EMERGENCIA CLIMÁTICA
Clima, desigualdades y lucha de clases
Daniel Tanuro
VientoSur
13.12.2021
Durante
la COP26, en Glasgow, el director del Potsdam-Institut für Klimafolgenforschung
(Instituto Potsdam de Investigación de los Impactos del Clima, PIK), Johan
Rockström, comunicó una información chocante a las delegaciones presentes: para
permanecer por debajo del umbral de 1,5 °C de calentamiento global (superándolo
quizá un poco de forma temporal, según Rockström) respetando la justicia
climática, es preciso que de aquí a 2030 el 1 % más rico de la población
mundial reduzca sus emisiones 30 veces; el 50 % más pobre, por el contrario,
podrá triplicarla. (Véase mi balance de la COP26: https://vientosur.info/la-cop26-crea-el-mercado-mundial-del-fuego-y-se-lo-ofrece-a-los-piromanos-capitalistas-a-costa-del-pueblo/)
Para
medir el impacto de estas cifras, hay que tener en cuenta que fueron reveladas
a las delegaciones oficiales por un científico de primer plano, quien resumió
así las diez conclusiones más recientes de la ciencia del cambio climático. El
servicio de prensa del PIK me indicó la fuente a la que había recurrido su
director y estuve estudiando el artículo de referencia para saber más. Se trata
de un estudio encargado por Oxfam y realizado por Tim Gore, ex responsable de
la ONG, recientemente nombrado jefe del departamento de bajo carbono y economía
circular del Instituto Europeo de Política Ambiental. Su contenido
merece tanto una amplia difusión como un examen crítico.
La cuestión de la injusticia climática
suele abordarse por países, en función de las respectivas responsabilidades
históricas del Norte y del Sur globales: el Norte es rico y responsable, el Sur
es pobre y víctima. Ahora bien, la gente pobre de EE UU y Europa no es rica y
las personas chinas e indias ricas no son pobres… El estudio de Oxfam se
esfuerza por integrar esta realidad de clase. Esta es su principal baza. Pero
empecemos presentando la metodología empleada.
Metodología
El autor
compara las emisiones de CO2 en el ámbito del consumo. Las emisiones se imputan
por tanto al país en el que se consumen los bienes y servicios, no a los países
en los que se producen. Se expresan en toneladas de CO2 por persona y año,
cifra que se obtiene dividiendo las emisiones del país en cuestión entre el
número de habitantes. El resultado incluye todas las fuentes de emisión:
hogares, empresas, servicios públicos, pero se corrige en función de los
resultados de las encuestas nacionales sobre las condiciones de vida de los
hogares (aplicando un coeficiente carbono a los bienes y
servicios consumidos). Esta corrección permite determinar la desigualdad
climática no solo entre el Norte y el Sur, sino también entre pobres y ricos
dentro de cada país, tanto si estos figuran entre los ricos como si no.
El texto
insiste además en la importancia creciente de este enfoque: “Aunque la
desigualdad de emisiones de carbono sea a menudo más fuerte a escala global (se
considera que las desigualdades entre países contribuyen en un 70 % a la
desigualdad climática global), las desigualdades dentro de los países también
son muy significativas. Estas desigualdades condicionan cada vez más la
ampliación de la desigualdad global y afectan probablemente en mayor medida a
la aceptabilidad política y social de los esfuerzos nacionales por reducir las
emisiones.” (Cursivas mías, DT). Más adelante retomaremos esta cuestión,
que tiene a todas luces una importancia estratégica en la lucha por el clima.
La
política climática ahonda las desigualdades
Tenemos
una estimación de los porcentajes de emisiones actuales imputables al consumo
de los diferentes grupos de la población: el 1 % más rico, el 10 %
más rico, el 40 % de renta media y el 50 % más pobre (el 1 % se
incluye después en el 10 %). Sobre la base de las contribuciones
nacionalmente determinadas de los Estados (NDC, en otras palabras,
los planes climáticos nacionales) y los nuevos compromisos que
estos han comunicado justo antes de la COP26, podemos calcular el volumen
probable de las emisiones en 2030, y por tanto también la desviación de este
volumen con respecto a la trayectoria que deben seguir las reducciones para
alcanzar las cero emisiones netas en 2050 (esta desviación se
designa en inglés con la expresión emissions gap).
