Por qué es
necesaria la autocrítica
Hemos tenido, como espacio político, unos malos
resultados. Y tenemos que hacer autocrítica, pausada y de vista larga, pero no
podemos decir que nos sorprenda. Hemos pagado las consecuencias de nuestros
errores y los aciertos de los demás.
Desde enero de 2019 se desató una oleada de escisiones
que contribuyó a crear un imaginario social de "desastre venidero
inevitable".
En el seno de IU y Podemos fuimos muy pocos los que, a
riesgo de perder la familia, la salud, los amigos y probablemente la cabeza,
llamamos a la calma y a la unidad. El coste fue inmenso. Han sido los peores
meses de toda mi vida política.
Eldiario.es
28.05.2019
Hubo una vez en la que el fantasma de la emancipación
socialista recorrió Europa. Durante la segunda mitad del siglo XIX las insurrecciones
populares reflejaron la emergencia de la clase obrera como actor organizado y a
principios del siglo XX la metáfora socialista parecía fielmente encarnada en
los grandes partidos de masas de la familia socialdemócrata. En el período de
entreguerras el partido socialdemócrata alemán, el partido de Marx y Engels,
llegó a alcanzar el 37,8% de los votos, el finlandés el 37%, el austriaco el
40,8%, el belga el 39,4%, el noruego el 32%, el sueco el 39% y el danés el 46%,
entre otros. España era, por entonces, parte de la excepción. Sencillamente, en
un país esencialmente agrario y muy débilmente industrializado no había
condiciones para la emergencia de un partido socialdemócrata tan fuerte como en
el norte, y el PSOE tuvo que esperar a 1910 para obtener su primer diputado.
Tras la II Guerra Mundial la socialdemocracia concluyó
el abandono del reformismo, optando en su lugar por la simple gestión
keynesiana, y sus escisiones comunistas se organizaron disciplinadamente en
torno al poder político de Moscú. Con la disolución de la Unión Soviética, la
irrupción del neoliberalismo y la globalización económica, la socialdemocracia
volvió a dar otro giro para abrazar la "tercera vía", un producto
básicamente liberal, mientras que los partidos comunistas entraron en lo que
Enzo Traverso llama en su último libro la "melancolía de izquierda".
Las utopías y la metáfora socialista daban paso así a un tiempo sin tiempo, a
un futuro ensombrecido por las derrotas políticas pasadas y por los nuevos
conocimientos sobre los límites de nuestra práctica política (¡y los límites de
nuestro planeta!).
Bastante tiempo después las cosas son muy diferentes.
En las últimas elecciones europeas han ganado las derechas conservadoras y
tradicionalistas con casi el 40% de los votos. Frente a ellas, la
socialdemocracia ha caído hasta el 19,31% y la izquierda transformadora ha
hecho lo mismo hasta al 5,19%, mientras que los partidos liberales han crecido
hasta el 14,51% y los verdes hasta el 9,19%. No obstante, el perfil concreto de
esta fotografía es mucho más complejo cuando observamos las singularidades de
cada país. Desde la victoria de la ultraderecha en Francia hasta el
"sorpasso" de los verdes a los socialdemócratas en Alemania, pasando
por la resistencia de la socialdemocracia tanto en Portugal como en España. Hay
vectores tradicionalistas y reaccionarios que tratan de abrirse paso al mismo
tiempo que otros vectores progresistas y radicales le disputan el protagonismo.
Y todo ello ocurre en un marco dibujado por la disputa por la hegemonía
internacional. La guerra comercial entre Estados Unidos y China, el papel de
las cadenas globales de valor en un mundo globalizado, las luchas de las
empresas transnacionales por los recursos no renovables (petróleo, minerales,
etc.) en un mundo asolado por el cambio climático, el tipo de dominio
financiero del gran capital alemán sobre el resto de los países europeos, o el
modelo de inserción de las economías periféricas en la distribución
internacional del trabajo son algunos de los aspectos que perfilan estas
batallas políticas… muchas veces sin que se explicite.
España es de nuevo una excepción. Aquí y en Portugal
la socialdemocracia tradicional resiste, mientras que en Grecia la izquierda
transformadora parece jugar el mismo rol, aunque bajo otras etiquetas. No es
casualidad que se trate de los países más golpeados por la grave crisis
económica iniciada en 2008, que en nuestro país abrió las puertas al convulso
ciclo político de 2008-2015. Tras ese período, los países más afectados por los
recortes en los servicios públicos parecemos seguir creyendo en las bondades
del Estado Social mientras que los países del norte optan preferentemente por
su disolución progresiva.
