La inflación ha muerto, larga
vida a la inflación
Por Isidro Lòpez
Rebelion
19/11/2021
Fuentes: El
salto
La devaluación del dinero ha sido presentada como la peor enfermedad de la
economía de mercado. Pero, en esta década, el miedo a la inflación parece un
residuo de los años de dominio neoliberal.
Las fuertes
sacudidas de los precios a nivel global desde que comenzó la reactivación
económica escalonada en la inmensa mayoría de los países de Europa, Asia y
América, no dejan lugar a dudas: vuelve nada menos que la inflación. La
inflación fue la bête noîre del neoliberalismo ascendente de
los años ochenta y, a la vez, a lomos del caballo de la inflación fue como ese
mismo neoliberalismo noqueó definitivamente a los gobiernos keynesianos que
fueron objetivo primordial de su ofensiva. Cosa que no quita que le llevase
muchísimos más años noquear a los estados keynesianos que esos mismos gobiernos
construyeron durante los años de la posguerra mundial.
En la ortodoxia
liberal la inflación es la peor enfermedad que puede aquejar a la economía de
mercado: la devaluación del dinero. Y con ella, algo mucho más importante: la
devaluación de las posiciones de poder de los propietarios de dinero. La
inflación plantea una contradicción siempre a las aspiraciones de construcción
del homo economicus individualista, autosuficiente y racional
del liberalismo porque implica aclarar de una vez por todas la confusión entre
la buena y la mala moneda, posibilidad de confusión que aterraba al liberalismo
del siglo XIX. Para esta tarea es indispensable la existencia de un Banco
Central con poderes de Estado que determina cuánta moneda es buena y cuánta
mala. El patrón oro fue la herramienta institucional que el liberalismo
británico antiguo utilizó durante tres siglos para naturalizar esta vinculación
entre la escala de las riquezas y el poder de las clases propietarias de
dinero.
Hoy, el megasignificante económico por excelencia, la inflación, vuelve a
un capitalismo en el que ya no mandan unilateralmente ni Estados Unidos, ni el
petróleo
El
neoliberalismo norteamericano ascendente de los años setenta y ochenta, mucho
más pragmático, conquistó las instituciones transnacionales procedentes del
orden de Bretton Woods y desde ahí, fue conquistando, uno tras otro, los bancos
centrales de los Estados nación, siempre en nombre de la lucha contra la
inflación. No desenterraron el patrón oro mitificado por el liberalismo del
siglo XIX sino que pusieron al dólar, y al petróleo, en su lugar. El poder
político norteamericano sobre el mundo, y muy especialmente, su control sobre
el combustible fósil, eran la garantía última de estabilidad financiera y
monetaria en el mundo capitalista posterior a 1973. Hoy, el megasignificante
económico por excelencia, la inflación, vuelve a un capitalismo en el que ya no
mandan unilateralmente ni Estados Unidos, ni el petróleo.
La inflación reina pero no gobierna
Por acumulación
histórica, la reaparición de la inflación como frame económico
global debería dar una ventaja casi absoluta a la ortodoxia política neoliberal
para recuperar su posición dominante tras dos años de extensión de algo así
como un nuevo sentido común económico-político al que podríamos llamar
provisionalmente neokeynesianismo pandémico. Todas y cada una de las
instituciones económicas creadas durante el periodo neoliberal llevan la lucha
contra la inflación inscrita en su ADN. El Banco Central Europeo y el euro
fueron los experimentos mayores del régimen neoliberal de control de la
inflación. Se puede decir, sin mucho exagerar, que el euro está construido
sobre el control de la inflación de la eurozona a unos niveles de crecimiento
anual nunca superiores al 2% del PIB continental.
Sin embargo, en
este momento, es casi imposible pensar en una intervención como el tour
de force de Jean Claude Trichet en 2008. En plena crisis financiera
global, el entonces presidente del BCE, subió repentinamente un punto los tipos
provocando una cadena de efectos aumentados de la crisis financiera. La subida
de tipos europea puso punto y final repentino a la inmensa burbuja inmobiliaria
española, abrió una profundísima crisis del sistema financiero español y, en el
medio plazo ha supuesto, el asentamiento casi permanente desde entonces de la
crisis en la Eurozona y, por extensión, en toda la Unión Europea. Una crisis europea
que primero fue productiva, luego financiera, después monetaria, siempre social
y ecológica y ahora ya, directamente existencial.