También podemos calcular la probable
evolución de los porcentajes de emisiones de cada grupo de rentas,
relacionarlos con el número de personas de cada grupo y obtener así los
volúmenes de emisiones medios por persona y por grupo, tanto a escala global
como nacional. Finalmente, podemos comparar estos volúmenes con el volumen de
emisiones individual medio compatible globalmente con el objetivo de
1,5 °C como máximo: 2,3 toneladas de CO2/persona/año (para una población
de 7.900 millones de personas en 2030)). De esta manera se consigue más que
visualizar la injusticia climática actual; se ve en qué sentido la política
aplicada la hará evolucionar de aquí a 2030, a escala global y por
grupos.
Los resultados pueden resumirse en forma
de cuadro:
Clases* |
Número
aproximado de personas |
Renta media/
persona/año |
Porcentaje
de emisiones globales en 1990 |
Porcentaje
de emisiones globales en 2030 |
Desviación
en 2030 con respecto a 2,3 tCO2/persona/año |
1 % |
79
millones |
>
172.000 $ |
13 % |
16 % |
+ 67,7
tCO2/pers/año |
10 % |
790
millones |
>
55.000 $ |
37 % |
32 % |
+ 18,7
tCO2/pers/an |
40 % |
1.975
millones |
> 9.800
$ |
42 % |
43 % |
+ 2,5
tCO2/pers/año |
50 % |
3.400
millones |
< 9.800
$ |
8 % |
9 % |
‒ x** |
* El 1 % más rico se incluye
después en el 10 %
** El 50 % se sitúa muy por debajo
de las 2,3 tCO2/persona/año. Según el estudio, seguiría estándolo incluso si
sus emisiones aumentaran un 200 % de aquí a 2030.
Para no malinterpretar estos números, es
preciso insistir en que aquí no se evalúa la desigualdad social, sino la
desigualdad de emisiones de carbono. Así, la disminución esperada en 2030 del
porcentaje de emisiones globales imputables al 10 % no implica
evidentemente que los ricos serán menos ricos dentro de diez años, sino que
refleja el hecho de que los miembros del grupo mundial del 10 % viven
principalmente en países capitalistas desarrollados, donde la intensidad de
emisión de carbono disminuirá más rápidamente que en el resto del mundo y de
que tienen más medios que los demás para adquirir tecnologías verdes. Más
adelante volveremos sobre la manera de interpretar el hecho de que el
porcentaje de emisiones del 1 % de superricos siga creciendo a pesar de
todo. De momento, centrémonos en los muy ricos y en los pobres.
El estudio confirma lo que Oxfam repite
desde hace años: el 1 % más rico de la población mundial emite casi dos veces
más CO2 que el 50 % más pobre. Además, se constata que las políticas climáticas
adoptadas por los gobiernos desde la COP21 (2015, París) ahondan esta
injusticia: en efecto, el porcentaje de emisiones globales imputables al
consumo del 1 % más rico ha pasado del 13 % en 1990 al 15 % en 2015 y
continuará subiendo para alcanzar el 16 % en 2030. Entonces será un 25 %
superior a lo que era 1990, y 16 veces más elevado que la media global. En
2030, cada persona perteneciente al grupo mundial de los superricos emitirá más
de 30 veces las 2,3 toneladas de CO2/persona y año compatibles con el respeto
de 1,5 °C como máximo. El 50 % más pobre, en cambio, apenas experimentará cambio
alguno: su porcentaje de emisiones mundiales pasará del 8 % al 9 % anual y sus
emisiones por persona se mantendrán muy por debajo de las 2,3 toneladas de
CO2/persona/año.
La
reducción de las emisiones es inversamente proporcional a la renta
La imagen de un agravamiento de la
injusticia climática global desde la COP21 gana nitidez cuando se compara la
evolución de 2015 a 2030 de las emisiones por persona de cada grupo (fruto de
las políticas llevadas a cabo) con la evolución que deberían experimentar estas
emisiones por grupo para mantener el calentamiento global por debajo de
1,5 °C en condiciones de justicia climática:
Clases |
Evolución de
las emisiones per cápita de 2015 a 2030 con las políticas actuales |
Evolución de
las emisiones per cápita de 2015 a 2030 compatibles con la justicia
climática |
1 % |
‒ 5 % |
‒
97 % |
10 % |
‒
11 % |
‒
90 % |
40 % |
‒ 9 % |
‒
57 % |
50 % |
+
17 % |
+
233 % |
Globalmente, las emisiones por persona
en 2030 serán un 7 % más bajas que en 2015 (¡si los Estados cumplen sus
compromisos!). Es sabido que esta reducción es muy inferior a la reducción
media por persona que se requiere para mantener la cota máxima de 1,5 °C:
un 52 %. El elemento nuevo que aparece aquí es que, además de agravar la
desigualdad global, el esfuerzo que conllevan las políticas climáticas de los
gobiernos es inversamente proporcional a la renta: el 1 % más rico hará
una veintava parte (97/5), el 10 % más rico la octava parte (90/11) y el
40 % de rentas medias la seisava parte (57/9) de lo que debería dictar la
justicia climática.