El caso español
En el año 2008 el PSOE consiguió obtener once millones
de votos, aunque al precio de negar la crisis económica que estaba ya
emergiendo en el país. Como consecuencia de esta, tres años más tarde, en 2011,
esa cifra de votantes se había reducido hasta los siete millones. En efecto, en
apenas tres años el PSOE se había dejado cuatro millones de votos, de los
cuales sólo una pequeña parte fue recogida por IU y otra por UPyD. La mitad de
aquellos votos perdidos, dos millones, seguían en la abstención. La irrupción
de Podemos en 2014 revolucionó el panorama político y en las elecciones
generales de 2015 obtuvo cinco millones de votos, movilizando a esa abstención
de dos millones y dándole otro bocado de otros dos millones al PSOE (que ya en
aquellas elecciones bajó a los cinco millones de votos), otro medio millón a IU
(que se quedó al borde de la desaparición) y otro medio millón a otros
partidos. El bipartidismo había colapsado por su izquierda y el sistema
político estaba en redefinición.
Al inicio de 2016, sin embargo, el proceso se estancó
primero y se invirtió después. Desde aquellos meses, y probablemente debido a
la frustrada constitución de un Gobierno alternativo al del PP, el espacio de
la izquierda en su conjunto se estrechó. Las elecciones de junio de 2016
pusieron de relieve que un millón doscientos mil votantes de izquierdas se
volvieron a la abstención, correspondiendo cien mil al PSOE y el resto a
Podemos e IU. La unidad política entre Podemos e IU, que tanto costó articular,
no pudo evitar la caída de votos, aunque sí consiguió evitar el descalabro en
escaños, que se mantuvieron en número gracias a la ley electoral.
Durante el resto de 2016 y parte de 2017 todos los
indicadores electorales y sociales mostraron sistemáticamente la debilidad del
espacio electoral de Unidas Podemos. Ello coincidía con dos fenómenos paralelos:
la irrupción de la agenda nacionalista en escena, con su clímax en otoño de
2017, y la mejora de la economía y de la percepción ciudadana al respecto. Sin
embargo, hubo dos hitos que aceleraron intensamente aquel desgaste de la base
electoral: la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE, en primavera
de 2017 y, sobre todo, la moción de censura a Mariano Rajoy en junio de 2018.
Ambos hitos impulsaron al PSOE y redujeron casi en la misma proporción el apoyo
de Unidas Podemos. La transferencia de votos parecía haberse invertido y el
PSOE comenzaba a recuperar apoyo del espacio político de la izquierda
transformadora.
Aquella tendencia de desgaste y estrechamiento del
espacio político de Unidas Podemos, esto es, del espacio político a la izquierda
del PSOE, fue progresiva y sin pausa. El PSOE iba recuperando el voto perdido
desde 2008, y realmente lo conseguía más por golpes de efecto que por políticas
concretas. Pero fue en 2019 cuando esa situación se agudizó en una suerte de
traca explosiva. Tiene razón Pablo Iglesias cuando afirma que "las
divisiones hacen mucho daño a la izquierda", y bien lo sabemos quienes
además lo hemos sufrido entre bastidores. Desde enero de 2019 se desató una
oleada de escisiones que contribuyó a crear un imaginario social de
"desastre venidero inevitable". Gaspar Llamazares anunció que formaba
un partido nuevo, provocando un incendio en IU y en Asturias; Íñigo Errejón le
imitaba en Madrid, abriendo en canal a Podemos y, de paso, a sus aliados en la
región; las derivadas de aquello supusieron nuevas dimisiones, como las de
Ramón Espinar, un sinfín de acusaciones cruzadas en la plaza pública y la
decisión de Manuela Carmena de no contar con IU ni con Podemos para la
candidatura de la alcaldía de Madrid; EnMarea decidió escindirse en Galicia,
debilitando a los ayuntamientos de Santiago, Coruña y Ferrol; Compromís anunció
que rompía la coalición en Valencia; Izquierda Anticapitalista rompió con
Podemos en todo el país; el coordinador de IU en Cataluña se marchó a ERC pero
sin dimitir de coordinador para dejar el partido bloqueado… Podría continuar,
pero supongo que no hace falta.
Todos estos acontecimientos sucedieron en solo unos
meses, los inmediatos a las elecciones generales, y fueron acompañados de
grandes proclamas cínicas por "la unidad" -mientras se firmaban las
escisiones- y por supuesto tuvieron una cobertura mediática apropiada para la
ocasión. En algunos casos encontramos incluso candidatas de IU y Podemos que
públicamente anunciaban que no votarían a nuestras organizaciones. En el seno
de IU y Podemos fuimos muy pocos los que, a riesgo de perder la familia, la
salud, los amigos y probablemente la cabeza, llamamos a la calma y a la unidad.