El expediente utilizado para borrar del mapa la lucha de clases en Europa a
lo largo de toda la década de los setenta fue el control de precios
El Banco
Central Europeo se enfrentaba entonces a una inflación del 4% fundamentalmente
provocada por un pico espectacular de los precios del petróleo y las materias
primas generada en los mercados de futuros, uno de los refugios de emergencia
más lucrativos de unos capitales en estampida tras la evaporación repentina del
mercado de las hipotecas subprime. En octubre de 2021, la
inflación en la Eurozona ha llegado al 4,1% provocada por un pico espectacular
en los precios del gas y las materias primas generado en los mercados de
futuros de nuevo desorbitados ante la llegada masas crecientes de capitales
financieros en estampida en busca de nichos de rentabilidad. A partir de esta
semejanza, no pequeña, todo son diferencias entre una situación y la otra, y
muy posiblemente, muy diferentes van a ser los acontecimientos que sigan a la
instalación de la inflación como ítem económico-cultural en la esfera política
europea.
Una de esas palabras
Si no existe
tal cosa como un debate económico “puro” en general, menos aún en el caso del
que posiblemente es, aún hoy, el término técnico de la ciencia económica con
mayor carga histórica y política: la inflación. Hay que recordar que el
expediente utilizado para borrar del mapa la lucha de clases en Europa a lo
largo de toda la década de los setenta fue el control de precios, especificado
claramente en un mandato férreo de control salarial que, en un momento de pleno
empleo, tan sólo podían imponer los sindicatos a sus propios afiliados. Algo
que uno tras otro, los sindicatos europeos terminaron por hacer, no sin que se
librara una guerra social total en varios frentes internos y externos antes que
se venían arrastrando desde el 68.
La baza decisiva del capital en aquella derrota por capítulos que sufrió la
clase obrera industrial a lo largo de dos décadas fue utilizar el espacio
transnacional para desvincular tanto los capitales productivos como los
capitales financieros de los estados nación. El capital fue migrando hacia
Asia, muy especialmente hacia China, en busca de menores costes laborales,
ambientales y fiscales, blindado por todo un entramado jurídico-institucional
que fomentaba la huida bajo una retórica de libre mercado, defensa de los
derechos de propiedad y lucha contra la inflación.
El ERTE ha sido la máxima aportación del modelo de negociación colectiva no
inflacionista de inspiración alemana que se ha extendido en Europa
En esas nuevas
condiciones de movilidad incrementada del capital, los Estados nación europeos
tomaron literalmente los restos de las luchas de clases europeas a su cargo en
forma una nueva forma de concertación social en que se pactaron las condiciones
de posibilidad del trabajo asalariado dentro de los límites intraspasables de
las políticas antinflacionistas. Lo cual significaba de hecho renunciar no ya a
un horizonte socialista sino a un horizonte simplemente de pleno empleo,
el abc del keynesianismo.
La situación de
jibarización y ultracongelación del proceso productivo en Europa ha tenido como
consecuencia de la utilización generalizada de los ERTE. Con distintos nombres
—kurzarbeit, furlough— el ERTE ha sido la máxima aportación del modelo de
negociación colectiva no inflacionista de inspiración alemana que se ha
extendido en Europa. Pensados para absorber shocks temporales manteniendo los
empleos en las estructuras empresariales existentes, los ERTE se han utilizado
de forma generalizada durante un año y medio en las cuatro mayores economías de
la Eurozona: Alemania, Francia, Italia y España. Además de en el Reino Unido,
donde han alcanzado su máxima extensión.
China reestructura Europa
Esta suspensión
masiva de la producción ha sido aprovechada
sin ningún tipo de miramiento por parte del gobierno de Xi Jinping, que
no ha tenido más que seguir avanzando por las líneas de enfrentamiento
endurecido con Estados Unidos marcadas en las guerras comerciales del periodo
anterior a la pandemia. El ascenso de China en la jerarquía tecnológica y de
diseño de la producción, incluyendo su sonora apuesta por el capitalismo verde,
ha barrido con las escasas ventajas productivas rentables que quedaban en
Europa, y ha dejado a Estados Unidos “únicamente” el dominio del dinero, del dólar.
El otro gran pilar del poder de EEUU, el petróleo, sin embargo, ha quedado
tocado de muerte en su rol hegemónico. Aunque todavía sea un mercado de
importancia central, es evidente como, por el momento, está completamente
subordinado a los mercados de gas natural. Mercados que sustentan una
estructura de poder diferente, aunque emparentada, con la del petróleo.