Por
tanto, hay injusticias entre estas tres clases (el 40 % de rentas medias es
el que más se acerca al objetivo) y al mismo tiempo una injusticia todavía
mayor debido a que la mitad de la población mundial no utilizará en 2030 más
que una treceava parte del presupuesto de carbono al que tendría derecho si se
respetara el principio de las responsabilidades y capacidades diferenciadas (233/17).
(El autor consolida así la conclusión a la que había llegado en una publicación
anterior: un tercio del presupuesto de carbono compatible con el acuerdo de
París se malgasta en ampliar el consumo del 10 % más rico de la población
mundial.)
La
evolución de los porcentajes de emisiones imputables al 10 % más rico
(entre 55.000 et 172.000 $/año) y al 40 % cuya renta se califica de media (entre
9.800 y 55.000 $/año) merece un examen más detenido. Estas dos categorías
engloban, en efecto, a sectores sustanciales, incluso mayoritarios, de la clase
trabajadora asalariada de los países capitalistas desarrollados y en los
llamados países capitalismos emergentes, respectivamente.
(Expresado en equivalentes a jornada completa, la renta bruta anual media de la
clase trabajadora es de unos 44.000 $/año en Europa Occidental y de 63.000
$/año en EE UU. Según las fuentes, varía entre 9.200 $/año y 14.000 $/año
en China, Brasil y África del Sur.) El estudio incluye un gráfico muy
ilustrativo, en el que se comparan tres trayectorias de evolución de las
emisiones por persona en función de la renta: de la gente más pobre entre los
pobres a la gente más rica entre los ricos: la trayectoria de 1990 a 2015, la
de 2015 a 2030 y la de 2015 a 2030 compatible con el máximo de 1,5 °C en
condiciones de justicia climática. La doble conclusión del estudio es
impactante:
1.
“Las clases medias mundiales (el 40 %)
que vio crecer con mayor rapidez su tasa de emisiones durante los años
1990-2015 experimentarán la inversión de la tendencia más pronunciada durante
los años 2015-2030”;
2.
“Las reducciones (de las emisiones, DT)
más profundas se centrarán en las personas que perciben las rentas más bajas en
los países ricos”.
Las
promesas de transición justa: cortinas de humo
Examinar
la injusticia climática en función de los grupos de renta permite captar las
realidades que no aparecen en el análisis cuando la cuestión se plantea
simplemente en términos de países pobres y ricos. Concretamente, esto saca a
relucir la creciente responsabilidad de la gente rica, y sobre todo de la
superrica, no solo en el Norte, sino también en el Sur global. Como dice el
estudio, “es notable que en todos los países con mayores
emisiones, las proyecciones en 2030 del 10 % más rico y del 1 % más
rico nacionalmente muestran huellas de consumo individual
sustancialmente superiores al nivel de 1,5 °C global per cápita” (cursivas
mías, DT). Veamos esto más de cerca:
·
India es el único gran país emisor en el
que las emisiones medias en 2030 se mantendrán por debajo de las 2,3 toneladas
de CO2/persona/año compatibles con la cota máxima de 1,5 °C. También es el
único en que las emisiones del 50 % más pobre se situará claramente por
debajo de este nivel. Sin embargo, las emisiones del 10 % de personas
indias más ricas quintuplicarán este nivel, y las del 1 % más rico lo
multiplicarán por 20.
·
El 50 % de personas estadounidenses
más pobres superarán un poco el umbral de 2,3 tCO2/persona/año, pero el
1 % más rico emitirá en promedio 55 veces más (127 toneladas) y el
10 % más rico 15 veces más (unas 35 toneladas).
·
En China, las emisiones del 50 % más
pobre se mantendrán en 2030 por debajo del fatídico listón, pero las del
10 % más rico lo superarán más de 10 veces y las del 1 % más rico más
de 30 veces (82 toneladas).
·
Las proyecciones para la Unión Europea y
el Reino Unido también son muy instructivas: en 2030, las emisiones del
50 % más pobre se acercarán al volumen medio global compatible con
1,5 °C…, pero las del 10 % más rico lo multiplicarán por cinco o
seis, y las del 1 % más rico, por quince.
