Los
planteamientos de Escrivá parecen dictados por la patronal y resultan bastante
impresentables cuando existen tres millones de parados. Tiene razón la ministra
de Trabajo cuando les espeta como solución a los empresarios que suban los
salarios.
Escrivá y la carencia de mano de obra
El Viejo Topo
3 julio, 2022
Parece ser que
los hosteleros están muy preocupados porque no encuentran trabajadores
para esta temporada. Todo ello resulta paradójico en una sociedad que tiene
tres millones de parados. El problema no es exclusivo de este sector. Al menos
se da en otros dos, el del transporte y el agrícola y ganadero, incluso también
en el de la construcción. La queja de los empresarios es bifronte. En primera
instancia, necesitan personal sin más; en segunda derivada, personal
cualificado. Nunca se sabe cuándo se refieren a una u otra necesidad.
En determinados
oficios la carencia de personal puede tener su origen en la falta de
cualificación. La coexistencia con tres millones de parados es posible únicamente
por la desconexión entre oferta y demanda en el mercado laboral. Existe desde
antiguo un problema cultural. Los trabajos manuales están infravalorados y, por
lo mismo, peor retribuidos. Todo el mundo quiere ser médico, abogado, ingeniero
o al menos empleado en una oficina o un ministerio.
La expansión de
las universidades ha generalizado los estudios universitarios, creando
un número mayor de titulados de los que la sociedad necesita, mientras se
ha abandonado la formación profesional. Los exámenes de selectividad han
pretendido ordenar la enseñanza de manera que se compaginasen las necesidades
sociales con las preferencias de los alumnos. La irrupción de las universidades
privadas ha desequilibrado de nuevo el escenario, originando la injusticia de
que aquellos que posean capacidad económica puedan estudiar la carrera que
deseen tengan la calificación que tengan.
Pero la falta
de personal en estos sectores no afecta únicamente a la cualificación
profesional, sino a la mano de obra sin más, en general. Como siempre, la
contestación ofrecida desde el Gobierno ha sido dual. Por una parte, el ínclito Escrivá, que cuenta
con la adhesión entusiasta de la cúpula empresarial, plantea abrir
de par en par las puertas del mercado laboral a la emigración. Se supone que lo
formula no como solución a la falta de cualificación profesional (la gran mayoría
de los emigrantes no tendrán mayor formación que los parados españoles), sino a
la carencia de mano de obra en general. Por otra parte, la ministra de Trabajo
ha replicado a los empresarios, remedando a Biden: “Suban los salarios”. La
patronal ha contestado inmediatamente y ha tildado de simplista la repuesta de
la ministra. Sin embargo, en esta ocasión la ministra tiene al menos su parte
de razón, aunque también es verdad que la cosa es más compleja.
Los cuatro
sectores señalados tienen en común ser oficios muy duros con jornadas
prolongadas e irregulares, amén de ser muchos de ellos trabajos de carácter
estacional, con poca seguridad, y la vivienda constituye un fuerte impedimento
a la movilidad. La demanda de estos trabajos no solo depende del nivel salarial,
sino de las condiciones laborales. Bien es verdad que casi todo se puede
compensar con subidas en las retribuciones. Pero ahí nace un factor nuevo que
es el de la productividad y que puede limitar los salarios. Ningún
empresario contratará a un trabajador más si el incremento en los ingresos no
compensa el coste añadido de la contratación.
Es importante
añadir que la productividad de la que estamos hablando hay que considerarla en
términos monetarios, no en términos reales. En este sentido, no hay incremento
de la productividad, aun cuando con el mismo número de trabajadores se consiga
una producción mayor, si el importe obtenido por las ventas de todas las
unidades producidas no varía. Y viceversa, la productividad puede
incrementarse aun produciendo lo mismo si los precios de venta se
incrementan. Es decir, que los salarios podrían aumentar si lo hacen al mismo
tiempo los precios. Esta es una condición suficiente, pero no necesaria. Las
retribuciones pueden subir sin que necesariamente tengan que hacerlo los
precios, siempre que el excedente empresarial tenga holgura para asumir el
incremento.
En estas
coordenadas es fundamental considerar las características de cada sector
concreto. Aquellos sometidos a la competencia exterior como el agrícola, o incluso
el del transporte, tendrán muy poco margen. Al pertenecer a la Unión Europea,
difícilmente podrán subir los precios sin perder cuotas de mercado. La
situación es más ambigua en la hostelería. No parece que soporte una gran
competencia exterior. Es cierto que puede haber países que puedan competir con
España en el ámbito turístico, pero es una competencia global y es muy posible
que cada empresario considere que no le afecta individualmente, sobre todo a
corto plazo. En principio, no tendría que haber inconveniente en que los
empresarios subiesen los salarios simplemente subiendo los precios. De hecho
esto último ya lo están haciendo, con lo que el aumento de retribuciones solo
precisa de la reducción del excedente empresarial, y lo mismo cabe afirmar de
la construcción.
