Tal día como hoy de 1910 fallecía el gran escritor y pensador León Tolstoi. Crítico severo del poder y los ejércitos, sus ideas pacifistas no encajaron en los movimientos intelectuales, políticos y sociales de finales del XIX y principios del XX.
Carta a Alejandro II
El Viejo Topo
20 noviembre, 2021
Moscú, 22 de
agosto, 1862
Su Majestad: El
6 de julio un oficial superior de gendarmes acompañado de las autoridades
locales fue a mi posesión en mi ausencia. En mi casa habitaban durante las
vacaciones mis huéspedes, unos estudiantes, maestros rurales del distrito
judicial que yo administraba, mi tía y mi hermana. El oficial de gendarmes
comunicó a los maestros que estaban arrestados, y requirió sus efectos y
papeles. El registro duró dos días; se registró: la escuela, los sótanos y los
almacenes. Según el oficial de gendarmes, no se halló nada sospechoso.
Aparte del
agravio inferido a mis invitados, se creyó necesario ofendernos a mí, a mi tía
y a mi hermana. El oficial de gendarmes registró mi gabinete, que entonces
estaba como dormitorio de mi hermana. Al preguntársele sobre qué base actuaba
así, el oficial de gendarmes declaró que lo hacía por mandato imperial. La
presencia de soldados de la gendarmería y de los funcionarios que le
acompañaban confirmaban sus palabras. Los funcionarios se presentaron en el
dormitorio de mi hermana no dejaron sin leer ni una sola correspondencia ni un
solo diario y, al marcharse, declararon a mis huéspedes y familiares que
quedaban libres, y que no se había encontrado nada sospechoso. Por tanto, ellos
eran también nuestros jueces y de ellos dependía el acusarnos de sospechosos y
privarnos de libertad. No obstante, el oficial de gendarmes dijo además que su
marcha aún no debía tranquilizarnos del todo, y advirtió: cualquier día podemos
regresar.
Me parece
indigno asegurar a Su Majestad lo inmerecido del agravio que se ha cometido.
Todo mi pasado, mis relaciones, mi franca actividad a la vista de todos en el
servicio de las armas y en la instrucción pública y, por último, la revista, en
la que van expresadas todas mis íntimas convicciones, hubieran demostrado -sin
tener que emplear medidas que destruyen la felicidad y el sosiego de las
personas- a cualquiera que se interese por mí, que yo no puedo ser conspirador,
redactor de octavillas, asesino o incendiario. Aparte del agravio, de la sospecha
sobre el delito, además del oprobio ante el juicio de la sociedad y del
sentimiento de eterna amenaza bajo el que estoy obligado a vivir y conducirme,
esa visita me ha comprometido de lleno ante la opinión de la gente, que yo
estimaba, había ganado con los años y me era del todo necesaria para la
actividad elegida por mí: la fundación de escuelas para el pueblo.
De acuerdo al
sentimiento propio de todo hombre, yo busco a quién culpar de lo que ha
sucedido conmigo. Yo no puedo culparme: me siento con más razón de la que nunca
tuve; no conozco al falso delator, ni puedo inculpar a los funcionarios que me
juzgaron y ofendieron: ellos repitieron continuamente que no lo hacían por su
voluntad, sino por mandato imperial.
Para continuar
siempre igual de justo respecto a mi gobierno y a la persona de Su Majestad, ni
puedo ni quiero creerlo. Pienso que no puede ser designio de Vuestra Majestad
el que los inocentes hayan de ser castigados y los justos vivan de manera
constante con el temor de la ofensa y el castigo.
Me dirijo a
Vuestra Majestad para conocer las razones de todo ello. Sólo ruego que se
elimine toda posibilidad de que sobre el nombre de Su Majestad vaya a caer el
reproche de injusticias y que sean, si no castigados, sí fustigados los
culpables del abuso de tal nombre y dignidad.
Leal súbdito de
Vuestra Majestad,
CONDE LEON
TOLSTOI
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