleva a muchos trabajadores a montar su propio negocio. Ese exceso conduce a que muchas de las nuevas empresas creadas, o bien las antiguas, no sean viables. Es fácil observar en el pequeño comercio, incluyendo bares y restaurantes, cómo se abren y cierran locales con cierta celeridad. No hay demanda para todos.

Pero, ante ello, la única solución es adecuar la oferta a la demanda, de manera que desaparezcan las empresas o comercios zombis, y se mantengan únicamente los viables. Lo contrario es distorsionar el mercado y presentar una faz mendaz de él, manteniendo la subactividad y el subempleo y casi el paro encubierto, con una baja productividad que conducen a salarios y beneficios muy reducidos.

Ante la carencia de trabajadores para determinadas profesiones, en parte tiene razón la ministra cuando les espeta como solución a los empresarios que suban los salarios; lo que será posible en muchos casos, en aquellos en los que los empresarios obtengan un abultado excedente empresarial suficientemente generoso, puesto que la contrapartida será exclusivamente la obtención de menores beneficios. En otros casos, la única forma de subir los salarios será elevando los precios, y aunque esto último no siempre es posible, en la mayoría de los casos, sí lo es.

Desde luego la solución no puede venir de crear una economía dual, tal como propone Escrivá. Se pretende consolidar unos sectores con salarios tan bajos que expulsarán a los trabajadores españoles. Sectores que se quieren mantener a base de traer emigrantes dispuestos a aceptar las condiciones laborales más desfavorables.

En España existe ya un ejército de reserva (más de tres millones de personas) que tiran hacia abajo las retribuciones de los trabajadores. Con la Unión Europea, ese ejército de reserva se ha ampliado sustancialmente al existir movilidad de la mano de obra y un extenso abanico entre los salarios de los países miembros. Hay Estados como Luxemburgo, Alemania, Austria, Bélgica, Holanda y Dinamarca que están por encima de los 50.000 euros anuales de salario medio; otros como Eslovaquia, Rumanía, Polonia y Grecia que no llegan a los 15.000 euros; en medio se encuentran países como España, alrededor de los 26.000 euros.

En un mercado único como el europeo esas diferencias en los salarios no crean demasiados problemas si los países están especializados en producciones diferentes, pero la situación se complica si existe competencia entre ellos por tener outputs similares. Es más, los acuerdos de la Unión Europea con terceros países fuerzan a determinadas economías a mantener en ciertos productos los precios y, por lo tanto, los salarios, salarios tan bajos que no tienen ninguna atracción para los nacionales. Es lo que ocurre en algunas producciones de la agricultura, como la de la fresa, que todos los años se precisa traer temporeros del exterior para recolectarla. Es una situación claramente extraña y poco coherente, pero de una superación difícil mientras permanezcamos en la Unión Europea.

Ahora bien, extender esta solución y generalizarla, tal como quiere hacer Escrivá, no tiene ninguna justificación. Como si no fuese suficiente un ejército de reserva de tres millones de parados, se quiere ampliar a los trabajadores de todo el mundo, dispuestos a aceptar las peores condiciones laborales posibles. No hay nada que impida la subida de salarios en la hostelería o en la construcción, como no sea el deseo de los empresarios de contar con una mano de obra barata y cautiva. En muchos casos la subida de las retribuciones podrá enjugarse reduciendo el excedente empresarial, pero si no, siempre queda el recurso de elevar los precios. De hecho, muchos ya los han elevado. La hostelería y la construcción no están sometidas a ninguna competencia exterior. La manifestación de la ministra de Trabajo tiene toda su lógica, si no encuentran personal, lo que deben hacer es elevar los salarios y mejorar las condiciones de trabajo.

Los planteamientos de Escrivá parecen dictados por la patronal y resultan bastante impresentables cuando existen tres millones de parados. Condenar a que una parte importante de la economía funcione basándose exclusivamente en la baja productividad y en unas condiciones laborales tan deterioradas que la vedan a los trabajadores nacionales no tiene ningún sentido.

Bien es verdad que al ministro de la inclusión social no parece interesarle demasiado el problema del paro. Debe de creer que lo ha solucionado con su ingreso mínimo vital. Es por eso por lo que ha defendido que el problema de las pensiones se soluciona con el retraso en la edad de jubilación, incluso gratificándolo, y con la llegada de emigrantes. Esta estrategia tendría sentido si estuviésemos en una economía de pleno empleo, o con unas tasas de paro fuesen muy reducidas, pero con los datos actuales parece bastante incongruente. Después se extrañarán de que Vox tenga cada vez más votantes.

Artículo publicado originalmente en Contrapunto.

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