Hay, no
obstante, en algunas circunstancias una limitación más para esta subida. La
demanda. Un aumento de los precios puede disminuir esta variable, con lo que
los ingresos podrían quedar iguales o incluso en ciertos casos reducirse. La
baja productividad que últimamente presenta la economía española en parte puede
tener su explicación en el exceso de la oferta sobre la demanda, lo que genera
una infrautilización de la capacidad productiva de empresas y
asalariados. La dificultad en encontrar empleo lleva a muchos
trabajadores a montar su propio negocio. Ese exceso conduce a que
muchas de las nuevas empresas creadas, o bien las antiguas, no sean viables. Es
fácil observar en el pequeño comercio, incluyendo bares y restaurantes, cómo se
abren y cierran locales con cierta celeridad. No hay demanda para todos.
Pero, ante
ello, la única solución es adecuar la oferta a la demanda, de manera que
desaparezcan las empresas o comercios zombis, y se mantengan únicamente los
viables. Lo contrario es distorsionar el mercado y presentar una faz mendaz de
él, manteniendo la subactividad y el subempleo y casi el paro encubierto, con
una baja productividad que conducen a salarios y beneficios muy reducidos.
Ante la
carencia de trabajadores para determinadas profesiones, en parte tiene razón la
ministra cuando les espeta como solución a los empresarios que suban los
salarios; lo que será posible en muchos casos, en aquellos en los que los
empresarios obtengan un abultado excedente empresarial suficientemente
generoso, puesto que la contrapartida será exclusivamente la obtención de
menores beneficios. En otros casos, la única forma de subir los salarios será
elevando los precios, y aunque esto último no siempre es posible, en la mayoría
de los casos, sí lo es.
Desde luego la
solución no puede venir de crear una economía dual, tal como propone Escrivá.
Se pretende consolidar unos sectores con salarios tan bajos que expulsarán a
los trabajadores españoles. Sectores que se quieren mantener a base de traer
emigrantes dispuestos a aceptar las condiciones laborales más desfavorables.
En España
existe ya un ejército de reserva (más de tres millones de personas) que tiran
hacia abajo las retribuciones de los trabajadores. Con la Unión Europea, ese ejército de reserva se
ha ampliado sustancialmente al existir movilidad de la mano de obra y un
extenso abanico entre los salarios de los países miembros. Hay Estados como
Luxemburgo, Alemania, Austria, Bélgica, Holanda y Dinamarca que están por
encima de los 50.000 euros anuales de salario medio; otros como Eslovaquia,
Rumanía, Polonia y Grecia que no llegan a los 15.000 euros; en medio se
encuentran países como España, alrededor de los 26.000 euros.
En un mercado
único como el europeo esas diferencias en los salarios no crean demasiados
problemas si los países están especializados en producciones diferentes, pero
la situación se complica si existe competencia entre ellos por tener outputs
similares. Es más, los acuerdos de la Unión Europea con terceros países fuerzan
a determinadas economías a mantener en ciertos productos los precios y, por lo
tanto, los salarios, salarios tan bajos que no tienen ninguna atracción para
los nacionales. Es lo que ocurre en algunas producciones de la agricultura,
como la de la fresa, que todos los años se precisa traer temporeros del
exterior para recolectarla. Es una situación claramente extraña y poco
coherente, pero de una superación difícil mientras permanezcamos en la Unión
Europea.
Ahora bien,
extender esta solución y generalizarla, tal como quiere hacer Escrivá, no tiene
ninguna justificación. Como si no fuese suficiente un ejército de reserva de
tres millones de parados, se quiere ampliar a los trabajadores de todo el mundo,
dispuestos a aceptar las peores condiciones laborales posibles. No hay nada que
impida la subida de salarios en la hostelería o en la construcción, como no sea
el deseo de los empresarios de contar con una mano de obra barata y cautiva. En
muchos casos la subida de las retribuciones podrá enjugarse reduciendo el
excedente empresarial, pero si no, siempre queda el recurso de elevar los
precios. De hecho, muchos ya los han elevado. La hostelería y la construcción
no están sometidas a ninguna competencia exterior. La manifestación de la
ministra de Trabajo tiene toda su lógica, si no encuentran personal, lo que
deben hacer es elevar los salarios y mejorar las condiciones de trabajo.
Los
planteamientos de Escrivá parecen dictados por la patronal y resultan bastante
impresentables cuando existen tres millones de parados. Condenar a que una
parte importante de la economía funcione basándose exclusivamente en la baja
productividad y en unas condiciones laborales tan deterioradas que la vedan a
los trabajadores nacionales no tiene ningún sentido.
Bien es verdad
que al ministro de la inclusión social no parece interesarle demasiado
el problema del paro. Debe de creer que lo ha solucionado con su ingreso
mínimo vital. Es por eso por lo que ha defendido que el problema de las
pensiones se soluciona con el retraso en la edad de jubilación, incluso
gratificándolo, y con la llegada de emigrantes. Esta estrategia tendría sentido
si estuviésemos en una economía de pleno empleo, o con unas tasas de paro
fuesen muy reducidas, pero con los datos actuales parece bastante incongruente.
Después se extrañarán de que Vox tenga cada vez más votantes.
Artículo publicado originalmente en Contrapunto.
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