Así es
el circuito global de desechos legitimado por una retórica medioambientalista:
unos países exportan su basura y otros países se encargan de procesarla y
reciclarla. Pero ¿cuáles serían las consecuencias de que los países receptores
de basura se negasen a ser el vertedero del mundo?
Los desechos en la ecología-mundo capitalista. Una
breve historia de la basura plástica
El Viejo Topo
1 enero, 2022
El gobierno
chino promulgó en 2018 una política de protección ambiental denominada “Espada
Nacional” o también “Espada Verde” que consiste en la prohibición de importar
diversos tipos de plásticos reciclables del resto del mundo. Si la potencia
asiática, para entonces, no se hubiera convertido en el importador de más del
50% del plástico desechado que ha sido generado por el norte global, esta medida
posiblemente hubiera pasado sin advertencia. Pero no es así, y ahora los
gobiernos y corporaciones globales ven cómo los discursos de economía circular
con que en las últimas décadas alentaron a sus ciudadanos a consumir
infatigablemente y separar residuos, están colapsando.
Millones de
toneladas de plástico descartado ya no fluyen hacia China. Y, en este capítulo
del tóxico romance entre el capitalismo y sus desechos plásticos, por una
parte, se incrementan las alarmas en los círculos de poder que buscan
desesperadamente un lugar dónde redirigir el flujo de desechos, no importa que
ese dónde se transforme en nuevas zonas de sacrificio[1].
Por otra parte, como también ocurre en otros momentos de la historia del exceso
de desperdicio capitalista, la basura se convierte en el espejo que refleja las
inconsistencias, cada vez más evidentes, de los repertorios de sustentabilidad
ambiental y economía circular que han vendido los promotores del capitalismo
verde.
¿Cómo China
decidió dejar de ser el principal vertedero del plástico de la ecología-mundo
capitalista y qué impactos tiene esto? ¿Cómo está respondiendo el norte global
ante este desafío y qué ocurre en la periferia de la ecología-mundo
capitalista? Son las preguntas que se responden a continuación.
El “tóxico idilio plástico” de la ecología-mundo capitalista
En sentido
estricto, el plástico no es una materialidad sino una cualidad.
Etimológicamente proviene del griego plassein (“moldear”, “dar
forma”). Hasta antes del auge de la industria petroquímica en el siglo XX la
cualidad de lo plástico tenía diferentes usos (las artes, por ejemplo). Sin
embargo, el descubrimiento en las primeras décadas del siglo XX de la
versatilidad de los polímeros (resinas sintéticas derivadas del petróleo que,
sometidas a altas temperaturas, mostraban una gran capacidad de plasticidad
para producir infinidad de mercancías) fue lo que produjo que, a mediados del
siglo XX, el plástico se transformara de adjetivo en sustantivo.
Como ningún
otro material, el plástico le ha dado a la ecología-mundo capitalista un toque
distintivo. La ecología-mundo capitalista es una forma de producir-organizar el
espacio, el poder, la naturaleza, la riqueza, mediante flujos de energía y
capital que conectan ecosistemas y sistemas de trabajo humano y natural[2].
En esta ecología-mundo, el plástico posibilita la aceleración de procesos de
extracción, producción, distribución, consumo y descarte de infinidad de
mercancías a lo largo y ancho del planeta, en un envoltorio ideológico de
fluidez y ductilidad de la vida moderna, pero, con profundas consecuencias
ambientales, también de alcance global.
Las compañías
petroquímicas generalizaron las mercancías de plástico tras el boom económico
que siguió a la Segunda Guerra Mundial, y lo hicieron con una retórica de
modernidad, higiene, ecología e incluso feminismo. Ya no habría que cazar
elefantes para obtener marfil, los bosques maderables serían protegidos, la
salud de las personas estaría aún más a salvo y el tiempo dedicado a las tareas
domésticas, mayoritariamente realizado las mujeres, se reduciría[3].
Durante las últimas décadas, la tasa de producción de plástico ha crecido
exponencialmente a nivel global. La producción acumulada de plásticos es
superior a los 8 mil millones de toneladas desde 1950 (cuando empezó su
masificación), y la mitad ha sido generada solo en la última década. Se han
producido más de 300 millones de toneladas anuales de plásticos en los últimos
años, con la expectativa que a 2050 la tasa se eleve a 600 millones de
toneladas diarias.