Más claro
el agua: estos datos demuestran que los compromisos de transición justa incluidos
en las resoluciones oficiales de las COP no son más que cortinas de humo.
Bla-bla-bla. En realidad, se observa un doble movimiento: 1) se acentúa la
injusticia climática y 2) la clase de los superricos y supercontaminadores se
recompone debido al ascenso fulgurante del Capital en Asia. Dentro de este
grupo no es exagerado hablar de un cambio profundo. En efecto, en 2015 el
1 % más rico del planeta emitía el 15 % del CO2 global. La gente rica
china aportaba un 14 %, la estadounidense un 37 %, la europea un
11 % y la india un 5 %. Según las proyecciones del estudio, en 2030
el 1 % más rico habrá incrementado aún más su contribución a la emisión
mundial de CO2: el 16 %. Pero entonces la gente rica china aportará un
23 %, la estadounidense un 19 %, la europea un 4 % y la india un
11 %. (Vista la importancia del carbón en China y en India, este “cambio
de la geografía de la desigualdad de emisiones de carbono”, como dice el
estudio, podría ayudar a explicar el hecho de que el porcentaje de las
emisiones globales del 1 % superrico siga aumentando, a diferencia del del
10 %). Véase el resumen en el siguiente cuadro:
|
Porcentaje
del CO2 global emitido por el 1 % más rico en 2015 |
Porcentaje
del CO2 global emitido par el 1 % más rico en 2030 |
Mundo |
15 % |
16 % |
China |
14 % |
23 % |
Estados
Unidos |
37 % |
19 % |
Unión
Europea |
11 % |
4 % |
India |
5 % |
11 % |
El autor
del estudio no lo señala, pero resulta chocante constatar también que en el
otro extremo de la pirámide de las rentas se observa una convergencia bastante
clara de las huellas de carbono: el 50 % más pobre de EE UU, de la
UE, del Reino Unido y de China emitirá en 2020, por persona, una cantidad de
CO2 relativamente análoga, un poco superior o un poco inferior a las 2,3
t/persona/año. (India es el único gran país emisor en el que las emisiones del
50 % más pobre se mantendrán muy por debajo de las 2,3 toneladas, el mismo
nivel que en los llamados países en desarrollo.)
Una
imagen incompleta
A pesar de su gran interés, el estudio
de Oxfam no refleja una imagen completa de las responsabilidades climáticas de
las diferentes clases de renta. Es más que probable que subestime las emisiones
imputables a la gente más rica, pero también que sobrestime las emisiones
imputables al 40 % de rentas medias e incluso a una franja del 10 %
de gente rica. Hay, en efecto, dos dificultades.
En primer lugar, las emisiones
imputables al 1 % más rico son tan difíciles de delimitar como sus bienes, y
ello por el mismo motivo: el secreto bancario, el fraude fiscal y la ausencia
de un catastro patrimonial. El autor lo señala: “Mientras que existen métodos
sólidos para estimar las huellas individuales mediante la aplicación de
coeficientes de carbono a los bienes y servicios identificados en los censos de
población, es bien sabido que dichos métodos subestiman el consumo de la gente
más rica". Para obviar este problema, el estudio se basa en los trabajos
de investigadoras que han sacado a relucir diversas realidades. Por ejemplo:
·
los datos disponibles con respecto a los
automóviles, las casas, los aviones y los yates indican que las emisiones
debidas al consumo de los multimillonarios alcanzan fácilmente varios miles de
toneladas de CO2/persona/año. Los grandes yates, cuyas ventas se han disparado durante la pandemia, son las principales fuentes de
estas emisiones (un yate grande emite unas 7.000 toneladas de CO2/año);
·
el transporte es la principal fuente de
emisiones de la gente superrica. En particular, el transporte aéreo: según
ciertos estudios, el 50 % de los vuelos de pasajeros corresponden al
1 % de la población mundial. Sobre la base de los viajes de la gente
famosa, podemos considerar que la huella avión de los más
ricos alcanza los varios miles de toneladas de CO2/año. Evidentemente, el
desarrollo insensato del turismo espacial no hará más que
reforzar esta tendencia. (Vista la dependencia del transporte aéreo de los
combustibles fósiles, el uso intensivo del avión por el 1 % puede valer de
segunda explicación del hecho de que el porcentaje de emisiones mundiales de este
grupo continúe aumentando, contrariamente al del 10 %.)