El coste en esos campos, lo reconozco, fue inmenso. Desde mi experiencia personal,
han sido los peores meses de toda mi vida política. En este tiempo parecía
imperar un "sálvese quién pueda" de una naturaleza bastante
irracional, y sucedía tanto entre quienes se escindieron como entre quienes se
quedaron agazapados esperando que los resultados de las elecciones generales
nos mataran a algunos.
Pero resistimos. La campaña de las elecciones
generales fue extraordinaria y la militancia se volcó en la tarea de resistir.
Pablo Iglesias hizo unos debates estupendos y muy bien acotados y dimos la
sorpresa al resistir con un 14,3%. Parecíamos haber detenido la hemorragia de
votos. Con todo, el PSOE ya había recuperado dos millones de votos desde 2015.
Las elecciones locales y autonómicas
Y así es como llegamos a estas últimas elecciones locales,
autonómicas y europeas. Hemos tenido, como espacio político, unos malos
resultados. Y tenemos que hacer autocrítica, pausada y de vista larga, pero no
podemos decir que nos sorprenda esta situación. Hemos pagado las consecuencias
de nuestros propios errores, y también de los aciertos de los demás. En efecto,
estas elecciones han puesto de relieve que la tendencia del estrechamiento del
espacio electoral a la izquierda del PSOE ha continuado. En las elecciones
europeas hemos perdido 4,24 puntos respecto a las generales de hace un mes, y
hemos perdido casi 8 puntos respecto a las elecciones europeas de 2014.
Tal y como venía describiendo, el PSOE ha mejorado sus
resultados autonómicos una media de 7,57 puntos, mientras que nosotros hemos
caído una media de 8,14 puntos. En efecto, la transferencia de votos es
perceptible en un trazo grueso, pero también en trazo fino. En particular, el
espacio de UP ha bajado más en aquellos territorios donde el PSOE ha subido
más. Como se puede observar en el siguiente gráfico, esto es bastante claro
(aunque no perfecto).
Además, las caídas han sido más pronunciadas allí
donde hemos ido separados (todos los territorios con punto rojo en el gráfico)
y menor allí donde hemos ido unidos. De media hemos caído 9,82 puntos en los
territorios donde íbamos separados y hemos caído un 6,62 en aquellos otros
donde hemos ido juntos. Como he dicho estos días: "La unidad política no
construye socialismo, pero fuera de la unidad sólo hay destrucción".
Es llamativo también que, en todos los territorios,
con la excepción de Asturias, los resultados de las generales de hace un mes
han sido mejores que en estas autonómicas. Pero aún más llamativo es que en las
elecciones europeas, que se votaban a la vez, se han tenido mejores resultados
en todos los territorios menos en Asturias y Aragón. Las candidaturas de
unidad, en general, han resistido mejor.
Por otra parte, el caso de Madrid es paradigmático.
Porque la irrupción de Más Madrid se justificó por su supuesta
"competición virtuosa", es decir, porque teóricamente la división no
restaría. En realidad, el espacio político de Más Madrid, Podemos e IU ha
perdido 2,44 puntos respecto a lo que sacó Podemos e IU en 2015. Puede decirse
que Madrid sufre el mismo proceso de estrechamiento del espacio electoral que
el resto del país, si bien hay que conceder que es el territorio donde menos se
pierde y donde menos gana el PSOE. Es decir, es probable que Más Madrid
contribuya mejor a frenar la huida de votos al PSOE aunque no lo consiga.
Por supuesto, más allá de los votos también las leyes
electorales nos han masacrado en escaños allí donde hemos ido por separado. El
caso de Castilla y León es representativo, pues en la provincia de Valladolid
ni Podemos ni IU hemos sacado escaño aun obteniendo un 4,65% y un 4,07%
respectivamente y sin embargo Vox ha obtenido un escaño con un 6,85%.
En el terreno municipal hemos aguantado muy bien en
las pequeños y medianos municipios, manteniendo e incluso aumentando concejales
en muchos territorios. Además, hemos mantenido alcaldías también en ciudades de
tamaño medio como Cádiz o Zamora. Sin embargo, las elecciones locales están
siempre sujetas a especificidades y no pueden extraerse conclusiones
categóricas. Detrás de esos excelentes resultados está el gran hacer local de
Kichi y Guarido, alcaldes de esas ciudades, y de sus equipos, pero no tanto de
sus marcas respectivas. En efecto, Kichi ha revalidado la alcaldía con el
43,59% y Guarido con el 48,08%. Sin embargo, en las elecciones europeas Podemos
e IU han obtenido un 23,91% en Cádiz capital y en las autonómicas IU ha
obtenido un 6,09% en Zamora capital. Este voto dual es propio de alcaldes
carismáticos, como también le sucede al alcalde del PP en Estepona, Urbano, que
ha sacado un 69% en las municipales y un 33,56% en las europeas. Los toboganes
funcionan.