Actualmente,
más del 99% del plástico es fabricado con combustibles fósiles. Durante todo el
ciclo de vida del plástico se generan gases de efecto invernadero: al extraer
petróleo y refinarlo, al producir polímeros, al enterrarlo en rellenos
sanitarios o incinerarlo, y también al reciclarlo. Sin embargo, la tasa de
reciclaje de plástico varía ampliamente entre países y no alcanza el 10% a
nivel mundial. Así que la mayor parte del plástico producido termina en
vertederos, plantas de incineración, dispersa sin ningún tipo de gestión, en
los mares –donde se han formado gigantescas islas de basura plástica– o en
otros cuerpos de agua continentales. También partículas nanoplásticas se
encuentran en los organismos vivientes, incluidos los humanos.
Los grandes
monopolios de la cadena global de plástico tratan de invisibilizar su
responsabilidad socioambiental transfiriéndola a los consumidores con el
sofisma de que todo depende de los hábitos responsables de consumo. Se trata de
una argucia, pues está establecido que en el norte global capitalista los
principales productores de plástico son los gigantes petroquímicos. Para 2019,
según la asociación australiana Plastic Waste Markers Index, el
primer puesto lo ocupaba ExxonMobil con 5,9 millones de toneladas de desechos
plásticos, seguida de la compañía química estadounidense Dow con 5,5 millones
de toneladas, y de la empresa de gas y petróleo china Sinopec con 5,3 millones
de toneladas. Además, otros mega oligopolio corresponde al de los principales
distribuidores de plástico. Por último, debemos añadir que, acorde a Break
Free From Plastic, una red global ambientalista, los responsables de
generar más desechos plásticos contaminantes son Coca-Cola, PepsiCo y Nestlé.
En la década de
1990 se conformó el actual flujo de residuos plásticos de la ecología-mundo
capitalista. En esa década florecieron economías capitalistas emergentes que
requerían, además de capitales, un alto consumo de materias primas que no
tenían a disposición. Una fuente potencial de estos recursos fueron los
desechos del norte global. Grandes cantidades de papel, cartón, plástico,
chatarra fueron desviados hacia estas economías como ayuda para el desarrollo.
No se trató solo de una imposición externa, ya que las clases dominantes y los
gobiernos de estas economías jugaron un activo papel en esta vía.
El principal
receptor de estos flujos de basura plástica global fue China. A finales de la
década de 1990, con una economía capitalista en auge, China se convirtió en el
principal destino del mercado mundial de desechos reciclables. Comenzó a
importar una amplia gama de chatarra, desde plástico hasta acero, para
satisfacer la demanda de insumos en su sector manufacturero y así surtir el
mercado interno y convertirse luego en el principal exportador de mercaderías
del planeta. Los altos precios de petróleo encarecieron el plástico virgen, así
que el reciclaje de desechos resultó mejor negocio para la expansión económica
del gigante asiático. A comienzos del nuevo milenio, cada año China importaba 4
millones de toneladas de residuos plásticos, 12 millones de toneladas de papel
usado y 11 millones de toneladas de chatarra metálica. Para 2016, China
importaba cerca del 30% de desechos plásticos y chatarra metálica de todo el
mundo, principalmente del norte global, y esto incluía el 55% de la chatarra de
cobre del mundo, el 24% de aluminio, el 55% de papel desechado y el 51% de
plástico desechado mundial. Ese año, según Will Flower, Estados Unidos enviaba
cada día con destino a China 1.500 contenedores en buques cargados con residuos
de todo tipo. Estos buques habían llegado a Estados Unidos con mercaderías baratas
y retornaban a China con residuos para seguir produciendo más mercancías[4].
Claro está, no solo Estados Unidos participó de este flujo global de
materialidades descartadas, también Europa, Japón y Australia encontraron en
China un insaciable devorador de sus basuras.