Sin embargo, este hiperconsumo de gran
lujo no es más que la punta del iceberg: no tiene en cuenta las emisiones
imputables a las inversiones capitalistas del 1 % más rico. El autor cita
trabajos que cifran en un 70 % la parte de la huella de carbono de los más
ricos derivada de sus inversiones capitalistas, pero no se trata más que de una
estimación, dificultada por la opacidad del sector financiero.
En segundo lugar, incluso aplicando a
las emisiones de los hogares el coeficiente de carbono mencionado más arriba,
repartir las emisiones de las empresas y del sector público entre toda la
población constituye un enfoque discutible, ya que no tiene en cuenta el hecho
‒mencionado en el estudio‒ de que los mayores emisores de CO2 (el 1 % más
rico) ejercen sobre las decisiones “una influencia desproporcionada en virtud
de su condición, de su poder político y de su acceso a los decisores
políticos”. Por citar un ejemplo: el proyecto de aeropuerto de Notre-Dame-des-Landes
[en Francia] respondía a las necesidades de la empresa Vinci y de sus
accionistas, no a las de las clases populares. El mismo razonamiento vale para
los gastos militares y numerosos proyectos, por no hablar de las subvenciones
públicas a las empresas.
Límites
del análisis a través del consumo
Con esto llegamos a tocar los límites de
un enfoque de la catástrofe climática basado en el consumo de las diferentes
categorías de renta. En realidad, puesto que todo consumo presupone una
producción, los niveles de consumo de los grupos de renta han de analizarse a
la luz de las posiciones que ocupan estos grupos en la producción. “La
influencia desproporcionada” del 1 % más rico se da en todas partes, pues
los miembros de este grupo son propietarios de los medios de producción. Son la
clase dominante y el Estado es el instrumento de su dominación. Las clases
populares se hallan en una situación muy distinta: están sometidas a las
decisiones de las empresas y las instituciones que no controlan y producen por
encima de sus necesidades en beneficio de los capitalistas. Por consiguiente,
soportan un volumen de emisiones que se deriva de la dinámica productivista del
Capital, no se su libre albedrío.
Frente a
la mistificación del discurso dominante que nos exhorta indistintamente a cambiar
nuestros hábitos, el estudio de Oxfam tiene el gran mérito de dirigir el
foco sobre las enormes desigualdades de consumo y de expresarlas en términos de
responsabilidades por las emisiones de CO2. Además, demuestra claramente que la
política de los gobiernos, a pesar del bla-bla-bla sobre la transición
justa, agrava la injusticia climática.
Al mismo
tiempo, es bastante fácil constatar que la solución no puede venir de medidas
adoptadas exclusivamente en el ámbito del consumo. Veamos la hipótesis absurda
de que de aquí a 2030, el 1 % más rico o el 10 % más rico hayan
reducido sus emisiones a 2,3 tCO2/persona/año. En este caso, todavía haría
falta, para no rebasar los 1,5 °C de calentamiento global, que el 40 %
de la llamada clase media reduzca sus emisiones a menos de la
mitad en la UE y el Reino Unido, a un tercio en China y a un cuarto en
EE UU (India es el único país gran emisor en el que las emisiones del
40 % se mantendrán por debajo de las 2,3 tCO2/persona/año en 2030, según
el estudio). ¿Cómo? Aunque indispensable, la redistribución radical de las
riquezas (como la que propone Thomas Piketty) no permitiría resolver el
problema, solamente lo desplazaría. El desafío no puede abordarse más que
redefiniendo las necesidades reales de la mayoría social, organizando la
producción en función de las mismas y suprimiendo la producción de bienes
inútiles y nocivos.
La aceptabilidad
social revela la dificultad de los esfuerzos requeridos. Para la
mayoría, son motivo de rechazo. Claro que son necesarios unos cambios
profundos, y no basta con decir que paguen los ricos. Por eso hay
que razonar en términos de deseabilidad. Producir menos para cubrir
las necesidades; transportar menos, trabajar menos, compartir más; cuidar a las
personas y los ecosistemas; gestionar los recursos de manera sobria, colectiva
y democrática, para que todas y todos gocen de una vida placentera y
confortable: esta es la perspectiva ecosocialista que puede inspirar un plan de
reformas estructurales anticapitalistas adaptado al siglo XXI. Porque una cosa
es cierta: no hay salida sin poner en tela de juicio la competencia en pos del
beneficio, motor del productivismo basado en el derecho de propiedad
capitalista.
08/12/2021
https://www.gaucheanticapitaliste.org/climat-inegalites-et-lutte-des-classes/
Traducción: viento sur
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