Conclusiones
Los resultados son malos para nuestro espacio
político. Pero frente a quienes creen que esto es la consecuencia de las
habilidades y prácticas de seres individuales dotados de gran o escasa
inteligencia, yo apuesto, sin restar importancia a lo anterior, por factores de
fondo más vinculados a trayectorias de medio plazo. Necesitamos un debate sereno
para preguntarnos el "porqué" de estas dinámicas aquí descritas. En
mi opinión, es posible que en este momento no se den las condiciones económicas
que "permitan" la existencia de una izquierda transformadora tan
potente como la que hemos visto en los últimos años, lo que obliga a
reconfigurar el espacio político a partir de una nueva y mejor articulación
entre los diversos actores que conformamos el mismo. Nos hemos educado en
diferentes culturas políticas, tenemos distintos bagajes y disponemos de distintos
recursos organizacionales (por ejemplo, en IU disponemos de una más amplia
implantación local mientras que Podemos dispone de una más amplia base
electoral), y debemos encontrar las sinergias necesarias para cumplir nuestros
objetivos. Más coordinación.
En el fondo se trata de un obligado cambio de
estrategia que cree las condiciones de un nuevo crecimiento de nuestra base
social y electoral, lo que a mi juicio pasa por insistir en la práctica en las
instituciones, pero también con los actores sociales organizados. Me temo que
hay que huir de propuestas maniqueas o simplistas, dado que los problemas
complejos siempre requieren soluciones complejas.
Ello implica, a su vez, hablar de personas y
relaciones sociales, por lo que nuestras organizaciones deben cuidarse
mutuamente y cuidarse ellas mismas también. La tendencia cainita no sé si será
controlable en la izquierda, pero sí debería serlo la forma con la que nos
dirigimos a nuestros adversarios políticos dentro de nuestro propio espacio. La
beligerancia con la que buscamos culpas en el otro, por ejemplo, es
absolutamente ineficaz pero también suficientemente lamentable.
Pero, sobre todo, es momento de pensar en profundidad
qué tipo de instrumento necesitamos para hacer frente a los retos ecológicos,
económicos y sociales que tenemos por delante las sociedades europeas. De
momento, esa disputa dista de resolverse por la izquierda, como estamos viendo
en el norte de Europa, y las amenazas son muy elevadas para las familias
trabajadoras. Y replantearse esto significa preguntarse con honestidad por qué
no llegamos como nos gustaría a la base social que decimos representar, estando
dispuesto a dudar de todos nuestros prejuicios ("de omnibus
dubitandum" repetía Marx). Somos herederos, o al menos así lo siento yo,
de todos los hombres y mujeres a los que hacía referencia al principio de este
artículo, y les debemos una lucha que exige una adecuada comprensión de la
realidad y el contexto. Los instrumentos han de adecuarse a cada contexto. El
siglo XXI está construido de nuevas relaciones sociales, tecnológicas e
institucionales que apenas podían vislumbrarse hace doscientos años y que los
actores políticos no pueden ignorar. Las estructuras sociales están cambiando
en direcciones que hubieran sido impensables en la época en la que se ideó la
"metáfora socialista" y los símbolos han cambiado sus significados en
todo este tiempo. Poner en cuestión las conexiones ideológicas, materiales y
prácticas con las que nos relacionamos con nuestros votantes es un paso
imprescindible para avanzar. La terquedad y el dogmatismo no ayudarán en
absoluto.
Decía Manuel Sacristán que en tiempos de derrota de la
izquierda transformadora hay dos pulsiones o tentaciones que deberían evitarse.
Una es la entrega a la causa socialdemócrata, que se produciría como resultado
de la pérdida de confianza en los instrumentos que han sido derrotados. Esto es
lo que él identifica como la "tradición de derecha". La otra pulsión
es la atrofia política que se produce ante la ausencia de perspectivas tras la
derrota y que llevaría a la "inhibición de las luchas posibles" o de
los "objetivos intermedios", con la fe depositada en la mística
expectativa de que "algo pasará" que cambie nuestras posibilidades
reales. Esto es lo que siempre se ha llamado izquierdismo. Esta fórmula de
desconexión social es muy propia de los momentos como estos y es muy atractiva
porque es autocomplaciente.
Me temo que ambas pulsiones surgirán en estos meses y
que el elemento en común que mantienen es su rechazo a la unidad política del
espacio que se ha estado construyendo hasta ahora. Sin embargo, creo que la
mejor herramienta pasa por reforzar esa unidad y por debatir y descubrir
cómo somos capaces de aprovechar la potencialidad de este espacio político que,
aunque disminuido actualmente, representa lo mejor de este país. Algunos
seguiremos dedicando nuestro tiempo y energías a construir esta posibilidad.
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