De esta manera
se constituyó un circuito global de gran parte de desperdicios, una
ecología-mundo capitalista que parecía resolver los problemas del exceso de
producción y consumo. En el norte global los ciudadanos podían consumir sin
pausa y su conciencia ambiental quedaba en paz, incentivada por las autoridades
ambientales y la publicidad sobre la importancia de separar y organizar los
residuos domésticos. Las grandes corporaciones de la industria petroquímica
adoptaron el lenguaje de la economía circular global, una estrategia orientada
a asegurar su legitimidad pública al tiempo que ampliaban sus mercados y, por
supuesto, aparecieron empresas globales de comercio de desechos que se lucraron
al máximo[5].
Pero, si todo era tan exitoso… ¿Por qué China puso fin a este modelo de
flujo de desechos? ¿Qué está pasando en la ecología-mundo capitalista?
En la primera
década del siglo XXI, China se vio inundada de desechos globales. Lo que en un
principio fue visto como un impulso al desarrollo económico se transformó en su
contrario. Muchos de estos desechos no solo eran de mala calidad, sino que
estaban contaminados. Además, los contenedores llevaban también basuras
peligrosas y no reciclables. Los fabricantes chinos debían realizar grandes
inversiones en la reclasificación de materiales y en la eliminación de las
materialidades peligrosas, lo que implicó crear zonas de sacrificio ambiental
en varias regiones chinas.
Por esta razón,
en 2013 el gobierno chino diseñó la «Operación Green Fence», la cual buscó
establecer controles sobre la calidad de los materiales de desecho importados y
reprimir el comercio ilegal y el contrabando de desechos globales. Estas
medidas pusieron en evidencia que las grandes potencias capitalistas estaban
obviando el Convenio de Basilea que establece sobre el control de los
movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos[6].
Los exportadores de basura global hacia China argumentaron que el Convenio de
Basilea no esclarece qué se considera residuos peligrosos y, por eso, los
principales exportadores de residuos se negaron a firmarlo. Las potencias
capitalistas del norte global no juegan limpio cuando de basura se trata.
Utilizaron la exportación de plástico a China para deshacerse de otras basuras,
incluso residuos tóxicos y peligrosos.
También hubo
cambios significativos en la sociedad China que explican el cambio de
prioridades ambientales en relación con la importación de desechos. En las
últimas décadas apareció una clase media y un movimiento sindical hartos de la
contaminación causada por los desechos importados, lo que trajo olas de
protesta e inconformidad pese a la censura y las políticas de cooptación
gubernamentales. En 2015 y en 2016 la opinión pública china fue estremecida con
los documentales Under the Dome y Plastic China,
respectivamente, que señalaron los duros efectos del reciclaje informal y la
contaminación del aire, el agua y el suelo del país asiático[7].
A la presión ciudadana se le debe agregar el incremento del gasto público por
razones de descontaminación ambiental, así que estas condiciones empujaron a la
República Popular China a endurecer la política de importación de desechos. En
2017 el gobierno proclamó la agenda denominada “Espada Nacional” para hacer
frente a la basura del norte global, que detalla las regulaciones para la
calidad de la basura importada y prohíbe la importación de 24 tipos de
desechos, incluido el plástico no industrial.
En marzo de
2018 China dejó de importar plástico, papel y otros tipos de chatarra de baja
calidad. Así que, miles de toneladas de plástico desechado empezaron a
acumularse en puertos e instalaciones de reciclaje de todo el mundo,
principalmente del norte global que, considerando a China como su principal
vertedero, no desarrolló tecnologías de reciclaje en su propio patio.
China es hoy
una superpotencia económica en la ecología-mundo capitalista y su gobierno
busca dejar de ser consumidora de tecnología, basura e ideas de sus rivales
capitalistas. Ahora se proyecta como el epicentro de nuevos patrones globales.
Y, en lo que respecta a la gestión de desechos, su política es reemplazar el
sector de reciclaje informal por “parques eco-industriales” de alta tecnología
más limpios. El propósito es, como sugiere Kate O’Neill, liderar un nuevo
enfoque en la disputa por definir los criterios de la economía circular en el
marco del capitalismo.
China pretende
transitar a una nueva lógica, sea o no un error querer compatibilizar el exceso
de producción y consumo, por un lado, con la gestión de desechos, por el otro.