Ese sonido
estruendoso que generan los precios creciendo a velocidades supersónicas, el
sonido de los cuellos de botella en la distribución, es el sonido que produce
el Partido Comunista de China al dictar las nuevas condiciones de rentabilidad,
y, esto es novedoso, también de cualificación, que van a marcar cuáles serán
las empresas manufactureras y energéticas grandes, pequeñas y medianas, que
queden en Europa. Los mismos mecanismos que utilizó el capital europeo para
dejar herida de muerte a la clase obrera industrial de los años setenta,
fundamentalmente la deslocalización, se han desarrollado tanto que también han
herido de muerte a uno de sus padres: el capital industrial europeo.
Vaciada progresivamente de sus funciones de mando sobre el proceso productivo
capitalista global, Europa empieza a parecer un parque temático del welfare
state
Como era de
esperar estas nuevas condiciones de rentabilidad en los sectores industriales y
energéticos con toda su afectación a los sectores logísticos y de distribución,
las absorben los Estados europeos mediante su traslado inmediato a la fuerza de
trabajo en forma de aniquilación definitiva del régimen salarial privado y el
avance a doble velocidad hacia un mercado laboral pulverizado y basado en las
percepciones intermitentes de rentas salariales, más cercano a la informalidad
generalizada de las megapólis del sur global que del New Deal de
Roosevelt.
Milton Friedman tiene los ojos tristes
Jean Claude
Trichet actuaba en nombre de un Banco Central que representaba a una
Europa que aún apostaba con confianza en el casino financiero global, confianza
sostenida en parte por el poder político de la Francia poscolonial pero, sobre
todo, por el poder económico indiscutido de la manufactura de exportación
alemana. Hoy, la eurozona ha absorbido la contradicción
central de la economía alemana, el mantenimiento de un gigantesco
aparato industrial de exportación basado en el combustible fósil, modelo que
hunde sus raíces en el inveterado antinflacionismo alemán, es directamente
antagónico con los objetivos de la transición energética y el Green New Deal
con los que Europa pretende recuperar sus posiciones de ventaja competitiva en
el mundo. Vaciada progresivamente de sus funciones de mando sobre el proceso
productivo capitalista global, Europa empieza a parecer un parque temático del welfare
state que se arriesga a tener que declarar la quiebra si no le
favorecen las decisiones estratégicas que tomen otros actores mejor situados en
el nuevo orden financiero y productivo.
El vaciado de
funciones productivas capitalistas al que China ha sometido a Europa, y en
menor medida a Estados Unidos, ha dejado un panorama de niveles de
endeudamiento público completamente inédito, y en general, una vida económica
en nuestras sociedades en la que las distintas formas de monetización de los
títulos de propiedad, como los intereses financieros sobre la deuda o las
rentas del suelo, le han quitado definitivamente la centralidad al salario como
instrumento de la economía monetaria popular.
Si el
liberalismo se pudo reinventar como neoliberalismo fue en buena parte a que
Milton Friedman y la escuela monetarista dio carpetazo a la nostalgia por el
patrón oro perdido y diseño el programa más simple posible para gobernar un
banco central: subir los tipos de interés cuando sube la inflación y bajarlos
cuando baja. La economía para la que dio esta sencilla receta Friedman, el
agitador político neoliberal por excelencia era aún una en la que la deuda era
una figura restringida al comercio entre estados nación y a las relaciones
entre las grandes empresas y los grandes bancos. Subir los tipos de interés era
una maniobra rutinaria de aserción de la jerarquía y el poder del dinero sobre
el proceso productivo capitalista. Y, obviamente, de los países exportadores de
capital sobre los países importadores de capital.
El mundo post
globalización neoliberal está definido por la deuda de una manera muchísimo más
capilar y determinante que por los salarios, una subida brusca de tipos de
interés en Estados Unidos o la Eurozona, ajustaría aún las ya de por sí
recargadas tuercas de la acumulación por desposesión tanto en su versión social
como ecológica a través de los mecanismos políticos del Estado. Esta vez las
evidencias apuntan a que Milton Friedman no va a ganar la batalla monetaria, la
separación fundamental entre quienes perciben rentas de la propiedad de algún
tipo —la inmobiliaria es la más habitual— y quienes no las perciben y dependen
plenamente de un trabajo asalariado que simplemente ya no existe, se ha vuelto
demasiado evidente como para envolver el dominio del rentista en unos cuantos
tecnicismos folklóricos heredados del siglo XX sobre el daño mortal que supone,
siempre y en todo lugar, la inflación.
Isidro López. Es miembro de la Fundación de los Comunes.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/suma-cero/isidro-lopez-inflacion-ha-muerto
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