Pero mientras eso ocurre, sus competidores en el norte global no están dispuestos
a hacer cambios sustantivos en la dinámica establecida, por lo que, previendo
el cierre del gran vertedero chino, se están creando nuevas zonas de sacrifico
a las que reorientar los flujos de desechos en la ecología-mundo capitalista.
El norte global está reorganizando la geografía mundial de flujos de basura
plástica, mediante métodos legales e ilegales, que acorten las cadenas
mundiales y abaraten costos de transporte. De hecho, un informe de Interpol
establece que en los dos últimos años, a partir de la entrada en vigor de la
política Espada Nacional de China, se ha incrementado el comercio ilegal de
residuos[8].
Según Interpol,
dos son los espacios que constituyen la periferia tóxica de las potencias
europeas: en primer lugar, los países de Europa del Este (especialmente la
República Checa, Polonia y Rumania), y, en segundo lugar, la denominada región
MENA (Medio Oriente y los países del Magreb). En el tránsito de estos flujos,
cuyo destino final son los vertederos ilegales, los desechos peligrosos se
camuflan o son legalizados sin mayor control ambiental. El impacto es nefasto,
tanto en lo social como en lo ambiental. Por citar un ejemplo: desde 2018, en
Polonia, se han producido incendios en vertederos ilegales en los que se
depositan basuras domésticas y de grandes supermercados, que salen del Reino
Unido etiquetadas como plástico de la “lista verde” de la Unión Europea. En
Zgierz, en el centro de Polonia, los propietarios del vertedero quisieron
borrar las pruebas del delito que supone la importación ilegal prendiendo fuego
a los casi tres mil metros cúbicos de basuras, con severos impactos para la
salud humana y el resto de la naturaleza en este territorio.
Las pujantes
economías asiáticas (Japón, Corea del Sur, Taiwán… entre otras) y Australia
encuentran un mercado legal e ilegal de residuos plásticos en Malasia,
Tailandia y Vietnam, países en que se reproduce el viejo discurso que glorifica
la basura importada como materia prima para el desarrollo, pese a que, según
señala Interpol, son países que carecen de la infraestructura adecuada para el
reciclaje de plásticos.
En el caso de
Estados Unidos y Canadá, si bien no renuncian a exportar desechos a los países
asiáticos, están diversificando sus zonas de envío. Estados Unidos incluso está
llevando su basura plástica a ecosistemas inhabitados por humanos. Un reportaje
periodístico de 2016 sobre la inundación global de plástico estadounidense informa
que en ese país se han constituido empresas que compran todo tipo de plástico,
contaminado o no, y lo exportan a 78 destinos, también a ecosistemas vírgenes
(es el caso de la Reserva Marina de las Islas Heard y McDonald (HIMI) en el
océano Índico australiano, hasta 2016 protegido celosamente). Según el
mencionado reportaje, estas “islas deshabitadas” han recibido 57 toneladas
métricas de desechos plásticos no clasificados procedentes de Estados Unidos[9].
Sin embargo, la nota periodística oculta que esta decisión pone en riesgo estos
ecosistemas frágiles. Las autoridades ambientales buscaron restringir y
controlar la presencia de especies exóticas causantes de la devastación de
poblaciones reproductoras de aves marinas, la modificación de las comunidades
de plantas e invertebrados, la reducción general de la biodiversidad y las
extinciones locales[10].
Ahora, las consecuencias de la presencia de esta nueva materialidad desechada
ofrecen un sombrío panorama.
Por razones de
cercanía geográfica, pero también por factores geopolíticos, el destino de la
basura plástica de Estados Unidos y Canadá tiende a ser América Latina y el
Caribe. Según Interpol, en 2020 se notó un notable crecimiento del sector de
reciclaje en la región, impulsado por inversionistas de China y Estados Unidos
que esperan sacar provecho del exceso de plástico norteamericano. Así, los
agentes privados se benefician de las institucionalidades débiles, con escasa
capacidad para realizar controles ambientales a las importaciones provenientes
de Norteamérica. Para ese año México, El Salvador y Ecuador se habían
convertido en los principales importadores de desechos plásticos, con 32.650
toneladas, 4.054 toneladas y 3.665 toneladas respectivamente[11].
Recordemos que Estados Unidos no es firmante del Convenio de Basilea, y está
utilizando los tratados de libre comercio y las fisuras del Convenio para
firmar acuerdos bilaterales con otros países de la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económicos (OCDE) con los cuales, según la Agencia de
Protección Ambiental de Estados Unidos, “intercambió” el 55% de sus basuras
plásticas. Actualmente, en América Latina, forman parte de la OCDE los
siguientes países: Chile, Colombia, México y Costa Rica, cuyos gobiernos pueden
estar tentados a convertirse en receptores de la basura norteamericana en
nombre de las medidas de recuperación económica postpandemia.
La
reconfiguración del flujo de plástico desechado en la ecología-mundo capitalista
amenaza seriamente la vida humana y no humana en la periferia global. La
inundación de estos desechos crea nuevas zonas de sacrifico, afecta a la salud
humana, así como al bienestar de otras especies. Y, de manera particular,
impacta negativamente sobre la economía popular de millares de recolectores de
materiales descartados que recorren las calles de las ciudades del sur global y
que ahora se enfrentan a la competencia de la basura importada. Es en estas
condiciones que debe exigirse la defensa del trabajo de los recicladores
populares y de sus organizaciones, algo fundamental en el sur global. Además,
en el escenario de profundos desafíos en que nos encontramos, la ciudadanía
debe presionar para que las políticas gubernamentales garanticen la soberanía
ambiental y social de sus respectivos países.
Notas
[1] El concepto de ‘zonas de sacrifico’ hace referencia a espacios
sometidos recurrentemente a daño socioambiental debido a la saturación de
efectos contaminantes. Usualmente estas zonas están habitadas por poblaciones
racializadas o de bajos ingresos, así que padecen procesos de injusticia
ambiental. También, en una perspectiva antropocéntrica, pueden ser regiones sin
habitantes humanos, pero con vida no humana considerada ‘no valiosa’ o ‘de
menor impacto ambiental’ por parte de quienes toman las decisiones de
contaminar.
[2] Jason W. Moore. (2020). El capitalismo en la trama de la
vida. Ecología y Acumulación de Capital. Madrid: Traficantes de Sueños.
[3] Susan Freinkel. (2012). Plástico: Un idilio tóxico. Tusquets Editores.
[4] Will Flower. “What Operation Green Fence
Has Meant for Recycling.” Waste360. 11/02/2016.
[5] Kate O´Neill. (2019). Waste. Polity Press.
[6] Su nombre completo es Convenio de Basilea sobre el Control de los
Movimientos Transfronterizos de Desechos Peligrosos y su Eliminación. Se adoptó
el 22 de marzo de 1989, y entró en vigor el 5 de mayo de 1992, con la intención
de poner fin a graves situaciones, relacionadas con el tráfico de residuos
peligrosos, presentadas a finales de 1980. Pese a que está suscrito por 187
países, Estados Unidos se ha negado a suscribirlo y otros países han logrado
modificar apartados claves del convenio para continuar exportando materiales de
desecho peligrosos para toda la vida en el planeta.
[7] Michael Standaert. “It Looks to Go Green,
China Keeps a Tight Lid on Dissent”. Yale Environment 360.
2/11/2017.
[8] “Strategic Analysis Report – Emerging
criminal trends in the global plastic waste market since January 2018”.
Véase: www.interpol.int/es/Noticias-y-acontecimientos/Noticias/2020/Un-informe-de-INTERPOL-alerta-del-drastico-aumento-de-los-delitos-relacionados-con-los-residuos-plasticos
[9] Xavier A. Cronin. “America’s plastic scrap
draft”. Recycling Today. 30/09/2016.
[10] Ver el informe del Departamento de Agricultura, Agua y Ambiente
australiano en: http://heardisland.antarctica.gov.au/protection-and-management/history-of-protection/pressures
[11] Alianza Global para Alternativas a la Incineración (GAIA). La
basura plástica llegó a América Latina: tendencias y retos en la región.
Resumen ejecutivo, julio 2021.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario